El cardenal Cisneros/XXIV

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XXIV.

Algo más que los Árabes tuvieron que agradecer por este mismo tiempo á Cisneros los naturales de los países descubiertos por Colon. Los primitivos colonizadores de América, contrariando los magnánimos sentimientos de la Reina Isabel, antepusieron las sórdidas sugestiones del interés y del provecho á toda otra consideracion de humanidad y de gloria, ¡Ay! Desde aquellos dias nos viene la triste fama que todavía acompaña á nuestro nombre en América de que allí nos lleva la avaricia y sólo nos despide la hartura, si antes la insalubridad del clima no acaba con nuestra existencia, hablando mucho las historias de que íbamos los Españoles exclusivamente como á la región del oro, buscándolo por vias bárbaras y crueles, una de las que era aquella especie de antiguos repartimientos de Indios, —de que dan pálida idea los modernos repartos de emancipados que constituyen la fortuna de algunas de las gentes que vienen de Cuba— en que el pobre indígena dejaba de pertenecer á la especie humana para convertirse en una cosa parecida al bruto, siempre sometido al régimen del látigo, á fin de que concurriera á la fortuna de su amo y señor. La Isla Española, á poco de explorada, ardia en bandos opuestos, unos en favor, otros en contra del Almirante. La población india era exterminada: allá tratada como esclava, aquí vendida como tal en el mercado público, de tal manera que esto produjo la indignación de la ilustre Isabel, más liberal, más ilustrada y generosa en este punto que Colon. Las quejas contra éste, que á más de extranjero, no demostró gran tacto en el gobierno de la Colonia, llegaban á la madre patria, á veces envenenadas por algunos de los Consejeros de los Reyes Católicos, y para colmo de desdicha, Bobadilla, el Comisario regio enviado con amplios poderes con el fin de poner paz en los ánimos, exacerbó el mal hasta el último extremo, mandando á la Península cargado de cadenas á Colon, consintiendo los repartos de Indios en grande escala y declarándose abiertamente del partido contrario al Almirante, cuando su deber era permanecer neutral entre todos.

En esta situación de las cosas fué consultado Cisneros acerca de los males que afigian á nuestra Colonia, el cual fué de opinión que se enviasen religiosos para instruir y catequizar á los indígenas al mismo tiempo que procuraran atajar la avaricia de los cristianos. Desprendióse de su cariñoso amigo y fiel compañero Francisco Ruiz, que debía ser como cabeza de aquellos misioneros, religiosos franciscanos de que se servía con frecuencia, pues atento al servicio de Dios y de los Reyes, sacrificaba sus aficiones humanas y su propio interes al deseo de que se atajasen los abusos y fiscándalos de la Isla Española en sus principios, por medio de la intervención de personas rectas, piadosas é ilustradas. Estos religiosos se aplicaron con gran paciencia á aliviar la suerte de los indígenas, y á corregir las violencias que con ellos se cometían. En pocos dias bautizaron á dos mil Indios, y cuando á los seis meses, el P. Ruiz tuvo que volver á la Península por haberse quebrantado su salud, trajo preso al miserable y cruel Bobadilla, que fuera desagravio bastante á la afrenta sufrida por Colon, si la casualidad no hubiera hecho que al tiempo de hacerse á la vela para España, el Almirante que habia recibido orden de no tocar en Santo Domingo, no llegara á la Isla para precaverse de la tempestad que su experiencia de viejo marino le anunciaba como próxima, y Ovando, el nuevo Gobernador, no le mandara salir al punto, deseoso de no comprometer su imparcialidad al frente de la Española.

Francisco Ruiz pudo llegar al fin á nuestras costas, no sin sufrir la violenta tempestad anunciada por Colon, la cual dispersó á la escuadra, haciendo naufragar á la mayor parte de los buques. Grandes tesoros tragó el mar, principalmente de los que pertenecían á los enemigos de Colon y se sospechaba fuesen mal adquiridos, pero Francisco Ruiz salvó muchas curiosidades que traía para los Reyes y para el Arzobispo. Un grano de oro que venia á tener, mil ducados de peso, fué regalado al Rey como el mayor recogido en el Nuevo Mundo, y para Cisneros reservó una caja llena de ídolos disformes y monstruosos, que eran los Dioses de aquellas gentes.