Acto I
El bobo del colegio
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Celia y Fulgencia
Fulgencia:

Con ese nombre de hermana
mucho más me enriquecéis.

Celia:

Grande tristeza traéis,
presto fuiste valenciana,
pues acuérdome que aquí
no os hallábades tan mal.

Fulgencia:

Es mi patria natural,
que en Salamanca nací.
Y esta tristeza es cuidado
del que mis tíos tendrán.

Celia:

Pensaba yo que don Juan
mucho os hubiera alegrado,
que le debistes amor,
y no le miraste mal.

Fulgencia:

De un hombre tan principal,
siempre lo tuve a favor.
Y muy contenta he venido
de saber vuestro concierto,
que no merezco, por cierto,
tan noble y galán marido.
Mas no puedo, por ahora,
determinarme a casar.

Celia:

¿Qué es lo que os puede faltar,
si no es contento, señora?

Fulgencia:

Salud, que en ella consiste
el tener, Celia, contento.

Celia:

¿Salud os falta?

Fulgencia:

Eso siento;
y sin ella vengo triste.

Celia:

Si lo ha causado el camino,
no será, Fulgencia, nada.
Mas pienso que os desagrada,
o es malicia que imagino,
haber venido a mi casa;
que soy cuñada, en efeto.

Fulgencia:

Que eso me alegra os prometo,
y mirad que andáis escasa
de la merced que os merezco,
si tal sospecháis de mí.

Celia:

Si os veo venir aquí,
donde alma y casa os ofrezco,
y que estáis sin alegría,
y que a don Juan no miráis,
¿no he de pensar que os halláis
sin gusto en mi compañía?

Fulgencia:

Pues si yo os doy la razón,
señora Celia, no es justo
que atribuyáis a disgusto
cosas que del cielo son.

Celia:

No os quiero humilde forzada
pero, si me hacéis merced,
por hermana me tened,
no, Fulgencia, por cuñada.
Y estad cierta que venís
donde hasta el alma os darán,
que no vivís con Don Juan
con vuestro hermano vivís.
Ni él, ni yo, ni el que os adora,
por fuerza os quieren casada.

Fulgencia:
Don Juan:

Esta vez me dijo Amor
que sola hallaros podría;
creíle, por lo que tiene
de adivino, y vine a veros.
Dadme, divinos luceros,
la luz que del Sol os tiene
tan cerca, que me abraséis.

Fulgencia:

Desviad, don Juan, los brazos,
que anticipáis los abrazos
que en esperanza tenéis.

Don Juan:

¿No he de ser vuestro marido?

Fulgencia:

Pues por eso es bien, don Juan,
que os tema como a galán
tan cerca de arrepentido.

Don Juan:

Yo os vi más tierna en Castilla.

Fulgencia:

No lo he perdido en Valencia.

Don Juan:

Bravas mudanzas de ausencia.

Fulgencia:

Sí, ausencia, ¿qué os maravilla?

Don Juan:

En ir, estar y volver,
¿dos meses no habéis estado?

Fulgencia:

Montes se hubieran mudado,
cuánto más una mujer.

Don Juan:

Luego, ¿mudada venís?

Fulgencia:

¿Vos no decís que lo veis?

Don Juan:

Con burlas no me matéis,
que pienso que lo fingís.
A vuestro hermano le he dado
a mi hermana, aunque era justo,
sin gusto; que este gusto
tuve en el vuestro, y fiado
que él se obligó de hacer cierto
lo que tratamos los dos.

Fulgencia:

¿Y fue…?

Don Juan:

Casarme con vos.

Fulgencia:

¿Halleme yo en el concierto?
¿Qué firma tuvistes mía?

Don Juan:

Entre honrados caballeros
remítense a los aceros
las palabras.

Fulgencia:

Valentía.

Don Juan:

No, por Dios, sino pesar
de perder vuestro valor.

Fulgencia:

Yo os tengo, don Juan, amor;
mas no me puedo casar
con la priesa que he venido.
Esperad, que bien podéis;
por un mes no os moriréis;
este de término os pido
para ver lo que me escriben
de Valencia.

Don Juan:

Vuestro soy.

Fulgencia:

Con esto, don Juan, me voy;
que pienso que me aperciben
el cuarto en que he de vivir,
y quiero verle asear.

Don Juan:

¿Despacio queréis estar?

Fulgencia:
Don Juan:

¿Qué es esto?

Celia:

¿Ya no lo ves?

Don Juan:

Di, hermana, ¿qué ha de ser esto?
Bien que esperaba tan presto,
¿hoy se me dilata un mes?

Celia:

Melindres son valencianos;
allá los aprendería.

Don Juan:

Los estilos, Celia mía,
son allá muy cortesanos.
No creas que es aprendido,
natural debe de ser.

Celia:

Querrásete encarecer
por el nombre de marido;
todas nos hacemos graves
en tocando de este nombre.

Don Juan:

Tu marido Octavio es hombre
del buen estilo que sabes.
No se burlará con él;
mas si esto adelante pasa,
:(Octavio por ti se abrasa),
muéstrate, Celia, cruel.
No te vea alegre un hora,
halta hacer mi casamiento.

Celia:

Yo fingiré descontento;
que sé que Octavio me adora.

Don Juan:

¡Ay, que muero por Fulgencia!

Celia:

Efectos de ausencia han sido.

Don Juan:

Algunas hierbas de olvido
debió de hallar en Valencia.
:Entren Fabio, estudiante, de camino, Reinel, gorrón, Garcerán y Marín

Fabio:

¿Este llaman el Mesón
del Estudio?

Garcerán:

Aunque no vengo
a estudiar, desde hoy le tengo
por posada. ¡Hola, Chacón!

Marín:

Señor.

Garcerán:

La ropa acomoda.

Marín:

Llave de aquel aposento
me ha dado.

Fabio:

Mucho contento
truje la jornada toda.
Señor Clarindo, hasta aquí;
que, por vuestra compañía,
me pesa que llegue el día
en que os partáis de mí.
Vuelvo a cursar, como veis;
mis padres tengo en Madrid.

Garcerán:

Yo he de ir a Valladolid,
a cinco días o seis
que descanse en Salamanca.
¿Dónde, entre tanto, os veré?

Fabio:

Agora, por Dios, no sé;
que, con esta feria franca,
no me quiero declarar,
por holgarme cuatro días.

Garcerán:

Por ciertas tristezas mías,
no salgo a ver el lugar.
Id con Dios, y holgaos en él.

Fabio:

Luego, ¿verle no pensáis?

Garcerán:

De noche, si me lleváis,
a divertirme por él.

Fabio:

Dejáis de ver un lugar
de los famosos de España.

Garcerán:

¿Tal grandeza le acompaña?

Fabio:

Pues yo os le quiero cifrar:
yace en el sitio que veis,
mirándose, Salamanca,
en los cristales del Tormes,
cuyas celebradas aguas
Garcilaso pinta bien
en aquella égloga rara,
que ha eternizado en el mundo
el nombre del duque de Alba.
De mayorazgos ilustres
tiene las siguientes casas:
Rodríguez de las Varillas,
Zúñigas, Monroyes, Vandas,
Solises, Paces, Bonales,
Sosas, Manzanos, Anayas,
Vázquez, Herreras, Brocheros,
Pimenteles, Flores, Arias,
Coronados y Godínez,
Ordóñez, Juárez y Abarcas,
Maldonados y Pereiras,
Villafuertes, noble casa,
Yáñez, Enríquez, Ovalles,
Guzmanes, de claras armas,
y Manriques…

Garcerán:

Brava cosa.

Fabio:

Esta máquina levantan
al cielo cuatro colegios,
que aquí los mayores llaman:
el Viejo, el del Arzobispo,
de Cuenca y Oviedo; y basta,
que uno de los cuatro dicen,
para saber que se igualan.
Tiene el de la Magdalena,
que los que digo acompañan,
Verdes y santa María,
santo Tomás, y el de varias
lenguas con Monte Olivete,
sin otros…

Garcerán:

¡Oh, Fabio, para!
¡Qué de personas famosas,
qué insignes, qué celebradas,
ya en los Consejos del rey,
ya en las religiones santas,
habrán salido de ahí!

Fulgencia:

Antes, Clarindo, contara
sus flores a abril, sus frutos
a junio, a enero su escarcha,
su arena al Tormes, al Sol
sus átomos, que bastara
a referirte los hombres
que de ellos dan gloria a España.
Las órdenes militares
con otros cuatro la ensalzan,
que son: Santiago, San Juan,
Alcántara y Calatrava;
el del Rey, al de Santiago
llaman; es insigne fábrica,
a quien hace reverencia
Tormes besando sus plantas.

Fulgencia:

Los monasterios famosos
son tan nobles que pasan
los límites que el ingenio
puede hallar en su alabanza.
Oído habrás, en Valencia,
de san Esteban la fama,
cuya capilla mayor
justamente se compara
con el día más hermoso,
si en ella se entierra el alba,
del santo humilde que, dicen,
que fue de Cristo la estampa,
de[l] que escribió la ciudad
de Dios con tanta elegancia,
del que a golpes de una piedra
llamaba en el pecho al alma;
de Vicente, de Bernardo,
de la compañía sacra,
de aquel dulcísimo nombre
que los infiernos espanta;
Trinidad, Carmen, Merced,
y otras órdenes descalzas.
Insignes son los de monjas:
Santa Isabel, Santa Clara,
Santa María de las Dueñas,
la Penitencia, Santa Ana,
Carmelitas y Agustinas,
y otras, que para contarlas
era menester el día.
La iglesia mayor se alaba
de ser en las maravillas
la mayor, que no la octava.
Hay tres escuelas que exceden
las de Grecia y las de Italia,
de tan divinos maestros
y cátedras adornadas,
que Escoto, Hipócrates, Baldo
y Aristóteles se honraran
de oponerse a quien las rige.

Fulgencia:

Y, si el amor no me engaña,
no pienso yo que el Imperio,
cuando a su elección se hallan
los príncipes electores,
ya con mitras, ya con armas,
resplandece en mayor vista
que cuando ocupan sus gradas
tantas borlas de colores,
verdes, azules y blancas,
carmesíes y amarillas;
porque este jardín esmalta
la madre universidad,
naturaleza del alma.
Tiene iglesias parroquiales,
que, para alabarlas, basta
decir que todos sus curas,
que han de ser de sangre hidalga,
son capellanes del rey.
Y, puesto que en darse alargan
trescientas puertas a Tebas
las historias o las fábulas,
once Salamanca tiene,
que, con mayor arrogancia,
su muro antiguo ennoblecen,
pues puede decir España
que ha tres siglos que por ellas
entra muda la ignorancia
y sale con mil laureles,
docta, ilustre, eterna y sabia.
Hay un famoso hospital
de Santa María la Blanca,
donde se curan reliquias
de las flaquezas humanas,
y el general, cuyo nombre
da entender de lo que trata.

Fulgencia:

Hay una gran cofradía
que de Roque Amador llaman,
de hijosdalgo conocidos.
Hay los padres de la patria,
(ya entendéis: los regidores),
cuya nobleza bastaba
a honrar provincias y reinos.
Y, si de escuchar te cansas,
acabaré con decir
un colegio que me falta,
que se llama el de los Mudos;
este es una sala baja
junto a la cárcel, mas tiene
sus dos puertas a la plaza.
Aquí, arrimados los cueros
del vino de partes varias,
hasta que se distribuye,
calla entonces, después habla;
Tabernilla y Tabladillo
tienen por tierras extrañas
tal fama, que no me escusa
de que en esta cifra vayan.
La provisión no te alabo,
porque has de experimentarla
los días que ver mereces
la divina Salamanca.

Garcerán:

Hay unos hombres aquí,
amigo Fabio, y trataban
con el huésped una cosa
que me dio gusto escucharla.
Oye, por tu vida.

Fabio:

Di.

Garcerán:

El colegio que aquí llaman
el Viejo, dicen que tiene
constitución que se guarda
inviolable, y es
que esta sabia e ilustre casa
sustente un simple.

Fabio:

Es verdad.

Garcerán:

Notables cosas contaban
de los bobos que han tenido.

Fabio:

Suelen tener mucha gracia.

Garcerán:

Entre sus cuentos graciosos,
dicen que ahora les falta.

Fabio:

Debe de ser; mas, ¿qué importa?

Garcerán:

No me importa; mas espanta
que falte un bobo en el mundo
para que adelante vaya
tan santa constitución,
que por sustentarle es santa.

Fabio:

Malicia es esa.

Garcerán:

No es.

Fabio:

Reinel

Reinel:

Señor.

Fabio:

¿Tengo cama?

Reinel:

Sábanas echaba ahora,
una entre gallega y galga
que con la santa limpieza
tiene inmortal repugnancia.

Fabio:

Quedad, Clarindo, con Dios.

Garcerán:

Él os guarde.

Marín:

Edad muy larga.
Desesperado que aqueste
cesase sus alabanzas;
que yo no entiendo a qué efeto
en este sucinto mapa
ha querido reducir
todo lo mejor de España.
Ya con nombre de Clarindo,
(y yo de Chacón), te hallas,
sin saber lo que has de hacer,
Garcerán, en Salamanca.
¿Cómo, sin ser conocido,
intentas ver a tu dama
y qué ha de ser de nosotros?

Garcerán:

Marín, lo que preguntabas
de este bobo del colegio
a Fabio, no era sin causa;
que dicen que aqueste bobo
tiene en las casas entrada
de todos los caballeros,
y aun estiman que en sus casas
entre el bobo del colegio.
Busca dos sayos y capas
de labradores groseros,
y pues que bobo le falta
al colegio, allá me lleva;
que yo, fingiendo ignorancia,
quiero ser aqueste simple;
pues, si el traje me disfraza,
podré entrar con libertad
tardes, noches y mañanas
a ver y a hablar a Fulgencia.

Marín:

¿Pruebas mi paciencia, o tratas
tu deshonra con mi muerte?

Garcerán:

Si me replicas palabra,
vive Dios…

Marín:

Señor.

Garcerán:

Marín,
ciego es amor; no repara
en la vida ni en la muerte,
en la honra ni en la infamia.
Cuando Ovidio y otros pintan
a Júpiter, que tomaba,
ya de cisne, ya de toro,
ya de fuego, formas varias,
esto quisieron decir:
que para hablar a sus damas
se transforman los amantes.
Ponte un sayo y capa parda,
y dirás que eres mi tío.

Marín:

¿Y con ese talle y cara
han de creer que eres bobo
hombres doctos?

Garcerán:

Tantos andan
de esta manera, Marín,
por las ciudades de España,
que antes quitará la duda.

Marín:

Pues ánimo, a las batalla;
que, para todos, los cielos
me dieron ingenio y maña.
¿Qué nombre te has de llamar?

Garcerán:

Pablos.

Marín:

El nombre me agrada.
¿Y de qué lugar?

Garcerán:

De Coria.

Marín:

Camina y estudia gracias.

Garcerán:

Por lo menos, por el nombre,
seré agradable a mi dama.
:Tristán y don Juan

Don Juan:

Esto que os digo responde,
y da en aquestas tristezas.

Tristán:

¡Qué bien, a vuestras firmezas,
ese desdén corresponde!

Don Juan:

Estoy tan desesperado
como de Octavio quejoso.

Tristán:

Que os cumpla será forzoso
la palabra que os ha dado.

Don Juan:

Mientras Fulgencia, Tristán,
no dispusiere de sí,
más que de Octavio, de mí,
queja mis celos tendrán.
Por mil caminos intento
saber de qué ha procedido
el haberme aborrecido,
y vivir con descontento;
mas no me cuadra ninguno.
Y aunque pienso que en Valencia
se pudo prendar Fulgencia
y, mudable, amar alguno,
en dos meses no podía
venir tan triste de allá,
como en Salamanca está;
y es necia sospecha mía.

Tristán:

Antes no, porque el amor
más fuerza al principio tiene;
que es como río, que viene
hasta la mar con furor
y luego se pierde allí.

Don Juan:

Pues si Fulgencia quisiera,
¿no escribiera?

Tristán:

Sí escribiera.

Don Juan:

Pues creed, Tristán, de mí,
que he hecho mi diligencia.

Tristán:

Vendrá con particular.

Don Juan:

Aquí nadie puede entrar.

Tristán:

De eso está triste Fulgencia.

Don Juan:

Su hermano intenta alegralla;
hoy traerá música aquí.
Octavio y Fermín

Octavio:

¿Vendrán presto?

Fermín:

Señor, sí.

Octavio:

Aunque pienso que cantalla
ha de ser entristecella.

Don Juan:

Si música le traéis,
justa sospecha tenéis;
que es de los efectos de ella
añadir tristeza al triste.

Tristán:

Ella y Celia juntas vienen.
:Entren Celia y Fulgencia

Fulgencia:

Mis males remedio tienen;
pero en la muerte consiste.

Celia:

La mayor enfermedad
llaman la malencolía,
porque no admite alegría
y anda a buscar soledad.
Vuelve en tu acuerdo, Fulgencia,
mira que está aquí mi hermano.

Don Juan:

Que ya la entristezco es llano,
pues toda su diligencia
ha puesto en huir de mí.

Fulgencia:

No soy yo tan descortés,
ni vuestro término es
para trataros ansí.
Mi enfermedad ha crecido
con preguntarme la causa.

Don Juan:

No saber de qué se causa
toda la culpa ha tenido.
Y no os espantéis que sea
en esto tan porfiado
el que con tanto cuidado
vuestra vida y bien desea;
que, a lo menos, me debéis
que mil que tuviera os diera,
porque se disminuyera
la tristeza que tenéis.

Fermín:

Los músicos han venido.

Octavio:

Dile[s] que pueden entrar.

Celia:

Todos os podéis sentar.

Fulgencia:

¡Oh, qué mal cubre el olvido
un desatinado amor!
¡Ay, Garcerán! Si en ausencia
de solo un mes de Valencia
usas de tanto rigor,
¿qué esperanza vive en mí?
¿Es esto lo que decías,
lo que escribir prometías
y lo que esperé de ti?
¿Tienes allá, por ventura,
otro dueño? Sí tendrás;
que el no pensar verme más
tu mudanza me asegura.
Siéntense los músicos

Músico:

Aquí, Octavio, nos tenéis.
Mirad qué es lo que mandáis.

Octavio:

Que hoy Anfiones seáis
de aquesta piedra que veis.
Cantad, para que se mueva;
que es fundamento del muro
de todo el bien que procuro.

Músico:

Oíd una letra nueva.

Canten:

Claros aires de Valencia
que dais a la mar embates,
a sus verdes plantas, flores,
y a sus naranjos, azahares.
Huéspedes frescos de abril,
instrumentos de sus aves,
campanitas del amor,
que despertáis los amantes.
Llevad mis suspiros,
aires suaves,
al azahar de unas manos
que ellas nace.

Fulgencia:

Mucho me habéis alegrado;
muy linda es esta canción.

Don Juan:

Sí, pero en esta ocasión
más hubieran acertado
si celebraran el Tormes.

Músico:

Aunque en Salamanca vive
el poeta que esto escribe,
no es bien que esa queja formes,
porque es de Valencia, y tiene
la musa de esta influencia
allá en Valencia.

Fermín:

¿En Valencia?

Músico:

De allá la influencia viene
con que estos versos destila.

Fulgencia:

Con eso tan dulces son.
¿Tienes de él otra canción?

Músico:

Una letrilla.

Fulgencia:

Pues dila.
:Canten:
Naranjitas me tira la niña
en Valencia, por Navidad;
pues a fe que si se las tiro,
que se le han de volver azahar.

Tristán:

No vi en mi vida poeta
con tanto azar.

Don Juan:

Si jugara,
poco pienso que ganara.

Músicos:

Es metáfora secreta
de ciertos ramos de azahar
que de su jardín cogió.

Fulgencia:

Cantad, que os escucho yo.

Músicos:

Ya volvemos a cantar.
:Canten:
A una máscara salí,
y pareme a su ventana;
amaneció su mañana
y el Sol en sus ojos vi.
Naranjitas desde allí
me tiró para favor;
como no sabe de amor,
piensa que todo es burlar;
pues a fe que si se las tiró,
que se han de volver azahar.
Naranjitas me tira…

Fulgencia:

Gracia tienen estas cosas
de Valencia.

Don Juan:

Sí tendrán.

Celia:

Celos has dado a don Juan.

Fulgencia:

Mis tristezas son forzosas.
Lo que me ha dado alegría
ya me vuelve a entristecer.

Tristán:

Valencia debe de ser
toda su melancolía.

Octavio:

En esta ocasión quisiera
ser un príncipe.

Celia:

¿A qué efeto?

Octavio:

Con el poder, te prometo,
que tales fiestas hiciera,
que mi hermana se alegrara;
y con lo poco que puedo,
si pobre gastando quedo,
he de ver en lo que para.
Toda esta casa ha de ser
juego y fiestas desde hoy.

Fulgencia:

Cantad, que a fe de quien soy,
que me dais mucho placer.
Pero no ha de ser aquí.
Hacia el jardín nos entremos.

Músico:

Cantando, señora, iremos.

Fulgencia:

¿Será de Valencia?

Músico:

Sí.
:Canten:
En el Grao de Valencia,
noche de san Juan,
todo el fuego que tengo
truje de la mar.
:Éntrense, y salgan Garcerán, ya con sayo de colores y polainas, y Marín, de labrador:

Garcerán:

Qué presto me recibieron.

Marín:

Tales gracias les dijiste.

Garcerán:

¿Fingí bien?

Marín:

Tan bien fingiste
que mil sospechas me dieron
que ya habías hecho otras veces
esta figura de bobo.

Garcerán:

Tú verás que a todos robo
la voluntad.

Marín:

Tú mereces
ser bobo del gran Sofí.

Garcerán:

Y tú del Gran Turco, tío.

Marín:

¿Qué te parece del brío
con que el villano fingí?
Bien ganáramos partido
los dos en una comedia.

Garcerán:

La nuestra llega a la media.
Favor al Amor le pido
para la postrer jornada,
que es el gusto de la acción.

Marín:

Aún te queda la ocasión
de hablar con tu prenda amada.
Con lo demás, que ha de ser
de gusto y de habilidad,
hoy causarás novedad.
Paciencia habrás menester.

Garcerán:

Un bobo muchos hará.

Marín:

Pues a fe que si anduvieran
de colores los que fueran
para vestírsele ya,
que hubiera más de color
que de negro, a lo que entiendo.
:Entren Riselo y Gerardo, estudiantes:

Riselo:

Que me declaréis pretendo,
eso que decís, mejor.

Gerardo:

¿Pues de esto no hacéis conceto?

Marín:

Estos arguyen.

Garcerán:

¿Qué haré?

Marín:

Disimular.

Garcerán:

¿O diré
un disparate, en efeto?

Gerardo:

Digo que de los cuerpos celestiales
han dudado, Riselo, los antiguos.
Utrum sint animata, an on.

Marín:

Escucha.

Gerardo:

Los que pensaron que animados eran
imaginaron que, efectivamente,
su movimiento procedía del ánima.

Riselo:

Pues eso la verdad lo contradice;
que ni vegetativa, sensitiva,
ni racional virtud asiste en ellos.

Gerardo:

Si por agentes intelectuales,
inteligencias digo, movedoras,
animados parecen, no me espanto.

Riselo:

Esas inteligencias no se juntan
a los orbes celestes como al cuerpo
se juntan, por unión formal, el alma,
y sustancial información.

Gerardo:

Repugna
a la intelectual naturaleza
angélica, como es potente y clara,
cum materia componere rem unam,
porque entre el alma racional, Riselo,
y la naturaleza ilustre angélica,
hay esta diferencia, que es unible
el alma al cuerpo: quanvis etiam possit,
separatim subsistere, y nacida
con él, sola una cosa componerse,
pero poder naturaleza angélica,
al cuerpo, o la materia unible,
nequaquam, porque solo per se nata
est subsistere.

Riselo:

¿Pues cómo se le junta?

Gerardo:

Júntase al orbe que se mueve, y tócale
solo con su virtud, y no se puede
decir que el cuerpo celestial tiene alma
más que a la nave, que moverse vemos
porque hay dentro el piloto que la rige.

Riselo:

Bien habéis declarado lo que os dije.

Marín:

Para que te acredites mayormente
con estudiantes, llega ahora y háblalos.

Garcerán:

¿Qué estáis diciendo? ¿Necedades? ¡Hola!

Gerardo:

¡Qué figura!

Riselo:

Notable.

Gerardo:

Nueva.

Riselo:

Extraña.

Garcerán:

¿Tenéisme por novato, mentecatos?
Pues el mundo está lleno de novatos.

Riselo:

¿Qué bobo es este?

Marín:

Es del colegio.
No le hagan mal, señores, por su vida;
caten que es mi sobrino, en mi conciencia,
y que ha tan poco tiempo que le truje,
que no le oso dejar.

Gerardo:

¿Cómo es tu nombre?

Garcerán:

¿Dice a mí?

Gerardo:

Sí.

Garcerán:

Pablillos, y mi tío
se llama Juan Vicario, y es hermano
de mi padre, y mi madre no es su hermana,
sino mi madre, y yo soy hijo suyo,
que me hubieron en casa; y aunque vengo
con mi tío, mi tío no es mi padre
ni mi madre tampoco, sino tío,
que le viene de zaga por alcurnia.
Mas todos somos muy prolija gente,
y yo vengo a estudiar a Salamanca,
que diz que tengo de ser presto cura,
y me han de graduar de bobalorum.

Marín:

Señores, no le piquen, por su vida;
que si se enoja es un demonio suelto.

Garcerán:

Callad, tío; que yo de dos la una
meto un ladrillo a un hombre en la cabeza;
pero aquestos borrachos, que decían
del cielo (que no han visto) disparates,
les quiero pescudar una conseja.

Riselo:

¿Pues entendiste tú lo que tratábamos?

Garcerán:

¡Y cómo si entendí los lengromentos!
¿No dejistes que el cielo era una cosa
que por sus diligencias se movía,
y que andaban por él algunas ánimas?

Gerardo:

Oh, qué gracioso bobo.

Garcerán:

Pues, borrachos;
¿cómo llamastes desalmado al cielo,
si está hirviendo de ánimas, que es groria,
que algunas de ellas han estado en Coria?

Riselo:

El tonto es gran persona.

Gerardo:

Visitando
a Octavio, que es un grande amigo mío,
vi, Riselo, su hermana; ya sospecho
que habéis visto a su hermana.

Riselo:

Ya la he visto.

Gerardo:

Está de unas tristezas tan al cabo,
que anda buscando músicos y haciendo
mil fiestas solo a efecto de alegrarla,
su hermano, que la tiene prometida
a don Juan, su cuñado, en casamiento.
Yo pienso que le haría un gran servicio
si este bobo a su casa le llevase.

Riselo:

No dudo que en extremo se alegrase;
que tal vez las tristezas de un discreto
suele alegrar un ignorante.

Gerardo:

Pablos,
¿queréis venir conmigo a cierta casa
donde os darán de merendar?

Garcerán:

Si tienen
allá muchos buñuelos y pasteles,
y algunas manecillas de ternera,
pardiez que vaya allá de buena gana.

Gerardo:

Todo esto y más habrá.

Garcerán:

Pues vamos, tío.

Marín:

No me parece mal. Garcerán, oye.

Garcerán:

¿Qué sientes?

Marín:

Que ahora es bien a los principios
acreditarse de apacible.

Garcerán:

Vamos,
con tal que en esa casa merendemos.

Gerardo:

Pues seguidme los dos.

Garcerán:

¡Ay, cielo santo,
si acaso en esta casa hallase nuevas
de mi Fulgencia!
Marín Siendo gente noble,
no se puede esconder.

Garcerán:

Así lo creo.
Y, ¿dónde no la hallará mi deseo?

:Celia y Fulgencia

Fulgencia:

Persuadida de tu amor
y de un desprecio, que es cosa
que una pasión amorosa
suele volver en furor,
y por vengar el rigor
del mal término y grosero
de un villano caballero,
indigno de mi firmeza,
hoy, Celia, de mi tristeza
que sepas la causa quiero.
Hasta agora no podía
este mi mal declarar,
porque un cierto esperar
engañada me tenía;
pero hame dado osadía
su ingratitud, de manera
que, como quien ya no espera,
diré con desconfianza
que mereció mi mudanza
perderse en su misma esfera.

Celia:

Yo te confieso, Fulgencia,
que tu tristeza entendí,
porque enamorada vi
que te partiste a Valencia.
Y con dos meses de ausencia,
de tal manera volviste,
que a don Juan aborreciste,
y mataste de pesar
cuantos te vieron estar
tan melancólica y triste.
¿Qué te pudo suceder
que tan presto te mudaste?

Fulgencia:

Desconfiar, que esto baste,
Celia, de volver a ver
a don Juan, y ser mujer.
Vi un caballero galán,
cuyo nombre es Garcerán;
quísome bien, con pasión,
escuchele una razón,
y unas tras otras se van.
Al principio no entendí
que hiciera más de escuchar
para poder aliviar
el mal que saqué de aquí.
Pero tal sirena oí
que, llorando, me engañó;
cierto fue que se burló,
pues no he visto letra suya.

Celia:

Que toda la culpa es tuya
juraré, Fulgencia, yo.
Si presto no te rindieras,
cuán mejor te aseguraras.

Fulgencia:

¿Qué importan palabras claras,
ni de burlas ni de veras?
Él, con todas sus quimeras,
solas palabras me debe.

Celia:

¿Y amor no es nada?

Fulgencia:

Ese, en breve
saldrá del alma tirana.

Celia:

Como frío de terciana
tienes guardada la nieve;
presto quieres, pero luego
truecas amor en desvío.

Fulgencia:

Es como me viene el frío,
después del calor del fuego.

Celia:

Que a querer vuelvas, te ruego,
mi hermano, pues que podrás.

Fulgencia:

Agora le querré más,
que tengo este desengaño.
Entre Don Juan

Don Juan:

No camines tanto, engaño;
que va la esperanza atrás.
Mira que no puede ser
que te alcance, aunque es de viento;
porque sigue el pensamiento
de una mudable mujer.

Fulgencia:

El eco me hace creer
que os vais quejando de mí.

Don Juan:

La razón lo dice así,
y el Amor, que no es tan sabio
que sepa callar su agravio.

Fulgencia:

¿Agravio?

Don Juan:

Señora, sí.

Fulgencia:

Don Juan, pues he conocido
vuestro valor en quererme,
no quiero más defenderme:
vuestra soy, y vuestra he sido;
licencia con esto os pido,
que he dicho más que pensé.

Don Juan:

Pues, ¿no os agradeceré
si quiera tanto favor?

Fulgencia:

Bastará pagar mi amor
que vuelva a ser el que fue.
Váyase

Don Juan:

Eres bien, volando vas.
¿Qué es esto, Celia?
{{Pt|Celia:|
Mudanzas;
pero, pues el viento alcanzas,
¿para qué preguntas más?
Mas, si palabra me das,
te diré todo el secreto.

Don Juan:

Como quien soy lo prometo.

Celia:

Soy tu hermana, y soy mujer,
que a no callar, nuestro ser
dicen que nació sujeto.
Fulgencia quiso en Valencia
y fue amada de un galán,
cuyo nombre es Garcerán;
hizo de Valencia ausencia,
y vuelve a querer Fulgencia
a lo que quiso primero.

Don Juan:

Golpe me has dado tan fiero
que, si con celos se olvida,
harán que toda mi vida
aborrezca lo que quiero.
¿Cómo podré ya casarme
con tan mudable mujer?

Celia:

¿Qué importa un fácil querer?

Don Juan:

Importa poder matarme.
¿Cómo podré confiarme?

Celia:

Luego habrá muchas doncellas
que de querer y querellas
se escapen en verdes años.

Don Juan:

Pues, ¿por qué lamenta engaños
quien pone esperanza en ellas?
:Entren Garcerán y Marín y Riselo y Gerardo:

Marín:

Mira que vayas con seso.

Garcerán:

Pues, si yo seso tuviera,
¿pensáis que en esto anduviera,
mortero con ajo y queso?

Riselo:

¿Está aquí el señor Octavio?

Don Juan:

Poco ha que estaba aquí.

Garcerán:

¿Es esta la dama?

Marín:

Sí.

Garcerán:

¡Hola, hao! Mirad que rabio,
por eso mandad sacar
la merienda.

Gerardo:

La tristeza
que oprime tanta belleza
nos ha obligado a sacar
este del colegio Viejo,
que es pieza de rey.

Garcerán:

Y vos
sois, ¡que malos haga Dios!,
la enferma del sobrecejo.
¿Para qué os entristecéis,
con esos años y cara?

Marín:

En lo que dices repara.

Garcerán:

Reparad vos, si queréis;
que aún yo no he visto el azahar
de las huertas de Valencia.

Celia:

Allá bien curan de ausencia.

Garcerán:

También saben enfermar.

Celia:

No soy yo la que estoy triste.

Garcerán:

¿No? ¿Pues quién?

Celia:

Soy su cuñada.

Garcerán:

¿Y estáis con este casada?

Don Juan:

No, que yo soy quien resiste
las tristezas de esa dama.

Garcerán:

¡Harto trabajo tenéis!
A la cuenta, la queréis;
y ella, sin cuenta, os da fama.

Marín:

Esa fue verdad de loco.

Garcerán:

Echad acá la mujer;
que la tengo de morder
solo porque os tiene en poco.

Don Juan:

¿Cómo te llamas?

Garcerán:

¿Yo?

Don Juan:

Sí.

Garcerán:

Mal año, si lo dijese,
y alguno me conociese,
de los que andan por ahí.

Marín:

Pablos, señor; y yo soy
su tío, y es Juan Vicario
mi nombre, y de Calandario,
que para mostralle estoy
en el colegio con él
las oraciones.

Don Juan:

Sí; aquí
viene la que es para mí
por todo extremo cruel.
Dile con tus boberías
y con tus simples razones,
pues no bastan discreciones,
Pablos, las congojas mías.
Dile que cure mi mal.

Garcerán:

Si es sarna, yo sé un ungüente
con que el mal se os acreciente
y os lleven al hospital.

Marín:

Pablos, vos quedáis adonde
os sabrán regalar bien.
Quedad con Dios.

Garcerán:

Digo amén.

Riselo:

Por si esta dama se esconde
viéndonos aquí, nos vamos.

Don Juan:

Diré a Octavio esta merced.

Garcerán:

¡Hola! Por acá volved.

Riselo:

¿Cuándo?

Garcerán:

El Domingo de Ramos.
Entre Fulgencia

Fulgencia:

Con vergüenza vuelvo a veros.

Don Juan:

Estaréis arrepentida.

Fulgencia:

¡Hola, mujer relamida!
¿Por qué no amáis a Gaiferos?

Fulgencia:

¡Jesús!

Don Juan:

¡Ay, Dios!

Celia:

¿Qué te ha dado?

Don Juan:

Fulgencia se desmayó.

Celia:

Tal sobresalto le dio
ver este simple a su lado.

Marín:

No es feo que obligue a extremos.

Celia:

Octavio, manda sacar
un poco de agua de azahar.

Garcerán:

Naranjos somos; lloremos.

Don Juan:

Voy por agua.

Garcerán:

Traed vino.

Celia:

¡Fulgencia! ¡Ah, hermana! ¡Ah, Fulgencia!

Fulgencia:

¡Ay, Marín, ay!

Marín:

Ten prudencia.

Garcerán:

Que es el desmayo, adivino,
de verme loco, Marín.

Marín:

Señora, aunque labrador,
yo sé un salmo…

Celia:

¿Tú?

Marín:

El mejor.

Celia:

Dile.

Marín:

Ya limpio el magín;
pero habéis de estar aparte.

Celia:

¿Volverá?

Marín:

Sí.

Celia:

Llega y di.

Marín:

Garcerán, loco por ti,
Fulgencia, viene a buscarte;
está en el colegio Viejo
disfrazado de bobo.

Fulgencia:

¡Ay, Dios!

Celia:

Habló.

Fulgencia:

Mal conocéis vos
aquel salmo o salmorejo.

Marín:

Advierte que, aunque es locura,
es nacido de tu amor.
:Don Juan con agua:

Don Juan:

Esta es el agua.

Fulgencia:

Mejor
tengan mis cosas ventura,
que la ha de beber Fulgencia.

Don Juan:

¿Por qué, Pablos?

Fulgencia:

Porque ya
lágrimas beber podrá,
agua de azahar de Valencia.
Dad el agua a Juan Vicario.

Marín:

Malos años para vos.

Fulgencia:

Pues, ¡sus!, dennos a los dos
agua ardiente y letuario.

Don Juan:

¿Qué tenéis, Fulgencia mía?

Fulgencia:

Lo que tener no pensé.

Don Juan:

¿Es mal?

Fulgencia:

Ya el mal olvidé
como vi que el bien venía.

Don Juan:

Aquí estoy; vos sois bien mío.

Fulgencia:

Y yo también, a la fe,
aunque no me desmayé,
porque me riñó mi tío.
¡Hola, tristísima dama!
Catadnos acá, y catad
cuál vamos por la ciudad:
tal sabe hacer quien bien ama.
No os espantéis otra vez
de ver un bobo, aunque fuera
como yo; porque si hubiera
pesquisidor o juez
de este delito en el mundo,
la cárcel fuera mayor;
y mentecatos de amor
tienen el lugar segundo.
Solo tuve por agüero
lo que aqueste me mandó,
porque os quiere como yo;
que bien sabéis vos que os quiero.
Dice que no le queréis,
de que algo estoy consolado;
que lo que me habéis costado,
es razón que lo estiméis.
¿Cómo os llamáis?

Fulgencia:

¿Yo? La firme.

Garcerán:

¡Plegue a Dios que lo seáis!
Buena estáis, si firme estáis,
como agora se confirme.

Fulgencia:

Presumiendo ingratitud
cerca de mudarme estuve;
salió el sol, pasó la nube.

Garcerán:

Templado habéis el laúd.

Don Juan:

Si el simple os enoja, haré
que se vaya.

Fulgencia:

Antes me alegra.

Garcerán:

Pues, señor, cara de suegra.
¿Sabe cómo le daré…?

Don Juan:

¿Qué me darás?

Garcerán:

Pesadumbre.

Don Juan:

Ahora bien, quiéroos dejar,
que a Celia tengo que hablar.

Garcerán:

Pues nunca Dios os alumbre,
por más preñado que estéis
de deseos y de antojos.

Celia:

Vamos.

Fulgencia:

¿Que te ven mis ojos?

Marín:

Quedo, paso, que os perdéis.

Celia:

Bien quedas entretenida;
luego a verte volveré.

Don Juan:

¿Desmayo, Celia? ¿Qué fue?

Celia:

Melindres.

Don Juan:

¡Bien, por mi vida!

Garcerán:

¿No se van?

Marín:

Aguarda un poco.
Váyanse Celia y don Juan
Cierra, hijo.

Garcerán:

¡Ay, prenda amada!

Fulgencia:

Tente, que estoy enojada
de verte, mi bien, tan loco.

Garcerán:

¿Los brazos me niegas?

Fulgencia:

Sí.
¿Por qué has hecho esta locura?

Garcerán:

Porque tu mucha hermosura
me tiene fuera de mí.

:Fulgencia

Fulgencia:

 ¿Cómo podré yo ser tuya,
si te quitas el honor?

Garcerán:

Como a tu gracia y mi amor
esta hazaña se atribuya.

Fulgencia:

¡Quítate, por Dios, mi bien,
ese traje tan extraño!

Garcerán:

Eso no; porque este engaño
me desengaña también.

Fulgencia:

¿En traje de caballero
no puedes servirme?

Garcerán:

No,
porque no te veré yo
cuando quiera y como quiero
Con el hábito que ves,
entraré y saldré en tu casa;
y si saber lo que pasa,
Fulgencia, tu miedo es,
buen lance habemos echado
aventurando el honor,
que si le tuviste amor,
y me has, Fulgencia, olvidado,
no querrás que yo te vea
aprisa y con libertad.

Fulgencia:

No hay, Garcerán, necedad
que de más quilates sea
que la de un discreto.

Garcerán:

¡Ay, cielos!

Fulgencia:

Es verdad que este es don Juan,
a quien por dueño me dan.

Garcerán:

No eran sin causa mis celos.

Fulgencia:

Dios sabe lo que me debes,
Garcerán.

Garcerán:

Pues siendo así,
déjame sin honra aquí,
y mi paciencia no pruebes;
que quien llega a estas locuras,
también se sabrá matar.

Fulgencia:

No te quiero aconsejar.

Garcerán:

Mas, ¿de tu amor me aseguras?

Marín:

Si estimas de esta manera
el lugar que amor os da,
¿no veis que se correrá?
Advertid que hay gente afuera,
y que os faltará ocasión.

Garcerán:

No hará, con este disfraz.

Fulgencia:

Si en eso estás pertinaz,
aquestos mis brazos son.

Garcerán:

Y estos, señora, los míos.

Marín:

¡Bendígaos el cielo! Amén.

Garcerán:
Octavio:

¿Está aquí mi hermana?

Garcerán:

Y yo,
que la abrazo, aunque no quiera.

Octavio:

¿Quién eres?

Garcerán:

Quien antes era,
que del tejado cayó.

Fulgencia:

Pablos es mi grande amigo;
que es del colegio, y lo quiero
mucho.

Garcerán:

Y yo ando al retortero
por esto que hace conmigo.
¿Sois vos su hermano?

Octavio:

Yo soy.
Alegra mucho a mi hermana.

Garcerán:

Tan sana os la doy mañana
como yo con verla estoy.

Fulgencia:

Mucho me [he] holgado con él.

Garcerán:

Por eso vine yo acá;
que bien me estaba yo allá;
pero, en fin, vine por él.

Octavio:

¿Por mí has venido?

Garcerán:

¿Pues no?
Si él no fuera, no viniera;
que me trujo la mollera,
y sin seso me dejó.
Secose todo el azahar,
luego que faltó el abril;
descuideme del candil,
y quemóseme el pajar.
Como vi que no quedó
esperanza de provecho,
puse a la fortuna el pecho,
que este albornoz me vistió.
Aconsejome mi tío
viniese a estudiar acá;
aunque hace calor allá,
y acá tenemos el frío.
Pero todo se hará bien,
y yo saldré graduado,
como vos me deis el grado,
y yo os hurte la sartén.

Octavio:

Gracioso simple.

Fulgencia:

Extremado.
Obliga a tenerle amor.

Garcerán:

Si yo le tengo mayor.
¿qué mucho que haya obligado?

Octavio:

Dice cosas en razón.

Garcerán:

No creáis mis boberías
antes después de los días,
que os hurté la bendición.

Octavio:

Vamos a comer, hermana.

Fulgencia:

Coma el huésped con nosotros,

Garcerán:

O con ellos o con otros,
siempre me sobra la gana.
Pero de mi historia toda
no cantarán villancicos
hasta que coma los picos
de las roscas de la boda.

Octavio:

Entra; que tengo que hablarte
del contento de don Juan.

Garcerán:

¿Y a mi tío no darán
de mis buenas dichas parte?

Octavio:

¿Es ese buen labrador
tu tío?

Marín:

¿Pues no lo ve?
Yo le truje y le asenté
en el colegio, señor;
de donde espero que presto
saldrá a ser hombre de bien.

:Éntrense los dos:

Garcerán:

Todo nos sucede bien.

Marín:

Hoy la fortuna te ha puesto
donde puedes desear.

Garcerán:

Que me conserve deseo.

Marín:

¡Bien haces el bobo!

Garcerán:

Creo
que habemos hoy de engañar
algún discreto.

Marín:

¡Qué efetos
tan propios de la ambición!
Porque ya los bobos son
quien engaña a los discretos.

Garcerán:

Hoy levanto un templo Efesio
al amor.

Marín:

¡Qué bien harás!
Y su puerta honrar podrás
con las armas del Colesio.