El Tempe Argentino: 39

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


III. editar

El rey de los buitres, el urubú, el aura y el cóndor


Los agentes que en el reino animal parecen principalmente encargados de la limpieza, sustrayendo a la putrefacción todo viviente que expira o perece sobre el suelo, son las aves designadas con el nombre genérico de buitres; razón por la cual existen en todas las comarcas, bajo todos los climas. Inclinados a nutrirse de cuerpos muertos, carnes corrompidas e inmundicias de toda especie, libran la atmósfera de esos focos pestilenciales. Convencido el hombre de que esto redunda en su provecho, los ha puesto bajo su salvaguardia, y hay países en uno y otro hemisferio en que ciertas especies viven bajo el amparo de las leyes.

Vamos a recordar los nombres y algunas particularidades de los buitres de América, a fin que sus habitantes, especialmente los del Sud, sobrepongan la estimación por los servicios que nos prestan, a la repugnancia que inspiran sus habitudes asquerosas.

Los buitres propiamente dichos pertenecen exclusivamente al antiguo Mundo; pero se comprende bajo el nombre general de buitres muchas aves de rapiña de diferentes géneros.

El urubú (iribú, según Azara) es el más común en el nuevo Mundo, y el más sociable, pues se les suele ver en bandadas por centenares. Por su utilidad para la limpieza pública, gozan de la protección de las leyes en muchas ciudades y villas de la América meridional y en los Estados del sud de la septentrional. A esa protección es debida en parte su gran multiplicación, mientras que el cóndor y el rey de los buitres son cada día más raros.

El urubú puede estar más largo tiempo sin comer que ninguna otra ave. Su carne es hedionda, y de ese mal olor participa su piel y sus plumas; por eso no son de ningún provecho para la mesa. Su largo es de dos pies.

D'Orbigny ha visto en Carmen de Patagones, sobre el río Negro, reuniones numerosísimas de urubúes. En un saladero se habían carneado doce mil animales vacunos para la exportación de carne salada. Durante esta faena de algunos meses, los huesos, que quedaban con bastantes restos de la carne, eran amontonados a la margen del río Negro, y se veían constante y enteramente cubiertos de urubúes y caracaraes o caranchos en número tan asombroso, que el viajero no ha creído exagerar computándolo en más de diez mil de ambas especies.

El aura es otro buitre americano, menos común que el urubú. En guaraní se llama acabiray, que significa cabeza calva; es todo negro, lustroso con aguas violadas; tiene la cabeza desnuda, roja, y arrugada, y pies rojizos. Su largo es de dos tercias de vara. Cuando remonta el vuelo y gira en arcos pausadamente, parece que no agita sus alas, bajando luego al paraje en que su vista perspicacísima ha descubierto algún animal muerto, sobre el cual se arroja con sus compañeros para destrozarlo y comerlo vorazmente hasta no dejarle más que los huesos.

Come también caracoles e insectos, y no persigue las aves, ni es pendenciero. Retíranse al campo a dormir juntos sobre algún árbol, y al salir el sol se les ve posados en los cercos y tejados de las casas. La hembra pone dos huevos de un blanco azulado, manchados de rojo, en un nido hecho en el suelo sin arte; cuando pichón es blanco.

Los Guaraníes llaman iribú-bichá, que significa gefe de los iribúes, al ave que los naturalistas denominan rey de los buitres, a causa de la cresta carnosa, de un naranjado vivo, que adorna su cabeza como una diadema. Es la especie más hermosa de todas las de este grupo, por el variado colorido de su cabeza y cuello y por la lindeza de los matices de su plumaje. Su pescuezo desnudo está cubierto de curúnculas multicoloras de un bello efecto, y rodeado en su base por un lindo collar de plumas azules. El color general del ave es negro sobre las alas y la espalda, y blanco todo el resto, incluso el iris de los ojos. Es de gran talle, acercándose a una vara de largo. Se alimenta de animales muertos y de inmundicias, sin atacar jamás al más pequeño pájaro ni al más débil cuadrúpedo. El rey de los buitres abunda en el Brasil y en el Paraguay.

El cóndor o gran buitre de los Andes es la especie más notable por su gran tamaño. No es, a nuestro juicio, de aquellas aves que merecen ser patrocinadas, pues no sólo se alimentan de animales muertos, sino que también atacan con frecuencia a los vivos que encuentran débiles o recién nacidos. Tiene un metro y treinta centímetros desde la punta del pico hasta la extremidad de la cola, y la envergadura de sus alas es de tres metros. Humboldt ha medido algunos que tenían hasta cuatro metros y medio. Esta notable diferencia proviene indudablemente de la variedad de

razas. Según las observaciones del limeño D. Santiago Cárdenas (citado por Des Murs [1], hay en los Andes tres especies de cóndores. La primera, de color ceniciento, designada con el nombre de moromoro, no tiene menos de cuatro metro y sesenta centímetros de envergadura. La segunda especie no tiene nombre particular; es de color café, y tiene cuatro metros y treinta centímetros.

La tercera es el cóndor de espalda y cola blancas, la única conocida por los naturalistas europeos; es de tres metros a tres metros y sesenta y seis centímetros la extensión o envergadura de sus alas.

Los cóndores habitan igualmente los países fríos y los más calientes; se encuentran, tanto en las alturas de los Andes como en todas las costas del océano Pacífico, y en las del Atlántico en la Patagonia, a gran distancia de las montañas. El cóndor es, sin contradicción, entre todas las aves la que remonta más el vuelo. D'Orbigny los ha visto cernerse al nivel de la cumbre del Ilimani que tiene 7.500 metros de altura; mientras que a 6.000 metros el hombre no puede resistir a la rarefacción del aire.

Según Lemery, la grasa del cóndor es resolutiva y nerviosa. En Turquía y en Grecia emplean la grasa del buitre como un excelente remedio contra los dolores reumáticos, y como emoliente y resolutiva.

Se ha exagerado mucho el poder del sentido olfático de los buitres, suponiendo que son guiados por el olor para venir sobre la presa desde prodigiosas distancias. Aunque esta creencia ha sido apoyada por Humboldt, la destruyen completamente las observaciones de Leybold, consignadas en su interesante Excursión a las Pampas Argentinas. "Mi experiencia; dice, me da la convicción de que el cóndor anda a caza de su alimento, guiado solamente por la vista y no por el olfato. ¡Cuántas veces he tenido ocasión de encontrar por sus pestíferas exhalaciones el cadáver de alguna res, escondido entre peñascos, que sin embargo ninguno de los numerosos cóndores había husmeado!" Humboldt asegura "que en el Perú y en Quito para dar caza al cóndor, matan una vaca o un caballo, y que al poco rato el olor del animal muerto atrae de lejos estas aves". Mas para que estos buitres puedan, sin verlo y sólo por el olfato, venir casi instantáneamente a precipitarse sobre el animal que se les acaba de sacrificar, sería necesario suponer que desde el momento de caer muerto el caballo o la vaca, se desarrolla el grado de corrupción indispensable para que haya emanación de moléculas pútridas odoras y que éstas crucen el espacio con velocidad eléctrica; todo lo cual es un absurdo. Debemos creer más bien lo que es verosímil, lo que el hecho aducido por Leybold pone fuera de toda duda: que el cóndor está continuamente de centinela sobre alguna altura, o remontado sobre las regiones altas de la atmósfera hasta que divisa algún animal muerto u otra presa que le convenga. Lo que decimos del cóndor debe aplicarse a todos los buitres y aves de rapiña. Todas son guiadas por la vista y no por el olfato, al buscar su alimento. Esto es lo que había pensado Buffón; esto es lo que las observaciones de Levaillant y Audubón tienden a demostrar, y que Leybold ha constatado.

No tendrá, pues, que temer la madre de familia, de la voracidad y atrevimiento de nuestros buitres, respecto a los provisiones de la casa, porque para librarlas de su pico, basta la precaución de taparlas con un simple lienzo. Audubón hizo repetidas veces la experiencia con los catartos, tanto silvestres como domésticos, y nunca se dirigieron a la presa que no podían descubrir con la vista.


  1. "Les trois régnes de la nature."