El Robinson suizo/Capítulo XV
Al clarear la siguiente mañana, sin despertar á ninguno de los niños, me levanté y bajé la escala sin ruido, con intencion de ir á la playa por ver el estado de las dos embarcaciones que se quedaron á merced de las olas. Cuando estuve al pié del árbol encontré que los animales habian madrugado mas que yo; los perros saltaban alegremente á mi alrededor, los gallos cantaban y batian las alas, las cabras pastaban la yerba aun cubierta de rocío, y solo el asno, que únicamente era el que necesitaba en aquel momento, estaba todavía sumergido en las delicias del sueño, y no le halagó en verdad la preferencia que le dí al despertarle, para que me acompañase en el paseo matinal que proyectaba; pero á pesar de su repugnancia le uncí al trineo, y seguido de los perros me encaminé hácia la costa, fluctuando entre el temor y la esperanza; hasta que al llegar, ví alborozado que á ninguna de las dos embarcaciones le habia sucedido el menor percance. Los lingotes de plomo que las sujetaban fueron bastantes para protegerlas contra la marea, y si bien el oleaje las habia movido un poco, se conservaban sin embargo en buen estado. Sin perder tiempo cargué moderadamente el trineo para no cansar demasiado al asno y llegar más pronto á Falkenhorst. El animal agradeció sin duda mi consideracion hácia él, y para recompensarle trotó de manera que llegámos á casa ántes de la hora del desayuno. Mas juzgad de mi sorpresa al no ver á nadie levantado ni oir el menor ruido. Inquieto, trepé por la escala más que de paso, y al estrépito que causé al entrar en la habitacion, mi esposa fue la primera en despertar asombrada al ver el sol tendido por todas partes.
—Es preciso, me dijo, que estos colchones tengan oculta alguna mágica influencia, que me haya hecho dormir tanto y tan profundamente; y no es lo malo eso, sino que parece que es contagiosa, porque los niños, que ordinariamente se despiertan con el dia, no parecen muy dispuestos á dejarlos.
—¡Arriba! ¡arriba! ¡holgazanes! les dije á voces, despabilarse pronto, fuera pereza, pues no hay cosa peor, hijos mios, que acostumbrarse á la molicie; el hombre ha de ser todo vigor y fortaleza, y así es como triunfará de cuantos obstáculos se le presenten, ó prescindirá de ellos sino le es dado vencerlos.
Federico fue el primero que abandonó el lecho; Ernesto, el último, segun costumbre.
Cuando toda la familia estuvo en pié se rezaron las oraciones matinales, tomando un desayuno frugal, y nos encaminámos todos á la playa para acabar de descagar la balsa. El trineo hizo dos viajes en poco tiempo; mas al ver que la marea iba creciendo y pondria las embarcaciones á flote, dispuse que mi esposa, Ernesto y Franz regresaran á casa con el equipaje, quedándome yo con Santiago y Federico para cuando se pudiese navegar y conducir la balsa de tinas á su puesto ordinario en la Bahía del salvamento. Poco tardámos en vernos soliviantados por las olas, y en vez de dirigirme al punto designado atendido lo bonancible del tiempo y la tranquilidad del mar, varié de pensamiento, y tomé el rumbo hácia el buque. La corriente nos trasladó pronto á su bordo. Era ya demasiado tarde para pensar en hacer un cargamento considerable, y nos dispersamos únicamente para tomar cada cual lo primero que le viniese á mano. Santiago, que era la primera vez que hacia esta visita que tanto anhelaba, no dejó rincon que registrase, y lo que más le llamó la atencion fue una carretilla de mano, la cual me presentó diciendo, y no le faltaba razon, que nos serviria para acarrear patatas á Falkenhorst. Federico acudió luego con las manos vacías; mas por el aire satisfecho con que se presentó, conocí que habia topado con algo de importancia. En efecto, dijo que en la bodega y en un sitio cerrado habia encontrado una pinaza [1] desmonatada, provista de todo su aparejo, con dos pedreros para armarla. Lleno de júbilo por tan buena noticia, dejélo todo para cerciorarme por mi mismo del dichoso hallazgo, y ví en efecto multitud de piezas de madera labrada, numeradas y con órden sobre la quilla del barquito al que nada faltaba. Conocó entónces las grandísimas ventajas que nos proporcionaria semejante embarcacion. ¿Pero cómo lograrlo? El subir á cubierta esa máquina era un trabajo prodigioso y de muchos dias, y caso de poderla armar en el sitio en que se encontraba, ¿por dónde y cómo la botaríamos al mar? El recuerdo de lo que nos costó arreglar una miserable almadía de tinas comparada con la reconstruccion de un buque en toda forma, acabóme de convencer, al ménos por el momento, de la imposibilidad absoluta de llevar á cabo esta empresa y utilizar el descubrimiento de mi hijo, y así dejé de pensar en ella para dedicarme al cargamento que estaba preparado, el cual se componia de utensilios propios para el ajuar de casa, tales como una gran caldera de cobre, sartenes y cacerolas, varias planchas de hierro colado, y dos ralladores de tabaco. A esto se añadió un barril de pólvora, otro con piedras de chispa, la carretilla de mano que encontró Santiago, y otras dos que parecieron despues, todas con sus correas para llevarlas, y alguna otra cosa de escasa importancia. Dueños de esta nueva riqueza, y sin detenernos siquier á tomar un bocado, nos hicímos á la vela para evitar el viento de tierra que se levantaba por las tardes, que hubiera retardado el regreso.
Miéntras que tranquilamente nos íbamos acercando á la playa, quedámos de repente asombrados al divisar á la orilla del agua, formados como en batalla, unos que parecian seres humanos muy pequeñitos, vestidos de blanco y negro, que inmóviles en su puesto alzaban y bajaban los brazos con cierto abandono, como si fuesen señas con las que nos demostrasen su afecto y el deseo de abrazarnos.
—¿Si estarémos, dije riéndome, en la tierra de los pigmeos, que al fin nos hayan descubierto, y nos salgan al encuentro á darnos su bienvenida?
—No, papá, respondió Santiago, serán lilliputienses, si bien me parecen más grandes que los que cita Gulliver en sus viajes.
—Qué viajes ni que calabaza, si todo eso es un cuento, dijo Federico con tono burlon.
—Pues serán pigmeos, como dice papá.
—Ni una cosa ni otra es cierta, respondí, todas las relaciones que se cuentan de pueblos excesivamente pequeños no son más, ni habrán tenido otro orígen, que invenciones de antiguos navegantes, que probablemente vieron por primera vez los monos, á quienes, quizá de buena fe, unos tomaron por hombres, y gratuitamente otros trataron de hacerles pasar por tales á fin de referir algo de maravilloso.
—Pues eso es lo que va á suceder con nuestros pigmeos de ahora, papá, dijo Federico, porque ya comienzo á distinguir que son pájaros, y que los tales brazos que suben y bajan son alas, aunque un poco cortas.
—Y tienes razon, hijo mio, los decantados lilliputienses se han trasformado en una bandada de pinquinos llamados mancos ó pájaros bobos por otro nombre. El pinquino es gran nadador, pero incapaz de volar, y estando en tierra no tiene ningun medio de defensa.
Con esta conversacion fuí dirigiendo la balsa hácia la orilla, pero despacio y sin hacer ruido para no asustar aquellas aves. Todavía faltaban algunas varas para llegar á tierra, cuando impaciente Santiago, sin encomendarse á Dios ni al diablo, salta del barco, y con el agua hasta la rodilla corre hacia donde
estaban los pinquinos aun quietos y como atontados; y á este quiero á este no quiero, comenzó á repartir palos á derecha é izquierda sobre aquellos imbéciles animales. En un santiamen derribó media docena, y el resto, estupefacto con tan brusca acometida, se echó al agua y desapareció en el instante á nuestra vista. No pude ménos de reprender á mi hijo por su precipitacion en arrojarse al agua con riesgo de ahogarse por tan poca cosa, pues la carne del pinquino, si bien de mucha gordura, no es manjar agradable [2]. A Federico no le agradó mucho la hazaña de su hermano, pues le impidió lucir su puntería; pero al fin se tranquilizó, recordando las de más valía que ya le habian acreditado.
Miéntras atábamos á la balsa las aves que solo estaban atontadas, otras se levantaron encaminándose con gravedad por la arena hácia el mar; á lo cual nos opusímos: Federico las echó mano fácilmente, y las ató por las patas para que no se volviesen á menear.
Una vez desembarcados repartímos entre todos la carga, sirviéndonos desde luego las carretillas de mano, donde se colocó lo más fácil de llevar, sin olvidarnos de la caldera, los ralladores de tabaco, las sartenes y cacerolas, las planchas de hierro, y encima de todo los pinquinos de Santiago, dejando lo demás para otro viaje; y echando cada cual mano á su carretilla, nos encaminámos hácia Falkenhorst.
Cuando llegámos cerca, los dos perros salieron á recibirnos manifestando tan á las claras su alegría al vernos, que á fuerza de caricias derribaron al suelo al pobre Santiago, que no pudo contenerlos. Mi esposa, Ernesto y Franz, que venian detras, nos salieron al encuentro. Todo cuanto traíamos fue objeto de prolijo exámen. Mi esposa aplaudia sobretodo el hallazgo de las carretillas, y se chanceó un poco al ver los ralladore de tabaco y las planchas de hierro cuya aplicacion ignoraba; mas como yo tenia mi proyecto en ciernes, la dejé reir sin aclarárselo hasta que llegase la ocasion.
Los niños se entretenian con los pinquinos vivos, y con el deseo de agregarlos á nuestra volatería y se habituasen á la vida de corral, les encargué los fuésen atando por una pata á otra de uno de los gansos para que se domesticasen, formando sociedad con sus nuevos compañeros acuátiles, arreglo que estos no llegaron á comprender aunque no mostraron oposicion.
Mostróme mi esposa gran cantidad de patatas que recogiera durante mi ausencia, así como otras considerables raíces, iguales á las que el dia anterior habia yo anunciado ser de yuca. Ayudada por los niños, habia hecho la buena madre todo eso, y no pude ménos de elogiar como se merecia la actividad de todos.
—Más nos alabará V. despues, dijo Franz, cuando al volver del buque vea una huerta con maíz, calabazas y melones.
—Asombrada estaba, exclamó mi esposa, que el parlanchin no hiciese de las suyas; en efecto, tenemos sembrado algo de eso en los hoyos de las patatas que se han arrancado, con lo cual deseaba causarte una sorpresa á su tiempo.
Dila gracias por su continuo afan en complacerme y contribuir al bien comun, asegurándola que me cabia entónces igual satisfaccion que la que me hubiese proporcionado más tarde.
Cenámos en seguida, y hablé de lo que todavía quedaba en el buque, inclusa la pinaza que sentia abandonar. Poco la lisonjeó esta nueva que la anunciaba futuros y más frecuentes viajes á la nave, que cada vez más la repugnaban; sin embargo, convino conmigo que si al fin pudiésemos contar con otro barco sólido y bueno como el que yo la describia para que reemplazase á la miserable almadía de tinas, la ahorraria no pocas inquietudes.
Como la noche se venía encima, se fuéron disponiendo los preparativos para recogerse; pero ántes de hacerlo, dije á los niños.
—Mañana es dia de madrugar mucho, porque quiero enseñaros un oficio nuevo.
—¿Y cuál, papá? ¿qué oficio? exclamaron todos á un tiempo.
—Mañana lo sabréis; ahora, á acostarse.
La noche se pasó tranquila, y al primer albor del dia la curiosidad ya tenia en pié á los chicos, incluso Ernesto, cuya pereza era ya proverbial entre nosotros. En seguida acudieron á mí:
—¿Y el oficio, papá? ¿cuándo empezamos?
—Pronto; lo vais á ver en cuanto bajemos.
En ménos que se dice ya estábamos todos al pié del árbol, y entónces dije á los niños que seguian importunándome:
—Señoritos, el nuevo oficio que vais á aprender es el de panadero.
Al oirme se quedaron estupefactos.
—¿Panadero has dicho? exclamó asombrada mi esposa, que ignoraba mis proyectos. ¡Ah pobre hombre! y ¿á dónde está el horno para cocer el pan, el molino para sacar la harina, y sobre todo la harina?
—Todo irá pareciendo poco á poco, la repondí; por de pronto arréglame dos medios sacos de lona; lo demás corre de mi cuenta.
Se puso al momento á hacerlo; pero ántes de comenzar la costura, la ví arrimar al fuego una olla llena de patatas, lo que me dió á conocer que no tenia la mayor fe en mis promesas. Interin se hacian los sacos, mandé traer las raíces de yuca bien lavadas y enjutas. Tendí en el suelo un gran paño, y entregando á cada uno de los niños un rallador, que tambien habian lavado, y un manojito de raíces, les dí el ejemplo; en seguida todos se pusieron á raspar las raíces apoyando el rallador sobre el paño, y á los pocos instantes tenian todos delante una especie de fécula que más que otra cosa parecia serrin blanco y húmedo.
Miéntras así estaban atareados con el ardor propio de la infancia por todo lo nuevo, decian riéndose:
—¡Si parece moyuelo! dijo Ernesto, no dejará de ser bueno el pan que salga de estas raspaduras.
—Vaya, dijo Santiago en el mismo tono, que al fin comerás pan de nabos.
—¡Qué mal huele esto! añadió Franz, que era el que rallaba con más afan.
Su madre, que participaba de la misma prevencion aunque callaba, cuando concluyó los sacos se fué á cuidar de las patatas, con las que contaba más que con el resultado de nuestros esfuerzos. Impasible á las chanzonetas é incredulidad de todos, dije á los niños:
—Podeis reir y burlaros cuanto querais; ya lo veréis despues; pero me extraña que tú (dirigiéndome á Ernesto), que la echas siempre de sabio, seas tambien de los incrédulos, constándote como te consta, que la yuca es una de las sustancias alimenticias más preciosas, puesto que es la base del sustento de una gran parte de la América, y preferida por muchos europeos al pan ordinario. Pero sigamos adelante.
Cuando las raíces quedaron desmenuzadas, llené los dos sacos que mi esposa habia concluido con lo que los niños rallaron. Pero era indispensable una prensa para extraer el jugo de la yuca, que como ya queda dicho, es un veneno activo.
Recordando las que habia visto en los lagares para prensar la uva, hice una cosa parecida. Coloqué en el suelo dos ó tres tablones juntos por bajo de una de las arqueadas raíces del árbol y sobre los sacos de fécula bien cosidos y cerrados, poniendo encima de ellos otro tablon. Hecho esto, de las que teníamos apartadas elegí una viga gruesa y larga, que puse atravesada encima de todo, cuya extremidad adelgacé un poco para que pudiese entrar bajo la raíz que la sujetaba, miéntras que sobre el otro extremo cargué cuantas piedras grandes, plomos, hierro, etc. encontré, lo que hizo inclinar la viga hasta el suelo, formando palanca y apretando los sacos por el medio, en términos que el jugo de la yuca brotaba á chorros por todos los poros de la tela, quedando reducido el volúmen de los sacos á ménos de la tercera parte. Asombrados quedaron los niños al presenciar el poderoso efecto y resultados de esta operacion mecánica.
—Yo creia, dijo Ernesto, que la palanca no tenia más uso que levantar peso ó mover cosas de gran volúmen.
Para responderle le demostré que la presion es consecuencia natural de esa misma propiedad de la palanca, pues si la raíz hubiese sido ménos fuerte, aquella la hubier arrancado de cuajo, y su resistencia es lo que ha producido tal efecto.
—Los salvajes, proseguí, que no conocen aun los efectos de esta potente aunque sencilla máquina, para extraer de la yuca el jugo pernicioso que contiene, despues de bien majada la meten en cestones de corcho, más largos que anchos, y á fuerza de llenarlos y apretarlo, por la tension de la corteza llegan á ponerse tan anchos cuan largos ántes eran. Los cuelgan despues de las ramas de los árboles, suspendiéndoles por bajo grandes piedras, y el peso natural les hace insensiblemente recobrar su primer forma. Si bien es algo lento el sistema, los resultados son los mismos.
Mi esposa quiso saber si el jugo que estaba viendo correr podria tener alguna aplicacion.
—La tiene efectivamente, la respondí, dejándolo reposar en vasijas, se obtiene un almidon muy fino.
Cuando conceptué suficiente la presion porque los sacos ya no despedian más zumo, saquélos de debajo de la viga, y abriéndolos cogí un puñado de su contenido, todavía húmedo, semejante á la harina de maíz.
—¿Veis cómo ya tenemos harina? dije á los niños, gozoso por ver el resultado de la operacion. Ahora extendedla toda sobre un paño limpio para que se enjugue bien al sol, y cuando llegue á estar completamente seca, harémo con ella pan, que si bien no tendrá el sabor ni la forma del de trigo, obtendrémos unas tortas que tendrán su mérito especial; ahora me voy á ocupar del horno.
Con antelacion habia dispuesto se encendiesen varias hogueras en diferentes puntos; cuando ya no quedó sino el rescoldo, puse encima las planchas de hierro colado procedentes del buque, y cuando estuvieron bien caldeadas, se extendió sobre el cazabe (este es el nombre que se da á la harina de yuca) para completar su desecacion, y resultaron tortas compactas y cocidas que volvímos de uno y otro lado para que el calor las penetrase por igual.
Mi esposa y los niños quedaron asombrados; todos á porfía querian probar cuanto ántes las informes tortas que mostraban su corteza doradita y de aspecto seductor. Contuve su impaciencia manifestándoles que aquello no era aun en cierto modo mas que la harina, y que se requeria otra preparacion para convertirla en verdadero pan.
—Además, añadí, como de tres especies de yuca que se conocen, una es más venenosa que las otras, y cuya especial preparacion no sé de fijo, bueno será para evitar desgracias que la prueben ántes el mono y las gallinas, y así no corremos peligro que nos envenene ó nos haga daño.
—En resumidas cuentas, exclamó Santiago, mi pobre mono pagará por todos. ¡No es una lástima envenenarle!
—¡No será una crueldad, añadió mi esposa, si mueren las gallinas!
—No hay que asustarse, respondí, el mono, las gallinas y todos los animales se hallan dotados de un instinto de que carece el hombre, y si queda algun veneno en esta yuca, se guardarán muy bien de tocar, cuanto más comer, la que les presentemos.
Viendo ya á todos más tranquilos, desmigajé un poco de cazabe y lo eché á dos gallinas y á maese Knips; este se lo comió despacio, aquellas en un instante no dejaron ni chispa. Esto me demostró el buen éxito de mi experimento; sin embargo, quise aguardar algun espacio más de tiempo el efecto, y suspendiendo por un rato los trabajos de panadería, nos pusímos á almorzar las patatas que mi esposa habia tenido la precaucion de cocer. Miéntras estábamos en la mesa, la yuca y sus diversas preparaciones fueron naturalmente el objeto de la conversacion. De aquí se siguió hablar de los venenos, sus diferentes especies y efectos, y acerca del particular previne á todos que en la isla donde estábamos quizá podrian encontrarse con uno de los más violentos, el fruto de un árbol llamado manzanillo, cuyo aspecto es seductor y parecido á una manzana, y hasta hay quien asegura, añadí, que basta dormir bajo su sombra para causar la muerte [3]. Por lo mismo volvíles á recomendar lo que tantas veces repitiera, de que no tocasen ni probasen fruto alguno sin enseñármelo antes.
A más de las patatas, presentónos mi esposa un pinquino asado. Su carne por casi unanimidad fue desechada como detestable; Santiago la probó únicamente por no desairar su caza.
Al levantarnos de la mesa fuímos á reconocer los animales en los cuales se hiciera la prueba de la yuca. Santiago silbó á Knips, á cuya señal en tres saltos bajó el mono de un árbol donde quizá estaba dando cuenta de algun nido. Mi esposa llamó á las gallinas, las que encontrámos sin la menor novedad, lo que nos acabó de convencer que el cazabe habia perdido enteramente cuanto pudiera contener de nocivo. Entónces no tuve reparo en conceder á los niños la satisfaccion de hacer tortas y comerlas. Se encendió de nuevo el fuego y se caldearon las planchas de hierro. Miéntras tanto deshice los panes de cazabe y desleí la harina en leche. A cada uno de mis hijos dí una escudilla de coco llena de esta especie de masa líquida, previniéndoles que imitaran lo que me viesen hacer; tomé una cucharada de aquella papilla y la eché sobre la plancha caliente; cuando la masa se fué hinchando y tomando color de un lado, la volví del otro con un tenedor, y á poco nos encontrámos con una porcion de panecillos muy doraditos por fuer y cuyo exquisito sabor corria parejas con su buena traza, sirviendo de delicioso regalo para la familia. Los pinquinos, los patos, las gallinas y el mono participaron tambien de las primicias del nuevo pan, pues mis aprendices tahoneros dejaron quemar algunas tortas, que á los animales les supieron grandemente.
Quedó resuelto desde entónces el cultivo de la yuca, que iba á constituir en adelante uno de nuestros principales alimentos.
El resto del dia se pasó en hacer algunos viajes á la playa y conducir en las carretillas y en el trineo lo que habia quedado por recoger el dia anterior. El descubrimiento del nuevo pan, que considerámos como un beneficio inmenso, y que nos llenaba de júbilo, dió motivo á que al llegar la noche, á nuestras oraciones cotidianas añadiésemos particulares gracias al Señor, cuya piadosa mano no cesaba de ampararnos.
- ↑ El nombre de pinaza que se da aquí al barco encontrado en el buque, y que en España es poco conocido, corresponde á una embarcacion larga, estrecha y ligera que navega con vela y remo. En otro tiempo se construian en Europa grandes y pequeñas, que estaban aparejadas, ya de goletas, ya de balandras. Las mayores pinazas se ven en la actualidad en la India, y son unos buques chatos que sirven para transportar los ricos viajeros por el Gánges hasta Benarés. Así se explica muy bien la existencia de ese barco desarmado dentro de una nave destinada á las colonias, la cual habria sido mandada construir en Europa por algun rico colono para su uso (N. del Trad.).
- ↑ El pinquino pertenece á la familia de las aves palmípedas ó zancudas. Llámanle tambien pájaro bobo por su poca malicia. Vive en los agujeros de las rocas y no fabrica nido. Se alimenta de pescados y plantas marinas (Nota del Trad.).
- ↑ Esta planta tan temible es de la familia de las euforbiáceas. Su especie típica es originaria de las Antillas, y sobre sus propiedades deletéreas hay diversidad de opiniones; pero más ó menos exageradas, todos convienen en que son sobremanera nocivas (N. del Trad.).