El Tesoro de la Juventud (1911)
El libro de la Poesía, Tomo 17
El Estío
de José Selgas

Nota: se ha conservado la ortografía original


Selgas canta en esta poesía la estación ardiente que viste de tonos de oro el paisaje primaveral y trae consigo los acres aromas de los tallos secos, las faenas de la trilla y los días de bochorno y tronada.

EL ESTÍO

LAS galas del pensil multicoloro
Desciñe Flora y su gentil guirnalda;
La sombra busca el manantial sonoro
Del alto monte en la risueña falda;
Campos son ya de púrpura y de oro
Los que fueron de rosa y esmeralda;
Y apenas riza su corriente el río
A los primeros soplos del estío.

El soto ameno y la enramada umbrosa,
El valle alegre y la feraz ribera
Con voz desalentada y cariñosa
Despiden a la dulce primavera;
Muere en su tallo la inocente rosa;
Desfallece la altiva enredadera;
Y en desigual y tenue movimiento
Gime en el bosque fatigado el viento.

Por la alta cumbre del collado asoma
Le blanca aurora su rosada frente.
Reparte perlas y recoge aroma;
Se abre la flor que su mirada siente;
Repite sus arrullos la paloma
Bajo las ramas del laurel naciente;
Y allá por los tendidos olivares
Se escuchan melancólicos cantares.

Del aura dócil al impulso blando
La rubia mies en la llanura ondea;
Del dulce nido alrededor volando
La alondra gira y de placer gorjea;
Las ondas de la fuente suspirando
Quiebran el rayo de la luz febea,
Y en delicados mágicos colores
El fruto asoma al expirar las flores.

Sobre los montes que cercando toca
La niebla tiende su bordado encaje;
Desde el peñón de la desierta roca
Lánzase audaz el águila salvaje,
El seco vientecillo que sofoca
Cubre de polvo el pálido follaje;
Y por el monte y por la vega umbría
Crece el calor y se derrama el día.

Y en el árido ambiente se dilata
La esencia de la flor de los tomillos,
Y lento el río su raudal desata
Entre mimbres y juncos amarillos;
Y, si al cubrir sus círculos de plata
Con sus plumeros blandos y sencillos
La caña dócil la corriente roza,
Trémula el agua de placer solloza.

Del valle en tanto en la pendiente orilla
Manso cordero del calor sosiega;
Se oyen los cantos de la alegre trilla;
Suenan los ecos de la tarda siega;
Ardiente el sol en el espacio brilla;
El cielo azul su majestad despliega,
Y duermen a la sombra los pastores,
Y se abrasan de sed los segadores.

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Mudas están las fuentes y las aves;
No circula ni un átomo de viento;
Cortadas por el sol lentas y graves
Caen las hojas del árbol macilento;
Tenue vapor en ráfagas süaves
Se levanta con fácil movimiento;
Y mezclando en la luz su sombra extraña,
Va formando la nube en la montaña.

Hinchada al fin, soberbia, se desprende
Del horizonte azul la nube densa,
Y el fuego del relámpago la enciende,
Y gira por la atmósfera suspensa;
Y ya sus flancos inflamados tiende.
Ya el vapor de su seno se condensa,
Y soltando el granizo en lluvia escasa
La rompe el trueno y se divide y pasa.

Y el sol que se reclina en occidente
De su encendido manto se despoja,
Y en los blancos celajes del oriente
Se pierde el rayo de su lumbre roja.
Brilla la gota de agua transparente
Detenida en el polvo de la hoja,
Y tendiendo el crepúsculo su planta
Del fondo de los valles se levanta.

Como el ensueño dulce y regalado
Que en la fiebre de amor templa el desvelo,
Vertiendo en nuestro espíritu agitado
La misteriosa esencia del consuelo;
Así por el ambiente reposado
De estrellas y vapor bordando el cielo.
Breves y llenas de feraz rocío
Cruzan las noches del ardiente estío.

Y en tristes ecos el silencio crece
Y en tibio resplandor la sombra vaga;
La luz de las estrellas se estremece
Y en el limpio raudal brilla y se apaga:
Naturaleza entera se adormece
En el hondo placer que la embriaga,
Y lleva al aura en vacilantes giros
Besos, sombras, perfumes y suspiros.
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Noche serena y misteriosa, en donde
Dormido vaga el pensamiento humano.
Todo a los ecos de tu voz responde.
La mar, el monte, la espesura, el llano;
Acaso Dios entre tu sombra esconde
La impenetrable luz de algún arcano;
Tal vez cubierta de tu inmenso velo
Se confunde la tierra con el cielo.