El Robinson suizo/Capítulo XL

El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XL


CAPÍTULO XL.


Disecacion del boa.—Greda de batan.—La gruta de cristal.


La precedente leccion, cuyo principal mérito consistia en darse en presencia del mismo boa, entretuvo las primeras horas de nuestra libertad. Justo era ese corto desahogo despues de tres dias de angustia. Era la segunda salvacion, casi tan importante como la del naufragio. Nunca se aprecia más la dicha de vivir que despues de haber pasado por un peligro real que haya amagado nuestra existencia.

Pero era menester hacer algo y concluir con el boa. Miéntras mi esposa acompañada de Federico y Santiago se fué á la gruta para traerse el búfalo y la vaca, Ernesto, Franz y yo nos quedámos á la mira del reptil para ahuyentar las aves de rapiña que ya le rondaban, pues deseaba conservar entera la brillante piel de que estaba revestido. Aproveché esta coyuntura de quedar solos para reprender con dulzura á Ernesto el exceso de prudencia, mejor dicho, timidez, que habia demostrado con la serpiente, y como por via de castigo, riéndome, le impuse la obligacion de componer un epitafio al pobre asno. Semejante castigo era casi un placer para el doctor que ya habia dado algunas pruebas de su poética aficion en varias décimas y redondillas que compuso, ya para el dia de año nuevo, ya como felicitaciones en los cumpleaños de la familia; y así, tomando el asunto por lo serio, y despues de diez largos minutos de recogimiento con la mano apoyada en la frente, se levantó de improviso, y como Pitágoras al resolver su problema, exclamó:

—He aquí el epitafio; pero ciudado con reirse.

Y entre tímido y satisfecho recitó los siguientes versos:

Aquí yace en esta fosa
un borrico que murió
con una muerte horrorosa;
mas con ella preservó
de igual suerte desastrosa
á un padre, una madre y cuatro hijos que Dios le dió.

—¡Bravo! ¡bravo! dije riendo á todo trapo: he aquí que el último verso tiene más piés que una oruga patas; mas no importa, pues como probablemente estos serán los mejores versos que desde la creacion se habrán hecho en esta isla, llenarán cumplidamente su objeto en el mausoleo del infortunado cuadrúpedo. Saqué entónces del bolsillo un lápiz encarnado, y en lo más liso de la roca tracé el susodicho epitafio que el poetilla fué dictándome con la mayor modestia.

Apénas habia acabado de trasladarlo, cuando Federico y su hermano se presentaron con el búfalo y la vaca. El epitafio del asno dió naturalmente márgen á la crítica, que fue poco favorable á su autor, quien al fin, aun que amostazado al principio por las pullas que le dirigieron sus hermanos, hubo que reirse como todos y burlarse de su misma obra.

En seguida nos pusímos á trabajar. A la cabeza del asno, que todavía asomaba por la boca de la serpiente, se uncieron el búfalo y la vaca, y miéntras sujetábamos al reptil por la cola, tirando la yunta logró sacar los informes restos de la víctima. Se abrió un gran hoyo al pié del peñasco, y allí los sepultámos, colocando encima grandes pedruscos que sirvieran de sepulcral monumento.

El búfalo y su compañera arratraron al boa atado por la cola, hasta la cueva, ante la cual quedó el mónstruo tendido, sosteniéndole entre todos por la cabeza durante la travesía para que no se estropease al rozarse con las matas.

—Y ahora, ¿cómo lograrémos desollar este animalote para sacar entera la piel? exclamaron todos.

—Ahí está el busilis, les respondí. Ya veo que nada inventarán vuestras cabezas miéntras cuenten con el complaciente auxilio de un tercero que os saque siempre de apuro.

—Recuerdo, dijo Federico, haber leido en los viajes del capitan Stedman, que habiendo un negro matado á un boa, cuya piel deseaba conservar á todo trance, valióse de un medio muy ingenioso para desollar el reptil, pasándole una cuerda fuerte al redor de la cabeza, con objeto de izar la serpiente hasta la altura de la rama, quedando así colgada de ella. Encaramóse al árbol y con un cuchillo la atravesó el cuello, y descolgándose por el mismo reptil, siguió haciendo en la piel la misma incision de arriba á abajo, lo que le facilitó desprenderla entera.

—¡Magnífico! exclamaron todos á una; sólo hay una dificultad de que ninguno de nosotros probablemente pesará tanto como aquel negro, en cuyo caso lucidos quedarémos.

—Hay otro medio más sencillo, añadió Ernesto, y es el que he visto emplear en la cocina para desollar las anguilas; y la experiencia que nos ofrece lo que acabamos de practicar con la yunta para sacar del boa los resto del pobre asno, me lo ha revelado. Se corta la piel al redor de la cabeza y se vuelve del reves lo suficiente para ensartar en ella los tirantes de la yunta, y despues de sujetar la cabeza de la serpiente con una maroma al tronco de un árbol, arreando las bestias en sentido opuesto arrancarán la piel hasta la cola, volviendo lo de dentro á fuera.

—Pero no será tan divertido, dijo Santiago, como lo del negro. Yo me comprometo á ser el que se deslice á lo largo del boa.

—Cuando se trata de hacer algo útil, respondí, no deben emplearse chanzas, y como efectivamente encuentro que la idea de Ernesto es la más sencilla, asequible y la más adecuada al objeto, la vamos á adoptar. Con que ea, manos á la obra y componéos sin mi cooperacion, que así vuestra será la gloria de la invencion y ejecucion del pensamiento. En cuanto á preparar la piel que se destina como principal ornamento del gabinete de historia natural, nada es más sencillo; disecaréis como mejor os parezca el cráneo del animal, lavaréis en seguida la piel con agua salada, arena y ceniza, y despues de enjuta, coseréis los bordes con esmero, y la rellenaréis de paja, algodón ú otra materia seca y ligera, pudiendo así estar seguros de que la obra os hará honor.

Federico me aseguró que estaba bien penetrado de las operaciones que acababa de indicar; pero que temia diesen mal resultado. Alentéle, demostrándole que si el hombre se arredrase por las dificultades que se le ofreciesen, jamás emprenderia nada de provecho.

En fin, comenzaron la tarea, y cada cual empleó la destreza é inteligencia de que fueron capaces. La piel se sacó entera; se enjugó y preparó segun les indicara, y celebré el extraño medio que adoptaron para rellenarla. Despues de limpiarla bien por dentro, la izaron por medio de una cuerda suspendiéndola perpendicularmente de una rama de un árbol, y Santiago desde lo alto dejóse caer dentro hasta la cola, y allí enfundado, fué rellenando con los piés la paja y demás yerbas que sus hermanos le iban echando, y cuando aquella especie de saco animal se colmó, asomó la cabeza y parte del cuerpo exclamando muy ufano, como si estuviera en un púlpito.

—¡Yo! ¡yo he disecado el gran boa! que conste.

Cuando terminaron la faena que duró casi un dia, hubo que pensar en el sitio que se habia de destinar al mónstruo, impotente ya para hacer daño.

Se repararon los agujeros que causaran las balas en la cabeza; la cochinilla encontrada en las higueras chumbas nos sirvió para dar á la lengua y á las quijadas el color sanguíneo que la muerte borrara, y en seguida se colocó el reptil en un travesaño en forma de cruz, dándole la posicion más pintoresca, enlazando sus anillos al pié, é irguiendo por encima de los brazos la cabeza, con la boca abierta en actitud amenazadora. Al verla los perros se desgañitaron ladrando, y los demás animales de la casa huian espantados como si el boa estuviese aun vivo. Así dispuesto se instaló con la mayor solemnidad en la biblioteca, ocupando un sitio preferente entre las varias curiosidades naturales de toda especie que constituian ya un museo.

Este notable acontecimiento digno de haberse referido con mayor extension, sugirióme la idea de cerciorarme de si aquel mónstruo tan temible sería el único de su especie que se criase en las inmediaciones, ó si estaria cerca el sitio donde se anidase su posteridad, que con el tiempo pudiera renovar nuestros terrores, y contra lo cual quizá podríamos no salir tan bien librados. En consecuencia, resolví emprender dos reconocimientos, uno en el pantano y al rededor del estanque, y el otro en direccion á Falkenhorst, siguiendo la falda de la montaña, único punto por donde suponia que un animal de su corpulencia pudiera introducirse en la parte de la isla y valle donde habitábamos.

Se determinó comenzar por el pantano; pero en el momento mismo de salir, Santiago y Ernesto mostraron alguna repugnancia en acompañarme. Me pareció no deber tolerar un ejemplo que pudiera ser funesto, y recordé á los niños que el miedo sin fundado motivo y la pusilanimidad eran sentimientos indignos de un hombre destinado á figurar en la sociedad.

—La constancia y la firmeza, añadí, son cualidades más necesarias é indispensables que el ciego valor de un momento, nacido á veces de la desesperacion. Si el boa por casualidad ha dejado cria en el pantano y no se averigua y remedia, llegaria dia en que se repitiese la escena que acabamos de presenciar, y ¡quién sabe si el éxito no seria igual y nos hiciese arrepentir de nuestra flaqueza y cobardía!

Partímos en seguida, llevando, además de toda suerte de armas, algunos tablones y vegigas de lija, para el caso de tener que arrojarnos al agua y sostenernos en ella. Los primeros se destinaron para caminar por el fango del pantano, formando un firme pavimento sobre la tierra blanda y movediza que se tendria que pisar; y en efecto nos facilitaron poder registrar minuciosamente todos los cañaverales y alrededores de la laguna, convenciéndonos así de la no existencia ni rastro de huevos ni crias de la serpiente, pues el sitio mismo que habia ocupado el reptil se conocia por las cañas y yerba hollada en diferentes puntos que todavía conservaban los indicios de un nido que no podia asegurarse haber pertenecido al boa.

Cuando se iba á emprender la vuelta para la habitacion, por casualidad se hizo un descubrimiento de interes. Era una nueva gruta abierta en la misma roca, de donde manaba un arrouyuelo cuyas cristalinas aguas se perdian en la laguna. La bóveda y paredes estaban tapizadas de hermosas estalactitas, formando columnas, capiteles, artesones y hermosos calados. Absortos permanecímos largo rato admirados ante esa maravilla de la naturaleza; y penetrando algun tanto más, note que el suelo estaba cubierto de una tierra sumamente blanca y fina, que despues de examinada conocí era greda propia para batanar.



¡Papá! ¡Es una nueva gruta de sal!


—Hé aquí una buena nueva para vuestra madre, dije á los chicos; ya no le costará tanto lavar la ropa, pues esto le servirá de jabon.

—Yo creia, respondió Ernesto, que el jabon era producto de la industria, y que por lo tanto no le habia natural.

—Te sobra la razon, añadí; el que comunmente se emplea en Europa se compone de ciertas sales, cuya acritud se corrige mezclándolas con materias oleaginosas, que atenuando su accion las apropian á su objeto; pero esta fabricacion es larga y dispendiosa, y ha sido gran fortuna encontrar una tierra que en sí sola reune gran parte de las cualidades del jabon. Esta es la que aquí se encuentra y la que principalmente se emplea para batanar las lanas, en lugar del jabon artificial. Ya verás qué contenta se va á poner tu madre.

Recogímos algunos puñados de aquella tierra, que guardé en el pañuelo, y así departiendo nos aproximámos al nacimiento del arroyuelo que brotaba de una abertura de la roca á pocos piés de suelo. Federico, que penetró por ella, gritóme desde dentro que la gruta tenia mayor extension de la que se figurara al principio. Trepé por el peñasco y encontréme en una caverna.

Comenzámos por disparar dentro un pistoletazo, y por la prolongacion de eco conocímos que la gruta se extendia mucho. Encendímos bujías que á prevencion iban siempre en los zurrones, y la pura y viva luz que despidieron me cercioró de la salubridad del aire. Federico y yo continuámos avanzando con la mayor circunspeccion, pues los otros se habian quedado fuera, y de repente descubrímos entre admirados y gozosos el brillante reflejo de las luces reproducido casi infinitamente en las paredes de la roca.

—¡Papá, exclamó Federico entusiasmado! ¡estamos en otra gruta de sal!

—Te has equivocado, le respondí, pues estas rocas no pueden ser de sal como las de nuestra gruta, porque si lo fuesen, el agua que chorrean sería salada y con la humedad se disolverian. No es sal lo que tenemos delante, sino cristal; en realidad nos encontramos en un palacio de cristal de roca.

—¡Pues todavía es mejor! ¡Un palacio de cristal de roca! exclamó Federico. ¡Es la realizacion de las mil y una noches! ¡Qué inmenso tesoro á nuestra disposicion!

—Sí, poco más ó ménos, añadí del mismo valor que tuvo la mina de oro para Robinson.

—Aquí tiene V., papá, prosiguió el niño, una muestra que acabo de arrancar. Efectivamente no es sal como dice V. muy bien; pero si es cristal, como V. asegura, es un cristal tan raro que no tiene trasparencia alguna.

—Cúlpate á tí mismo de ello, porque lo has empañado al desprenderlo.

Sorprendióse el niño, pues no atinaba que fuese posible hacer perder la trasparencia á un pedazo de cristal. Entónces tuve que explicarle la formacion de los cristale, haciéndole comprender el verdadero sentido de la palabra empañar de que me habia valido.

—Estas masas que tenemos delante, proseguí, forman, como ves, columnas ó prismas de seis faces. La tierra fina y casi tamizada sobre la que descansan, las sirve, por decirlo así, de alimento, y propiamente hablando, son la base del cristal y no el cristal mismo. Encima van aglomerándose las capas trasparentes que ya has visto en Europa, las cuales exigen grande habilidad para extraerlas. La violencia al arrancarlas determina en el interior del cristal una especie de opacidad que crece por momentos y produce la oscuridad que notas en el trozo que tienes en la mano. Entónces se llama cristal opaco. Para extraer el cristal primitivo de las moles empañadas que aquí ves, es preciso arrancar trozos considerables como lo habrás observado en los museos de nuestro país. En una palabra, es preciso comenzar por desprender estas masas petrificadas ántes de despojarlas del cristal puro y trasparente que contienen.

—Pues entónces, añadió Federico con visos de menosprecio, conozco que acierta V. al asegurar que este descubrimiento, que yo creia á lo ménos otro Potosí, de poco nos servirá, como no sea para enriquecer nuestro museo, añadiendo á las maravillas que ya contiene este pedrusco.

Excitóse la curiosidad del niño con lo que acababa de decirle tocante al cristal de roca, segun pude colegir de sus esfuerzos por darse cuenta de los milagros que la naturaleza le presentaba. Le enseñé además que los cristales se formaban de las emanaciones del agua, que adhiriéndose á la superficie de la roca se coagulaban, y con el tiempo concluian por adquirir una dureza mayor que la de los metales [1]-

—En nuestras montañas de Suiza, añadí, se encuentran cristalizaciones en estado intermediario, delgadas y maleables, que atestiguan las diferentes fases por que atraviesan hasta llegar á su completa solidez. Los antiguos consideraban el cristal de roca como un pedazo de hielo endurecido; pero la ciencia moderna ha ido más léjos, pues lo ha estudiado en su mismo orígen y formacion, llevando sus investigaciones hasta el punto de que ya no sea la casualidad, como ántes sucedia, la que haga descubrir una mina de esa especie, sino que se va sobre seguro y de antemano se fija el sitio donde se encontrará. El cristal de roca es en grande lo que las piedras preciosas en pequeño; ambas son riquezas naturales, en las que por largo tiempo no ha encontrado el hombre sino objetos de lujo y vano adorno; pero ya van comenzando uno y otros á pagar su tributo á la ciencia. El arte ya está en disposicion de modelar á su placer el cristal de roca, y de tan dura materia saca instrumentos preciosos, que son otros tantos auxiliares de la física y la química. El diamante ocupa su lugar en la relojería, y ha conseguido hacer dar á tan admirable industria un grandísimo paso, proporcionando una rigurosa exactitud que nunca se pudo conseguir de los metales más duros.

Respecto al material valor de esta mina, que es lo que primero le sedujo, le dije para concluir, no es cosa perdida. Es propiedad nuestra porque la hemos encontrado, y nadie podrá arrebatarnos este tesoro, que si por ahora nos es inútil, cuando el cielo nos envie la visita de algun buque europeo, nos encontrarémos con una riqueza inmensa, que se explotará en beneficio nuestro.

La conversacion llevaba trazas de prolongarse; pero las bujías se iban extinguiendo, y creí prudente emprender la retirada, mayormente cuando nada nos impulsaba á buscar el fin de la gruta. Antes de salir Federico quiso disparar otra vez su carabina, y el eco de la explosion se perdió en una profundidad cuya distancia era imposible calcular.

Cuando aparecímos á la boca de la gruta encontrámos al pobre Santiago hecho un mar de lágrimas. Al verme me saltó al cuello colmándome de caricias.

—¿Qué te ha pasado, hijo mio? le pregunté. ¿A qué vienen esas lágrimas?

—Son del gozo que me rebosa al volverles á ver, respondió; como tardaban VV. tanto en salir, estaba en la más cruel inquietud, y más cuando oí el ruido de dos detonaciones horribles, que me dieron á creer que VV. habian quedado sepultados para siempre en esa oscura caverna, y que nunca volveria á verles.

Miéntras hablaba el pobre chico volvíame á abrazar de nuevo con mayor fuerza, y lo mismo hacia con su hermano. Enternecióme su cariño, y le estreché contra mi corazon.

—Cálmate, hijo mio, le dije; y demos gracias á Dios porque nada malo nos ha sucedido. La conmocion que tanto te ha asustado la causaron dos tiros que Federico ha disparado en la gruta para purificar el aire y probar la solidez de su bóveda y extension de la cavidad. Vamos, alégrate, que hemos encontrado otro palacio más rico y brillante que el de Felsenheim: palacio inmenso cuya extension todavía no conocemos. Pero ahora caigo, ¿qué se ha hecho Ernesto, que no le veo? ¿dónde está?

Guiónos entónces Santiago á orillas del pantano donde encontrámos al flemático filósofo, que nada habia oido de las explosiones, sentado tranquilamente donde le habíamos dejado, entretenido en tejer un cesto de mimbres, semejante á los que usan los pescadores, dispuestos de tal modo que el pescado pueda entrar y salir. Al vernos se levantó y vino á mostrarme una que él llamó pequeña serpiente, diciendo que la habia muerto con la culata de la carabina.

Tanto habíamos hablado de serpientes, de huevos y de crias que, alarmado el pobre chico, y con la mejor fe del mundo, convirtió en su mente una soberbia anguila de cuatro piés de largo en un pequeño boa, y estaba lo más ufano del mundo con su hazaña.

El exámen que hice del supuesto reptil abatió algun tanto el orgullo del vencedor; pero no por eso dejó de ser bien recibida semejante captura; y sin más detenernos, tomámos el camino de Felsenheim costeando el pantano, que era el sendero más corto. Encontrámos á mi esposa y á Franz aguardándonos en la fuente, y con la mayor satisfaccion se enteraron de los brillantes resultados de la batida, acrecentándose el júbilo cuando le presentámos la preciosa tierra que la iba á servir de jabon para lavar la ropa. Durante la cena dímos detallada cuenta de nuestras aventuras, y el dia terminó tan felizmente como habia empezado.




  1. El cristal de roca que se cita es el cuarzo hialino primitivo, que escasea bastante, así como el prismático, que rara vez se encuentra entero y perfecto. Estos cuarzos no forman montañas, hallándose esparcidos por la tierra, y entrando en la composicion de gran número de rocas que desempeñan uno de los papeles principales en la constitucion del globo. Comunmente su superficie está cubierta de una capa de color de orin que oculta su trasparencia, la cual es fácil separar. (Nota del Trad.)