Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El a b y el c d.

Pedia un rey aun canónigo que renunciase su prebenda con la conocida intención de proveerla en un caballero de la corte. El canónigo, que se hacia el desentendido, se vio por último tan acosado, que dijo un dia al rey:

— Señor, hace cuarenta años que estoy estudiando el abecedario, y soy tan torpe que no he podido aprender todavía el a b. Si esto es así, ya comprende V. M. que no es fácil haya llegado al c d, letras, según mi juicio, imposibles de aprender.

— No las aprendas, contestó el rey, que yo me doy por satisfecho.