El Tempe Argentino: 35

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo XXXIII editar

El Tempe de la Grecia


El valle del Tempe, tan celebrado de los antiguos por su amenidad, era un pequeño territorio muy fértil y de clima benigno, situado en la Tesalia, parte de la antigua Grecia que hoy pertenece a la Turquía europea con el nombre de Romelia. "El valle llamado en Tesalia Tempe (dice un escritor antiguo), está entre los montes Olimpo y Ossa, y lo atraviesa el río Peneos, juntándose con él muchos arroyos que aumentan su caudal. La naturaleza adorna aquel sitio admirablemente. La yedra, la zarzaparrilla, y otras enredaderas florecen subiendo y entretejiéndose con los árboles, formando grutas sombrías donde los caminantes en medio de la siesta se recogen y refrescan. Por toda aquella llanura de campos corren fuentes de frías y cristalinas aguas, que son muy saludables a los que se bañan en ellas. Hay en todo este contorno gran muchedumbre de aves, que recrean con sus cantos. El Peneos pasa por el medio, muy sosegado y manso, cubierto de muchas sombras de los árboles que se crían en sus orillas, estorbando al sol la entrada de sus rayos; lo que hace muy ameno el viaje a los que por él navegan. Concurren anualmente a este valle todos los pueblos comarcanos, y juntándose allí, hacen grandes sacrificios a los dioses, festejándose después con banquetes. [1]

Barthelemy, que redujo a breves y brillantes páginas cuanto los Griegos dijeron de su Tempe, parece que al describirlo fuera trazando las escenas deleitosas de nuestro delta. "El río presenta casi por todas partes un canal tranquilo, y en varios lugares abraza lindas islas cuyo verdor perpetúa. Las grutas de sus riberas y el césped que las tapiza parecen el asilo del reposo y del placer. Los laureles y diferentes clases de arbustos forman por sí mismos bosquecillos y glorietas, y las plantas que serpentean por sus troncos se entrelazan en sus ramas y caen en festones y guirnaldas. Mientras seguíamos lentamente el curso del Peneos, mis miradas, aunque distraídas por una multitud de objetos deliciosos, volvían siempre sobre el río. Ora veía centellear sus aguas al través del follaje que sombrea sus orillas; ora contemplaba la marcha apacible de sus ondas que parecían sostenerse mutuamente, llenando su carrera sin tumulto y sin esfuerzos. Tal es la imagen de una alma pura y tranquila; sus virtudes nacen las unas de las otras; y todas obran de concierto y sin ruido."

Tan resaltantes analogías del Paraná con el valle delicioso y fértil del Antiguo Mundo, ha sido lo que me movió a aplicarle el nombre de Tempe; aunque puede decirse con propiedad que el griego es una miniatura en parangón del argentino, que abraza más de doscientas leguas cuadradas, cuando aquel sólo se extiende en una faja angosta, de menos de dos leguas de longitud. Pero esa faja no es más que una extremidad del gran valle de Tesalia, fertilizado por una gruesa capa de limo que dejó allí el Peneos (hoy salembria), convirtiéndolo en el terreno más feraz de la Grecia, y el más célebre del mundo por su amenísimo Tempe; del mismo modo que el Paraná fertiliza, con su légamo y su riego, más de cuatro mil leguas cuadradas de islas y costas, además del incomparable Tempe de su delta.

El Peneos, aunque en proporciones diminutas respecto al Paraná, tiene como éste numerosos afluentes que fertilizan las llanuras de su hoya; y otra analogía presenta en el color, la tersura y mansedumbre de sus aguas, que movió a Homero a darle el epíteto que constituye el nombre de nuestro caudaloso río, el Peneos de las ondas argentinas.

Ambos Tempes gozan de un mismo clima, iguales en temperatura, en salubridad y en fecundidad. Uno y otro son patria del laurel y del mirto, emblema de la gloria y del amor.

Hay con todo una diferencia inmensa entre los dos valles y sus ríos, y es que aquél ha perdido ya gran parte de su primera fertilidad, y con ella su antigua fama, porque el Peneos no tiene las crecientes fertilizantes del Paraná, que en esto es sólo comparable con el Nilo. Si la fertilidad proverbial del Egipto, que data de época inmemorial, es hoy tan admirable como en sus tiempos primitivos, con mayor razón debe contarse con la perpetuidad de la feracidad de nuestro Tempe, que es bañado y abonado por las crecientes, no una vez, sino treinta y más todos los años.

A pesar de la identidad de este importante rasgo, que es el característico de los delta del Nilo y el Paraná, no hubiera sido propio aplicar a éste un nombre de tan hermosos recuerdos, pero empañado por un clima desastroso y por las frecuentes calamidades que alejan de aquella celebérrima región el bienestar y las delicias con que la región del Plata se brinda a los mortales.

Los principales azotes de Egipto son los frecuentes temblores de tierra, la lepra y las oftalmías; el ardor de su verano de ocho meses, insoportable para los Europeos; los vientos secos y ardientes; la escasez de las lluvias; y finalmente, la subsistencia de sus habitantes está a merced de las crecidas del Nilo, que a veces son insuficientes para asegurar las cosechas del año.

Herodoto llama con razón el valle de Egipto, un don del Nilo; pues la extensión que riega este río, computada en dos mil leguas cuadradas, es la única parte arable y fértil de todo el país; así es que el Egipto, bajo un cielo ardiente y seco, sería, sin la inundación, un desierto como el Sahara.

Los depósitos del valle del Tempe fueron el resultado de una prolongada permanencia de las aguas del Peneos, que repentinamente dejaron en seco aquellas llanuras. Según las antiguas tradiciones, hubo un tiempo en que no tenían salida esas aguas; el país no era más que un gran lago; hasta que un temblor de tierra, rompiendo los diques de granito, abrió paso al río Peneos por entre el monte Ossa y el Olimpo hasta el Archipiélago, resultando de este desagüe la desecación del terreno, que quedó dotado de asombrosa fertilidad, sólo comparable a la del valle del Nilo, y la del valle del Paraná, porque los tres valles deben su feracidad a la misma causa: los depósitos limosos de las aguas.

Los pueblos, y muy especialmente los antiguos, inclinados siempre a suponer causas maravillosas a los grandes fenómenos de la naturaleza, atribuyeron aquel inmenso beneficio, efecto del terremoto, al tridente de Neptuno. Así también los Egipcios hacían descender del cielo las fuentes del Nílo, al cual conservan todavía un respeto religioso; lo llaman santo, bendito, sagrado, y cuando se abren los canales para la inundación, las madres sumergen a sus hijos en la corriente, creyendo que esas aguas tienen una virtud purificante y divina. Hay en Necrópolis un templo magnífico, con una estatua gigantesca, de mármol negro, que representa al Nilo como un dios coronado de laureles y espigas, y apoyado sobre una esfinge. Igualmente los antiguos griegos, en el valle de Tempe, que miraban como un lugar santo, tenían un altar donde se reunían a celebrar sus ritos, y después de hacer grandes fiestas, regresaban con guirnaldas de los laureles del valle.

Los pueblos que circundan el maravilloso valle del Paraná, lejos de consagrarle algún sentimiento de admiración o aprecio, lo han mirado con la mayor indiferencia; porque, dueños de campos fertilísimos, regados por las aguas del cielo, no han examinado el valor de las tierras bonificadas por el riego y sedimentos de las aguas de los ríos. Mas, llegará día (y hoy sucede ya con muchos terrenos de las costas) en que un suelo exhausto se negará a dar a sus habitantes las pingües cosechas de otro tiempo, y entonces se lamentarán de no haber sabido aprovecharse de aquel invalorable regalo que les ofrecía la naturaleza, a la puerta de sus casas. Irán al delta, y quedarán asombrados de ver las maravillas que habrá creado allí la industria y actividad de los diligentes, con el poderoso auxilio de una feracidad sin ejemplo; de un clima inmejorable y propio para toda clase de cultivos; de un riego y abono seguros y gratuitos, que en donde quiera cuestan a la agricultura grandes sumas. Sí, irán al delta, pero ya será tarde, porque lo encontrarán todo ocupado por una población rica y floreciente.

Pero los negligentes podrán al menos, como los viajeros del Tempe Griego, pasearse libremente por los arbolados arroyos del Tempe Argentino; gustar de la frescura de sus sombras, de las pintorescas vistas de sus chalets, sus puentes y sus góndolas; de la presencia de las producciones más raras y las frutas más delicadas del globo; de las armonías del gorjeo de las aves; mezclado con la música y alegres cantares de sus dichosos moradores.


  1. Eliano, "Historias varias." I. III, citado por Juan de Guzmán, en su traducción de las "Geórgicas" de Virgilio.