II
IV

III.

Pasáronse muchos años, durante los cuales vió Regatera acrecentarse incesantemente su caudal; y fué dos veces Alcalde, y Cónsul, y hasta Prior del Tribunal de Comercio, y cuanto podia ambicionar entónces, por afan de lustre, un hombre como él. Habíale concedido Dios un hijo, para colmo de su satisfaccion, y este hijo, después de ir á la escuela y tomar algunas nociones de latin con los padres Escolapios, fué, vellis nollis, cuando tuvo quince años, agregado al atril principal del escritorio, con el objeto de que fuese instruyéndose en el ramo, para que algun dia sustituyese á su padre en la dirección de la casa que éste habia colocado á tanta altura.

Cuando el chico llegó á cumplir los veinte, pasaba en el ánimo del rico indiano algo que le hacia soñar más de lo conveniente. Oia, aunque muy á lo léjos, ciertos rumores extraños, y aspiraba en el aire reposado y tranquilo de la plaza efluviós de un aroma que le era desconocido. Leia que en el extranjero viajaban al vapor hombres y mercancías, y que alguna plaza española se habia dejado seducir ya por la tentación innovadora. Verdad es que Santander, excepción hecha de las diligencias que años antes se habian establecido, se hallaba en la misma patriarcal tranquilidad en que la dejó él para ir á América, y la halló á su vuelta; que su comercio seguia tan rutinario como entónces; que su exterioridad no revelaba, ni al más avaro, que servia de albergue á una comunidad de capitalistas, cuya justa reputación de tales daba ya la vuelta al mundo; y, en fin, que la procesión de carretas cargadas de harina que diariamente asomaba la cabeza por Becedo, léjos de disminuir en longitud, llegaba con la cola hasta Reinosa; pero que afuera pasaba algo, y algo muy grave, era evidente; que ese algo amenazaba la quietud tradicional de Cantabria, estaba bien á la vista. Y ¿qué sucedería en el caso probable de una invasión? No podia él adivinarlo, porque no conocía al enemigo. Era, pues, indispensable conocerle para resistirle, si se podia, ó para aliarse á él si valia la pena, y

— ¡Vete con mil demonios á ver qué es eso! — dijo un dia á su heredero.

Y éste marchó, bien recomendado, á Francia, Inglaterra y Alemania, á instruirse en todo cuanto cupiera en la jurisdicción de un comerciante á la extranjera.

Seis años se estuvo por allá el joven Regatera, y á su vuelta, presentándose con patillas muy largas, cuellos hiperbólicos y fumando en pipa, le recibió D. Apolinar con una ansiedad indecible. El ruido extraño habia ido en ese tiempo creciendo, y los efluvios impregnando toda la atmósfera de la plaza; el enemigo avanzaba rápido y hasta se dejaba ver en ella, y D. Apolinar y los suyos eran notoriamente el blanco de la saña del invasor: el terreno se hundia bajo sus piés, y en todas partes estaban estorbando. Como á los cómicos viejos que hacen papeles de galan, se les toleraba a veces en obsequio á lo que habian sido, pero léjos de escitar el entusiasmo sus esfuerzos, inspiraban compasion.

Sus trajes, sus costumbres, su estilo, todo en ellos empezaba á ser raro y y el pueblo mismo, tan fiel hasta entónces á las exigencias del carácter de los viejos señores, ocultaba sus ruinas, lavaba su cara, ensanchaba sus calles y se entregaba alegre y ufano al intruso. Decididamente no era la generacion de D. Apolinar, por otra parte encanecida y achacosa, la que habia de luchar contra aquel torbellino, ni de soportar siquiera su vertiginoso empuje, sin perecer en él. De aquí la ansiedad con que Regatera recibió á su hijo al volver éste de esos mundos de Dios, como decia el pobre hombre cuando hablaba del paradero del expedicionario.

Ni el polvo del camino, como quien dice, le dejó limpiarse.

- Esta es mi fortuna limpia y saneada: cinco millones y medio, en buques, mercancías y onzas de oro. No eres lerdo ni calavera; pero de nada servirá tu prudencia si los demás te empujan: no me inspira fe vuestro porvenir, porque eso es más fuerte que todos vosotros, y como seria muy triste que después de pasar la vida amontonando talegas tuviera de viejo que comer de limosna, retiro del fondo el pico para mi, y te dejo el resto, que no es flojo. Buen provecho te haga, y allá te las arregles, que al cabo para ti habia de ser.

Dijo D. Apolinar, y, enternecido, traspasó á las manos de su hijo el cetro de su dorado imperio.