Dos rosas y dos rosales: 21
II. DESPEDIDA DEL DOCTOR.
editarRosa, mas que hija para mí querida,
Mi mansión en Europa está acabada:
Mi misión á tu lado está cumplida,
Pues te dejo feliz, rica y casada;
Mas el punto al llegar de mi partida,
No ha de poder mi voz atribulada
En el hondo pesar de mi alma tierna
Darte un ¡adiós! de despedida eterna.
Carlos, yo te he mirado desde niño
Con un sincero y paternal cariño.
Solo yo comprendí desde tu infancia
Y aprecié en su valor tus sentimientos:
Yo supe con política y constancia
Conducir á buen cabo mis intentos
Sobre tí, y logré hacer campo mas vasto
Dar á tu educación, á tus pasiones
Pronta esperiencia, á tu alma mejor pasto
De los que en sus oscuros torreones
Te diera de tu padre la arrogancia,
Basada solo en la nobleza rancia
Y el vacío esplendor de sus blasones.
Porque yo al fin con pertinacia artera
Trabajando mi plan, le obligué á enviarte
Joven á visitar tierra estranjera,
Dó entre el bullicio del sangriento Marte,
Supiste hacerte profesor de un arte
Que en cualquier tiempo y en país cualquier
Podría en vida independencia darte
Y gloria entre la gente venidera.
Yo te hé seguido por la inquieta Gália
Y la clásica Italia
Con paternal solicitud: mi mano
Iba dando dó quier á tu destino
Protección invisible, y veces hartas
Debiste el encontrar en tu camino
Oro, favor y amigos á mis cartas;
Hasta que digno hallándote de Rosa
Te la dí satisfecho por esposa.
Mas no miento hoy el bien que ayer te hice
Para que de él me estés agradecido,
Ni porque tú no le hayas merecido:
Pues yo propio con él me satisfice.
Lleva en sí mismo el bien su recompensa
En el placer de hacerle, y solo el necio
Que es necesario que le muestren piensa
Por el bien que hace inestinguible aprecio;
Lo he mentado no mas para probarte
Que, desde tu niñez, al par de Rosa
No he cesado como hijo de mirarte
En el fondo de mi alma cariñosa.
El velar por los dos se hizo costumbre
En mí, esta ocupación llenó mi vida:
No me atrevo á arrostrar la pesadumbre
De anunciaros yo mismo mi partida,
Y por eso escribíroslo prefiero.
Lëed: lo que al partir que sepáis quiero,
Mucho mas fácil ha de ser en suma
A vosotros oir y á mí deciros
Con las inertes cifras de la pluma,
Que con la voz ahogada entre suspiros.
Veinte y tres años há que encomendados
Me fueron Nasarina, Sensitiva
Y los montones de oro atesorados
Por el rey Idalkan; como no es viva
La reina y ya es casada la princesa,
Aquí mi encargo y mi tutela cesa:
Sin esperar á que él me las exija,
Las cuentas de su hacienda me interesa
Presentar al marido de mi hija.
He sido su tutor: este es el giro
De los negocios: esta mi conciencia;
Yo de vuestros negocios me retiro:
No miréis á la forma de mi ausencia,
Yo así al obrar á mi conciencia miro;
Yo que pasé por todos los estados,
Sé lo que en todos los estados pasa:
Quiero que viváis solos: los casados
Quieren la independencia de su casa.
En el primer cajón de mi bufete
Están todas las llaves de las cajas
Y armarios de mi oculto gabinete,
Donde hallareis completas las alhajas
De Idalkan y su esposa. En un secreto,
Cuyo modo de abrir os dejo escrito
De mi pupitre en el cajón chiquito,
Y abierto en el altar con tal objeto,
Encontrareis los títulos legales
Que por dueños os dan de posesiones,
Y acreditan por vuestros capitales
Impuestos sobre casas y en naciones
Distintas: con sus créditos y vales
Mi exactitud os deja previsora
Las cuentas de sus réditos anuales,
Que administré hasta hoy. Obrad ahora
Como queráis; mudad de imposiciones:
Retirad ó dejad vuestros caudales
En las manos que están, que son leales.
Si queréis realizar, tenéis millones;
Pues todos vuestros fondos están prestos
Y los banqueros á entregar dispuestos.
Yo parto. Está resuelto. Dios derrame
Sobre vosotros el placer sin tasa.
¡Adiós! Mas permitidme que os reclame
Un favor al partir. En vuestra casa
Dad un asilo á Inés, su vida escasa
Hasta que corte Dios y á sí la llame.
Rosa, Inés es la esclava que dio aviso
A tu padre Idalkan, que de un veneno
Iba cada manjar de Nezim lleno,
Cuando con él bajo su tienda quiso
Ir á cenar de su traición ageno.
Yo la compré después á fuerza de oro
Y la di libertad: agradecida
A tu servicio consagró su vida,
Y te amó y te veló como una madre
El casto sueño de tu edad temprana.
Dála tú estimación: dála decoro
En tu casa, y el oro que la dejo
Deja que emplee cual mejor la cuadre.
Fia en ella, sin miedo á un mal consejo:
Un alma tiene de virtud tesoro
Y un grande corazón; nació Romana,
Fué robada en las costas de Sicilia,
Y hoy, que ya no la tiene, en tu familia
Quiero que la recibas como hermana:
Pues si conmigo donde voy viniera,
Por ir conmigo deshonrada fuera
Por la social murmuración villana.
Otra súplica aún. Contar la historia
De Rosa, fuera hacer una imprudencia,
De su estirpe una inútil vanagloria.
Al casarse empezó nueva existencia,
Y á la mujer la basta el apellido
La fama, los recuerdos y la gloria
De la raza y honor de su marido.
Descubrir su pasado á la malicia,
A la curiosidad ó á la codicia
Europea, sandez fuera notoria,
Dar con la Inquisición á la justicia.
¿A qué de admiración hacerse objetos?
La fama trae disgustos muy prolijos:
En vuestra alma están bien vuestros secretos.
Dadme pues un placer; si tenéis hijos,
Dad al uno aunque sea una alquería
No mas con cuatro tierras, á las cuales
Poned por nombre y en memoria mía
Mi apellido paterno, que es rosales.
Viniste entre ellos á la luz del dia:
A tus hijos por mí pónsele, Rosa,
Cual si apellido de su madre fuera:
Y pues te consagré mi vida entera,
Quede de mí en tu sangre alguna cosa,
Viva en tí algo de mí cuando yo muera.
Hijos míos ¡adiós! vivid y amaos.
¡En lágrimas la vista se me arrasa
Al daros este adiós! De mí acordaos
Siempre como de un padre: mas que pena
No os dé pensar lo que sin vos me pasa:
Aun tengo un capital y en tierra amena
Una tranquila y cómoda alquería,
Donde esperar en paz mi último dia
Sin deber nada á la merced ajena.
Barón, puesto que sois por vuestra raza
Antigua generoso y caballero,
Daros satisfacción no me embaraza
Por lo pasado: que olvidéis espero
Mi conducta con vos. ¿Es necesario
Que os la esplique, barón? No es ardua empresa.
Yo vi que vuestro humor atrabilario
Y pertinaz carácter altanero
Al consejo mejor no harían plaza,
Y de hurtaros á Carlos me di traza,
Y de vos á alejarle me di priesa.
Su educación me interesaba tanto
Entonces, cual su dicha hoy me interesa;
Pues por su genio y alma generosa
Le juzgué digno del amor de Rosa.
Yo os obligué irritándoos á mandarle
A estrangero país donde se hizo hombre:
Y, escusadme y saberlo no os asombre,
Barón, yo en nombre vuestro hice velarle
Y nada le faltó; perdón si he errado:
Mas espero, barón, que al recobrarle,
Ni os he su corazón enagenado,
Ni le hallareis indigno de su nombre.
Una palabra mas, barón. Un dia
En que á verme vinisteis, arrastrado
De mi bilioso humor creo que os dije
Algo que haberos dicho no querria,
Algo que ahora el corazón me aflige,
Porque me temo que la lengua mia
Fué tal vez descortés, tal vez impía.
Escuchadme, barón: yo me he criado
Entre gente mas ruda y primitiva,
Cuya sencilla raza ha conservado
Corazón mas sincero y fé mas viva
Que vuestra sociedad civilizada;
La cual, su prez divinizando altiva
Y sus laureles de la edad pasada,
La esperiencia del siglo progresiva
Y sus impulsos rechazando esquiva,
Por teorías falsas descarriada,
A sus viejos errores aferrada,
Por la ley absoluta y abusiva
De sus viejos gobiernos humillada,
Por sus vicios sociales gangrenada
Y á todas las reformas agresiva,
Hoy bajo el nombre de derechos, de usos,
De moral, de principios inconcusos,
Y de razón de estado, en las naciones
Diviniza tal vez supersticiones,
Respeta infamias y establece abusos.
Barón, por lo que de ella llevo visto
Mientras hice en Europa residencia,
Temo que su saber y su existencia,
De luz y error inconcebible misto,
En su forma de ser, si no en su esencia.
De la virtud difieren y la ciencia
De la sencilla ley de Jesucristo.
Su sociedad actual tiene verdades
Y leyes de purísima justicia
Y alta necesidad; mas que de edades
Más atrasadas son, y ella las vicia
Con la doblez y error que las inicia
Para satisfacer necesidades
Nuevas, y por su error ó su malicia
En pró particular las beneficia.
Y cuando una verdad, ya así viciada,
Imponer á la tierra se propone
Por ley, á sombra de la fé sagrada
La ampara y á la tierra se la impone
A la luz del cañón y de la espada.
Mas Dios es uno: es una su creencia:
Una son la verdad y la justicia:
Cosas que, como solas en esencia,
Puestas por Dios del hombre en la conciencia,
Jamás pueden unir con la avaricia,
Con la superstición, con la injusticia
Y con la fuerza bruta su existencia.
Y todos los ejércitos del mundo,
Y todos los sofistas de la tierra,
No arrancarán con discusión ni guerra
La fé y la convicción de lo profundo
Del alma, donde Dios nos las encierra.
El sofisma, el error, la fuerza armada
Contra la convicción, que el centro llena
De nuestra alma inmortal, no pueden nada:
Contra la fé por Cristo predicada
Son humo de vapor, polvo de arena:
Y la sangre en batallas derramada,
La fé no purifica, la envenena:
Cristo vino á sellar su ley sagrada
Derramando la suya, no la agena.
Mas ¿á qué traer aquí disertaciones
Excéntricas, ni utopias peregrinas?
En el olvido echad mis opiniones
A la actual sociedad tal vez dañinas;
Juzgadme nada mas por mis acciones,
No me juzguéis, barón, por mis doctrinas.
Porque tal vez soy yo quien está loco,
Yo tal vez quien no entiende á Jesucristo:
Y acatando su ley como la sola
Buena, tal vez en la heregía toco
Cuando en hacer del Evangelio insisto
La única ley del mundo, á quien provoco
De mi fé en el error… y me desola
Tal duda el corazón desde que existo.
Como quiera que sea, me despido
De vos aquí, barón; y á Dios le pido
Que os haga muy feliz. Si es que se aferra
Mi alma en el error, mientras decide
El tiempo si mi juicio acierta ó yerra,
Cual mi cristiana caridad lo pide
Pienso ir haciendo el bien sobre la tierra.
¡Adiós! vuestro país no me conviene,
Pues mi fé con la suya no se aviene.
En vuestra sociedad la moral mia
De ser no pasará una teoría,
Que gérmenes de mal para ella encierra:
La sociedad al fin me hará la guerra:
Y, como yo colgada no la deje,
La inquisición me colgará algún dia:
Si para convencerme de herejía
No me quema en la plaza por hereje.
Dios os libre, barón, de manos tales;
Y pues que me debéis, con sus caudales,
Que padre de una infanta os haya hecho,
Guardad mientras viváis en vuestro pecho
Buena memoria del doctor Rosales.”
Fin de la historia de la primera Rosa.