El Robinson suizo/Capítulo XIII

El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XIII


CAPÍTULO XIII.


El trineo.—La pólvora.—Visita á Zeltheim.—El canguró.—La mascarada.


Durante mis excursiones por la playa, entre varias cosas útiles, reparé en unos maderos corvos, restos quizá de alguna lancha que el mar habia arrojado. Estos me sugirieron la idea de construir con ellos una especie de trineo ó rastra que me sirviese de vehículo para acarrear de Zeltheim á Falkenhorst barriles, cajas de comestibles y otros objetos voluminosos y pesados, que ni á cuestas, ni aun con el auxilio del asno era posible transportarlos. No bien amaneció, levantéme callandito, y despertando sólo á Ernesto, que deseaba llevar conmigo para acostumbrarle á dominar el sueño, pues era indolente, bajámos la escala dejando á los demás durmiendo; desatámos el pollino y emprendímos la marcha, llegando sin novedad á la playa, término de nuestra expedicion matinal, y sin tener que andar mucho, en poco tiempo encontré, medio cubiertos con la arena, los maderos más adecuados al objeto que me proponia; atámoslos con cuerdas que llevábamos al efecto, y agregándoles una caja media rota que por allí rodaba, se cargó al asno con todo encaminándonos á Falkenhorst.

Al llegar al alojamiento mi esposa me reconvino por mi salida clandestina; pero explicándola la causa y objeto de ella y la esperanza de hacernos pronto con un trineo, que la iba á ahorrar muchos viajes, trayéndola de una vez lo que todavía nos faltaba, se apaciguó algun tanto; en seguida se abrió la caja que habíamos traido y en ella no se encontró mas que varias prendas de vestir propias de marinero y alguna ropa blanca, todo averiado y echado á perder por el agua del mar. Sin embargo, aunque malos y deteriorados, agradaron mucho á mi esposa que preveia el momento en que hubiese necesidad de renovar, ó al ménos recomponer nuestros vestidos.

Durante mi ausencia Federico y Santiago se entretuvieron cazando hortelanos; pero con tan poca suerte, que, despues de haber gastado gran cantidad de pólvora y perdigones, mataron únicamente como unas cuatro docenas. Al presentármelos no pude prescindir de decirles que semejante prodigalidad llegaria á sernos perjudicial dado caso de no poder renovar las municiones, las cuales debian servir y reservarse más para nuestra propia defensa que para emplearlas en la caza. Para suplirlas en cierto modo y ahorrar su consumo, les enseñé á hacer varias clases de lazos y trampas para coger pájaros; y los hilos que yo saqué de las hojas del karatas la víspera, sirvieron perfectamente en esta ocasion.

Miéntras mi esposa y los dos niños menores se ocupaban en esta faena, yo, con los mayores, emprendímos la construccion del trineo, sin dejar de trabajar hasta que nos llamaro á comer lo que estaba preparado, que consistia en los pájaros muertos por la mañana, una sopa de leche, y queso fresco que mi esposa habia hecho: novedad que fue un gran regalo para la familia.

Despues de comer Santiago subió al árbol para colocar los lazos que se acababan de disponer; y al bajar nos dió la buena noticia de que las palomas habian anidado allí y que estaban en huevos, diciendo:

—Al ver esto, no he creido oportuno colocar los lazos, no fuera que cayeran en ellos las palomas; mejor sería, si le parece á V., papá, que ahuyentásemos de este árbol los pájaros para que se fuésen á otros donde podrian prepararse los lazos.

Aprobé el parecer de Santiago, con la sola diferencia de que, en vez de ahuyentar los pájaros disparando al aire como él proponia, se emplease otro medio para no malgastar la pólvora.

—Pero, papá, exclamó con la mayor inocencia Franz ¿por qué no siembra V. un campo de pólvora, como el que hemos visto de patatas? Entónces ya no temeria V. que llegásemos á carecer de ella.

La candidez de la pregunta hizo reir á todos sus hermanos, lo que desconcertó enteramente al pobre que creia haber puesto una pica en Flándes con su observacion.

—¿Pero no sabes, díjole Ernesto, que la pólvora no es semilla que se siembra?

—¿Y de dónde quieres que lo sepa? le contesté. Quizá tú mismo ignoras aun de que se compone la pólvora.

—Yo sé que se fabrica, el cómo no puedo decirlo positivamente; pero estoy en que es una mezcla de carbon, porque la veo negra, y de azufre, porque cuando arde despide el mismo olor.

—Y añade el salitre, que es su base; combinando este con el carbon reducido á polvo, se inflama fácilmente y despide con la mayor fuerza y velocidad el aire que contiene, concurriendo el azufre, que es el que lo liga todo, á producir este resultado.

De aquí vino luego el explicar á mis hijos la teoría de la combustion, ó al ménos darles algunas sencillas nociones adaptadas á su comprension.

En esto oí un grande alboroto en el corral: el gallo se despepitaba cacareando, y las gallinas huian azoradas. Acudímos todos á ver lo que era, y no encontrámos sino al mono en medio del asustado gallinero. Ernesto, que no le perdia de vista, le vió escurrirse y esconderse bajo una rama de la higuera: siguióle, y ahuyentándole se encontró un huevo roto, que sin duda el ladron se preparaba á comer. Registrando los rincones, se encontraron otros cuatro huevos.

—Ahora sí que ya comprendo, dijo mi esposa al verlo, porqué apénas encuentro huevos, sin embargo de que diariamente oigo cacarear las gallinas como cuando van á poner.

Resolvímos en vista del latrocinio atar al mono cuando se creyese que las gallinas iban á poner.

Apaciguado el cotarro, volví á emprenderla con mi trineo, y ántes de que acabase el dia tuve el gusto de rematarle. Dos piezas de madera arqueadas y unidas por cuatro travesaños bastaron para su construccion; la parte delantera presentaba como dos especies de cuernos, y la de atras, tambien un poco levantada, impedia que rodasen los toneles ó cualquiera otro objeto que se colocase en el trineo. Le até varias cuerdas para que, sirviendo de tirantes, lo pudieran arrastrar el pollino y la vaca, con lo cual obtuve un medio de transporte que nos alivió muchísimo.

Al dejar el trabajo encontré á todos ocupados en pelar una gran cantidad de hortelanos que se habian cogido en los lazos, miéntras que dos docenas de ellos ensartados en un florete que servia de asador, se estaban asando á la lumbre. Este espectáculo no dejaba de ser agradable; mas creyéndole por el pronto una prodigalidad intempestiva, pedí explicaciones á mi esposa, dejándome altamente satisfecho cuando me aclaró que aquella operacion era para conservarlos en manteca, segun mis anteriores indicaciones, recordándome al mismo tiempo la promesa que la hiciera de traerla la restante que en la barrica permanecia en Zeltheim, con tanta más razon, cuando que por medio del trineo habia ya más facilidad para trasladarla. Ernesto añadió que los hortelanos eran aves de paso, y que era preciso aprovechar la época en que acudian al árbol, proveyéndonos de ellos abundantemente para cuando llegase el mal tiempo [1].

Nada habia que replicar á esto, y así quedó resuelto que al dia siguiente, muy temprano, iríamos á Zeltheim. Entre tanto, la cena de aquella noche fue deliciosa. Los pájaros asados hicieron el mayor gasto, y en seguida nos retirámos á descansar para estar listos al amanecer.

No bien comenzaba á clarear el dia ya estábamos de pié y dispuestos á partir. A Ernesto le tomé tambien esta vez por compañero de viaje dejando á Federico como mayor y de más resolucion para estar al cuidado y proteger al resto de la familia. En el momento de partir mi hijo mayor nos dió á cada uno un cinto de piel de gato, del que pendian, á más del cuchillo de monte, un cubierto completo y una anilla para colgar un hacha pequeña, lo cual me pareció ingenioso, y así recibímos el presente con demostraciones de agradecimiento, de las que quedó tan pagado Federico, que dió por bien empleado su trabajo. Uncímos al trineo la vaca y el asno, y echámos á andar seguidos de Bill, dejando á Turco por guardian de la casa.

En vez de seguir el camino pintoresco de otras veces, nos fuímos por la playa donde el trineo se deslizaba mucho mejor por la arena que salvando matorrales, y así llegámos luego al puente y á Zeltheim. Desuncidas las bestias procedímos al cargamento del trineo. Se colocó primero el barril de manteca, asaz aligerado por las grandes excavaciones que en él se practicaran, luego la provision de queso y galleta y el resto de las herramientas, municiones y otros objetos que creímos de más perentoria necesidad.

Miéntras ambos estábamos atareados en el acarreo, el asno y la vaca se desviaron algun tanto, y guiados por su instinto se separaron del sitio árido en que nos hallábamos, atravesando el puente para buscar yerba fresca que crecia en abundancia al otro lado del arroyo. Mandé á Ernesto y Bill que fuésen á recogerlas, y en tanto volvian me entretuve buscando á orillas de la bahía un lugar á propósito para bañarme; no tardé en encontrarlo entre unas rocas salientes que formaban como una especie de gabinetes dispuestos exprofeso para ese objeto. Allí esperé que mi hijo trajese los fugitivos, y cuando le oí venir, advertíle que arrendase las bestias á la tienda para que no se largaran otra vez; pero en lugar de atenderme se vino donde yo estaba muy contento.

—¡Pero hijo, qué haces! exclamé, ¿no ves que si no atas los animales se volverán al prado y habrá que ir á buscarlos otra vez?

—Ya se guardarán bien de irse, respondióme; he levantado las primeras tablas del puente, y no pudiendo pasar, no hay miedo que se descarrien.

Alabé su prevencion que no se me habia ocurrido, y tranquilos ya sobre este particular, pudímos descansadamente tomar un baño á nuestro placer. Ernesto salió primero; y en cuanto se vistió le encargué que quitase las alforjas al asno y las llenase de sal, de la que deseaba proveerme abundantemente. Se fué á cumplir el encargo, y tardando más de lo regular, estaba ya con algun cuidado por su tardanza, cuando oí su voz en opuesta direccion que reclamaba mi ayuda.

—¡Papá! ¡papá! ¡Venga V. pronto, que aquí hay un pez grandísimo que tira mucho, y me va á romper el sedal!

Acudí asustado hácia donde sonaba la voz, y encontré á Ernesto que, despues de haber llenado de sal las alforjas, se habia puesto á pescar en una len



Fritz hizo saltar de la yerba un animal que brincaba, en vez de correr.

gua de tierra que sobresalia en el arroyo, y le ví tendido boca abajo forcejeando por sacar un gran pez que cayera en el anzuelo y cuyas violentas sacudidas amenazaban arrastrar al aparejo y al pescador que lo tenia.

Eché mano al sedal, y tirando y aflojando para cansarle más pronto, pude al fin, haciendo un supremo esfuerzo, atraer el pescado hácia la orilla y hacerme dueño de él. Era un salmon lo ménos de quince libras. En el acto lo matámos de un hachazo en la cabeza.

—Esto sí que gustará á tu madre, dije al niño, y de seguro te celebrarán la ocurrencia que has tenido en prevenirte de tus arreos de pescar.

Alentado Ernesto por el elogio, me contó que esta idea se le habia ocurrido la otra vez que pasó por este sitio, al ver que abundaba en pescado, y como prueba, me enseñó en seguida cosa de una docena de pescadillos que cogiera ántes que el salmon mordiese el anzuelo.

Para que la pesca pudiese llegar fresca á Falkenhorst la abrí toda, y la salé bien para que el calor no la dañase.

Uncímos luego las bestias al trineo ya preparado, poniendo encima el pescado que iba metido en una banasta, y dímos la vuelta á Falkenhorst.

A medio camino, Bill, que nos precedia, se lanzó de repente hácia la yerba que bordeaba el arroyo, y sus aullidos hicieron saltar de la espesura y á poca distancia de nosotros un animal raro y bastante grande que echó á huir dando brincos. Por pronto que quise echarme la carabina á la cara, la marcha irregular de la bestia desconcertó mi puntería: hice fuego, mas no le dí. Ernesto, que habia tenido más tiempo de prepararse, tuvo más suerte que yo, dejándole muerto en el momento de esconderse de nuevo en la espesura. Fuímos corriendo á verle, y quedámos asombrados al encontrarnos con una bestia tan extraña, que no acerté á conocer su especie. Sería del tamaño de una oveja: la piel y la cabeza de rata, las orejas de liebre, aunque mayores; una bolsa bajo el vientre como la vulpeja; la cola gruesa y redonda, como la del tigre; las patas delanteras armadas con fuertes uñas, muy cortas, y las de atras largas y dobladas como zancos. Por de pronto no pudímos adivinar lo que era; pues Ernesto, orgulloso con su caza, en lo que ménos pensaba era en la ciencia, gozándose de antemano en las alabanzas y sorpresa que con ella causaria á su madre y hermanos. Pero reconociendo con más detencion al animal, y examinando la forma de sus dientes y patas, persuadíme que pertenecia á la especie de los roedores.

—Debe ser, dije á Ernesto, lo que llaman canguró, originario de la Nueva Holanda, y no es de extrañar que no haya podido clasificarlo á primera vista, porque aun es poco conocido, si bien la especie de este debe ser mayor que la citada por el capitan Cook, que fue el primero que le encontró en esa parte de la Oceanía.

—¡Vaya por el canguró! exclamó Ernesto, pues yo en mis libros jamás he visto la descripcion de semejante animal; pero sea lo que quiera, la piel es magnífica, y puede aprovecharla mamá para abrigarse los piés.

Liámos la bestia por las cuatro patas, y colgada de un palo, entre los dos la llevámos hasta donde estaba el trineo, abriéndola ántes y llenándola de sal para que se conservase intacta hasta nuestra llegada. Este aumento de carga, sobre la que ya habia, no agradó mucho al tiro; pero aliviándolo algun tanto nosotros, alzando por detras el trineo en los malos pasos, llegámos en breve á Falkenhorst.

Durante nuestra ausencia mi esposa se habia ocupado en lavar la ropa de los niños, y para reemplazarla durante esa operacion, aprovechó los vestidos de marinero de que estaba llena la caja que pocos dias ántes se trajo de la playa, y aunque no estaban en relacion con la edad y estatura de sus hijos, sin embargo prefirió verles interinamente cubiertos con ellos, aunque de un modo ridículo, que dejarles, durante su enjabonado, enteramente desnudos.

Llegámos á Falkenhorst un poco tarde, y de léjos percibímos las exclamaciones de alegría por nuestra vuelta, á las que contestámos desternillándonos de risa al presenciar el burlesco espectáculo que teníamos delante. Uno de los niños se habia arropado con una blusa de marinero que la envolvia dos ó tres vece, y apénas le dejaba andar cubriéndole los talones; otro se habia puesto unos pantalones que le llegaban hasta la barba, y Franz una chupa que le bajaba hasta los piés. Ufanos todos con su disfraz, se paseaban gravemente como actores de teatro.

—¿Pero qué farsa nos vais á representar? exclamé riéndome cada vez más.

Mi esposa explicóme la causa, y pasado este incidente, comenzámos á sacar del trineo y á poner de manifiesto las riquezas que traíamos de la excursion. La manteca, los comestibles y sobretodo el pescado, entusiasmaron á mi esposa, y el canguró fue objeto de admiracion general; y si bien en los parabienes que Federico dirigió á Ernesto por su destreza y acierto, noté cierta envidia, que si los demás no advirtieron, no pasó desapercibida á la perspicacia de un padre; sin embargo felicitó á Ernesto con buen modo, tomando luego parte en la conversacion y alegría general; únicamente cuando quedámos solos, no pudo ménos de decirme:

—Espero, papá, que en el próximo viaje, en vez de dejarme aquí, donde no hay más que codornices y hortelanos, me dé V. permiso para acompañarle con el objeto de ver si encuentro mejor caza.

—Con el mayor gusto, hijo mio, le respondí, y aun cuando no fuese más que como recompensa de la victoria que has alcanzado sobre tí mismo, dominando un mal sentimiento respecto á tu hermano. Todo lo veo, Federico, y lo mismo tengo en cuenta tus esfuerzos que tus debilidades. Unicamente te haré observar, que al dejarte aquí como guardian y protector de tu madre y tus hermanos, te doy una prueba de confianza que te honra, y por la cual, ántes que pesaroso, debes estar enorgullecido. Un corazon noble en el cumplimiento de su deber halla su recompensa y la alegría más pura; te alabo por lo tanto, y como se merece, el sacrificio que has hecho resistiendo tu pasion por la caza, guardando fielmente el puesto á tu vigilancia encomendado; mañana vendrás conmigo y á expedicion más importante, que será otra visita al buque, añadí quedo á fin de que mi esposa no lo oyese, y para la cual te necesito.

Esta promesa serenó completamente á Federico; procedímos en seguida al arreglo y colocacion de todo lo que se habia traido; se llevaron los animales al establo, donde les aguardaba un buen pienso de yerba fresca; mi esposa aderezó parte del pescado para la comida, y el resto bien salado quedó en reserva. Despues de comer comencé á desollar el canguró, faena que no pude terminar en el dia, y así lo colgué de una rama, al fresco, dejando para el siguiente preparar su carne y ahumarla. En esto llegó la noche, y una excelente cena compuesta de patatas, pescado y hortelanos, cocidos con su misma grasa, nos reunió al rededor de la gran mesa. Dímos gracias á Dios por los nuevos beneficios dispensados en este dia, y subímos en seguida á buscar en las hamacas un sueño dulce y profundo que reanimó nuestras fuerzas.





  1. El hortelano es un pajarito pequeño de cabeza negra, parecido al gorrion. Se cria mucho entre los arrozales, y por eso le llaman hortelano del arroz. Llámase tambien agripenno y por algunos terdanla. Su carne es delicada como la de los estorninos, á la que se parece mucho. (Nota del Trad.).