El Virrey de las indecisiones: 2

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

II

Media noche era por filo en la del 25 de Julio de 1809 cuando el Virrey de la Victoria levantaba su cabeza encanecida de entre el fárrago de papeles esparcidos y desbordando de su mesa de trabajo, en el despacho del antiguo Alcázar de los Virreyes. No hemos podido averiguar si es que las virtudes desterradas del viejo mundo se refugiaron en el nuevo, ó acaso rebalsando abundancia en España arribaron, pues en corto tiempo llegaba al Perú un «Marqués de la Concordia», el «Conde de la Lealtad» aquí, otro «Marqués de la Fidelidad» á Lima, títulos y virtudes descollantes que naufragaron antes de llegar á Méjico y Nueva Granada. La verdad es que agraciado con título de Castilla, el penúltimo virrey eligió el de «Conde de Buenos Aires». Otro de nuestros ilustrados profesores de la misma antigua Universidad citada, el ilustre jurisconsulto doctor Estéves Saguí, inolvidable presidente en la municipalidad, nos escribía: «No llegó á usar Liniers en el título agraciado la designación de su preferencia, y en verdad que en esos tiempos bien lo merecía, pues no se lo dejó usar el Cabildo, que alzándose con el santo y la limosna á todo un rey de España replicó: «No podemos permitir se dé ese título en detrimento de los derechos de la ciudad de Buenos Aires».

Diarios, oficios, cartas, notas, periódicos, impresos, manuscritos y aun anónimos que releyendo á solas trasformaban la cabeza de Liniers en un horno, formábanle atolladero sin salida en que se abismaba, en la misma sala de que poco antes había despachado con cajas destempladas al marqués de Lassenay, quien en nombre del gran francés venía á tentarle á él, francés, antes que general español, ofreciera su virreinecía bajo la protección del gran usurpador.

Sucesivamente acababa de leer:

De Fernando VII cuya proclamación no hacía mucho presidiera, y de sus adoradores que clamaban por Fernando el Deseado: «No haga caso de lo que hacen decir á papá, pues está chocho, y el privado Godoy lo tiene embrujado. Yo soy el rey aclamado por mis fieles vasallos». En otro, de data anterior: «No den oídos á Fernandito, cuya truhanería es capaz de vender la misma madre que lo parió. Fui forzado á la abdicación. Soy el rey por derecho divino». — Carlos IV.

Otro recorte de Gaceta vieja aludía al «tuerto Pepe Botellas», menos tuerto y menos botella que el último virrey Cisneros, mandado como de encargo: «Yo soy el rey por derecho del amo del mundo, que San Napoleón impera en la tierra más que Santiago en el cielo».

En las Juntas que nunca comulgaron juntas, pues cada provincia levantó una, la central de Madrid, de Sevilla, de Cádiz, de Galicia y hasta del último rincón de España, cuando á la afligida madre Patria apenas restaba un pedacito de isla, cada alcalde repetía: «Cuidadito con dar cumplimiento á lo mandado por esos cuatro gatos, ó leones, que desde la isla de León rugen, sin haber hecho nunca otra cosa».

Y esto, mar por medio, que de más cerca, cierta amulatada Carlotita, más fea que un susto, como que oficial de palacio hubo prefiriera caer en chirona, antes de caer en sus reales brazos, venida de perder un reino en Portugal, próxima á perder la corona, que en cuanto á la vergüenza la había perdido por todas partes, comunicaba: «Puesto que señor padre ha renunciado la corona de todas las Españas, y el hermanito Fernando está á perder la cabeza, que juicio nunca lo hubo, me sacrificaré únicamente por conservar la herencia de familia, aunque preciso sea reembarcarme para el Plata, anticipándome pleito homenaje y acatamiento á la aclamación de única regente en todos los dominios de América».

Elío, murmuraba desde Montevideo: «Soy el virrey, no ése que, verdadero franchute, se atreve á deportar ricos y encumbrados españoles». Todavía más inmediato, los partidarios de Alzaga, rey en mientes, Martín I, repetían en coro: «Esto es venta. ¡Abajo el francés y los afrancesados!»

Dentro del mismísimo Fuerte, el coronel de Patricios, Saavedra, encabezando los criollos, susurraba al oído de Liniers: «Dejaos de vacilaciones. El pueblo que conducisteis á la victoria os aclama sobre toda autoridad. Confiad en sus fuerzas, que respondo á su nombre os sostendrá contra todo viento y marea, como lo probó el primer día de este mismo año. Salgamos á la plaza, y en ella seréis aclamado única autoridad en pie, sobre la del rey, de rodillas en Bayona.»

¡Ni las tentaciones de San Antonio!

Todavía Huidobro, el general de más alta jerarquía, también virrey propuesto por una de tantas Juntas, desprendida avanzada en observación, husmeaba desde la otra banda el mal cariz que iban tomando las cosas en ésta, acentuando recelos del otro flamante virrey «in partibus», Cisneros...

¡Tal batiburrillo capaz era de marear á hombre de más cabeza que Liniers! ¿Qué hacer en medio de la corriente cuando de los cuatro puntos del horizonte soplaban vientos encontrados sobre el Plata? Fácil es seguir si se presenta el camino recto del deber, pero llegados á la bifurcación ¿cuál será la senda de la verdad?

Vivo ejemplo el virrey de las vacilaciones que tradicionamos!

Aquella fué su noche triste, tan afligida como la de Cortés en México. Más de una tenebrosa noche de tribulaciones le rodearon, como ésta del día de sus días, Santiago, patrón de España y de su nombre.