El arre del filósofo
Caminaba por las orillas del Tajo, caballero sobre un alto y brioso alazan, un célebre filósofo moderno de los de ciento en boca. La suya principió á hacerse agua á la vista de un frondoso y corpulento cerezo, de cuyas altas ramas pendia apiñada,
roja y apetecible la delicada fruta de aquel árbol precioso. El diablo de la gula tentó á nuestro hombre; miró á su rededor por ver si le observaban, aproximó el caballo, afianzó un pie en el estribo, levantó el otro, y en un santiamen se encontró los piés sobre la silla y las manos en las ramas mas altas estrujando cerezas.
En esta situacion, y cuando parecia que estaba trabajando para levantarse á las nubes, pensó un momento en el peligro que corria, y dijo gritando:—Diablo, si pasase alguno y le ocurriese decir, arre.—Apenas pronunció esta última palabra, cuando el animal, creyendo obedecer á sa amo, tomó el trote, y cataplum, el pobre filósofo midió el santo suelo con su cuerpo, rompiéndose las muelas.