​El Angel de la Sombra​ de Leopoldo Lugones
Capítulo XCVII

XCVII


La estocada era mortal, y minutos después perdía el herido la palabra.

No la recobró sino poco antes de fallecer esa noche, para decir al oído de Suárez Vallejo con un soplo doloroso que aceleraba su estertor:

—Yo limé la hoja. En una carta que le dejo, verá por qué. No merezco su compasión ni su estima.

Retiró la mano que el joven quería tomarle, y entró en agonía, ya para no volver.