El Robinson suizo/Capítulo X
Terminado el banquete me ocupé en preparar alojamiento para pasar la noche: al efecto, suspendí las hamacas bajo la especie de bóveda que formaban las raíces de nuestro árbol gigante, y cubriendo la parte exterior con un gran pedazo de lona, quedó constituida nuestra habitacion provisional, que resguardaba la familia y la ponia al abrigo del relente y de las picaduras de los insectos.
Terminada esta operacion y miéntras mi laboriosa mujer se entretenia en hacer los aparejos más precisos para el asno y la vaca, que pensaba emplear al dia siguiente para el acarreo de los maderos y tablas necesarias para la construccion de la casa aérea, encaminéme con Federico y Ernesto á la playa para examinar los materiales que allí hubiese, y sobre todo para buscar los que me habian de servir para la escalera que pensaba labrar.
La playa estaba cubierta de fragmentos del buque que la marea arrojaba constantemente; pero la mayor parte eran poco adecuados al objeto que yo deseaba, y á más se necesitaba labrarlos expresamente. Ya me figuraba abortado el proyecto, si por fortuna Ernesto, que todo lo escudriñaba, no me hubiese hecho reparar en gran cantidad de bambúes enterrados entre el cieno y la arena. Era justamente lo que más me convenía. Los descubrímos, y despojándolos de las hojas y retoños que todavía conservaban, los fuímos cortando en trozos de cinco piés de largo, de los que se hicieron tres haces, para trasladarlos con más comodidad á nuestro establecimiento. De paso, busqué carrizos para hacer flechas, las cuales entraban tambien en el plan que tenia concebido para subir al árbol gigante.
Encaminámonos en seguida hácia un matorral espeso donde pensaba hallar los carrizos, avanzando con precaucion, segun mi costumbre, y con la carabina preparada por si de pronto algun reptil ó cualquier otro animal dañino. La perra iba delante de exploradora, y cuando estuvímos cerca de la espesura, Bill se abalanzó al cañaveral con su ímpetu ordinario, y levantó una bandada de flamencos, que batiendo las alas con gran ruido se elevaron en los aires. Federico, que siempre iba alerta, y sobretodo en esta ocasion, disparó al grupo, y consiguió derribar dos de aquellas aves. La una quedó en el sitio, y la otra, herida levemente en el ala, echó á correr con increible rapidez; y no pensando el niño sino en recoger la muerta, lo hizo con tal precipitacion que por poco no se hunde en el fango. Para evitarlo fuíme por el otro lado por si conseguia atrapar al pájaro herido, que de fijo se hubiera largado á no interponerse Bill que le cortó la retirada, y cogiéndole por un ala, lo trajo medio arrastrando á mis pies. Atéle las alas para que no se escapase, y lo mostré á mis hijos cuyo alborozo no tuvo límites al ver que aun estaba vivo.
—¿Si estará mal herido? decian.
—¡Qué lástima que no se le pueda curar!
—¡Gusto seria domesticarle y que se quedase con nosotros!
—¡Qué pluma tan hermosa, exclamaba Ernesto, y cuán vivos y brillantes colores! Es extraño, prosiguió el jóven observador, que esta ave, que tiene los dedos de la pata apropiados para nadar como los gansos, las tenga al mismo tiempo tan largas como la cigüeña, lo cual le permite correr tanto por tierra como por agua.
—Y puedes añadir, como vuela por el aire, porque sus alas son á cual más fuertes y consistentes. Existen otros géneros de aves que reunen todas estas ventajas.
—¿Y todos los flamencos, preguntó Federico, tienen como este el cuerpo de color de rosa y las alas encarnadas? Me parece haber visto entre los que se remontaron algunos de color ceniciento.
—¡Ah! contestó Ernesto echándola de entendido en la materia, esos que dices son los más jóvenes; los viejos son los que tienen tan hermosos colores.
—Pues en ese caso, el que yo he muerto duro será de cocer, porque tiene una pluma bellísima; sin embargo, nos lo llevarémos para que lo vea mamá [1].
Entusiasmados con su caza los niños se ocuparon, el uno en atar al ave por las patas para llevarla con más comodidad á donde estaba su madre, y el otro, á vendar con su pañuelo á la que estaba herida para que padeciese lo ménos posible. En tanto yo elegí algunos carrizos de los que usan los salvajes de América
para las flechas, y además corté dos ó tres cañas largas para medir con ellas por un proceder geométrico la verdadera altura de nuestro árbol. Ernesto tomó las cañas, yo el flamenco herido, y Federico, además del muerto, cargó tambien con los dos lios de bambúes que quedaran en la playa. En esta conformidad llegámos á donde estaba nuestra gente, y fuímos recibidos, como de costumbre, con exclamaciones de alegría y visos de sorpresa.
—¿Qué es eso que traes, Federico?
—¡Jesus, qué pájaro tan hermoso!
—¿Cómo se llama?
—¿Es manso?
—¡Y está herido el pobrecito!
—¿Si se le podrá curar?
Y otras cien preguntas semejantes ensartadas unas tras otras sin aguardar las respuestas.
Mi esposa no participó del gozo general, objetando respecto al flamenco vivo, que esa boca inútil iba á absorber una buena parte de las provisiones; pero se tranquilizó cuando le dije que el nuevo huésped no causaria ningun gasto, por la razon de que se proporcionaria el alimento sin sernos gravoso, buscando en el arroyo inmediato los gusarapos, gusanos y otros insectos que acostumbra á comer. Esta aclaracion calmó la inquietud de mi esposa y devolvió la alegría á todos. Examiné despues la herida del pobre flamenco, y ví que consistia en un pequeño rasguño en el ala derecha, causado por los dientes de la perra. Apliqué á la parte lastimada un poco de unguento hecho con manteca y víno; sujeté el ala con una venda, y en seguida le até un cordel á la pata para que pudiera andar y bañarse en el arroyo. Este tratamiento dió buen resultado, y al cabo de pocos dias, la herida se habia cicatrizado, y el pájaro, á fuerza de caricias y esmero, domesticado del todo.
Los niños que ya habian empalmado las cañas una con otra, imaginándose que esto bastaria para medir la elevacion del árbol, vinieron á anunciarme, riéndose, que se necesitarian otras diez más para alcanzar á las primeras ramas.
—Demasiado lo sé, les respondí; pero hay un medio más sencillo para saber á punto fijo la altura que se desea saber, y es el que se emplea para medir la elevacion de las montañas más altas; la geometría nos lo enseña, y aquí lo podemos aplicar. Al punto con dos cañas fijadas en el suelo y dos cordeles que partian de la base del tronco del árbol, resultó un triángul que calculé geométricamente, y siendo la distancia de un ángulo á otro de treinta piés, manifesté á la familia, que estaba embobada presenciando la operacion, que la altura de nuestra futura morada sería de esos mismos treinta piés, contando desde el suelo. La solucion del problema les pareció maravilloso, inspirándoles deseos de aprender la geometría que yo estudiara en mi mocedad y de la que aun recordaba las suficientes nociones para salir airoso en la presente ocasion.
Una vez averiguada á punto fijo la altura, encargué á Federico que midiese todo el bramante que teníamos, y á los pequeños que lo fueran ovillando que pronto lo necesitaria. Sentéme en la yerba, y arqué un trozo de bambú, sujetando los extremos con una cuerda tirante; en seguida, con los carrizos recogidos al efecto, hice flechas embotadas, guarneciéndolas con plumas del flamenco para que su vuelo al despedirlas fuese más rápido y seguro, y así me encontré poseedor de un arma salvaje de bastante buena apariencia. Mis hijos que vieron el arco y comprendieron el objeto, comenzaron á saltar y gritar á mi al rededor:
—¡Ah, un arco!
—¡Un arco y flechas!
—¡Pará, déjeme V. tirar el primero!
—Tú, no: ¡yo! ¡yo!
—¡Paciencia, señoritos, paciencia! les respondí; á mí me toca disparar primero por ser el inventor. Supongo no lo llevaréis á mal; y tened entendido que esto no es un juguete, sino un instrumento necesario á mis proyectos ulteriores. ¿Tendrias, por casualidad, dije á mi esposa, algun ovillo de hilo fuerte?
—Verémos, me contestó, si lo da el saco encantado.
Fuése á buscarlo, y metiendo en él la mano hasta el fondo, sacó el ovillo pedido.
—¡Ya veis, prosiguió, que mi saco continúa mereciendo el nombre que le habeis puesto de encantado!
—¡Vaya una gracia! Mamá ha sacado del saco lo que ántes metiera, dijo Ernesto. Tambien yo haria lo mismo.
—No lo dudo, hijo mio, replicó la madre, todo esto es muy natural; pero el misterio consiste en haber guardado oportunamente en él lo que en mi juicio estimé poder servir en cualquiera ocasion. ¡Cuántas veces pasan por maravillosos para los ignorantes y aturdidos que no ven mas que á donde llega su nariz hechos incomprensibles que no son sino resultado de una sabia prevision!
Miéntras hablaban madre é hijo, tomé el ovillo de hilo y até el cabo á la extremidad de una flecha, púsela en el arco, y dirigiendo la puntería á una de las guias principales del gigantesco arbol, solté la cuerda, y la flecha disparada con violencia, arrastrando el hilo, pasó por cima de la gran rama donde quedó colgada cayendo al suelo por su propia gravedad. Satisfecho del buen resultado de mi invencion, pasé en seguida á labrar la escala. Federico llegó á la sazon con los dos rollos de maroma que le encargara medir, diciendo que cada uno tendria hasta cuarenta piés de longitud, que era justamente lo que yo necesitaba. A mi vista, fué luego partiendo con el hacha, y en trozos de dos piés, los bambúes que se habian traido para servir de escalones. Segun se cortaban, Ernesto me los iba dando uno á uno; y á distancias iguales, los fuí introduciendo en los nudos, que previamente habia hecho en cada una de las maromas que debian servir de largueros de la escalera. En la parte que los travesaños sobresalian del nudo, Santiago atravesaba una clavija para impedir que se saliesen, y de esta manera, en poco tiempo, y con asombro de los niños, entre todos llegámos á construir una escala fuerte y sólida de más de cuarenta piés de largo. En seguida, al hilo que habia quedado pendiente del arbol, le añadí un bramante, y á este una cuerda, para que atada á la escala pudiese subirla hasta las ramas. Tirando del hilo, del que pendia todo, llegó la escala á la guia ú horquilla principal á donde debia apoyarse, y despues sujeté bien á una de las gruesas raíces hincadas en el suelo el cabo de cuerda que habia servido para la ascension de la escala, haciendo lo mismo con el primer peldaño de esta, para que estando tirante no se balancease y fuera más segura y ménos peligrosa la subida. Apénas estaban concluidas estas precauciones, cuando mis hijos ya porfiaban sobre cuál habia de subir ántes. Unicamente se lo permití por esta primera vez á Santiago como el más ágil y de ménos peso. El atrevido niño, que ya estaba familiarizado con los ejercicios gimnásticos que formaran parte de su primera educacion, subió como un gato de peldaño en peldaño llegando sin novedad á la cruz del árbol. Probada así la escala, Federico subió despues, pero con más cuidado, llevando consigo en un talego un martillo y clavos grandes para fijar sólidamente el extremo de la escala á la guia principal del árbol, y lo hizo tan bien, que yo mismo no titubeé en ascender igualmente á aquella elevada region. Las ramas del árbol eran tan numerosas, tan recias y espesas, que no sólo pudímos sostenernos fácilmente arriba, sino que conocí desde luego que no se necesitaba estaca alguna para establecer el pavimento de nuestra habitacion, siendo suficiente para constituirlo algunas tablas apoyadas en las ramas, despues de igualarlas. Valiéndome de un hacha comencé este trabajo preparatorio, y como el espacio era corto y los niños estorbaban mis movimientos, les hice bajar. Por medio de la cuerda que pendia aun de la escala, subí una polea que fijé tambien en una de las ramas más altas y salientes á fin de subir con facilidad al dia siguiente los tablones y demás materiales que se pudieran necesitar. Cuando terminé la tarea de tan memorable dia, alumbraba ya la luna, y si bien me sentia fatigado y el sudor manaba de mi frentre, bajé henchido de las más halagüeñas esperanzas para juntarme con la familia. Al tocar en tierra, me sorprendió no ver á Federico ni á Santiago que habian bajado ántes que yo, cuando de repente dos voces puras y armoniosas hirieron dulcemente mis oídos: eran las de mis dos hijos, que encaramados en lo más alto del árbol entonaban desde allí, como para santificar nuestra morada, el himno religioso de la oracion vespertina. En lugar de descender cuando se lo dije se subieron más arriba, y conmovidas sus almas con el grandioso espectáculo que se ofrecia á sus miradas, su primer pensamiento fue dirigirse al Señor. No quise interrumpirles, tal fue la emocion tierna que me causó aquella invocacion al Criador en medio de la más rica naturaleza y del solemne y profundo silencio que por do quier nos rodeaba. Luego que hubieron acabado, les mandé que bajasen, y sin atreverme á reprenderles, no estuve tranquilo hasta que los recibieron mis brazos.
En seguida que todos estuvímos reunidos, hubo que discurrir en tomar algunas disposiciones para pasar la noche, siendo una de las más importantes encender hogueras que ardiesen constantemente hasta la madrugada para alejar cualquiera fiera, si es que las hubiese por aquellos contornos. Mi esposa me enseñó entónces la obra en que invirtiera gran parte del dia. Con el auxilio de las agujas del puerco espin, dispuso dos aparejos completos para las dos bestias de carga. Para halagarla, la dí mi palabra de que al día siguiente sin falta podríamos ya instalarnos y tomar posesion del nuevo domicilio. Ernesto, á quien no agradaban mucho los trabajos de fuerza, se habia quedado con su madre, y entre él y Franz la ayudaron en las faenas de la cocina. A la lumbre y en un palo colocado encima de dos ramas en forma de horquillas fijadas en el suelo, se estaba acabando de asar un pedazo bien magro de puerco espin que despedia un olor más grato que el incienso, miéntras que otro hervia en el puchero; un trozo de lona tendido sobre el césped servia de mantel; la manteca y la galleta aunque algo dura, ocupaban su puesto: en una palabra, la cena nos aguardaba, y despues de disponer las hogueras al rededor de nuestro albergue, de reunir las bestias y arrendarlas bajo la bóveda de raíces donde íbamos á pasar la noche, de recogerse las gallinas y palomas que se mecian en las ramas inmediatas, y que el flamenco se subió sobre una de las raíces y encogiendo la pata izquierda se durmió; despues, en fin, que quedámos libres de todo cuidado para pensar únicamente en nosotros, nos pusímos á cenar con todo descanso, y la fatiga, el buen apetito y sobretodo los buenos platos que nos aguardaban, hicieron esta cena una de las más espléndidas y alegres. La temperatura no podia ser más grata, la luna brillaba con todo su esplendor; pero poco á poco la charla disminuyó gradualmente, los repetidos bostezos fuéron indicando el advenimiento del sueño; se rezaron las oraciones de la noche, y mandé se recogieran todos. Antes de hacerlo yo, aticé y añadí leña á las hogueras, hice la ronda al rededor de nuestra habitacion, en la que no entré hasta quedar seguro enteramente de que al ménos por el momento no amenazaba riesgo alguno á mi familia. Al principio esta encontró algo incómodas las hamacas, echando de ménos sus antiguos lechos de musgo y yerba seca, donde podian extenderse á su placer; pero el sueño las fué haciendo más dulces y agradables. A poco no se percibia ni el zumbido de un mosquito, reinando por do quier el más absoluto silencio, y no percibí á mi al rededor sino la débil y tranquila respiracion de aquellos seres, lo cual me probó que yo únicamente era el que todavía estaba despierto.
- ↑ Mejor que flamencos, que parece indicar como cosa relacionada con el país de Flándes, debian llamarse estas aves flamantes, porque la etimología viene de haber llamado los griegos á sus alas flammantes, lo cual significa ardiente, encendido, ó brillante. Su verdadero nombre antiguo es fenicoptero, y pertenece al género de las aves zancudas, y familia de las pixidirostras. En la costa meridional de la isla de Haiti hay una bahía que por abundar en ella estas aves se le da el nombre de Bahía de los Flamencos (Nota del Trad).