El cardenal Cisneros/LXVI

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LXVI.

En medio de estas graves preocupaciones, Cisneros tenía tiempo para introducir grandes y fecundas reformas en la gobernacion del Estado. Conseguia aumentar la renta en beneficio del Rey y de los pueblos, atajando los robos de los arrendadores de las contribuciones y disminuyendo las vejaciones que sufría el público, con el procedimiento de que los pueblos se encabezasen por cuatro años para pagar su impuesto, lo cual sería bueno que se imitase aún en nuestros dias. Trabajó y pidió á la Corte de Flándes que, para introducir el orden en el Tesoro, se centralizasen los fondos en una dependencia que corriese á cargo de una persona abonada que tuviera, como decia Cisneros, «la péndola y libro de todo lo que en su poder entrase, y hazerle cargo dello.» Reemplazaba con autoridades dignas y celosas las que por prevaricadoras, crueles ó abandonadas eran poco queridas en los pueblos, haciendo castigar por los tribunales ordinarios á aquellos cuyos excesos se demostraban. Pedia á Flándes un mandamiento del Rey para que todos los funcionarios que tuvieran en su poder «qualesqujer escripturas ó rregistros, ó instrumentos de qualquier qualidad que sean, que toquen á la corona rreal ó al servicio del rrey nuestro Señor, ó á su estado, é á sus rreynos, ó á cosa de su hacienda, ó cosa que le toque en qualquiera manera» se los entregaran á fin de recogerlos en un archivo que se proponia establecer, reforma patriótica de grande interes nacional que se aplazó no ciertamente por culpa de Cisneros, y que vino á ejecutarse por fin en tiempo de Felipe II, destinándose entonces á este objeto la fortaleza de Simancas, en donde todavía hoy está establecido el archivo general de nuestra patria. Mandó constituir tres grandes depósitos militares, sobre todo de artillería, en Medina del Campo, en Alcalá y en Málaga, á fin de que rápida y vigorosamente se pudiera acudir á sofocar toda rebelión desde cualquiera de aquellos tres puntos, estratégicamente colocados, si bien no vio establecido más que el de Medina del Campo. Quiso poner en claro los rendimientos de las Ordenes militares, y venciendo toda clase de resistencia con la constancia y energía que le caracterizaban, cortó muchos abusos, recobró para el Rey dos ciudades que la orden de Calatrava creia suyas, hizo entrar en el Real Tesoro rentas que los caballeros se habian apropiado, y á pesar de todo no fué grande la malevolencia de los caballeros con él, porque al mismo tiempo cuidó de devolverles algunos privilegios de que el Rey Católico les había despojado.

De esta manera Cisneros podia pagar algunas deudas atrasadas; podía atender á los gastos de las reformas que había introducido en el ejército de mar y tierra, y podía decir á Flándes que la Hacienda Real entonces se encontraba como nunca [1]. Estos cuidados de Cisneros por los medros de la Hacienda española lucían, empero, muy poco por los dispendios y prodigalidades de Flándes. Creia D. Cárlos conquistarse el afecto de los Grandes de España mostrándose espléndido con ellos, y lo que hacía era despertar nuevas codicias sin saciar ninguna de las antiguas, y dando armas á los Nobles para que le pudieran combatir el dia de mañana. Sobre este punto representaba Cisneros á la corte de Flándes con gran severidad y con gran elocuencia, hablando como patriota y como hombre de Estado: «Tanbien direys á su majestad —escribía á su agente en Flándes— que he sabido que manda librar muchas quantias de maravedis á muchas personas y grandes destos rreynos, que mire en esto su alteza lo que haze y que no se fie de grande ninguno, porque ninguno dellos tiene ojo syno como sacará algo á su majestad, y que no es otro su fin ni su yntencion, y poner en necesidad á su alteza en todo lo que pudieren; y que librando su alteza tales quantias de maravedis á grandes, que tenga por cierto que da dinero para contra su servicio y que dá fuerza para contra sy, y allende deste ynconveniente, ya le he hecho saber la necesidad que estos rreynos tienen; por eso que deue tener la mano en estas libranças y cosas semejántes hasta ser en estos sus rreynos, y que esto es cosa muy necesaria; y que sy da á vnos es obligado á dar á todos, y por esto que es mejor cerrar la puerta, como tengo dicho, y que desta manera estarán mas contentos, y proueer lo que conuiene á su hacienda y á su seruicio [2]

¡Cuántos Reyes y hasta cuántos Ministros han procedido después en nuestra pátria como D. Cárlos, prodigando gracias y otorgando mercedes que no han satisfecho á los mismos agraciados y que han servido tan sólo para desarrollar ambiciones infinitas é injustificadas, innumerables y torpísimas concupiscencias en la Administracion, en la política, en el ejército, que matan los grandes y nobles estímulos, que envilecen todas las posiciones, y que dejan dentro de la Administracion, dentro de la política, dentro del ejército, un gérmen de disolución, una levadura de muerte, un semillero de rebeldías sin justificación y sin títulos!

Estas prodigalidades de D. Cárlos con algunos Grandes de España eran, sin embargo, poca cosa comparadas con la insaciable avaricia de los Consejeros flamencos, contra la que tan alto hablan todas las crónicas de aquellos tiempos. Así es que apuraban constantemente al Cardenal pidiéndole dinero, ya para las tropas alistadas, ya para sostener la alta posicion del Soberano, ya para atender á los preparativos del viaje. Cisneros escribia un dia y otro dia á Flándes para que D. Cárlos viniese á sus reinos, pero los Flamencos le detenian con uno ó con otro pretexto, porque querian prolongar aquel estado de cosas que tan pingües ganancias les daba, y además porque temian perder toda su influencia al llegar á España en su cualidad de extranjeros. Obligado sin duda por la Corte de Flándes, que le pedia continuamente dinero, Cisneros acometió una reforma atrevidísima que iba á crear muchos descontentos, pero que realizaba sin duda economías de consideración. Tal fué la supresión de muchas pensiones que se pagaban como cargas de justicia á muchos servidores del Estado ó de los Reyes, que en aquellos tiempos eran su única y legítima representacion. Esta medida, que realmente era odiosa, porque todo el mundo decia que tales economías se realizaban para saciar á los voraces Flamencos, se llevó á cabo por Cisneros con gran espíritu de imparcialidad, empezando por aplicarla á sus mejores amigos, como eran los herederos del Gran Capitán, y sin que se exceptuase la pensión de que gozaba el sabio humanista Pedro Mártir, que desde entónces no fué ya tan entusiasta del Cardenal. Hay quien supone que Cisneros realizaba esta reforma con un espíritu de abnegación y de lealtad al nuevo Príncipe, que merecería ios mayores elogios, pues recogía de este modo, ausente el Soberano, toda la odiosidad para sí, y dejaba á D. Cárlos ocasión y medios para cuando llegase á España de mostrarse liberal y espléndido con sus subditos españoles. Inclinámonos á creer que en esta ocasion obraba Cisneros obligado por instrucciones secretas y perentorias de la corte de D. Cárlos, y que acaso, con el pensamiento fijo en estas duras exigencias, escribía por entónces en alguna de sus cartas: que se hacía odioso á las personas de su país, que todos los dias se le daba comisión de quitar y no de dar, y que en fin, se servian de él, como Dios se sirve del demonio, para hacer mal y no para hacer bien.


  1. Carta LXXXIV de la Colección de Gayangos y la Fuente.
  2. Carta LXXXI de la Colección mencionada.