Nota: Se respeta la ortografía original de la época


ESCENA XII.


AGUINALDOS.



e equivocas, querido lector, si piensas que voy á decirte el orígen de la palabra que sirve de título á esta escena, el de la costumbre que ella significa en nuestro idioma, y otras mil zarandajas, que tendrias derecho á pedir que te dijese, y que yo no quiero que por mí sepas, si es que las ignoras; y esto lo hago por la ley de compensacion. Me argüirás que no ecsiste tal ley al quitarte yo una cosa que no puedes quitarme tú, cierto es; pero así como un médico hiere en el brazo para disminuir la sangre del pulmon; así yo te doy de menos en este artículo lo que tú deseas saber, en cambio de lo que bailarás de mas en otros, y que maldito lo que te importa, si no es que te fastidia. Tengo además otras dos razones para portarme como ves: la primera, que así logro hacer una vez mi voluntad, aunque me cueste una zurra de tu parte; y la segunda, que de este modo he escrito una introduccion que puede adaptarse á todos los artículos posibles: ventaja de mucha monta, pero que no me servirá mas, puesto que, como diria un orador parlamentario, entro de lleno en la cuestion.

Los aguinaldos son de aquellas costumbres que muy poco ó nada tienen que tildar, y mucho que merece elogio, motivo por el cual, aunque me es grato el hablar de ellos, faltarán en este artículo ciertos toques que pudieran darle alguna viveza: ¡ es un recurso tan poderoso el enfadarse cuando no encuentra el escritor el medio de salir del atolladero! Falta la facilidad y demas dotes para describir; pues nada de apuro, venga la parte flaca, y demos de firme sobre ella, poniendo una cara de vinagre y convirtiendo la pluma en zurriago. En los aguinaldos no es posible hacer esto por mas que uno se empeñe: y ¿quién conservará el carácter de Domine ante un país entero que se regala, danza y pasea sin acordarse mas que de los Santos Reyes; pretesto seguro para pasar dos dias en deliciosa hartura y variada holganza? Fuera pues el carácter serio; cojo mi caballo, lo aparejo, monto en él, y á buscar una trulla de gente conocida.

Así dije yo hace algunos años la víspera de Reyes, y no bien hube andado una media hora, encontré lo que deseaba, esto es: treinta ó cuarenta caballos reunidos marchando en la misma direccion que el mio, y montados por personas que yo conocia. Eran las ocho de la noche, la luna muy clara y las masas de neblina parecian á lo lejos grandes lienzos que cubrian la falda de las montañas. Por todo lo dicho habrá comprendido el lector que estaba en el campo, lo que hasta ahora no habia tenido el honor de comunicarle, y que empiezo por el modo de pedir aguinaldo en este, como pudiera hacerlo por el de la capital y pueblos principales de la Isla.

La trulla á que me reuní estaba formada por jóvenes de ambos secsos, con la adicion indispensable de papás, mamas y tias; habia entre las chicas algunas muy bonitas, pero estas llevaban ya su caballero cada una; agreguéme á la masa comun, y empecé á hablar con el buen humor que nunca falta al que tiene delante seis ó siete parejas atortoladas, y otras tantas dispuestas á la broma. En un momento me dijeron á las casas que pensaban ir, y á medias palabras y con siguos sagazmente disimulados, me enteraron de mil curiosos pormenores, que no convenia que comprendiese la parte reposada de la trulla; caminamos un poco sin que nada nuevo sucediese, hasta que llegamos á una casa de madera, construida sobre gruesos estantes, como son todas las de las personas acomodadas, donde se entabló la conversacion siguiente:

Muchacha, ¿todavía estás así? ¡cómo es que no estan á punto de montar?

—Tia Pepa, yo no puedo ir con V. como quedamos, porque no hay mas que una bestia y es para mis hermanas, que ya van á bajar; la otra se encojó esta tarde, y yo tengo que quedarme por ese motivo.

—Pero, muchacha, ¿y las otras dos?

—Se han ido en ellas mis hermanos.

—Vaya vaya, eso si que es buen chasco; cree que lo siento.... si la yegua que llevo no estuviera preñada, te ofreceria el anca.

La jóven que hablaba desde una ventana, era una morena que renuncio á pintar por lo graciosa; conocíala yo, y mucho mas á su repetable tia, que no mencionó á humo de pajas el estado interesante de su yegua; así es que, dirigiéndome á esta última, dije:

—Señora D.a Pepa, mi caballo hace ancas y es muy firme; si Rosita ha de quedarse, no será por lo que ha dicho, pues si gusta puede venir conmigo.

Aquí hubo algunos cumplidos entre la tia y la sobrina, que deseaban mucho aceptar, y yo, que de todo corazon ansiaba tener á la segunda á las ancas de mi caballo.

—No, no, mil gracias, decia la una.

—No podemos consentir que lleve V. esa molestia.

—Añadia la otra: Señora, si Rosita es una molestia, ojalá que caigan sobre mí como gotas de agua en un dia de tormenta.

Por último, hicieron como que se determinaban, y, previos algunos cumplidos de la mamá, que salió á la ventana á saludarnos y darme gracias por un favor que yo recibia, nos despedimos, llevando yo por compañera para toda la noche á la mas hermosa de la trulla. Si no pocos guerreros deben una parte de su gloria á la fogosidad de un caballo, que les condujo á su pesar al encuentro del enemigo, yo debo unas cuantas horas de placer á la mansedumbre del que montaba aquella noche. ¿Quién espresaria con toda su intensidad lo que siente un jóven de diez y ocho años durante una conversacion tenida por lo bajo, y en que á cada paso choca con él un cuerpo que su imaginacion le pinta con los mas voluptuosos atractivos, que á cada palabra tiene que volver la cabeza, percibiendo entonces en su rostro el hálito de una respiracion agitada por el movimiento y las emociones mas vivas, y aspirando al mismo tiempo el perfume que despide una hermosa cabellera negra prendida con olorosas flores de los trópicos?

No tardamos en llegar á la primera casa; echamos pié á tierra, y nos colocamos reunidos al principio de la escalera: una música campestre acompañó á los que entonaron el aguinaldo nuevo, cuyos versos eran de uno de los cantores, y que se reducian al saludo de costumbre á los amos de la casa y á desearles toda clase de prosperidades, si nos daban dulces, manjar blanco, buñuelos y otras mil cosas. Concluido el canto, apareció la familia en lo mas alto de la escalera, bajóla el dueño de la casa y nos invitó á subir para tomar algun refresco, lo cual hicimos de muy buen grado. La mesa estaba colocada á un lado de la gran sala para dejar sitio bastante para la danza, y servida con toda profusion: en ella no faltaban el manjar blanco, almojábanas, buñuelos de muchas clases, ojaldres, cazuelas, una variedad infinita de dulces secos y en almíbar, y varias clases de licores: parecia que solo para nosotros se habian hecho todos los preparativos, y que aquel aparato no habia de desplegarse cuatro ó seis veces por lo menos durante la noche.

Despues de tomar, con toda franqueza, cada uno lo que quiso, nos pusimos á danzar junto con los jóvenes de la casa; y no lo hubimos hecho media hora, cuando fué preciso que nos despidiéramos para que subiera á ocupar nuestro lugar otra trulla, que esperaba ya nuestra salida. Así pasamos toda la noche de una á otra parte, y en todas, á poca diferencia, se repitió la misma escena; cogiéndonos el dia sin que la venida del sol nos alegrase, porque terminaba una noche de placer.

Aquellos rostros pálidos, aquellos ojos á medio cerrar y velados por anchas ojeras negras, aquellas pequeñas y entreabiertas bocas que daban paso á una respiracion semejante á la del sueño, y aquella languidez de todo el cuerpo, añadian nuevos encantos á nuestras hermosas compañeras; yo sentia un peso suave sobre mi espalda, y me parecia mas cercana y mas ardiente la Rosa, cuyo aroma iba pronto á dejar de respirar.

Tal es una trulla á caballo; son muchas las que recorren los campos, y fuera de algun raro incidente, como el que le dejen á uno el caballo desaparejado, ó el aparejo sin caballo, principian todas y concluyen del mismo modo que empezó y acabó la de que he hablado arriba, crúzanse en ellas y de sus resultas amores, zelos, pullas, chistes, riñas, amistades y cuanto se cruza en el mundo siempre que, con cualquier pretesto, se reunen muchas personas; con todo, es forzoso consignar aquí que, en general, los efectos de esta costumbre son buenos y muy buenos; sin ella y otras semejantes, nuestros campesinos no serian como son tan humana y generosamente hospitalarios.

Las trullas de á pié se componen de jente pobre, que no por eso se divierte menos; maraca en mano y tiple y carracho bajo del brazo, caminan, leguas enteras saltando barrancos, vadeando rios y trepando cerros, hasta que el sol les halla muchas veces á gran distancia de sus casas; pero esto no les importa: continuan su camino durante todo el dia y la noche de Reyes, sin regresar de su peregrinacion hasta el que sigue á este último; esto es, á los tres de haber abandonado sus Penates.

Dada la diferencia de educacion, es sabida la que puede haber entre las escenas de estas trullas y las de á caballo: varian en los modales, las espresiones, etc.; pero en la esencia lo mismo pasa en unas que en otras. Los versos, que cantan en aquellas con música variada y que son á veces buenos, en estas últimas guardan el mismo aire siempre, y se trasmiten de padres á hijos sin alteracion en las palabras. Tal es el antiguo y muy sabido estribillo.

Naranjas y limas
Limas y limones,
Mas vale la Virgen
Que todas las flores.

Los aguinaldos en la Capital estan muy lejos de tener el carácter original que los del campo: hay tambien trullas que van á algunas casas; pero son, como es fácil concebir, un remedo muy incompleto de aquellas agradables caravanas. Un determinado número de personas sale por las calles pidiendo aguinaldo; mas ¿acáso puede el eco de muchas voces reunidas producir el mismo efecto en una calle ó dentro de una habitacion, que en el campo? Unos cuantos amigos toman dulces, cerveza y otros licores, bailando despues ó antes una ó dos contradanzas en una sala en que habian sido recibidos aquel mismo y otros muchos dias; al salir se encuentran en la calle por donde van á la oficina algunos de ellos, el canto del sereno les recuerda la hora en que acostumbran irse á la cama, y si algunos pueden hablar con libertad yendo de brazo con su cuya, otros hay que rabian porque tienen que remolcar esa necesidad de nuestras reuniones, la mamá.

No me detendré en las felicitaciones de las bandas de la guarnicion á las autoridades, y del sereno, alguacil, ahijados y otros que nombrarlos fuera nunca acabar, á todo el que puede darles, no dulces ni cerveza; sino, algunos realejos para celebrar los Santos Reyes, porqué esto con distintos motivos y en diversos dias del año pasa en muchos otros parajes, y no merece llamarse costumbre de Puerto-Rico.

Vamos pues á cuentas, querido lector; ya tienes un artículo bueno ó malo sobre aguinaldos, uno mas que leerás tú, y uno menos que yo tengo que escribir, si le esperabas mejor, hiciste mal y te llevas buen chasco; si peor, me alegro mucho desde ahora, y sí ni lo uno ni lo otro, recíbelo tal cual es, sin ecsigir que me devane los sesos dando vueltas á un asunto acerca del que pienso lo que te dije al principio y repito ahora: los aguinaldos son de aquellas costumbres que muy poco ó nada tienen que tildar, y mucho que merece elogio.