Nota: Se respeta la ortografía original de la época

El Ratoncito


A

cabada de ser tomada la ciudad de Querétaro, después de sesenta días de un sitio riguroso, cayendo en manos de los republicanos el archidnque Maximiliano de Habsburgo, que en mala hora para él había aceptado la corona imperial de Méjico que le ofrecieron los clericales ultramontanos del país, ayudados por Napoleón III. Allí acababan de sucumbir para no levantarse más, casi todos los principales jefes y las mejores tropas del llamado imperio; pero la capital permanecía aún bajo el poder del general Marques, lugarteniente del emperador, y conocido con el sobrenombre de "Leopardo de Facuba" á consecuencia de los hechos bárbaros y sanguinarios con que se había distinguido como general del partido clerical, pues ni á los médicos y practicantes dejó de fusilar cuando cayeron en sus manos.

El general Escobedo, vencedor en Querétaro, envió á los tres días de la toma de la ciudad, un refuerzo de caballería y de infantería al general Díaz que sitiaba la capital. Con esta tropa iba el celebrado batallón Zaragoza, antiguo cuerpo de rifleros de los Estados de Nuevo León y Coahuila, y en el que se había formado el general Zaragoza desde subalterno hasta coronel, por cuya razón llevaba su nombre, que se le acordó después de la muerte del vencedor de los franceses frente á Puebla. Era el batallón más reputado del ejército, y con sobrada razón: fué el único cuerpo que después de toda la larga y encarnizada guerra de tres años llamada de la Reforma, entre liberales y clericales, y después de toda la guerra sin cuartel contra los franceses é imperialistas, desplegó con orgullo la misma bandera con que había salido á campaña en 1857. Esta había sido bordada por las señoritas de Monterey para que la tremolaran con altivez en los campos de batalla, simbolizando la libertad y el progreso de su pueblo, y con la que, diez años después, entraba el Zaragoza victorioso en la capital de la República, libre ya de retrógrados vencedores y del invasor extranjero.

En la segunda jornada que hacia desde su salida de Querétaro, la tropa venía algo pesada á pesar de no haber hecho sinó siete leguas, lo cual no fatiga mucho al andador infante mejicano, pero ello era debido al calor sofocante y al polvo que levantaba al marchar. El batallón caminaba por hileras de cuatro en fondo y con bastante holgura entre fila y fila. El coronel se hallaba á la cabeza entre la banda lisa y la compañía de granaderos, jinete sobre un soberbio caballo doradillo de pura raza de cazar zorros. Era un jefe que había servido en la guerra de sucesión de los Estados Unidos, donde llegó al empleo de coronel, combatiendo contra la esclavitud y á favor de la democracia. Los soldados tenían entera fe en él y á pesar del gran respeto que les inspiraba, profesábanle un gran cariño lleno de confianza ingénua, y hasta podría decirse que había entre ellos la familiaridad del compañerismo.

El coronel se había fijado que uno de los tambores llevaba en sus brazos un perrito, que ya conocía por haberlo visto muchas veces entre los de la banda lisa. El tal animalito era de color amarillo sucio, cuatro ojos, como se dice comunmente, patas cortas, rabón y cuerpo recio. No se dejaba ni acariciar por soldado alguno, á no ser tambor ó corneta del cuerpo, pues por todos los demás sentía la más profunda indiferencia cuando no se le hacía caso, y se mostraba rehacio cuando se le pretendía halagar.

—-Ramos, ¿qué demonios te propones al llevar en tus brazos á ese perro?—preguntó el coronel al tambor.—Me parece que debieras tener de sobra con tu mochila, carabina y caja.

—Señor coronel, si es el Ratoncito.

—Ya le conozco, pero el llamarse así no creo que constituya un derecho para qne lo carguen durante las marchas, y digo esto, porque veo que lo llevan alternativamente, relevándose como si fuera un acto de servicio obligatorio.

—Es que lo queremos tanto! nos parece que fuera el hijo de la banda, y como nos entretiene despues de la jornada, no queremos que se nos canse haciendo marchas que tienen que ser fatigosas para el pobrecito, por la mucha tierra suelta que hay en el camino; también consideramos lo cortas que son sus patitas.

—Ha de haber gato encerrado, dijo el coronel, pues había observado algunas ligeras sonrisas y guiñadas de inteligencia cambiadas entre los de la banda.

—No crea, mi coronel, es el animalito más inofensivo que pisa sobre la costra de la tierra, como asegura el sargento Cano, tan instruido en lo que se relaciona con la vida de los perros. Además, pertenece al sargento, quien lo quiere como á las niñas de sus ojos, por haber sido criado por la difunta su mujer, lo que hace que aumente nuestro cariño por el Ratoncito.

El coronel cortó la conversación, pero no parecía haber quedado satisfecho con las razones del tambor Ramos, quien sobresalía entre todos por lo vivo, lo que le había valido el apodo de Mandinga.

La tropa hizo alto por un cuarto de hora para descansar y beber un poco de agua de un arroyo cristalino y frío que corría al frente, refrescando la atmósfera é invitando á un baño, que nadie pudo tomar por orden del general. El coronel, que se había recostado debajo de un arbusto mientras su asistente daba de beber á su caballo, vió pasar cerca de él á una de las mujeres del batallón y la llamó.

—¿Llevas agua, Juanita?

—Y fresquísima, mi coronel! contestó la soldadera alcanzándole un jarrón de barro de Guadalajara.

Era esta la mujer del sargento Núñez de la companía de cazadores, chinita preciosa como de unos veinte años, y tan suave en su mirada, su voz y sus modales, que los demás la llamaban La virgencita. Era tenida entre todos como el modelo de la virtud conyugal, lo que sin duda alguna constituía un hecho fenomenal en los fastos de la vida femenina de los campamentos y cuarteles.

—Juanita, tengo una curiosidad y es necesario que me saques de ella, sopena de quebrar amistades.

—Señor, usted sabe que para otro podría negarme á hablar cuando me quisieran tomar declaraciones, pero eso nunca sucederá con usted, porque mi marido y yo le queremos como á lo mejor del mundo, después de Dios y de la Virgen, y nos haremos matar por usted cuantas veces sea necesario.

—Gracias, hija, no me parece que haya necesidad de tanto sacrificio, aunque creo que con una vez que se murieran por mi ya tendrían lo suficiente. ¿Conoces las mañas del Ratoncito?

—Pero mi jefe, si eso es más sabido que el Credo.

—¡Hola! ¿y por qué lo llevan cargado los de la banda?

—Para que esté fresco en el momento que tenga que hacer su servicio.

—¿Qué clase de servicio le obligan á prestar?

—Pues claro está; en las marchas no tiene más que constituirse en proveedor de comida fina para esos bellacos ladrones de la banda. Nadie puede concebir lo picaro que es ese perro patizambo, más jesuita que un hipócrita y más ladrón que Macaco.

—¿Quién es Macaco?

—Pues quién ha de ser, señor, sinó aquel ángel caido que suele tener permiso de Dios para entrar alguna vez de visita al paraiso de que fué arrojado por desacato, y que es capaz de robarle la corona y las alhajas á la misma Virgen Santísima si se descuidan los ángeles que la rodean.

—¡Ya caigo! dijo riéndose el coronel; tú te refieres á Caco, el dios de los ladrones y de los comerciantes según la antigua mitologia. Pase tu error de nombre y da circunstancias, y dejando á un lado tus conocimientos de los dioses y del cielo, refiéreme algo del Ratoncito, y de cómo es proveedor de comidas finas, como tú dices.

—Nada más claro, pues lo puede comprender hasta el niño recién nacido. Cuando la tropa pasa á inmediaciones de alguna población en que por fuerza ha de haber gallinas, lo sueltan y como un rayo se dirije á buscarlas, y con toda la astucia de un zorro viejo las husmea, arreglándose de modo que sin causar escándalo se acogota la mejor de ellas, y como una luz se las lleva á los de la banda. Repite la operación dos y hasta tres veces para esos sinvergüenzas, que después no son capaces de convidar ni con una presita á un enfermo del batalón, porque son tan miseros para con el prójimo que no sea de la banda, que le negarían hasta el agua al gallo de la pasión: son unos malvados carbonarios y masones herejes, hijos legitimos en lo perverso de aquellos judios que escarnecieron á nuestro señor Jesu-Cristo.

—¡Con que esa teniamos! vaya un inocente, el tal Ratoncito!

—¡Esa teníamos!... Si no fuera más que eso. No se puede creer, mi coronel, lo bribonazo que es ese pícaro cuatroojos. El sargento Cano dice que es un animalito tan inteligente, que no le falta sinó hablar para que se pueda decir de él que tiene un alma como los cristianos; pero yo creo que sin necesidad de eso tiene alma, pero alma de algún condenado que ha desertado del infierno y ha buscado asilo en ese cuerpo. ¡Oh señor! qué discípulo ha formado ese tahur de tambor mayor, que lo quiere como á su hijo. Ponga atención y hágalo espiar y ya verá si el may taimado es ladrón ladino no sólo de gallinas, sinó también de dinero y alhajas, y de todo aquello que cualquiera de los de la banda le senale al pasar.

—¡Qué estás contando Juanita! ¿no exajeras algo impulsada por tu conocida enemistad por sus dueños?

—Qué dianas ni qué retretas, mi coronel; sería cosa de nunca acabar si una se pusiera á referir todas las habilidades de ladrón y contrabandista que tiene ese trompeta de perro color de tiricia en cara de chino. Causa de él hubo de perder sus ginetas de eargento mi marido, antes que usted tomara el mando del batallón, y sólo su buen nombre y autecedentes lo salvaron de la desgracia inmerecida, y que habria sido motivo de vergüenza tan grande para él que á la primera se habría hecho matar, y yo me habría quedado viuda.

—Vamos, refiéreme el hecho sin muchos preámbulos y comentarios, pues de lo contrario tendrás que contármelo durante la marcha, y los dueños del Ratoncito podrán sospechar que tú me estás haciendo revelaciones que perjudiquen sus intereses.

—¡Qué me importa á mi lo que ellos piensen! ya les he cantado yo la verdad con más claridad que un medio dia, y todo lo que sentía mi corazón enconado cuando aconteció el suceso que voy á narrarle brevemente, pero diciendo la pura verdad.

Juanita sacó un pañuelo de manos, secóse la traspiración del rostro, y tomando cómoda postura al lado del coronel, le dijo con acento más calmado:

—Hubo en el batallón un perro lanudo, de esos que llaman de aguas y que pertenecía al sargento Torres, de la compañia de granaderos. Era un perro decente, señor, y muy hábil, porque todos le habian enseñado una porción de pruebas, iguales á las que se hacen en los circos. Esta santa criatura amaneció una manana muerta de una puñalada en el corazón, y nadie supo quién lo había muerto, que sospecharlo no era posible, puesto que no se le conocia enemigo alguno; pero mi marido y yo hemos creído siempre que el matador fué algún corneta ó tambor, porque después lo desollaron, secaron el cuero y lo guardaren, según ellos para disfrazar y reirse del Ratoncito, pero después se vió claramente que no era para semejante risa, sinó para ejercer el contrabando en el cuartel, y poner en peligro la reputación de un buen sargento.

—Vamos, Juanita, creo que estás haciendo una confusión en tu relato, pues de otro modo no me puedo dar cuenta de la idea de que en el cuartel se pueda ejercer el contrabando; allí no hay aduana ni derechos que pagar.

—Valiente, mi coronel, hágase el inocente para hacerme creer que no sabe lo que se quiere decir y lo que se entiende por contrabando en los cuarteles. Bien debe conocerlo porque también ha sido subalterno y ha debido ser medio diablón, puesto que ahora que es coronel y gallo que no se ablanda al primer hervor, tiene más mañas para el amor que razones Lucio Sánchez para sacarle prestado á una un par de reales, que nunca devuelve, por las mismas argueias. Se ha olvidado que cuando los oficiales ó soldados meten mujeres de visita á hora que estas no son permitidas, cometen un contrabando? y cuando los soldados introducen furtivamente bebidas espirituosas ¿no cometen también un contrabando?... Pues bien, esto último es lo que hacia el Ratoncito siguiendo las órdenes é instrucciones de esos bergantes de la banda, encabezados por ese ruin mastodonte, que en mala hora han hecho tambor mayor del cuerpo.

—Mira, Virgencita, vamos al caso y déjate de indirectas á tus superiores.

—Dispense si lo he ofendido, pero la verdad es la verdad; y si me apura le he de contar todo lo que sabemos de usted, en cosas de dimes y diretes con las buenas mozas, y entonces si que sería relato más largo que un sermón de cuaresma, ó que un plantón de diez horas para un soldado que está enfermo del estómago; será mejor que no me interrumpa y verá como le refiero el suceso de un sólo aliento. Á los pocos días de muerto el perro del sargento Torres, vimos otro algo parecido en el cuartel, con el que se entretenían los de la banda. ¿Y qué cree usted que era? El Ratoncito á quién habían cubierto con la piel del muerto, y como era mucho más chico que el difunto, lo agrandaban envolviéndole con trapos. Jugaron y se rieron, ellos y los demás del batallón, y á la hora de puerta franca se llevaron también al Ratoncito disfrazado de perro de aguas. Desde ese dia hubo borrachera general en los de la banda y en muchos soldados que no salian del cuartel. El mayor del cuerpo estaba como una furia, porque el jefe lo acusaba de no hacer cuidar debidamente la puerta del cuartel, y permitir de ese modo la entrada de bebidas. Una mañana que le tocaba entrar de guardia á mi marido, como sargento de puerta, mandó el mayor que se hiciera una inspección minuciosa en las cuadras, dando las órdenes más extrictas para la revisión de todos y de todo lo que entrara al cuartel. Señor, á pesar del inmenso cuidado y vigilancia, habian introducido aguardiente á juzgar por las borracheras que hubo. El mayor, armó un tole tole y movió la sin hueso con más vigor que diez comadres que se cuentan sus contrariedades; y aunque hubo castigos fuertes para los delincuentes, nadie dijo cómo habia obtenido el aguardiente, Á mi marido lo pusieron preso, acusándole de haberse descuidado en el cumplimiento de sus deberes, no acusándole de soborno porque es bien conocida su honradez á toda prueba. El jefe lo mandó llamar á su presencia al día siguiente, diciéndole que lo ponía en libertad, pero á condición de que antes de tres días, diera un parte fiel y bien probado, exponiendo el modo cómo se había introducido el contrabando, y que de no hacerlo asi, sería degradado en su clase para echarlo à las filas. Mi pobre marido vino afligidísimo á contarme su desdicha, pero lo tranquilicé, diciéndole que iba á averiguar los medios de que se habían valido para burlar la vigilancia; en seguida me fui á ver á Refugio, la mujer del sargento Torres, y cuando estuvimos solas la dije: "Mire sargento Refugio, usted sabe lo que le pasa á mi marido y la condición que le ha impuesto el jefe; pues bien, es necesario que me averigue del tambor mayor el modo cómo se hizo el contrabando, y esto antes de mañana." La Refugio se me quiso hacer anguila al principio, pretendiendo esquivar la cosa, pero yo la hablé claro y sin indirectas, jurándole que si mi marido perdía sus ginetas, que le habían costado largas y penosas campañas, sin contar las acciones de guerra en que había estado y cuatro buracos que le habian acomodado en el cuerpo las balas enemigas, yo le contaría al suyo, probándolo con testigos como lo manda la ley, que ella andaba maleando con la banda lisa; y como el sargento Torres, por mncho menos le dibuja los lomos á rebencazos, se condolió de nuestra aficción y averiguó todo lo que queriamos saber.

—¡Hola! y de qué medios se habían valido para burlar la vigilancia de puerta, y el registro de inspección personal?

—No le digo, mi coronel, por medio del contrabandista más hipócrita: el Ratoncito. La mujer del tambor Freyre, estaba esperándolo en el almacén de la vuelta, donde había comprado aguardiente mezcal, con el que llenó una tripa gruesa y como de dos varas de larga; luego que los de la banda calcularon que era tiempo para que estuviese pronto el contrabando, principiaron á correr por el patio al contrabandista, el que á una señal dada salió corriendo á la calle y se dirigió como flecha al almacén. La Josefa, lo tomó, desatándole el cuero del perro de aguas, lo desbalijó de los trapos con que estaba cubierto, y en su lugar colocó la tripa llena de aguardiente, volviéndole á asegurar la piel del honrado difunto, que ahora servía en manos de unos perversos como encubridora de acciones ilegales. Una vez terminada la operación, le dió un terrón de azúcar para halagar su vicio de goloso, y en cuanto lo hubo comido emprendió el trote en dirección al cuartel; llegó á la puerta y luego que vió el paso libre se metió corriendo á la cuadra de la banda lisa, donde le aliviaron de la carga, que no sólo compraban para su uso particular, sinó para venderlo caro á los que estaban en el cuartel sin poder salir.

—Es un medio ingenioso, aunque no es nuevo; no me han de hacer á mi de esas jugarretas.

—No cacarée mucho, mi coronel, mire que no es bueno vanagloriarse, y mucho menos usted, á quién ya se lo han fumado ¿No ve que tienen más camándulas y recovecos, que una mujer cuando quiere engañar? no sabe lo peines que son, ni caspa dejan

—Qué diablura me han hecho, y de la cual no me he apercibido?

—No hace todavía ocho dias, que usted le decia con enojo al capitán Casas, que tenia la convicción de que en la cuadra de la banda no se hacia bien el servicio nocturno, pues siempte veia con cara de recién despertado á la imaginaria de cuarto, y que á pesar de sus esfuerzos para sorprenderlos no lo habia conseguido. Hasta dijo, que ha habido vez en que se ha descalzado para que no lo sintieran cuando entrara á la cuadra, y ello sin resultado, pues encontraba de pie al que estaba de servicio.

—¡Es cierto eso!

—Pues bien, allí duermen todos á pierna suelta, sólo que uno de ellos se acuesta al lado de la puerta dentro de la cuadra y el Ratoneito del lado de afuera: asi que éste olfatea que alguien se aproxia, se levanta sin ladrar ni hacer ruido y se echa sobre la cara del dormido, ó lo agarra con los dientes del cuello y lo sacude para despertarlo, y conforme se levanta éste poniéndose de pie, se vuelve á echar hipócritamente haciéndose el dormido. ¿Sabe ahora, por qué no ha podido pillarlos en falta? Está bien, Juanita, te agradezco los informes. Ahora ¡arriba! para seguir la jornada.