Los que hablan en ella son los siguientes:


EL REY

LA REINA

LA INFANTA (LEONORA)

NÍSIDA, dama

CELAURO, infante

EL DUQUE, padre de Nísida

LEÓNIDO

ROSELA, niña

UN MAESTRO DE DANZAR

UN MÚSICO

CUATRO GRANDES

UN PASTOR VIEJO

CELANDINO, criado

TRES CRIADOS

CABALLEROS que acompañan a la INFANTA y gente


 No salgo a pedir que callen,
 no a pedir silencio vengo,
 que ya no se halla en España
 ni en los más remotos reinos.
 Ya en los alcázares sacros,
 ya en los cristalinos cielos,
 ya en los siete errantes signos,
 ya en todos cuatro elementos,
 ya en cuanto Telus ocupa
 con su manto escuro y negro,
 ya en los astros luminosos,
 ya en los palacios de Febo,
 ya en los campos, ya en los prados,
 ya en los lugares plebeyos,
 ya en los más peinados riscos,
 ya en los más desiertos yermos,
 ya en las plazas, ya en las calles,
 ya en las ventas, ya en los pueblos,
 ya en las fuentes, ya en los ríos,
 ya en los jardines, ya en huertos,
 ya ni en los cerúleos mares,
 ya ni en casas, ya ni en templos,
 ni en cuanto hay del Gange a Atlante,
 ya no se hallará silencio.
 ¡Ah omnipotente fortuna,
 y cómo es fácil tu crédito!
 ¡Ay cielo voluble y móvil!
 ¡Ay triste siglo del hierro!
 ¡Ay hambre sedienta de oro,
 a cuántos hidalgos pechos
 tu cruel maldad incita
 a hacer negocios bien feos!
 ¡Ay vengativas discordias!
 ¡Ay pálido y torpe miedo!
 ¡Ay trabajos! ¡Ay desdichas!
 ¡Ay amor! ¡Ay duros celos!
 ¡Ay gran máquina del mundo!
 Mas... ¡ay licencioso tiempo,
 con qué ligereza pasas
 y cuán veloz es tu vuelo!
 ¡Cómo encumbras al humilde
 y humillas al altanero,
 descasas a los casados
 y cautivas los solteros!
 Quitas mujer, das amiga.
 Mas... ¿cómo es posible, tiempo,
 que olvides discretos pobres
 y quieras a ricos necios?
 ¡Ay silencio de mi alma!
 Quédese aquesto en silencio,
 que yo callaré verdades
 bien a costa de mi pecho.
 Murió el silencio ya, en fin,
 ya, en fin, el silencio es muerto.
 Envidiosos le mataron,
 que ¿a quién no mataran ellos?
 Crédito, fortuna, amor,
 trabajos, desdichas, celos,
 oro, bien, necesidad,
 discordia, maldades, miedo,
 mundo, temor, cielo y tierra,
 mujeres, máquinas, tiempo,
 envidia, discretos, pobres,
 casados, ricos y necios,
 todos estos le mataron,
 y aquesto sé por muy cierto.
 Y si queréis saber cómo,
 estadme mi poquito atentos.
 Cuando en descanso apacible,
 en grave y profundo sueño,
 en el silencio y aplauso
 de la muda noche en medio,
 los humanos dan reposo
 a los miserables cuerpos,
 cual si el licor de la Estigia
 o el agua del río Leteo
 los hubiera ruciado
 ojos, sienes y celebros;
 cuando, al fin, descansan todos,
 y yo solo triste peno,
 por medio de una ancha calle
 vi venir un bulto negro,
 y entre un susurrar confuso,
 algunos suspiros tiernos.
 Detuve el paso, paréme,
 harto temeroso el pecho,
 inquieto el corazón,
 erizados los cabellos.
 Ya que estuvieron más cerca,
 vi cuatro enlutados cuerpos
 con grillos y con cadenas,
 todos cargados de hierro.
 Llevaban cuatro mordazas,
 y al mísero son funesto,
 mil tristezas, mil gemidos,
 ansias, congoja y lamentos.
 Sustentaban en los hombros
 tina ancha tabla o madero,
 traída del sacro Gárgano,
 sin duda para este efeto.
 Iba de diez mil heridas
 un hombre pasado el pecho,
 y en cada herida tina lengua,
 y a un lado aqueste letrero:
 Éstas me dieron la vida,
 y aquestas lenguas me han muerto.
 Era la noche tan clara,
 cual si la aurora en el cielo,
 con su lámpara febea,
 luz diera a nuestro hemisferio,
 de suerte que pude ver
 todo lo que iré diciendo.
 Iba al otro lado escrito
 aqueste epitafio en verso:
 Bueno me ha dejado el tiempo,
 y para mejor decir,
 con tiempo para morir,
 y para vivir sin tiempo.
 Llevaba un purpúreo lustre,
 un hermoso rostro bello,
 que le juzgara por vivo,
 a no saber que iba muerto.
 No pude saber quién era,
 y deseando saberlo,
 lleguéme más, y en la boca,
 llevaba escritos dos versos:
 Aquí yace mi ventura,
 y aquí dio fin el silencio.
 De una novedad tan grande
 quedé admirado y suspenso,
 y por saber lo que fuese
 quise ver el fin postrero.
 Fueron saliendo hacia el campo,
 y al fin me salí tras ellos,
 y entre unos sombrosos árboles,
 de hojosas ramas cubiertos,
 cuyas levantadas cimas
 competían con los cielos,
 adonde nace una fuente
 y despeña un arroyuelo,
 que con raudo remolino
 hace un sonoroso estruendo,
 sobre una nativa piedra
 pusieron el triste cuerpo,
 y encima dél muchos ramos,
 colocasia y nardo bello,
 sagrado mirto y laurel,
 y acanto florido en medio.
 Y con yesca y pedernal
 otros, encendiendo fuegos,
 donde aplicaban olores,
 quemando encienso sabeo,
 al fin le dieron sepulcro,
 y después de todo aquesto,
 ocho funerales hachas
 sobre el sepulcro pusieron.
 No pude esperar a más,
 porque ya iba amaneciendo,
 y el ánimo no era tanto
 que no le venciera el miedo.
 Yéndome, pues, a mi casa,
 vi llevar algunos presos,
 por indicios desta muerte
 condenados a tormento.
 Vi que la justicia andaba
 grande información haciendo
 por saber quién le mató,
 y nunca se ha descubierto.
 Esto está en aqueste estado:
 todos me tengan silencio,
 porque el primero que hablare
 he de decir que le ha muerto.