El Tempe Argentino: 27

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo XXV editar

El burucuyá o la pasionaria


El bejuco que hemos colocado en tercer lugar en la categoría de los más preciados de este suelo, aunque no tiene las propiedades medicinales y alimenticias de los otros, merece la primacia por su hermosura, su magnificencia y sus caracteres simbólicos. En efecto, entre la innumerable variedad de lianas de nuestro emisferio, la que más cautivó la atención de los descubridores e historiadores de América, por la rara belleza de sus flores, fué el burucuyá de los Guaraníes que los Europeos han realzado con el nombre de pasionaria o flor de la Pasión, enredadera vivaz, de pomposo follaje verde-esmeralda, que se conserva todo el año, y que por espacio de cuatro meses luce esmaltada de hermosas flores en que se encuentran todos los matices del azul, desde el celeste al turquí, y los del encarnado, desde el rosa al carmesí, y a veces en una misma flor reunidas todas estas tintas; viéndose, al mismo tiempo, cubierta de frutos naranjados, más bellos, cuando entreabiertos muestran los granates de su seno.

Admirable y singular como toda ella es la manera de operarse la fecundación en esta flor. Sus tres estigmas, u órganos hembras, al abrir el capullo se hallan juntos y erguidos, y se ha observado que, algunas horas después, se separan y se inclinan hasta encontrarse con los órganos machos o estambres para recibir el polen, y luego de haber sido fecundados vuelven a levantarse, permaneciendo adheridos a la baya hasta su maduración. ¿Quién, al contemplar este simulacro de los más vivos sentimientos, no se ilusionará hasta atribuir la animalidad a esta flor maravillosa? El célebre autor del poema de los Amores de las plantas hubiera dicho que las tres novias, al impulso de la pasión, buscan a sus esposos que las aguardan en el tálamo nupcial, y que después, cual tiernas madres, permanecen inseparables del fruto de su consorcio.

Es tan numerosa la clase de las pasionarias, que ya se han descrito más de doscientas cincuenta especies con diferencias bien notables.

¿Cómo explicar la minuciosa semejanza de todas las flores de una misma pasionaria, cuando sus especies numerosas presentan tantas variedades? Las hay muy fragantes, y a algunas se le atribuyen virtudes medicinales. Su fruto, muy apetecido de las aves, tiene un sabor dulzaino, agradable a los niños; antes de la madurez se hace con él un dulce muy exquisito por su aroma y por su dejo.

Transportado a Europa, el burucuyá es objeto de los mayores cuidados en los jardines e invernáculos, sirviendo su follaje para tapizar las paredes y formar guirnaldas siempre verdes. Los hielos de nuestro clima no le ofenden; su vida es de largos años, y sus tallos se extienden sin término hasta la cima de los álamos más altos, frondoseándolos vistosamente en el invierno con su verde manto tachonado con los discos cerúleos de sus flores y las esferas doradas de sus frutos.

Su nombre cientifico pasiflora, que significa flor de la Pasión, preconiza la singularidad de presentar en los órganos floréales un recuerdo tan marcado de los principales instrumentos de la pasión del Redentor, que no sólo ha impresionado la imaginación del pueblo, tan propenso a encontrar lo maravilloso, sino el espíritu ilustrado y pensador de muchos escritores.

Para representar en un vegetal unos objetos de formas entre sí tan discrepantes como extrañas a la conformación de los órganos de la fructificación, debía resultar un conjunto singular que formase una flor en nada parecida a las demás; y así es en efecto la flor de la Pasión.

En ella se ve la imagen de la corona de espinas que pusieron los judíos sobre la cabeza de Jesús, la columna donde fué azotado, los tres clavos con que traspasaron sus pies y manos, las cinco llagas, y las cuerdas con que lo ataron: penetrando con la fe en el corazón del fruto de la pasiflora, también hallaremos allí un recuerdo del cruento sacrificio en aquellos glóbulos que, en color, brillo, forma y tamaño, remedan gotas de sangre coaguladas.

¿Será que Aquel que para demostrar la verdad de su misión divina, mandaba a la naturaleza y la naturaleza le respondía con los más brillantes prodigios, haya querido dejar escrito en la misma naturaleza el recuerdo de su sacrificio? Y eligió para perpetuarlo, no el granito de las montañas, sino los órganos frágiles de una flor que perece el día que nace; pero que en infinitas y perpétuas ediciones renueva la celeste inscripción, como en las débiles hojas del papel, la imprenta perpetua la sublime doctrina de su Evangelio.

O ¿será todo esto una mera ilusión? ¡Venturosa ilusión que engendra la importante realidad del recuerdo saludable de la redención del hombre, a la vista de una flor, en los jardines y en los desiertos, por donde quiera que la suerte guíe sus pasos! Y esa misma planta que el cristiano admira como emblema del sacrificio que le abrió los cielos, también le enseña con su ejemplo, que no confie en sus propias fuerzas para subir a ellos por el sendero de la virtud. ¿Qué habría sido de esa lozana pasionaria sin el arrimo del árbol que la sostiene? El hombre es una débil liana que se agobia por su propio peso; es una pasionaria frondosa que extiende sus primeros vástagos hacia el cielo; más si le falta un apoyo se encorva y arrastra por la tierra. Sostened con la fe sus sentimientos; dadle el arrimo del árbol de la cruz; regadlo con la doctrina de la caridad, y crecerá vigoroso y dará las flores de las virtudes y copioso fruto de buenas obras.

Todo lo que nos conmueve en lo bello; todo lo que nos enajena en la virtud; todo lo generoso, todo lo heroico, se resume en esta palabra divina: "Amad A Dios y a los hombres." Dios ha puesto la moral en el amor, para qué estuviese al alcance de todos los hombres, hasta de los más pobres de espíritu. La inteligencia podrá desarrollarse más o menos, pero el alma siempre será grande. ¡Doctrina sublime que toma sus discípulos en el primero y último escalón! Jesucristo por medio de la caridad, eleva a la multitud ignorante hasta la sabiduría de Sócrates. A la Religión, pues, corresponde vivificar a los pueblos. Serán justos delante de Dios, si aman a los hombres, y poderosos entre los hombres, si aman a Dios. El amor, esa caridad prescripta por el Evangelio, es una felicidad para este mundo y para la eternidad. Amad, y vuestros deseos quedarán satisfechos; amad, y seréis felices; amad, y seréis libres e invencibles; amad, y todas las potencias de la tierra se arrastrarán a vuestros pies. El amor es una llama que arde en el Cielo, y cuyos dulces reflejos brillan hasta nosotros. Abrensele dos mundos, concédenseles dos vidas. Por medio del amor a Dios y a los hombres, gozamos de la virtud, de la paz y de la libertad en la tierra, y nos uniremos a Dios en el Cielo.

No hay verdad ninguna, moral o política, cuyo germen no se halle en algún versículo del Evangelio. Cada uno de los sistemas modernos de filosofía ha comentado uno, y lo ha olvidado después; la filantropía ha nacido de su primero y único precepto, —la caridad; la libertad ha seguido el camino trazado por él, y nunca servidumbre degradante ha podido subsistir ante su luz; la igualdad política ha provenido del reconocimiento que nos ha hecho hacer de nuestra igualdad, de nuestra fraternidad ante nuestro padre Dios; las leyes se han morigerado, los usos inhumanos se han abolido, las cadenas se han roto, la mujer ha reconquistado el respeto en el corazón del hombre. A medida que su palabra ha resonado en los siglos, ha hecho desplomarse en ruinas un error o una tiranía; y puede decirse que el mundo actual en su conjunto, en sus leyes y costumbres, sus instituciones, sus esperanzas, no es más que el verbo del Evangelio, más o menos encarnado en la civilización moderna. Pero su obra dista mucho de estar acabada: la ley del progreso o de las mejoras, que es la idea activa y potente de la razón humana, es también la fe del Evangelio; él nos prohibe pararnos en el bien; nos llama siempre hacia la perfección; nos veda desesperar de la humanidad, ante la cual presenta, sin cesar, horizontes más luminosos: y cuanto más se abren nuestros ojos a la luz, más promesas leemos en sus misterios, más verdades en sus preceptos, más vasto porvenir en su destino.