El Tempe Argentino: 17
Capítulo XV
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Fuera del yaguareté, que, como se ha visto, no es más que una visita rara en el delta, creo que no hay en él más cuadrúpedos carniceros, que el ocelote y la sariga o micuré, impropiamente llamado gato montes, y comadreja. El primero, se encuentra en todo el continente, es animal nocturno que hace la guerra a los pequeños mamíferos y a las aves. La segunda, nocturna también, es del cuerpo de un gato, y de color rojo acanelado, con el vientre de un blanco amarillento. Tímida e inofensiva, se domestica con facilidad; tiene la astucia de la zorra, al grado de sufrir las más crueles heridas sin chistar, fingiéndose la muerta, hasta que echando de ver que sus perseguidores se han alejado, se arrastra como puede hasta su cueva. Es el corsario de los nidos, buscándolos de noche sobre los árboles, sabe sorberse los huevos de gallina, haciéndoles al efecto un pequeño agujero; se regala con los pollos y chupa la sangre a las cluecas, cuando puede atraparlas al descuido; también hace daño en las huertas, porque come de todo, siendo notablemente aficionada a las uvas. Para comer hace uso de sus manos que son bastante parecidas a las del mono, y también se sienta y hace sus monerías como éste. Tiene una cola muy larga, prehensil, que le sirve para asegurarse en las ramas de los árboles y para sostener y llevar a los hijos, ya grandezuelos, sobre su espalda, enroscando ellos sus colitas en la de la madre.
Una particularidad sorprendente distingue este animal de todos los demás de la creación: tiene un segundo seno externo donde acaban de desarrrollarse los fetos después de salir prematuramente del seno interno. Los naturalistas han visto en este fenómeno una doble gestación, y en su consecuencia han clasificado estos mamíferos con la voz dideltos (dos úteros), llamándole también marsupiales o animales con bolsa.
Ese segundo seno de la hembra es un ancho bolsillo que tiene en el bajo vientre, formado de su mismo pellejo, que cubre las mamas, cuyos pezones son de una forma singular: muy delgados, filiformes, puntiagudos y excesivamente largos, como de dos pulgadas. A los pocos días de preñez la sariga pare, o más propiamente aborta, y hace pasar los hijos a su bolsa o bolsillo.
Para efectuar esto, la madre, llegado el trance del parto, se encorva hacia adelante a fin de que uno de sus largos pezones penetre en el conducto sexual; allí apoderándose de él el pequeñuelo, nace prendido y pasa a la bolsa; y así sucesivamente los seis u ocho de cada gestación se van trasladando al nuevo seno o bolsillo, donde permanecen asidos de las mamilas sin soltarlas durante muchos días. Después, empiezan a salir, a comer o a solazarse, volviendo cuando quieren al abrigo de la bolsa.
Este pezón tragado por la sarigüela, siendo de mayor longitud que ésta, es probable que atraviese su estómago y penetre en los intestinos para trasmitirle directamente el jugo alimenticio sin previa elaboración estomática; trasmisión que no se efectuará por medio de la succión, sino por un procedimiento análogo al del cordón umbilical para la nutrición del feto humano.
Aunque la sariga se domestica fácilmente, es repugnante por su fea figura, con su hocico agudo, su
boca hendida hasta cerca de los ojos, su cola de víbora y su cuerpo que parece siempre sucio, con el pelo áspero, sin lustre; y más todavía por el tufo que despide. Su nombre guaraní, micuré, significa hediondo. Pero todo eso se podría soportar, con tal de poder estudiar observando de cerca ese raro modo de amamantar los hijos, de llevarlos consigo, y se puede decir, de educarlos; lo que es un ejemplo singular en la naturaleza, así como es singular y diferente de todos los animales cuadrúpedos la conformación de los órganos de la generación, que son duplicados, tanto en la hembra como en el macho.
Vemos que las madres de todas las especies, cuyos hijos no pueden andar en su primera edad, los abandonan y dejan solos todo el tiempo que ellas diariamente ocupan en buscar el alimento; más la amorosa sariga no solamente los lleva en la falda, mientras son ternezuelos, sino que, aun mucho después de su destete, anda por todas partes con su pesada carga. Ellos constantemente en el regazo o inmediatos a la madre, el paso que participan de las presas que ésta hace, aprenden de ella a buscar la vida, a conocer a sus enemigos y evitar los peligros.
Es un curioso y tierno espectáculo el que nos ofrece la sariga en los solícitos cuidados que prodiga a su familia. Vésela siempre alerta, en tanto que las sarigüelas se entregan confiadamente al retozo propio de su tierna edad, aunque muy obedientes y listas para correr a meterse en la bolsa al primer aviso de la madre. Al verla triscar con sus hijitos, acariciarlos con mil monadas, llamarlos cuando se alejan y vigilarlos con afán, no parece sino que obrara a impulsos del más entrañable amor maternal. Esta buena madre lleva su ternura hasta la abnegación, exponiendo su vida, y aun dejándose sacrificar cuando vé a sus hijos en peligro, esperando impávida que todos se refugien en su seno, antes de emprender la fuga.
Jamás el genio de la poesía, que ha querido algunas veces relevar la inteligencia de los animales, realzar su sensibilidad y ennoblecer sus afecciones aproximándolas a las del hombre, jamás habrá podido ser tan fácilmente seducido, cual lo sería al presenciar los cuidados de la sariga madre, y todas las circunstancias que acompañan a la crianza de sus hijos. Por fecunda que fuese la imaginación del poeta, imposible le sería hermosear la pintura de este sentimiento maternal con más encantos que los que la naturaleza nos presenta en este cuadro.