El Tempe Argentino: 26
Capítulo XXIV
editar
Lo que constituye la belleza mayor de aquellos bosques son las lianas o enredaderas que todo lo invaden, sin dejar árbol que no engalanen con su perpétuo verdor y con sus flores.
Extiéndense con increíble rapidez, adquiriendo muchas de ellas proporciones gigantescas con sus troncos como parras o largos cables. Algunas veces pasando de copa en copa, cubren una considerable extensión de bosque, concluyendo por confundirlo en una sola masa de follaje.
Ellas son las que en la planicie del delta reemplazan las colinas, los barrancos, las cavernas, simulándolas sobre la armazón de los árboles más robustos.
Enramadas sombrías, graciosos kioscos, columnatas festonadas, colgaduras y guirnaldas de mil flores sobre la margen de los arroyos, a cada paso incitan al viajero a detener su marcha para contemplar de cerca y disfrutar su amenidad y su frescura.
Cuando, en forma de festones, los entretejidos bejucos penden entre dos árboles, parecen hamacas floreadas, donde se ven los nidos de las aves suavemente mecidos por las brisas. Se ven magníficas tiendas de campaña que tienen por mástil central un seibo oprimido con el peso de un denso tejido de lianas, que, después de haber subido por su tronco, se descuelgan por toda la periferia de su copa, y arraigan de nuevo en el suelo, formando a su alrededor un gran círculo de cordones y cortinas.
Entre la confusión de tanta variedad de plantas trepadoras, son notables: el isipó, de tallos tan largos y fuertes que se emplean como cordeles; la afamada zarzaparrilla, única planta espinosa de las islas; una leguminosa que produce pequeños porotos que los leñadores saben aprovechar para su alimento; el carapé, que da una papa comestible en forma de torta; el tasí, que se señala por la magnitud y rareza de sus frutos, y más por la particular propiedad que tienen sus pequeñas flores de atrapar por la trompa a las mariposas que se le introducen para chupar el néctar.
Las enredaderas se agrupan en torno de los árboles en tal muchedumbre que he llegado a contar hasta diez especies sobre un solo tronco, trabándose entre ellas una verdadera lucha por encaramarse y ganar la luz.
Unas suben enroscándose; otras ensortijando sus zarcillos; otras agarrándose con sus garfios; otras asiéndose con los pedículos de sus hojas, y hay una que, aunque encuentre el tronco del árbol enteramente cubierto de otras lianas, se introduce como una sierpe con la punta de su tallo, dura y lisa, asegurándose con las espinas de que se va erizando, al paso que adelanta camino, hasta que se sobrepone a sus rivales, y sólo entonces empieza a desplegar sus hojas. Entre esa multitud de lianas, tres son las que más se han hecho conocer por su utilidad o su belleza: el pitito, la nueza y el burucuyá, y son las más comunes, tanto en las islas como en el resto del pais. La primera es del género tropeolo, que comprende una treintena de especies originarias de América (Méjico, Perú y Río de la Plata). La de flores naranjadas, conocida con los nombres de capuchina, taco de la reina, flor de la sangre, alcaparra de Indios y berró del Perú, es cultivada en los jardines, así del viejo como del nuevo Mundo. Con sus flores se aliñan las ensaladas; sus frutos encurtidos pueden reemplazar a las alcaparras; todas las partes de la planta tienen las propiedades del berro, y son antiescorbúticas.
El sabio Linneo ha admirado y celebrado el tropeolo por la rareza de sus formas; y su hija Cristina observó con asombro, que cuando, está en flor la capuchina despide luces semejantes a las chispas eléctricas a la hora del crepúsculo vespertino.
Nuestro tropeolo, llamado pitito, por la figura del pito o pipa común que tienen las flores, proviene de un tubérculo globoso, del tamaño y contextura de la papa de comer, que contiene un zumo glutinoso, cristalino, de olor fuerte y sabor picante como el rábano. Sus hojas son alternas, pequeñas, delicadas, lisas, de un bonito dibujo en forma de estrellas; cada una se compone de cinco hojuelas lanceoladas, circularmente unidas a un larguísimo pedículo que le sirve de zarcillo para trepar y asegurarse, con la particularidad de que no lo enrosca sino cuando encuentra de qué asirse. Crece con rapidez, echando tallos no más gruesos que un hilo de acarreto, que se extiende sin término y se ramifican copiosamente; de modo que en poco tiempo desplega anchos velos de verdura sobre el arbusto, la verja o la glorieta que ha ocupado. Sus lindísimos festones pueden servir de modelo al bordado y para las artes de adorno.
El pitito merece un lugar preferente en los jardines por su bellísimo follaje que resiste a las heladas; recreando nuestra vista en el invierno. En la primavera se cubre de lindas y raras florecillas de coral, cuyos estrechos y hondos nectarios parecen sólo apropiados a la lengua del picaflor, el cual no cesa de girar en torno de ellas; y luego se transforman en pequeños frutos redondos, que, con sus largos pedúnculos, parecen alfileres de pecho con engarce de tres azabaches. Su jugosa pulpa da un hermoso color morado, y tiene las enérgicas propiedades de los tubérculos de la planta.
Arnold asegura que los frutos de la capuchina son purgantes, y tanto esa como las otras virtudes de la planta deben ser comunes al pitito y demás especies, si es que todas gozan de las mismas propiedades, como lo cree Merat.
Digno objeto es de un estudio fisiológico la extraña peculiaridad del pitito de resistir al frío más intenso, a pesar de la extrema delicadeza de este bejuquillo; a la vez de no poder soportar el calor, pereciendo en el verano, aunque en las islas nunca le falte la humedad ni la sombra. Se ha observado que el tropeolo es un vegetal animalizado por contener el fósforo en grande cantidad. ¿No gozará esta liana la propiedad animal del calor interno, debido a la producción fosfórica que arde a medida que se va formando, produciendo al mismo tiempo los pequeños relámpagos que despide en su floración? Con esto quedaría explicado el fenómeno de su vegetación hienal, así como el de no resistir a la acción del calor estival, que, aumentando el fuego interior, la consume. [1]
El tierno y gracioso pitito, que se burla de los fríos del invierno, no puede resistir a los calores del verano; y entonces lo reemplaza otra liana tosca y desairada que se extiende con sorprendente prontitud; propiedad que le ha dado el nombre griego brionia (que crece con vicio). La especie más común, en España se llama nueza o vid blanca, en Francia nabo del diablo, y acá sandía cimarrona. Sus largos tallos herbáceos se elevan por las cercas y los árboles con el auxilio de zarcillos como los de la parra, sus hojas son grandes, palmadas como las de la vid y la sandía; la raíz es gruesa como el brazo y a veces más.
Cultívase en los jardines europeos, por la prodigiosa celeridad con que cubre los espacios que se le destinan. En Alemania los artistas la plantan en tiestos, y cuando sus tubérculos han adquirido el suficiente volumen, la trasplantan en el suelo, enterrando solamente las raíces más delgadas. A la raíz gruesa, que queda fuera de la tierra, la tallan en forma de un rostro humano y le dan los colores convenientes para hacer más propia la semejanza. La naturaleza parece que se complace en acceder a ese entretenimiento inocente; pues a pesar de semejante operación, la planta vive y prospera sin alterar su nueva figura artística, sirviéndole sus retoños de cabellera. Este extraño género de escultura serviría de curioso ornato a nuestros jardines, pudiendo amoldarse a todos los caprichos imaginables, puesto que las mismas formas caprichosas de los tubérculos de la nueza ofrecen campo vasto a la fantasía del escultor.
Con la raíz de esta planta era confeccionado el cosmético que las damas de la antigua Grecia tenían por más eficaz para embellecer el cutis y reparar los estragos de la vejez. [2]
Su uso como purgante es popular en Europa, especialmente en Suecia y en Alemania, donde los lugareños suelen hacer un hueco en la raíz de la nueza durante la noche para que mane el jugo con que se purgan. También hacen rebanadas delgadas, que aplicadas a la piel irritan e inflaman, y forman así rubefacientes como los de mostaza.
La raíz de la brionia va adquiriendo gran fama en la medicina. Hoy han vuelto a acreditarse muchas de las admirables virtudes medicinales que le atribuían los antiguos, cuyo descrédito acaso provino de no haber hecho uso de la raíz fresca o recién arrancada, porque después de seca pierde toda su energía.
Además de ofrecer esta preciosa planta un remedio popular, siempre al alcance del pobre y del aislado habitante de la campaña, también se le brinda como un abundante y nutritivo alimento, que siempre tendrá a la mano el viajero y el desgraciado fugitivo. Hay una clase de mandioca en el Brasil (de la que se hace la fariña) que contiene, como la raíz de la nueza, un zumo muy acre y venenoso; pero ese zumo se extrae lavando la raíz después de molida o triturada, quedando asi en estado de poderse usar como alimento sano y agradable.
Sus cogollos, como los de la mayor parte de las plantas trepadoras, son buenos para comer, cociendo antes en agua los que tengan alguna acritud. "Yo los he comido así, dice Darwin, y me han parecido casi tan buenos como los espárragos."
También es usada en nuestro país como planta tintórea. Cociendo el tallo, hojas y fruto, resulta un hermoso color amarillo con que se tiñe la lana para los tejidos en las provincias argentinas del interior.
- ↑ Branconot ha encontrado en la capuchina una cantidad notable de ácido fosfórico.
- ↑ Dioscórides atribuye á esta raíz la virtud de limpiar el cutis, quitar las arrugas y extirpar las quemaduras del sol, los barros, las pecas y las manchas. "La vid blanca (añade el Dr. Laguna, traductor de Dioscórides) es la que llamamos nueza en Castilla, planta muy conocida y de muchas y no vulgares gracias... El aceite que hubiese hervido en su raíz, quita todas las manchas y cardenales del rostro". Hoy es remedio popular para el reumatismo agudo.