Acto I
El bastardo Mudarra
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

 

Entren el rey Almanzor,
Viara y Galve, capitanes suyos.
ALMANZOR:

¿A mí de Ruy Velázquez mensajero?

VIARA:

Embajador, señor, puedes llamarle;
que dice que es su deudo y caballero.

ALMANZOR:

Luego será razón asiento darle.

GALVE:

Después de haber sabido a lo que viene,
podrás, si es cosa de tu gusto, honrarle.

ALMANZOR:

Entre el cristiano, pues.

Entre Bustos.
BUSTOS:

El Dios que tiene
la vida de los hombres en su mano
la tuya aumente cuanto a un rey conviene.

ALMANZOR:

Alza del suelo, embajador cristiano,
y dime a lo que vienes brevemente.

BUSTOS:

Ruy Velázquez, señor, el castellano,
aquel gallardo lidiador valiente,
en consejos de paz Pompilio Numa,
y Horacio en guerra, el defensor del puente,
con debida humildad tomó la pluma
y aquí te refirió su pensamiento;
con esto he dicho mi embajada en suma.

ALMANZOR:

Tus años, tu valor, tu entendimiento,
acreditaran, a no ser mi amigo,
deste papel el dueño y el intento.
No envidio a vuestro Conde, Alá es testigo,
la bella tierra que en Castilla alcanza,
aunque la miro yo como enemigo;
no victorias sujetas a mudanza,
ni riquezas opuestas a las furias
de lo que puede la morisca lanza;
no las montañas bárbaras de Asturias,
poderosa defensa a nuestro rayo
y sagrado laurel de sus injurias;
que tenga, sí, por capitán, por ayo,
a Ruy Velázquez, la mejor espada
que tienen las reliquias de Pelayo.
Leeré la carta, alegre a su embajada
como si el Miramamolín que adoro
me la escribiera; así su amor me agrada.

Lea aparte
BUSTOS:

Conforma ese valor con tu decoro,
que honrar el benemérito es justicia;
y como el claro sol engendra al oro,
así la honra el rey que no codicia
más alabanza que de darla el bueno.

GALVE:

¿Cómo anda por allá vuestra milicia?
¿Quedaba vuestro ejército bien lleno
de famosos soldados castellanos?

BUSTOS:

No está de aquel valor pasado ajeno;
nacieron con las armas en las manos
los hombres de Castilla, mayormente
los que son verdaderos asturianos.
¡Experiencia tenéis de nuestra gente

GALVE:

Ya he probado, cristiano, sus fronteras
y cuerpo a cuerpo más de algún valiente;
que ya pasé del Tajo las riberas,
y en las niveles del alto Guadarrama
surcaron de mi campo las hileras.

BUSTOS:

¿Tu nombre?

GALVE:

Galve soy.

BUSTOS:

Ya por la fama
te conozco y te he visto.

ALMANZOR:

Yo he leído.
¿Tú eres Bustos?

BUSTOS:

Castilla así me llama.

ALMANZOR:

¿De ese valiente brazo han procedido
los siete Infantes, de Castilla amparo?

BUSTOS:

Yo soy padre, y su maestro he sido.

ALMANZOR:

Merece eternidad tu nombre claro;
pero tu vida, aquí término breve,
si en mi interés y no en tu edad reparo:
que te mate me escriben.

BUSTOS:

No me debe
esa correspondencia mi cuñado,
ni sé cómo es tan noble y tan aleve.
Si vine de ese bárbaro engañado
por pleitos de mis hijos y su esposa,
en que ni parte soy ni estoy culpado,
tú, como rey, con mano generosa
me darás libertad, sin querer parte
en la traición de un bárbaro alevosa.

ALMANZOR:

Bien puedo yo la vida perdonarte,
pero no la prisión, Bustos, amigo,
porque es razón de estado aprisionarte.
Esto es lo más que puedo hacer contigo:
Desceñilde la espada.

BUSTOS:

A un Rey daréla,
traidor cuñado, desleal Rodrigo.
¡Qué vil es la venganza con cautela!

ALMANZOR:

Ocasión le habrás dado.

BUSTOS:

¿Yo? Ninguna.
Cosa que en mi desdicha me consuela.

ALMANZOR:

Bustos, en la que agora te importuna,
pues eres sabio y hombre generoso,
tolera con paciencia tu fortuna.

BUSTOS:

Bien sé que en ser tu esclavo soy dichoso.
Váyanse los moros
¿Por dónde comenzaré
a quejarme de mi suerte?
¿Cómo llamaré a la muerte
para que vida me dé?
Que otra libertad no sé
para que pueda vivir,
pues solamente morir
me puede dar libertad,
y aquí la mayor crueldad
es quererla diferir.
Como bárbaro del Nilo,
Ruy Velázquez se vengó;
de unas letras fabricó
para mi garganta el filo:
matóme su falso estilo.
¡Ah, pobre Gonzalo Bustos!
Mis disgustos fueran justos;
pues pudiéndolos huir,
vine a Córdoba a morir
por entre casos injustos.
Ruy Velázquez, el de Lara,
mi cuñado por mi mal,
yo necio y vos desleal,
¡quién de los dos lo pensara!

BUSTOS:

Si de vos no me fiara,
libre estaba de mis daños:
tengan la culpa mis años,
no vuestros falsos tesoros,
pues a morir entre moros
me han traído mis engaños.
¡Oh, qué mal hice en fiar
de un hombre falso ofendido!
Mi muerte misma he traído,
¿de quién me puedo quejar?
Cuántas veces al pasar
por esos valles extraños,
hablando en estos engaños
con los robles y las hayas,
me dijo el eco: "No vayas
donde son los daños, daños."
Mas las cosas desta vida,
como al fin es toda error,
pasan por este rigor
hasta su fatal caída
su vanidad advertida,
sus bienes y sus disgustos,
hasta sus límites justos,
y salir de tantos mares;
los pesares son pesares,
y los gustos no son gustos.

Entre Arlaja, mora.
ARLAJA:

¿Eres, cristiano, por dicha,
el preso del Rey, mi hermano?

BUSTOS:

Por dicha soy el cristiano,
y el preso soy por desdicha.
Dame, señora, tus pies.

ARLAJA:

Levanta, no estés ansí.

BUSTOS:

Libre estoy pues que te vi,
y así es bien que me los des.
Hazme una merced tan alta
en mis amargos sucesos;
dame esos pies, que a los presos
pies solamente les falta.
Si dije que libertad
cuanto te miré tenía,
bien dije, pues en ti vía
la imagen de la piedad.
Habemos dado en agüeros
los castellanos allá;
corta mi prisión será
si he de mirar los primeros;
que siendo la primer cosa
que después de mi prisión
he mirado, indicios son
de mi libertad dichosa.

ARLAJA:

El Rey con tanta piedad
ha tomado tu suceso,
que quiere tenerte preso
y te dará libertad;
que a no mirar su nobleza,
tu engaño y valor, Gonzalo,
ya hubieran puesto en un palo
sus ministros tu cabeza.
Y advierte con qué afición
mira tus cosas, cristiano,
pues ha dejado en mi mano
la llave de tu prisión.
Yo soy tu alcaide, y a quien
toca el aguardarte.

BUSTOS:

Y yo digo
que esta prisión no es castigo,
sino mi descanso y bien.
A la prisión que me aguarda,
que no a la gloria presente,
verás que vine inocente
si un ángel me dan por guarda.
Que, aunque eres mora, segura
la comparación parece,
pues nombre de ángel merece
la virtud y la hermosura.
¿Qué quieres hacer de mí?

ARLAJA:

Regalarte, lastimada
de tu prisión.

BUSTOS:

Disculpada
queda su traición por ti,
pues pensando hacerme daño
con esa carta fingida,
por la muerte me dio vida,
y gloria por el engaño,
¿Tienes noticia de mí?

ARLAJA:

Sé tus cosas por tu fama
y un cautivo que te ama
me cuenta algunas de ti.
Y ten por cierto que he sido
tan escasa de mi amor,
que ha deseado Almanzor
casarme, y que no ha podido.
Y que sólo tú en el mundo
me debes inclinación,
porque en la buena opinión
de las virtudes la fundo.
Yo no reparo en la edad
y juvenil gentileza:
Alma es edad, es nobleza,
hermosura y calidad.

BUSTOS:

Pienso que el cielo, y bien pienso,
de la maldad condolido
de un traidor que me ha vendido,
hoy, con su poder inmenso,
conmueve tu voluntad
para que me des consuelo,
pues solamente del cielo
viniera tanta piedad.
Siete hijos que me ha dado,
doy, señora, por fiadores
de mi obligación.

ARLAJA:

No llores,
Bustos, ni tengas cuidado;
ven conmigo.

BUSTOS:

Ruego a Dios
te pague tanta piedad.

ARLAJA:

Él te dará la libertad.

BUSTOS:

Yo la espero de los dos:
Dél por justicia, y de ti
por piedad; que una mujer
piadosa bien puede ser
cielo en favor para mí.

Vanse.


Almanzor, Viara y Galve.
ALMANZOR:

La gente ha de salir a toda prisa
de la frontera donde está alojada,
hacia los campos del Almenar marchando;
que allí me escribe Ruy Velázquez tiene
prevenido el engaño a los Infantes,
los cuales os pondrá tan fácilmente
a los dos en las manos, que un soldado,
el más vil del ejército, les pueda
derribar las cabezas de los hombros.

VIARA:

Yo, señor, presumiera que era engaño
en daño tuyo si a Gonzalo Bustos
no viera en la prisión, y a Ruy Velázquez
determinado a que le des muerte:
Amistad es, sin duda, del cristiano;
él se mueve por odio que les tiene,
y por el interés del amor tuyo.

GALVE:

Y es tan grande amistad, que si te entrego
estos siete mancebos, belicosos,
puedes creer que reinas en Castilla,
y que Garci Fernández preso tienes.
No tiene[n] más defensa sus fronteras;
no tienen más ofensa nuestros muros;
no temen otras lanzas tus soldados,
ni otra cosa la fama esparce al mundo,
ni lleva al mar en sus doradas alas,
sino el claro valor de los de Salas,
los de Lara, valientes y robustos,
hijos del capitán Gonzalo Bustos.

VIARA:

Pues un rapaz, señor, que se ha criado
como pudiera a pechos de leones,
menor que todos, y mayor en fuerzas,
cosas se cuentan dél, que el mundo admiran:
para matar a un hombre, pocas veces
saca la espada si le tiene cerca,
porque de una puñada deja impresos
los artejos del puño entre los sesos.

ALMANZOR:

No os detengáis; tomad caballos, salga
de la frontera mi lucido ejército,
y a la vega de Fabros marche aprisa,
y espere en Almenar, donde me avisa;
que yo quiero quitar siete cabezas
de la sierpe de Bustos, como Alcides,
en esos siete Infantes, o leones,
de la defensa de Castilla al Conde.

VIARA:

A Ruy Velázquez quedas obligado.

ALMANZOR:

Viara, las traiciones agradezco,
y no pago al traidor, que le aborrezco.

Éntrense, y salgan algunos de los Infantes y Ruy Velázquez.
RUY:

Mientras en Córdoba está
vuestro padre valeroso,
que ya poco tardará,
porque Almanzor generoso
querrá despacharle ya,
quiero salir con mi gente,
sobrinos, hasta Almenar,
que, como de dueño ausente,
osa el moro molestar
atrevido y insolente.
No puedo tener la espada
en ocio, porque envainada
no da honor, antes afrenta,
y agrádame más sangrienta
que con guarnición dorada;
tened por acá, sobrinos,
cuenta con mi casa y vuestra.

FERNÁN:

Aunque por valor indignos,
tío, por la sangre nuestra,
de más honra somos dignos.
Cuando vais a pelear,
limpiar y correr la tierra,
¿aquí nos queréis dejar,
vos con la espada en la guerra
por los campos de Almenar,
y nosotros envainada,
con la guarnición dorada,
que decís que no da honor,
perdiendo aquel resplandor
que da la sangre en la espada?
No, tío, que no es razón
que así no cortéis las alas.
Tío, honrad nuestra opinión;
que los Infantes de Salas
vuestra misma sangre son.
Llevad los siete soldados
que a vuestro lado tenéis;
que, aunque los llevéis honrados,
pocos tales llevaréis
ni mejor ejercitados;
ya el moro conoce a Lara,
ya sabe nuestro valor.

GONZALO:

Afrenta ha sido muy clara
tío, y perdonad, señor,
que así os lo diga en la cara.
¿Somos dueñas, que decís
que en vuestra casa quedemos
mientras al campo salís?

RUY:

Gonzalo, no hagáis extremos.

GONZALO:

Bien a quien sois acudís:
¿Tan mal se aplica al acero
nuestra condición? Si fuera,
por dicha, otro caballero
quien eso dijera...

RUY:

Espera,

GONZALO:

abrazarte quiero,
y advertid que no es dudar
de vuestro heroico valor,
que fue temor de enojar
a vuestra madre.

GONZALO:

Señor,
antes le daréis pesar
cuando nos dejéis con ella,
que es vuestra hermana, y sabéis
que de vos resulta en ella
ese valor que tenéis.

RUY:

Pues traed licencia della.

GONZALO:

No hay licencia que traer;
ya sacamos los caballos.

RUY:

¡Sobrinos!

GONZALO:

Esto ha de ser.

RUY:

Pues voy a ver qué vasallos,
—que pocos son menester
si vosotros vais conmigo—,
llevo esta vez de mi tierra
a castigar mi enemigo;
y ya que vais a la guerra,
atended a lo que os digo:
armaos y venid tras mí;
que allá os espero en la vega
de Fabros, para que allí
sepamos adónde llega
el moro.

DIEGO:

Pues quede ansí.

RUY:

Adiós, sobrinos queridos.

FERNÁN:

Tío, adiós.

RUY:

Allí os espero.

Vase.


GONZALO:

Los que no estáis prevenidos
de caballero y limpio acero,
para que salgáis lucidos,
váyanlos luego a buscar.

FERNÁN:

Tú, los que de caza tienes
querrás, Gonzalo, llevar.

GONZALO:

Dejadme aquí.

DIEGO:

¿Qué previenes?

GONZALO:

A Constanza quiero hablar.

FERNÁN:

¿Agora es tiempo de amor?
{{Pt|GONZALO:|
Antes influye valor.v

DIEGO:

Ella viene.

FERNÁN:

Allá esperamos.
Constanza entre.

GONZALO:

Mas, ¿qué sabes que nos vamos?

CONSTANZA:

Ya me lo dijo el temor.

GONZALO:

No fuera cosa decente,
cuando Ruy Velázquez parte
contra este moro insolente,
que de Lara el estandarte,
aunque está su dueño ausente,
quedara en Salas doblado.

CONSTANZA:

Bien es que le acompañéis,
digno proceder, y honrado,
de la sangre que tenéis
y del valor heredado;
pero pedir que quien ama
no tema, es pedir al sol
yelo, y a la luna, llama.

GONZALO:

No tiene el mundo español,
Constanza , de mayor fama
que Ruy Velázquez, mi tío,
y ella sola hará que el moro
fronterizo pierda el brío.

CONSTANZA:

No es ése el temor que lloro,
querido Gonzalo mío,
sino el ver las ocasiones
que con él habéis pasado;
porque, si a mirar te pones
que doña Alambra ha intentado
tantas suertes de traiciones,
verás que es justo el temor
y que no suelen ser vanas
las profecías de amor.

GONZALO:

Conozco las inhumanas
entrañas, ira y furor
de doña Alambra, mi tía;
pero en Ruy Velázquez son
de nobleza y valentía;
que es cobarde la traición,
y él no ha de hacer cobardía.
No me puedo detener;
dame tus brazos, Constanza,
que presto te pienso ver.

CONSTANZA:

¡Terrible desconfianza!

GONZALO:

Pena me das.

CONSTANZA:

Soy mujer.

GONZALO:

Y yo tuyo, muerto o vivo;
y acuérdate desde agora
que te digo y apercibo
estas palabras, señora,
puesto ya el pie en el estribo.
En ellas, y en mal tan fuerte,
la fe de mi amor advierte,
porque decirlas partiendo
es como estarlas diciendo
con las ansias de la muerte.

CONSTANZA:

Si pretendes persuadirme,
el camino de obligarme
es amarme y escribirme,
que es escribirme y amarme
tenerme obligada y firme.

GONZALO:

Haz cuenta que me apercibo
entre las armas si vivo,
mas quiriendo combatir,
¿qué ha de parecer decir:
señora, aquésta te escribo?

CONSTANZA:

Pues ¿qué le quita al valor
el enternecerse amando,
si tiene un soldado amor?

GONZALO:

Temer morir peleando,
y ser infame el temor.
Pero si de ti me privo,
libre estaré de escribir;
que en dolor tan excesivo
mal puedo ausente vivir,
pues partir no puedo vivo.
Y si ya partir es muerte,
¿qué tengo que persuadirte?
porque, siendo tal mi suerte,
no he de poder escribirte,
cuanto más volver a verte.

CONSTANZA:

¿Eso me das por consuelo?

GONZALO:

Ya los caballos, Constanza,
con los pies arando el suelo,
llaman a tomar la lanza
para levantar el vuelo.
Quédate adiós, y de mí
te acuerda.

CONSTANZA:

Sólo nací
para ser tuya.

GONZALO:

Algún día
seré tuyo y serás mía.
Lope entre

LOPE:

¿Qué haces, señor, aquí?
¿No adviertes cómo inquïeta
los caballos la trompeta?

GONZALO:

¿Salen mis hermanos?

LOPE:

Ya
galán Fernán Bustos va
blandiendo un asta jineta.
Diego González, gallardo,
con armas blancas, que cubre
un sayo amarillo y pardo,
la gentileza descubre
de quien tanta fama aguardo.
Álvaro Bustos, valiente,
en un bárbaro alazán,
armada el anca y la frente,
de un encarnado gabán
encubre el arnés luciente.
Y don Alonso, un melado
de bandas y de roeles
el paramento bordado,
con pretal de cascabeles,
lleva en halcón transformado.
Ordoño González lleva
desde la gola a la greba
de una sobreveste blanca,
en una yegua potranca
que de los vientos se ceba.
Nuño Bustos, con un sayo
verde, rige un fuerte bayo,
negro de cabos y rizo,
que es en la boca granizo,
trueno en pies y en ojos rayo.
No menos Nuño Salido:
aunque viejo, en un castaño
de moscas blancas teñido,
salió del Jordán del baño,
y así le llaman Salido.
¡Ea! ¿Qué estás esperando?

GONZALO:

Pues, Lope, dame mi overo,
puesto que me está abrasando
su envidia.

LOPE:

¡Oh, buen caballero,
la fama te está mirando!
Éntrense, y salgan Ruy Velázquez, Viara y Galve.

VIARA:

La belicosa gente que tenía
en la frontera, Ruy Velázquez noble,
moví con la presteza que debía.

GALVE:

No es noble el que hace aqueste trato doble.

VIARA:

Es toda tan lucida infantería,
que puede al mundo resistir inmoble,
y los caballos cada cual pudiera
llevar a Marte por su clara esfera.
Esto manda Almanzor, mi Rey supremo,
y esto obedezco por servicio tuyo.

RUY:

Cuando no fueran buenos en extremo
—que lo conozco yo del valor suyo—,
aquí no hay qué temer.

VIARA:

Yo a nadie temo,
y de tu sangre y tu lealtad arguyo
que no hicieras a Bustos este daño
si fuera tu intención ardid y engaño.

RUY:

¿Por qué no le ha cortado la cabeza
vuestro rey Almanzor a mi cuñado?

GALVE:

Parte ha sido piedad, parte nobleza;
pero él está bien preso y maltratado:
No dudes que le mate la tristeza,
invisible cuchillo a un desdichado;
que en casos tales, en rigor tan fiero,
tanto corta el dolor como el acero.

RUY:

Mis sobrinos sospecho que han venido,
que siento algún rumor entre la gente.

VIARA:

¿Dónde estaré, Velázquez, escondido?

RUY:

En el pinar que estás mirando enfrente.
Yo te pondré los siete en tal partido
que puedas degollarlos fácilmente.

GALVE:

¿Qué gente traen?

RUY:

Poca y mal armada.

VIARA:

Como corderos teñirán mi espada.

Éntrense, y salga Nuño, los Infantes y Lope.

NUÑO:

Que os volváis os aconsejo,
hijos, desde aquesta vega;
que los agüeros que he visto
me han dado mortales señas.
Sobre aquella ruda encina
una corneja siniestra
cantaba en voz dolorosa
sus lastimosas endechas.
Allí la región del aire
de gotas de sangre siembran
siete palomas, heridas
de aquel águila soberbia.
Mirad en aquellas hayas
una trabada pendencia
de dos pájaros celosos
que los cuellos se atraviesan.
Coronado salió el sol
de rojas nubes sangrientas,
con que, entristecido el aire,
volaba con alas negras.
Todas las aves lo son,
que a trechos saltando vuelan
delante de los caballos,
que van bufando de verlas.
En ese vecino arroyo,
que estas vegas atraviesa,
se le cayó a Gonzalico
de las armas una pieza.
Hijos, no hay pasar de aquí;
todo caballero vuelva
a Salas o a Barbadillo.

GONZALO:

¡Qué bajeza, qué vergüenza!
Nuño, ¿tú nos has criado?

NUÑO:

Gonzalo, ¡nunca Dios quiera
que yo os aconseje infamias,
ni vergüenzas, ni bajezas!
Yo os he enseñado las armas,
y en el ejercicio dellas
no fui el postrero jamás.

LOPE:

En vano los aconsejas;
mayormente con agüeros
reprehendidos por la Iglesia,
contrarios a nuestra fe
y a toda intención discreta.
¿Qué importa que los mochuelos,
los búhos y las cornejas,
canten o lloren aquí,
ni salten las aves negras?
Que ellos cantan porque tienen
picos y gargantas bellas,
vuelan porque tienen alas,
saltan porque tienen piernas.
Ea, señores, caminen.

NUÑO:

Lope, no es bien que te atrevas,
siendo un escudero vil,
a contradecir mis quejas.

LOPE:

Honrado montañés soy,
nací en el solar de Vega
y no he de volver atrás.

GONZALO:

Mejor es que tú te vuelvas,
Nuño, que estás viejo ya
para cosas de la guerra.

DIEGO:

Sí, Nuño, vuélvete a Salas;
toma el báculo y las cuentas.

NUÑO:

¿Queréis que me vuelva?

TODOS

Sí.

NUÑO:

Pues yo me vuelvo.

LOPE:

Y aciertas.
Váyase Nuño.

FERNÁN:

Viejo está Nuño Salido.

LOPE:

Como la sangre se tiempla,
vanse perdiendo los bríos.

Entren Ruy Velázquez, Mendo y soldados.

RUY:

Sobrinos, enhorabuena
hayáis venido gallardos
a defender vuestra tierra.
¡Oh, qué valientes soldados,
qué talles, qué gentilezas!
¿Qué moros han de aguardar
desde el instante que os vean?
Paréceme que volvéis
cargados de las riquezas
de los cordobeses moros;
ya por relación os tiemblan.
¡Oh, cómo habéis de llevar,
para cuando Bustos venga,
de siempre verde laurel
coronadas las cabezas!
Dadme todos vuestros brazos.
¡Cuánto me holgara que os viera
el Conde Garci Fernández!

FERNÁN:

Siendo todos sangre vuestra,
y la empresa a que venimos
no menos que santa empresa,
seguros, señor, estamos
de que tan bien nos suceda,
que a vuestra esposa llevemos
mil riquezas desta guerra.

RUY:

Gonzalo, ¿cómo venís?

GONZALO:

Como quien sólo desea
serviros.

RUY:

Vos sois la honra
de Lara.

GONZALO:

Y vos sois la nuestra.
Vuelve Nuño Salido

NUÑO:

No me sufre el corazón
que con tan tristes sospechas
desprecie quien he criado.

RUY:

Vuestro ayo, ¿a dónde queda?

FERNÁN:

Volvióse el viejo, señor,
porque dice que recela
algún mal de vuestro enojo.

RUY:

¿Qué baja intención es ésa?
Siempre Nuño me es contrario;
mas ¿qué mucho, si en las venas
tiene tan infame sangre?

NUÑO:

Yo les dije que volvieran
con sospecha de traición,
no porque cobarde sea;
y esas palabras, Rodrigo,
parecen mal en ausencia,
porque miente el que dijere
que a mí me falta nobleza;
viejo soy, fáltame sangre,
pero la que tengo es buena.

RUY:

¿Esto sufrís, caballeros
de mi casa?

MENDO:

Aparte.
¡Muera!

GONZALO:

Eso no, que me he criado;
ten la espada lisonjera,
Mendo; que desta puñada
pondré tu cuerpo en la tierra.

RUY:

¡Ah, Mendo! ¡Gonzalo!

MENDO:

¡Ay, ay!

FERNÁN:

Matóle de un puño.

GONZALO:

¡Afuera!

RUY:

No, sobrinos, eso no,
tened las espadas quedas;
ya es muerto Mendo; ¿qué importa?
puesto que dello me pesa,
no haya más, Nuño Salido;
prosigamos con paciencia
lo que importa a nuestro honor.
Tocan.
Las cajas moriscas suenan;
la gente voy a ordenar;
tomad, señores, la vuestra,
y acometamos al moro;
que no es tiempo de pendencias.
Váyase

FERNÁN:

A ordenar la gente va.

DIEGO:

Ya el moro sale a la vega
del pinar de aquellos montes.

GONZALO:

¡Lucida gente!

LOPE:

¡Soberbia!

NUÑO:

¡Ay, hijos, mucha parece!

LOPE:

¡Oh, cuánta blanca bandera
por entre las ramas sale!
¡Oh, cuánta lanza jineta!

NUÑO:

Hijos, vendidos venís,
que ya el ejército os cerca:
¿Estos son los pocos moros?

DIEGO:

Y ¡vive Dios, que se aleja
Velázquez y que parece
que los suyos no pelean!

NUÑO:

¿Era bueno mi consejo?
Pues, hijos, lugar os queda
para que podáis huir.

GONZALO:

Y ¿qué dirá cuando vuelva
Velázquez a Burgos, padre?

NUÑO:

¿La verdad no tiene fuerza?

GONZALO:

Tiene fuerza de verdad,
pero muchas veces queda
de la mentira oprimida,
y entretanto la inocencia
padece.

NUÑO:

Tente, Gonzalo.

GONZALO:

¡No el honor, la vida muera!
Suene la guerra,
y salga Ruy Velázquez

RUY:

Agora me pagaréis
villanos hijos de Bustos,
tantos disgustos injustos
como a doña Alambra hacéis.
Quien ofende y se asegura,
a la venganza se allana;
los campos de Arabiana
serán vuestra sepultura.
Quede este escuro pinar
de vuestra sangre teñido;
que no ha de cubrir olvido
que me he sabido vengar.
Cercados los tienen ya;
bravamente se defienden;
que el ver la muerte que entienden,
mayor ánimo les da.
¡Cómo discurre sangriento
Gonzalillo a todas partes
por los moros estandartes!,
mas son diez mil para ciento.
Ea, doña Alambra, baña
en esta sangre tu pecho;
que esta venganza te ha hecho
segunda Cava en España.

Suene la guerra,
saliendo los moros con ellos peleando,
y después Lope.

LOPE:

Ya que tan cierta es la muerte
destos pobres caballeros,
¿qué aguardáis, viles aceros,
donde su sangre se vierte?
Mas si vuelvo a pelear,
y con ellos muerto aquí,
la verdad se entierra ansí,
nadie la podrá contar.
Conviene, pues, al honor
de los Infantes de Salas,
que me dé el aire sus alas,
sus espuelas el temor.
Siempre en batallas se halla
un mensajero que lleva
la nueva, y a dar la nueva
salgo yo de la batalla.
Ello no es de montañés;
mas que yo no muera aquí
debe de importar ansí
si tengo de hablar después.

Torne la guerra, y salga Gonzalo,
todo sangriento, con la espada desnuda.

GONZALO:

¿Adónde estás, vil cobarde?
Ven a beber sangre, ven,
pues te has vengado tan bien,
aunque te has vengado tarde.
Autor de hazañas tan bellas,
ven, mátame cara a cara,
que, aunque de espaldas te hallara,
también la tienes en ellas.
Sangre de Lara hay en ti;
ven, infame caballero;
sacarétela primero;
mas no haré, que huirás de mí.
¡Muerto soy! ¡Ay, padre mío!
¡Ay Sancha, querida madre!
Recibe, mi amado padre,
este abrazo que te envío
y dame tu bendición.
¡Oh, qué bien, prima Constanza,
me partí sin esperanza,
sospechando esta traición!
¡Ay, si me vieras mortal,
pero en mi mortal porfía!
¿Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal?
¿Dónde estás, que no te duelen
estos miserables casos,
como en los últimos pasos
las dulces amantes suelen?

GONZALO:

¿No te dice el alma el mal
que estoy padeciendo agora?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal;
pero deslealtad en ti,
que la presuma no es bien;
callar el alma también,
será porque vivo en mí.
Yo me acuerdo que en pensar
que apartaban nuestras vidas,
de mis pequeñas heridas
compasión solías tomar.
Yo soy tu primero amor,
tu esposo, Constanza, fui;
que aunque no te merecí,
ya merecí tu favor.
Mil veces te vi llorar
por heridas desiguales,
y agora, de las mortales
no tienes ningún pesar.
Mas, ¿en qué estoy divertido,
y en ocio infame las manos?
ya faltan mis cuatro hermanos,
ya murió Nuño Salido.
¡Ánimo, valiente espada,
más a morir que a matar,
para acabar de vengar
una mujer enojada!

Váyase.

Entren Constanza y Lambra.

CONSTANZA:

Esto dicen por ahí.

LAMBRA:

Pues, Constanza, no lo creas
hasta que cierto lo veas.

CONSTANZA:

Basta ser mal para mí.

LAMBRA:

Cuando no los amparara
Ruy Velázquez, mi marido,
¿quien pudiera haber vencido
a los Infantes de Lara?
Corrillos vulgares son,
que, como ves, profetizan.

CONSTANZA:

Mucho me melancolizan.

LAMBRA:

Ya muestras mucha pasión.

CONSTANZA:

Pues dame que sean muertos,
que tú me verás más clara.

LAMBRA:

Sangre tengo yo de Lara,
y no digo desconciertos.

Entren Ruy Velázquez y soldados.

RUY:

¿Puede un hombre con victoria
merecer tus brazos?

LAMBRA:

Sí;
porque tengo puesto en ti
toda mi corona y gloria.

RUY:

Tú has vencido, y tuya es.

LAMBRA:

Dime cómo.

RUY:

Ya murieron
los que el agravio te hicieron.

LAMBRA:

No brazos, dame los pies.

RUY:

Más he menester los brazos.

CONSTANZA:

¿Quién queda muerto, señor?

RUY:

Los villanos de mi honor,
hechos del moro pedazos.

CONSTANZA:

¿Son los Infantes?

RUY:

Pues ¿quién?

CONSTANZA:

Luego tú los has vendido.

RUY:

¿Estás loca?

CONSTANZA:

Ellos lo han sido.

RUY:

Y tú, Constanza, también.
¿Sabes lo que dices?

CONSTANZA:

Sí,
pues, contra el justo decoro,
tu sangre has vendido a un moro,
y en ella muértome a mí.

RUY:

De escuchar me maravillo
las palabras de tu boca.

LAMBRA:

Déjala; que estaba loca
de amores de Gonzalillo.

RUY:

Porque es locura el amor,
dejo de pasarte el pecho.

CONSTANZA:

Con las traiciones que has hecho,
no puede ser la mayor.
¡Ah, infamia de los de Lara
véngueme el cielo de ti!

RUY:

¿Mataréla?

SOLDADOS:

¡Huye de aquí!

CONSTANZA:

¡Ojalá que me matara!

RUY:

Llevadla de aquí, soldados.

CONSTANZA:

Llevadme a Salas, señores.
Llévenla.

LAMBRA:

Si sabes que son de amores
los yerros más disculpados,
perdona su desatino.

RUY:

¿Era bien que esto dijera
cuando más loca estuviera?

LAMBRA:

Pónganla luego en camino;
que si te digo verdad,
de Gonzalo está preñada,
y allá en secreto casada.

RUY:

Pues pague su liviandad.

LAMBRA:

Dime, mis ojos queridos,
¿que ya Gonzalillo es muerto?

RUY:

Los cuerpos tiene el desierto
por el arena esparcidos,
y las cabezas, los moros
llevan a Córdoba.

LAMBRA:

Aquí
me trae la nueva a mí
ricos y alegres tesoros.
No te he visto más galán
desde que soy tu mujer.

RUY:

¡Oh, lo que puede un placer!

LAMBRA:

Mis brazos te lo dirán.

SOLDADOS:

Ya va camino Constanza.

LAMBRA:

No hay cosa de mayor gusto
que vencer un pleito injusto
y acabar una venganza.

Váyanse.

Entren Gonzalo Bustos y Arlaja.

ARLAJA:

¿De qué son tantas tristezas
y tantos temores vanos?

BUSTOS:

Puesto, Arlaja, que esas manos
han hecho tantas grandezas
para mi gusto y consuelo,
advierte que el alma siente
verme de mi casa ausente.

ARLAJA:

Y ¿aquí no te cubre el cielo?
¿Es, por ventura, prisión
ésta en que estás?

BUSTOS:

Es verdad;
y la mayor libertad,
ser preso de tu afición.
Mis hijos me dan cuidado.

ARLAJA:

Presto le tendrás de mí;
que, aunque soy quien soy, de ti
todo mi honor he fiado.
Celos me dan de que estés
triste por tus hijos.

BUSTOS:

Son
tan dignos de mi afición,
como lo verás después
que a Córdoba llegue alguno;
que pienso que vendrá aquí,
y éste que tengo de ti
aún es agora ninguno;
pues mientras a luz no sale,
Arlaja, no obliga a amor.
Galve entre.

GALVE:

Bustos, el Rey mi señor,
—que no hay cosa que no iguale
la virtud y la nobleza—
quiere que comas con él.

BUSTOS:

La mucha que vive en él
puede ilustrar mi bajeza.
Pero ¡el Rey con un cautivo!...
Mira si el nombre has errado.

GALVE:

Digo que a ti me ha enviado.

BUSTOS:

Notable merced recibo;
yo voy, Arlaja.

ARLAJA:

Y yo creo
que hoy te dará libertad.

BUSTOS:

Muévase el cielo a piedad
de la pena en que me veo.
Váyase

ARLAJA:

Pienso, Galve, que adivina
el cristiano su desgracia.

GALVE:

¿Qué le has dicho?

ARLAJA:

Hele encubierto
su desdicha y tu jornada.

GALVE:

Bien has hecho.

ARLAJA:

No he querido
darle nueva tan amarga,
aunque me la dijo el Rey.

GALVE:

Fue una cosa notable, Arlaja
ver del modo que el traidor
con los siete Infantes marcha
hasta la vega de Fabros,
donde luego, yo y Viara
de un pinar salimos juntos
con la gente más gallarda
que el Rey tiene en sus fronteras,
hecha una selva de lanzas.
Un viejo entonces, que dicen
que fue el ayo que criaba
estos malogrados mozos
en las letras y en las armas,
a voces dijo: "¡Traición!";
Mas no volvió las espaldas;
que de nuestra sangre y suya
vio presto rojas las canas.
Cercámoslos mucho tiempo,
después de una gran batalla,
donde de hambre murieran,
dando por victoria infamia.
Llevámosles de comer;
que aun pienso que lastimaban
a sus propios enemigos,
que lo malo a nadie agrada.
Mas Ruy Velázquez entonces,
puesta la mano en la barba,
juró que a Almanzor diría
la inobediencia y la causa.
Temimos, y así vendidos,
desnudó un moro la espada,
y les cortó las cabezas;
pero un mozo a quien llamaban,
por la braveza y la edad,
el menor de los de Lara,
arremetió con el moro,
y le dio tan gran puñada
que los sesos y los dientes
a un mismo tiempo le faltan.
Hizo antes de morir
tan estupendas hazañas,
que no lo fueran mayores
de un fiero león de Albania.

ARLAJA:

Ya salen.

GALVE:

¡Breve comida!

ARLAJA:

Si ha sido la pena larga,
no te espantes.
Entren el Rey, Gonzalo y Viara.

BUSTOS:

Ya, señor,
faltan a mercedes tantas,
como servicios, razones,
como méritos, palabras.
Pero dame confusión
ver que acá fuera me sacas,
diciendo que quieres darme
el postre si alguno falta.

ALMANZOR:

Sábete, Gonzalo Bustos,
que en campos de Arabïana
he tenido una victoria
de una sangrienta batalla.
Ocho cabezas me trujo
hoy mi general Viara,
y querría conocerlas;
que dicen que son de Salas.

BUSTOS:

Si de Salas son, señor
y fueron de gente hidalga,
¿quién duda que a mí me toquen,
pues ya me tocan el arma?
Ya me dice el corazón,
que en vez de palabras salta,
que hay por aquí sangre mía.

ALMANZOR:

Corre esa cortina, Arlaja.
Descúbranse en una mesa las ocho cabezas,
con la invención que se suele, en ocho partes.

BUSTOS:

No en vano el alma, como a veces suele
alegrar cuando vienen regocijos,
todo hoy, adonde más la sangre duele,
pronosticaba casos tan prolijos.
No he menester que mucho me desvele;
mis hijos me parecen, ¡ay, mis hijos!
¡Ay, plantas mías, sin sazón cortadas!
¡Ay, dulces prendas, por mi mal halladas!

ALMANZOR:

Aquel sangriento paño descogiendo
con mil sospechas de amor nacidas,
una cabeza y otra revolviendo,
de polvo y sangre, y de dolor teñidas,
está Gonzalo Bustos conociendo
las joyas que, de alma conocidas,
les dice entre sus lágrimas bañadas:
¡Ay, dulces prendas, por mi mal halladas!

BUSTOS:

¡Ay, hijos, por cuál orden y gobierno
habéis venido a semejantes daños!
¡Ay, gloria de mis canas, que en eterno
luto y dolor volvéis mis blancos paños!
¡Ay, mi Gonzalo! ¡Ay niño hermoso y tierno!
¡Ay, verdes robles, malogrados años!
¡Ay, flores, a la siesta desmayadas!
¡Ay, dulces prendas, por mi mal halladas!
Nuño, ¿esta cuenta de mis hijos distes?
Pero diréis que estáis con ellos muerto,
con que la noble obligación cumplistes,
y que les distes buen consejo es cierto.
Mejor fuera que aquí mis ojos tristes,
en lugar de las lágrimas que vierto,
vertieran sangre; pero ¿cuál herida
será mayor que aborrecer la vida?
Fernando, Álvaro, Ordoño, Alonso, Diego,
Nuño, y vos, mi Gonzalo de mis ojos,
no me culpéis si con la vida llego,
y la boca, a besar vuestros despojos;
que no morir es por vengaros luego,
y porque algunas veces los enojos
de un gran dolor suspenden a la muerte,
que busca un hombre y halla un mármol fuerte.
Yo juro por la ley que adoro y creo,
si tengo libertad, y acaso alcanza
la vida a la ocasión como al deseo,
de hacer en el traidor justa venganza.
¡Qué buenas nuevas, Sancha y buen empleo
de nuestra sucesión, casa, esperanza,
solar, hacienda y apellido! ¡El cielo
ponga en tu luto y lágrimas consuelo!

ALMANZOR:

¡Bustos!

BUSTOS:

¡Señor!

ALMANZOR:

El caso lastimoso
mueve las piedras, y de suerte mueve,
que siendo tu enemigo, mi piadoso
pecho a tu fuego tierno llanto llueve.
No te quiero mirar tan doloroso;
pague el ser hombre lo que al hombre debe;
vete a Castilla, Bustos y consuela
tu casa, que a tu solo amparo apela.
Ya me pesa en el alma desta empresa;
mandéla sin haberte conocido,
y bien creerás, Gonzalo, que me pesa,
pues que llego a llorar de enternecido.
Váyase el Rey y su gente.

BUSTOS:

¡Terribles son los postres de tu mesa!
¡Nunca hubiera yo en Córdoba comido!
Todo cuanto me has dado es sangre mía;
a mi costa comí tan triste día.

ARLAJA:

¡Gonzalo mío, yo no acierto a hablarte!

BUSTOS:

Ni aciertes, ni hables, si obligarme quieres.

ARLAJA:

¿Qué te diré, si tengo un bien que darte,
que ha de ser viva imagen de quien eres?

BUSTOS:

Si hembra parieres, tocará a tu parte
aquí la cría; y si varón parieres,
envíale a Castilla en siendo grande,
a que mi haciendo y mis vasallos mande.
En Córdoba hay cautivos sacerdotes;
dale bautismo, así te ayude el cielo.

ARLAJA:

¡Ay, mi Bustos!

BUSTOS:

Por Dios, que no te alborotes
mi alma con doblar mi desconsuelo,
y así es mejor que mi paciencia notes
cuando parece que el infierno, el suelo,
y cuanto tiene el mundo, me castiga.

ARLAJA:

Quiero callar, pues el dolor me obliga.

BUSTOS:

Esta sortija, como ves, divido;
dale esta parte al hijo que naciere;
será de mí por ella conocido
si, como ya te dije, varón fuere.

ARLAJA:

Paciencia al cielo en tantos males pido.

BUSTOS:

¡Dichoso aquel que en sus desdichas muere!

ARLAJA:

Venenos, brasas hay, si no hay espadas.

BUSTOS:

¡Ay, dulces prendas, por mi mal halladas!

FIN DEL SEGUNDO ACTO