El Angel de la Sombra
de Leopoldo Lugones
Capítulo XXI
XXI


Mas, cuando el día entró de lleno, y la luz pareció volcar su copa en el raudal de gorjeos matinales, definiósele un presentimiento de abrumadora seguridad: Suárez Vallejo no va a venir esta tarde.

A medida que corrió el tiempo, la paz dominical fué volviéndosele odiosa. En la asoleada siesta, de un silencio como campestre por la total suspensión del tráfico, el canto de los gallos insistía con claridad tan sonora, que exasperaba el tedio.

La idea tenaz volvía, en cambio, sin un alivio de duda: No va a venir, no va a venir.

El canto de los gallos era, a la vez, desolado y estúpido.

Tanto, pensó Luisa, como los versos que había intentado leer, y cuya artificiosa vaciedad comprendía ahora.

Si Suárez Vallejo viniera, se lo diría sin ambages. Porque era así

Pero no vendría. Indudablemente, no. ¡Estúpidos los hombres también, como el domingo, como los gallos, como los versos!