El Angel de la Sombra
de Leopoldo Lugones
Capítulo LXXV

LXXV


Sólo faltaba ya por suerte una semana para el viaje al balneario. Adelita y su mamá partieron entonces con oportuna anticipación. Suárez Vallejo, formalmente invitado, obtuvo con facilidad su permiso; debiendo a aquella milagrosa economía de trescientos pesos que le hizo Cárdenas durante la inspección, la posibilidad de renunciar al suplemento de las lecciones de aplazados y disfrutar vacaciones por primera vez.

—Vacaciones de bodas—decíale el escribano radiante de contento. Sepa amigo Vallejo que es usted el hombre más dichoso del mundo, y yo el más feliz de que usted lo sea con su tesoro. Porque esto no es un decir. Qué tesoro de criatura! Le aseguro que cuando la veo, me entran ganas de "postrarme ante ella de hinojos" como decían unos versos del coronel que empiezan así:


Postrado ante ella de hinojos,
De los querubes hermana...


Porque mi tío, amigo Vallejo, era bastante buen poeta (mejorando lo presente)... y qué preciosa se le ha puesto! Repito que no hay en el mundo hombre más dichoso...

—Dígamelo a mí! Pero después de ella usted, amigo Cárdenas. Cómo le puedo agradecer tanta bondad, sino recargándolo con mayores exigencias. Qué le parece?... Tengo que nombrarlo todavía mi apoderado temporal y espiritual, porque debo confesarle que estoy viviendo como en un sueño. Me siento indiferente a la realidad, y para mí el mundo es un canto...

—Eso también se lo he oído al coronel: "los enamorados viven por música", decía. Ocúpeme no más. Para eso estamos los hombres. Váyase tranquilo. Yo me encargo de todo. Yo le arreglaré todo... Hasta la canallada que le han hecho y que bien veo de dónde sale.

—Qué canallada?...

—Cómo qué canallada! Bien se ve que anda por las nubes. Pero el aviso al chico Almeida! No me dijo usted mismo—y lo creo—que si el muchacho descubre la cosa los ultima a los dos?... Que al irse le vió patente el bulto del revólver?...

—Ah, cierto. Y usted cree...

—Lo que debía suceder. Dedíquese a protector de bribones! A sentimentalismos con la chusma desagradecida!...

—No vaya a cometer alguna injusticia, Cárdenas.

El escribano echóse francamente a reir.

—Déjelo a mi cargo. Pero no vuelva a recomendarme personal de servicio. No tiene mano para eso. A otra cosa, en fin: y la licencia?

—Es verdad. Aquí tiene la solicitud de prórroga. Pero aunque esté por vencérseme el mes concedido, no la presente sin que yo se lo advierta.

Cuatro días después que los Almeidas, partió a su vez, una luminosa tarde. Bajo la polvareda cernida de sol, la ciudad parecía hundir se tras él en la cola de un cometa dorado; mientras en el horizonte que iba a trasponer, las nubes abrían a su destino un país de oro y de ensueño.