El Angel de la Sombra
de Leopoldo Lugones
Capítulo XCIX

XCIX


—Y fué así, concluyó Suárez Vallejo epilogando, como entré en relación con los adeptos. El desarrollo de mi carrera me llevó al Asia, y allá conocí al último de los cinco Imanes de Revelación, que invisible para los profanos, reside en...

Pronuncié mentalmente el nombre del paraje.

—Eso es, dijo mi interlocutor, sin citarlo ya.

—Lo que no puedo-prosiguió—es sofocar el ansia de reposo, de muerte completa, que me domina... ¡Las temeridades que he cometido, los riesgos que he provocado a tal fin!... Sin miedo, por lo demás, ya que en suma no pertenezco a este mundo. Inútil todo, siempre inútil. El ángel vela en la sombra. Y cada vez, una circunstancia inesperada pero lógica, me salva en el momento justo. Ya es un episodio fortuito, aunque natural, ya una sugestión que desvía las voluntades hostiles, como aquella de la propia ejecu ción que imbuyeron los adeptos en el alma infame de Sandoval.

Un relámpago de implacable aversión brilló en su mirada.

—Y lo más triste es esto, que va a concluir de sincerarme ante usted: Por ese instinto del misterio, que explica la inclinación de las mujeres a lo trascendental, no es raro que tiendan a enamorarse de mí. Trátase de una atracción casi física, que experimentó usted mismo, me parece, bajo la forma del vértigo. Algo, sin duda, más temible que grato. Pero el amor femenino empieza temiendo...

Su frente inclinóse con desolada fatiga:

—Verá usted la jactancia que en ello puede haber (por qué no decirlo ya?...) para un muerto.

Clavóme sus ojos, lejanos en la eternidad. Sus ojos sin fondo:

—Por eso tengo que ausentarme. Soy uno que existe en el vértigo... Uno que debe incesantemente partir...

Y tendiéndome la mano:

—En homenaje al encargo que le he traído, prometóle que, si me es posible, me despediré de usted cuando el ángel venga por mí. Cuando llegue mi hora...