El Robinson suizo/Capítulo XXXV

El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XXXV


CAPÍTULO XXXV.


Primera salida despues de las lluvias.—La ballena.—El coral.


En medio de tantas y tan variadas ocupaciones que se sucedian sin interrupcion, el tiempo corria dulcemente. Dos meses habia que duraban las lluvias, y todavía no habia tenido tiempo de hacer el yugo para la yunta de búfalos, ni otro par de cardas finas que mi esposa reclamaba casi diariamente para la preparacion del algodon.

Los últimos dias del mes de agosto se despidieron con huracanes espantosos que llegaron á atemorizarnos. Agua, viento, truenos y relámpagos se juntaron formando un conjunto aterrador; el Océano se conmovió hasta en sus más profundos abismos, rompió sus límites, inundando la costa de una manera pavorosa, y hasta me pareció haber experimentado algun temblor de tierra en la cueva salina. ¡Cuántas gracias dímos en aquella ocasion al Señor por habernos proporcionado casi milagrosamente la sólida y abrigada habitacion de Felsenheim! ¡Qué hubiera sido de nosotros en la morada aérea de Falkenhorst! ¡y cómo hubiera esta podido resistir al desencadenado furor de los elementos!

Por fin, el cielo se fué poco á poco serenando; las nubes se disiparon, cesó la lluvia y apaciguóse el viento, y creímos poder aventurarnos á salir de la cueva para ver siquiera si el mundo estaba tal como lo habíamos dejado.

Lo primero que á nuestros ojos se ofreció fueron las recientes huellas de la devastacion consiguiente á tan general trastorno de la naturaleza, la cual se esforzaba en renacer brillante y espléndida de entre sus ruinas. Recorrímos alegremente la cadena de rocas que se extendia á lo largo de la costa, y como nos encontrábamos ávidos de libertad y esparcimiento, complacíamonos en escalar hasta los picos más elevados para tender la vista á la llanura que se desplegaba á nuestros piés. Federico, como el más intrépido, cuya penetrante mirada podia compararse con la del águila ó del lince, subió á la cumbre más alta, desde la que divisó en el islote de la Bahía de los flamencos un punto negro inmóvil, cuya forma y naturaleza no pudo precisar, figurándose al pronto que sería un barco encallado. Ernesto, que subió despues, lo creyó un leon marino, de la clase descrita por el almirante Auson en sus viajes. Curioso yo tambien, determiné lo más acertado para salir de dudas: dirigimos al sitio donde se encontraba lo que nos tenia perplejos. En efecto, nos encaminámos á la playa, vacióse el agua que inundaba la chalupa, y lastrada de nuevo y aparejada con lo necesario, nos embarcámos en ella todos, excepto Franz y mi esposa, cuyo humor aventurero no estaba al nivel del nuestro para emprender viajatas.

A medida que avanzábamos, los cálculos y conjeturas se sucedian rápidamente. Cuando nuestros ojos pudieron descubrir y reconocer claramente el objeto que tanto nos llamaba la atencion, juzgad de nuestra sorpresa al ver una disforme ballena varada en la playa que se nos presentaba de costado.

Dudoso aun sobre si el mónstruo estaria muerto ó simplemente dormido, creí prudente aproximarnos con precaucion, poniendo ante todo á cubierto la frágil navecilla de cualquier movimiento que pudiera hacer el animal, y así virámos á la izquierda, costeando el islote y abordándole al opuesto lado. El islote era un banco de arena muy poco elevado sobre el nivel del mar, pero cuya vegetacion era de una fuerza y riqueza extraordinarias, si bien no se encontraban árboles, quizá porque los vientos del mar se opondrian á ello. En su mayor anchura contaria medio cuarto de legua, que á poca costa pudiera duplicarse á expensas del mar. Estaba cubierto de pájaros marinos de diferentes especies, cuyos nidos encontrábamos á cada paso, recogiendo los niños abundantes huevos para no volver, como decian, con las manos vacías sin llevar nada á su madre.

Dos eran los caminos que podíamos elegir para acercarnos á donde se encontraba la ballena: uno indirecto, pero cortado á cada paso por escabrosidades que le hacian casi intransitable; otro, costeando la playa, y aunque más largo, era llano y ameno. Sin embargo, elegí el primero, dejando á los niños que siguieran el segundo con el fin de reconocer el interior de la isla, á la que no faltaban sino árboles para ser un punto delicioso. Cuando estuve en lo más elevado de ella mi vista abrazó la costa entera desde Zeltheim hasta Falkenhorst, espectáculo que me hizo olvidar la ballena, y al llegar donde estaban los niños, encontrélos muy divertidos con las conchas y corales que recogieran por el camino, de los que habian llenado sus sombreros y pañuelos.

—¡Ah! ¡papá! exclamaron al verme, ¡mire V. qué coleccion tan hermosa hemos hecho de conchas y corales! ¿Quién los habrá traido aquí?

—¿Quién ha de ser? respondí, la fuerza de las olas que, elevando las aguas y estrellándolas contra las rocas, los ha arrancado de su puesto habitual; y extraño mucho que desconozcais así el poder de este elemento cuando ha sido capaz, como veis, de traer hasta aquí una masa tan grandísima como la que tenemos delante.

—Y tan grande como es, añadió Federico; no concibo cómo os entretienen semejantes bagatelas y no habeis acudido á contemplar á esa reina de los mares.

—Tiempo queda de sobras, respondió Ernesto riéndose, pues de seguro nadie se la ha de llevar, ni se necesita microscopio para examinarla; poco me interesa ese monstruoso cetáceo, y de seguro no le cambio por estas lindísimas conchas. ¡Mire V., papá! prosiguió mostrándomelas, ¡qué formas tan extrañas! ¡qué colores tan brillantes y variados!

Este diverso modo de apreciar las cosas ocasionó una disputa científico-burlesca entre Ernesto y su hermano sobre la belleza absoluta. Cada uno defendia su causa tan bien como supo; pero Federico no se encontraba en el caso de poder luchar con su hermano en una discusion de esta clase. En las palabras de su adversario, llenas de fogosa admiracion por las maravillas de la naturaleza, notábase ya aquel discernimiento profundo, aquel amor y predileccion del sabio que, con un microscopio en la mano, para verificar un análisis ó descubrir una verdad pasa dias y dias un hallar una fibra ó determinar un anillo en el diminutísimo cuerpo de un insecto.

Despues de dejarles hablar un rato, terminé la discusion dejando acordes á ambos contendientes, persuadiéndoles de que todo era igualmente bello y admirable en la inmensa obra de la creacion, desde el arador [1], imperceptible á la más perspicaz vista, hasta la ballena y el elefante, cuyas formas toscas, pesadas y sin gracia en nada pueden compararse á la delicada organizacion que admiramos en el mosquito ó el insecto. Cada cosa es bella en sí misma, proseguí, puesto que ocupa el lugar que el supremo Criador la ha asignado, teniendo además en cuenta que infinitos objetos que excitan la admiracion y aparecen como de gran valor á los ojos y consideracion del sabio, deben sólo á su rareza el mérito y preferencia que gozan. Esas conchas, esos corales, por ejemplo, que en Europa serian uno de los mejores adornos de un museo, nadie repararia en ellos si fuesen tan abundantes y se encontrasen á cada paso como los guijarros del Arroyo del chacal que huellan vuestros piés con desprecio; sin embargo, bueno es conservarlos porque servirán tambien para formar nuestras colecciones y promover su estudio. Reembarquémonos ahora, que á la tarde, cuando el flujo nos ayude á aproximarnos al islote, volverémos provistos de lo necesario para utilizar la pesca que el Océano, ó mejor dicho la Providencia, nos ha deparado en esta playa.

Los niños me siguieron, si bien noté que Ernesto estaba algo rehacio en imitar su ejemplo. Preguntéle la causa, y confesóme francamente que hubiera deseado, si yo se lo permitia, quedarse solo en el islote donde viviria como otro Robinson. Esta idea tan rara é inesperada del filósofo nos hizo sonreir á todos, y como conocí que hablaba formalmente, y que aquello podria ser principio de una monomanía, procuré desvanecerla de la imaginacion viva y algo romántica de mi hijo.

—¡Pobre loco! le dije. ¡No sabes que la vida de Robinson sólo es buena en el libro y espantosa en la realidad! No vivirias largo tiempo en tu soledad sin arrepentirte de tu soñado propósito; el fastidio, el trabajo, la molestia, la enfermedad te cercarian bien pronto, y el dia ménos pensado se encontraria al ermitaño muerto en la costa, como la ballena que acabamos de ver. Por el contrario, da gracias al Señor porque no te separó de nosotros en el naufragio. Dios ha criado al hombre para vivir en sociedad con sus semejantes, puesto que necesita de ellos y de su asistencia, desde que nace hasta que exhala el último suspiro. Somos seis en la isla, y sin embargo ¡qué trabajo tan inmenso nos ha costado y aun nos cuesta procurárnos lo más indispensable para conservar la existencia y un reducido bienestar! ¡Qué hubiera sido de tí, si desgraciadamente hubieras quedado solo, y qué hubieran podido hacer tus débiles brazos contra obstáculos que todos los nuestros juntos apénas han conseguido superar!

El nuevo Robinson se convenció con mis razones, y llegámos á la ensenada donde quedara amarrado el esquife. Entrámos en él, y mis pequeños remeros, que á la sazón encontraron en las olas grande oposicion, se lamentaron del pesado oficio á que estaban condenados.

—Bien pudiera V., papá, arbitrar un medio que facilitara tan penosa faena.

—Os imaginais, les respondí, que soy algun omnipotente que todo lo remedia; sin embargo, si me proporcionais una rueda de hierro de un pié de diámetro, haré un ensayo para aliviárosla.

—Si no es más que eso, anadió Federico, al instante, no una, sino dos hay en el depósito de hierro que creo pertenecieron á un asador, si mamá no ha echado mano de ellas.

Sin comprometer mi palabra, por si acaso no salia con la mia, les dí alguna esperanza, alentándoles á que redoblasen sus esfuerzos, hasta que la piragua aprendiese á deslizarse sola por ellas.

Sin hablar más de esto, tomó la conversacion otro giro, y Santiago me preguntó á qué reino pertenecia el coral, y á qué uso se le destinaba.

—El coral, respondí, se forma de nidos ó celdillas de pequeños pólipos que viven agrupados en numerosas familias. Aglomeradas unas á otras van formando capas que con el tiempo se parecen á las ramas de un árbol, admirando ver cómo la naturaleza con pequeñísimas causas produce grandes efectos, pues el trabajo continuado de estos diminutos insectos al cabo de años ha dado por resultado rocas grandísimas que interceptan la navegacion, tanto más peligrosas para los buques cuanto que están á flor de agua. Antiguamente, proseguí, el coral gozó de grande estima en Europa como objeto de lujo y adorno mujeril; pero hoy dia ha decaido mucho esa moda, y por lo tanto ha bajado á proporcion el valor. Sin embargo, cuando llega á encontrarse una rama grande y bien formada, se la aprecia como objeto curioso en un museo, que es lo que harémos con las nuestras, que se colocarán en la biblioteca al lado de otros raros productos de la naturaleza.

Entretenidos en esto se levantó la brisa, que ayudando á los remos, nos condujo brevemente á la cueva, donde Franz y la buena madre aguardaban el resultado de la expedicion. Los niños contaron cuanto habian visto y hecho, y las conchas y corales dejaron embobado al pequeñuelo, que no se cansaba de mirarlos. Mi esposa admiró todas esas riquezas con cierta indiferencia, pues en nada aumentaban el ajuar de casa; mas cuando anuncié el propósito de volver por la tarde al islote para sacar una buena cantidad de aceite de la ballena, mi laboriosa compañera quiso tambien seguirnos y participar de los peligros de la expedicion. Tanto me agradó su idea que la encargué preparase agua y comestibles para dos dias, pues podria bien suceder que como caprichosa dama la mar nos obligase á permanecer en la isla más tiempo del que nos proponíamos, y así era bien contar con todas las eventualidades.




  1. En la escala de los seres animales el arador se toma generalmente como punto de comparacion cuando se quiere marcar el último grado ó punto mas mínimo de la existencia. Es un insecto que se insinua algunas veces bajo la epidermis del hombre, principalmente en las manos. En el siglo X ya era conocido por Avenzoar como causa de la enfermedad llamada sarna, y su nombre de arador le viene porque ara, socava y ahonda en la carne. (Nota del Trad.)