​El Angel de la Sombra​ de Leopoldo Lugones
Capítulo XXIX

XXIX


Como a las once de la mañana siguiente, Luisa y Adelita paseaban por el patio fraternalmente tomadas de la cintura en extremosa intimidad, cuando llamaron a la puerta. Ambas volviéronse a un tiempo.

Era el negro de la víspera, que avanzaba por el zaguán con un ramo de rosas y de azucenas. Una críadita acercósele, y él presentó las flores esbozando una genuflexión, mientras reía con todos sus dientes:

—Para la señorita —acertó a decir, confuso, hasta malograr a ojos vistas el cumplimiento que traía preparado.

Y como la mirada de la chicuela vacilara entre las dos:

—Para la niña... —apoyó con una indicación de cabeza hacia Luisa. —Para la novia de don Carlos—precisó, más cohibido aún, y tomó la puerta casi corríendo.

Las tres echáronse a reír de buena gana ante la ocurrencia. Pero Adelita evitó mirar a su amiga, presintiendo, sin saber por qué, el rubor que habíala encendido.