El Robinson suizo/Capítulo XXV


CAPÍTULO XXV.


La gruta de sal.—Habitacion de invierno.—Arenques.—Perros marinos.


Imposible fuérame explicar la alegría con que despues de tantas semanas de privaciones y fastidio comenzaron á desaparecer las nubes, despejarse el horizonte, brillar en todo su esplendor el sol, y apaciguarse el viento, cuya violencia nos habia tenido en continua zozobra y alarma. Saludando la vuelta del buen tiempo salímos al fin de nuestra huronera para disfrutar la vista de la rejuvenecida naturaleza y respirar deliciosa y libremente el fresco y puro aire que embalsamaba la atmósfera. Olvidáronse los sufrimientos anteriores, é imitando á los hijos de Noé cuando salieron del arca, entonámos un himno de reconocimiento al Señor.

Las plantaciones y sembrados se encontraban en plena prosperidad: aquellos ostentaban sus tiernas yemas y flores, y por momentos se cubrian de hojas, los tallos de estos asomaban alfombrando el suelo de abundantes yerbas y plantas que inundaban el ambiente de perfumes; canoros los pájaros dejaban oir sus trinos y melodiosos conciertos; los que no lo eran, ostentando los variados y brillantes colores de su plumaje, piaban á su manera, y todos se atareaban en construir sus nidos. Estábamos ya por fin en la hermosa primavera en que la naturaleza pone de manifiesto los tesoros que amontona con laborioso afan en el invierno.

El primer domingo se celebró con más fervor y recogimiento que los anteriores; con cuanta efusion cupo en nuestra alma dímos gracias al Supremo Hacedor porque en su misericordia habia permitido que naufragásemos en una costa tan fértil, proveyendo así á todas nuestras necesidades. Ofrecímos amarle cada vez más, servirle fielmente, y dedicarnos al trabajo con nuevo ardor.

El primer cuidado fue desembarazar la habitacion aérea de la hojarasca que el viento y las lluvias habian allí amontonado. Permitiéndonos volver á residir en ella la suave y blanda temperatura que se disfrutaba, abandonámos el infecto y ahogado domicilio en que pasáramos el invierno, instalando la familia por segunda vez sobre el árbol protector que afortunadamente se encontró sin el más mínimo deterioro.

Cuando todo volvió á su antiguo órden, mi esposa siempre activa y laboriosa mostró deseos de que me ocupase en la preparacion del lino. Durante la forzada reclusion ya la habia proveido de rueca, husos y correspondiente devanadera, y estaba cada vez más impaciente por manejar cuanto ántes esos útiles. Para adelantar la faena, enjugué muy bien al calor del hogar varios manojos de lino crudo, que repetidas veces pasé por la carda, logrando así presentarla copos á cuál más finos, que en seguida puso á la rueca de caña que la tenia preparada; comenzó á girar el huso entre sus dedos y pronto se cubrió de hilo consistente, que por completo colmó sus esperanzas. Encantada mi esposa con tan grata ocupacion que la recordaba las veladas de su mocedad, se entregó á ella con tanto ardor que iba y venia de una parte á otra con la rueca al costado y el huso en la mano sin soltarlos. Tomó por su cuenta á Franz, para que la ayudase, y miéntras hilaba, el niño hacia madejas.

Por su gusto hubiera ocupado á todos sus hijos en semejante tarea; pero hallándoles poco propicios sólo pudo recabar de Ernesto que hilase alguna vez, en particular cuanto temia se le llamase para cosas de fatiga. Federico y Santiago, siempre activos, preferian correr en completa libertad.

Pero era menester utilizar sus correrías reconociendo el estado de las labores y edificios, ya para visitarlos, ya para reparar los estragos que pudiera haber causado el mal tiempo. Zeltheim por de pronto habia sufrido mucho más que Falkenhorst; la tienda de campaña estaba derribada, las estacas arrancadas, y la mayor parte de las provisiones deterioradas por la lluvia; la pinaza únicamente permanecía intacta; no así la primitiva balsa, que sin duda se hizo trizas, pues ni rastro encontrámos. La pérdida más sensible fue la de dos barriles de pólvora, que quedaron del todo inutilizados.

Estos contratiempos obligáronme á buscar para el inmediato invierno un sitio más á propósito para resguardar las provisiones y un lugar más adecuado para albergarnos.

Remediados los daños, comencé á discurrir el medio de efectuar el proyecto de Federico, el cual consistia en minar el peñasco para refugiarnos en la cavidad que resultara, á imitacion de Robinson, su modelo. Examinando despacio el granítico muro que ante nosotros se alzaba, veia difícil si no imposible aportillarlo, mayormente cuando habia resuelto no emplear ni un gramo de pólvora en ensayos, que si bien diesen resultado, lo cual era incierto, nunca igualaban al positivo é indisputable valor de un artículo que, si no era alimenticio en sí mismo, constituia uno de los medios de proporcionar la subsistencia y otro más interesante todavía: el de la propia defensa. Sin embargo, como era preciso hacer algo aunque sólo fuese un hueco suficiente para conservar la pólvora que nos restaba, que tanto convenia economizar, determinéme al fin, y elegí en lo más cortado del peñasco el punto de donde debian partir los trabajos. Estaba situado este en lugar más conveniente y con mejores condiciones que el de la tienda, abarcando la vista la Bahía del salvamento y gran trecho de las orillas del Arroyo del chacal. Tracé con un carbon la boca que trataba de dar á la cueva, y echando mano al cincel, picos, barra y martillos de cantero, comenzámos á trabajar firme.

Los primeros golpes produjeron poco efecto: el sol y la intemperie habian endurecido de tal modo la superficie de la roca, que el acero apénas la desgranaba; pero el ánimo de mis obreros no desmayaba, los golpes redoblaban, y algunas pulgadas de hendidura conseguidas en todo un dia, estimularon á proseguir con nuevo ardor al siguiente, y al cabo de cinco ó seis, con auxilio de cuñas y palancas lográmos desgajar una gran piedra, tras la cual se presentó la capa calcárea que la servia de asiento y que el pico hizo desaparecer luego, con que sólo tuvímos que luchar con una tierra arenisca y movediza, que al azadon despejaba, y á medida que adelantábamos acrecentábase la esperanza del éxito.

Así proseguímos varios dias, y ya contaba siete piés de profundidad el hueco, cuando una mañana, Santiago, que á golpe de martillo hincaba en la arena una barra angular de hierro, dijo asombrado.

—¡Papá, papá! ¡he perforado la montaña! ¡no hay más tierra que sacar!

Acudió Federico presuroso donde estaba su hermano, y si bien era cierto el dicho de Santiago, no habia sabido explicarlo. Subido estaba yo en una escalera dando mayor elevacion á la boca de la cuerva, cuando oí la algazara que movian mis dos hijos, y acercóseme Federico diciendo que en efecto la barra, moviéndola en todo sentido, probaba hasta la evidencia que detras existia un hueco. Tan extraordinaria me pareció la noticia, que bajé aprisa, y llegando al fondo de la bóveda cercioréme de lo que anunciaban. Tomé la barra, y á fuerza de removerla é hincarla en varios puntos, ensanchóse la abertura en términos que uno de los niños cupiera en ella. Todos querian introducirse, pero me opuse á su deseo, porque acercándome al agujero para calcular la extension del hueco, una bocanada de aire mefítico me causó tal vértigo, que por poco me priva de sentido.

—¡Huid! ¡huid de aquí, hijos mios! ¡alejáos corriendo! les grité lleno de espanto. ¡Si os acercais podeis encontrar la muerte!

Cuando todos estuvímos á cierta distancia de aquel sitio, les expliqué las condiciones que debia contener el aire para ser respirable, diciéndoles:

—El aire por largo tiempo comprimido se convierte en gas deletéreo que priva instantáneamente de la vida al desgraciado que le aspira, y para conocerlo y preservarse de sus funestos efectos, el medio más sencillo y seguro es el fuego, que al absober su parte dañina le devuelve la elasticidad que lo pone en movimiento.

Al punto nos dirigímos en busca de ramitas y yerba seca, formando haces, los cuales se fueron arrojando encendidos por el boquete, y como al instante los apagában los miasmas infectos de la caverna, tuve que apelar á otro medio para purificar la gran corrupcion de aquel aire.

Entre los objetos procedentes del buque teníamos una caja de cohetes para señales en alta mar. Fuímos por ella, y cuando la tuve á mi disposicion, abríla y saqué bombas y cohetes de iluminacion, que atados todos juntos con una cuerda, colgué dentro de la cueva, prendiéndoles fuego desde fuera por medio de una larga mecha. Algo alejados por precaucion, á los pocos minutos oyóse un estallido y un humo espeso salió de la caverna. Repetida esta operacion hasta que se consumió el último cohete, y cuando creí purgada la caverna de los vapores que la infestaban, renové la prueba de los haces de leña encendidos, que viéndolos arder como si estuvieran al aire libre me evidenciaron que los gases mefíticos se habian consumido. Sin embargo, persuadido de que el aire no ofrecia peligro alguno, faltaba cerciorarme, ántes de entrar, del estado del suelo, por si andando en la oscuridad pudiéramos tropezar con alguna laguna ó abismo que nos sumergiese; por lo tanto, miéntras Federico y yo ensanchábamos el boquete dispuse que Santiago, caballero en el búfalo, fuése corriendo á Falkenhorst, para anunciar este maravilloso descubrimiento á la madre, y traerse á la vuelta cuantos hachones y bujías encontrase, á fin de explorar prolijamente la caverna.

No podia haber elegido mensajero más á propósito. No bien se lo dije montó en su corcel, y cogiendo una caña por látigo, partió con tal rapidez, que se me erizaron los cabellos de verle, pues no parecia sino que volaba.

Interin volvia, Federico y yo despejámos la entrada de la cueva para que pudiera entrar la familia. No habrian pasado tres horas, y ya vímos de vuelta á Santiago haciendo de batidor: tras él venía la carreta, y en ella mi esposa y Franz; Ernesto sentado en la delantera guiaba el tronco. La elocuencia de mi correo fue tal que obligó á todos á que abandonasen lo que estaban haciendo y se pusiesen en camino, unciendo el asno y la vaca al vehículo para llegar más pronto. Cuando estuvo cerca, acudió Santiago en auxilio de su madre para apearse del carro. La simple vista de los trabajos exteriores asombró á los recien venidos, y todos impacientes por penetrar en la cueva cuya profundidad no se podia calcular desde afuera. Al instante se encendieron las velas; cada cual tomó la suya, además otra apagada, y avíos de encender por lo que pudiera ocurrir, y armados entrámos dentro. Yo iba delante reconociendo el terreno con un palo por si encontraba algun obstáculo que impidiese el paso; seguian los niños tanto recelosos, y detras la madre llevando de la mano á Franz, que azorado asíase á su falda; hasta los perros que nos acompañaban parecian asustados,



Jack montado en el búfalo marchó á todo escape á Falken-Horst.

pues en vez de correr á todos lados, seguian despacio y con el rabo entre piernas. Cuando penetrámos como cosa de veinte pasos y la luz de las bujías iluminó la bóveda y paredes de la cueva ¡cuál fue nuestra sorpresa al contemplar el portentoso espectáculo que se ofreció á nuestra visita! El asombro nos selló los labios y creímos estar bajo la impresion de un sueño en vez de la existencia real. A nuestro alrededor todo brillaba con un lujo deslumbrante; el techo y muros de aquella gran cavidad parecian de cristal: columnas y arcos de caprichosas formas de trecho en trecho al parecer sostenian la trasparente bóveda, cuyos prismas, estalactitas y artesones de diferentes dibujos y colores hubiera envidiado la más ricas estancia arábiga con todo su lujo oriental; reflejábanse y rielaban los rayos de las luces en los millones de facetas, los cuales se multiplicaban hasta lo infinito, produciendo el efecto de una iluminacion maravillosa que pudiera hacernos imaginar haber sido trasladados al palacio de las hadas, todo cuajado de diamantes, descrito por las mil y una noches, ó bajo el techo de una catedral gótica alumbrada por innumerables cirios en la misa de noche buena. Cuanto más nos internábamos más crecia nuestro asombro. Masas enormes y variadas presentaban un ornato y arquitectura indefinibles; tan pronto eran pilares y arcos aristados cubiertos de follaje de prolijo tallado, como estatuas colosales vestidas de plegados y anchos ropajes, ó monstruosos animales que al punto los cambiantes de luz transformaban en imponentes ruinas de un edificio suntuoso, brillando unas como el cristal de roca y otras con resplandor opaco parecido al que produce el alabastro. La imaginacion podia figurarse cuanto quisiese, y cada refraccion de la luz, imprimiendo continua vaguedad en las formas, trastornábalo todo á cada paso, sin dar lugar á que nada se fijara en la mente.

Cuando se desvaneció aquella primera impresion que suspendiera y embargara los sentidos, comenzámos á reconocer despacio el sitio en que nos encontrábamos. La cueva era espaciosa, de bastante profundidad é irregular figura. El suelo era firme, llano y cubierto de menudísima arena, sin la menor señal de humedad, lo que me infundió la esperanza de que la permanencia en aquel sitio además de salubre sería cómoda y agradable. Reparando de cerca en aquellos cristalizados prismas, que por la sequedad del sitio no podia ser producto de filtraciones de agua, arranqué un pedazo, lo llevé á los labios, ¡y cuál fue mi alegría al convencerme hasta la evidencia de que aquel palacio y su decoracion brillante era de sal gema, es decir, de la major y más pura de todas las sales!

Semejante descubrimiento era de imponderable valor. ¡Qué riqueza para nosotros y el ganado tener á mano y cuando quisiéramos, sin más trabajo que cogerle el precioso condimento, que tan léjos, con grandes fatigas y prolijas preparaciones debíamos proporcionarnos! ¡Qué diferencia entre esta sal y la que usáramos hasta entónces!

No nos cansábamos de recorrer en todas direcciones el maravilloso recinto y de admirar su natural belleza. Alguno que otro trozo de la materia salina quizá deprendido de la bóveda yacia en el suelo, y temiendo que cayesen otros de arriba ó de los lados, desde la entrada disparámos varias veces las carabinas con el fin de que se desprendiesen los fragmentos que estuvieran dispuestos á caer por la gravedad de su peso. Con igual objeto reconocímos la solidez en varios puntos que no parecian muy firmes hasta quedar persuadidos de que podíamos habitar sin riesgo la magnífica morada con que la naturaleza nos brindaba.

Quedó pues resuelto que miéntras durase el buen tiempo dormiríamos en Falkenhorst, y lo restante del dia se pasaria en Zeltheim como centro de operaciones, trabajando incesantemente en la cueva hasta convertirla en habitacion definitiva, clara, templada y cómoda.

Para disponerla del modo más conveniente admití el parecer de todos, y aprovechando las opiniones más acertadas, al dia siguiente volví á Zeltheim con los niños para ponerlos en ejecucion.

Comenzámos por arreglar la boca de la gruta, á la que provisionalmente se adaptó la puerta de la escalera de Falkenhorst, tratando de reemplazarla en adelante con otra más sólida para impedir la entrada á los salvajes, si es que alguna vez parecian. Dividímos luego el interior en dos partes, la de la derecha para habitacion nuestra; en la de la izquierda estarian la cocina, el gabinete de estudio y las cuadras, y el fondo quedó reservado para bodega y almacenes. Creyendo, y fundadamente, que dando ventilacion á la cueva la masa salina se endurecia más con el contacto del aire, y que era preciso dar paso á la luz para que no pareciese un subterráneo, comenzámos á abrir ventanas en la fachada, ajustando á ellas las mismas de Falkenhorst. Los departamentos del interior se subdividieron en cuartos diferentes por medio de tabiques de tablas, comunicándose por puertas. En la parte que debíamos habitar se hicieron tres aposentos: el del centro y contiguo á la cuadra, destinado á dormitorio para mí y mi esposa; el segundo, para comedor, y en el restante se colocarian los lechos de los niños; á la primera y última de estas habitaciones se les pusieron vidrieras, y el comedor quedó con una sola celosía. Cerca de la ventana de la cocina se construyeron hornillas, y practicando un agujero en la bóveda, que salia al exterior, una caña de bambú nos suministró la chimenea para dar salida al humo. Destinóse para taller el espacio suficiente á fin de emprender una obra considerable, y la cuadra se dividió en compartimentos para cada especie de animales, lo mismo que los almacenes, adaptados á las diferentes cosas que allí habian de custodiarse.

Estos trabajos tan varios y complicados, el trasporte de todos nuestros efectos, su colocacion ordenada y metódica, y el trastorno de una mudanza completa, en la cual todos teníamos que hacer de obreros, ayudantes y peones, nos ocupó mucho tiempo, fijando nuestra residencia en Zeltheim como base de operaciones. La sola idea de poder en adelante pasar cómodamente y de una manera agradable la estacion de las lluvias nos daba valor y hacia olvidar cada dia el cansancio y fatiga de la víspera.

Además, nuestro albergue de Zeltheim tenia ya sus atractivos; nos proporcionaba recursos para la subsistencia, y fue ocasion de aprovechar otros con los que no se contaba. Por de pronto allí habia el estanque y las junqueras, morada de los patos, ánades y gansos; la playa nos suministraba tortugas juntamente con los huevos que estas depositaban en la arena; y el arroyo, con sus cristalinas aguas, ostras, almejas y cangrejos, con otras especies de mariscos y variedad de pesca, que proveian nuestra mesa de manjares exquisitos y variados.

Una mañana que salímos temprano de Falkenhorst (donde ya no se permanecia sino para dormir) con objeto de verificar una excursion á la Bahía del salvamento, fuímos testigos de un singular espectáculo. Agitadas las aguas en determinado espacio con un movimiento extraordinario cual si en ebullicion estuviesen, revoloteaban por cima de ellas multitud de aves marinas que movían confusa algazara, y tan pronto se posaban en aquel hervidero como se levantaban á grande altura, cruzándose unas con otras en círculos como si obraran por un pensamiento uniforme ó se movieran guerra. A más de eso el fenómeno iba complicando su aspecto; sobre aquella superficie donde reflejaba el sol sus nacientes rayos, aparecian de vez en cuando luminosos puntos y como llamas fosfóricas que reproducidas y extinguidas succesivamente no daban lugar á conocer su orígen. De pronto aquella masa hirviente se dirige á la bahía donde estábamos observándola. Ni la aproximacion del fenómeno pudo sacarnos de la curiosidad en que estábamos. Cada cual lo explicó á su manera: Federico se imaginó que sería un volcan submarino; Ernesto opinaba que allí habria algun mónstruo ó cetáceo gigantesco como ballena ó cachalote [1], y que las aves le seguian con objeto de devorar los peces que el animal soliviantaba con sus movimientos. Los más jóvenes, en quienes tenia mejor cabida la idea de lo sobre natural y maravilloso, casi veian sirenas, hombres marinos, ú otros seres fantásticos habitantes de las ondas, cuyas fabulosas historias habian oido contar en las veladas.

—Si deseais conocer la causa del fenómeno, les dije, no es nada de lo que os figurais, sino pura y sencillamente un banco de arenques que baja todos los años de los mares del Norte. Suponiendo que tan corta explicacion no estará á vuestro alcance, responderé de antemano á las preguntas que me habiais de hacer.

«Llámase bancos de arenques á una grandísima multitud de estos peces, que yendo en columna cerrada semejan un banco de arena en medio de la mar, cogiendo á veces leguas cuadradas de extension y varios metros de profundidad, los cuales abandonan el mar Glacial, extendiéndose por la superficie del Océano para desovar en sus costas. Siguen á estos enjambres errantes peces grandes como salmones, doradas y otros por el estilo, que en la travesía consumen gran parte de la emigracion; las aves de rapiña y los mónstruos marinos merman igualmente el apiñado ejército, atacándole unos bajo las olas, y arrebatándole otros del agua causándole infinitas víctimas. Siempre perseguido por estas dos clases de enemigos, sigue sin embargo su camino la compacta columna de arenques hasta dar con su más temible y diestro adversario, el hombre, en cuyas manos caen la mayor parte de los que hasta entónces han podido librarse de sus perseguidores. Parecia que con tantos medios y ocasiones de aniquilamiento se hubiese ya extinguido esta raza; pero la Providencia que á todo atiende, y en particular á la conservacion de las especies, ha dispuesto que cada hembra fecunde al año de cincuenta á sesenta mil huevos. Otro pescado hay además destinado como el anterior por la naturaleza al mantenimiento del hombre: es el bacalao, que contiene cada uno más de tres millones de huevos.

Durante estas explicaciones, el escuadron resplandeciente como si le cubriera un pulimentado arnes de plata, penetró en la bahía dejando asombrados á mi esposa é hijos al ver tan prodigiosa muchedumbre de peces hacinados.

—No perdámos el tiempo en admirarlo, dije, y pues la Providencia nos envia estas riquezas, vale la pena de aprovecharlas.

Mandé á buscar los útiles necesarios, y comenzó la pesca. Federico y Santiago entraron en el agua, y tal era el espesor del banco, que sin necesidad de red, con las manos, pañuelos y de cualquier manera cogieron multitud de peces que iban arrojando á la arena; mi esposa y Ernesto provistos de cuchillos los iban abriendo y depositando en barriles despues de salados. Yo era el encargado de colocarlos formando círculos con las cabezas al centro y capas intermediadas de sal, hasta que se llenaron los cascos. Cubrí la última capa con hojas de palma, despues con un pedazo de lona, y luego con tablas encima de las cuales puse una gran piedra para que sirviese de prensa. Cuando un barril estaba lleno, el asno guiado por Franz lo conducia al almacen. Al cabo de algunos dias, cuando la pescada se impregnó de sal y se redujo á una masa compacta, cerré los barriles, calafateando las rendijas con estopa y arcilla, y los trasladé á la cueva contento y satisfecho de haber logrado esta nueva y abundante provision para el invierno.

Los desperdicios del pescado que se arrojaron al mar para no infectar el aire atrajeron á la bahía una bandada de lijas ó perros marinos de los que matámos hasta una docena, cuyo pellejo y grasa reservámos, el primero para curtirlo y la segunda para convertirla en aceite para las lámparas, economizando así las bujías; los perros, el águila y el chacal se aprovecharon de la carne [2].

Tambien se hizo una gran mejora en la rastra para trasladar las provisiones. La coloqué sobre dos maderos, en cuyos extremos encajé dos ruedas de cureña que pertenecieron á la artillería del buque, con lo que obtuve otro vehículo, ligero y de poca altura.







  1. El cachalote (physeter) corresponde al género de mamíferos perteneciente al órden de los cetáceos. Es parecido á la ballena, y algunos son tan grandes: pero son más ágiles y están mejor armados. Este género contiene muchas especies cuyos caractéres aun no han sido bien determinados. En alguna existe una concrecion en sus intestinos de la que se saca la sustancia aromática llamada ámbar gris. (Nota del Trad.)
  2. La lija ó perro marino, Scillium, pertenece al género de los condropterigios cetáceos su carne es basta; pero el pellejo debidamente preparado sirve para cubrir baules, estuches, etc., pulir las maderas y metales y hasta el hierro. La lija comun ó mayor se llama perro de mar, squalus canicula; y la pequeña, Sq. catulus. (Nota del Trad.)