Dos rosas y dos rosales: 19

Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo IV, IV

IV. editar

EL DOCTOR — EL BARON — DON CARLOS.
DOC. —El sueño os ha vencido esta mañana.
D.CAR. —Es verdad.
DOC. —Que durmiérais os dejamos

Porque… ¡dormiais tan tranquilo!…

D.CAR. —¿Qué hora

Es?

DOC. —Las nueve; tiempo há que os aguardamos

Para desayunarnos ¿teneis gana?

D.CAR. —No.
DOC. —No importa; debeis hacerlo ahora:

Porque es preciso alimentarse.

D.CAR. —Vamos.
DOC. —Sentaos á mi lado y hablaremos

¿Os molesta el hablar?

D.CAR. —No.
DOC. —Pues habemos.

¿Cómo está la cabeza?

D.CAR. —Un poco vana

La siento.

DOC. —¿Así como si fuera hueca?
D.CAR. —Sí.
DOC. —¿Con dolor ligero en los oidos?
D.CAR. —Sí.
DOC. —¿Calor en la piel? ¿la boca seca?
D.CAR. —Sí.
DOC. —¿Y la memoria?
D.CAR. —Creo que la pierdo

A veces; otras veces se me trueca
Y andan mis pensamientos confundidos.

DOC. —¿Quiénes somos?
D.CAR. —No sé: desconocidos

Creo que no me sois: mas no me acuerdo.

DOC. —¿Sentís hácia nosotros simpatía?
D.CAR. —Sí.
DOC. —¿Por qué?
D.CAR. —Porque estáis siempre á mi lado,

Me dais conversación y compañía,
Me sonreís, me entretenéis y cuentos
Me contais que… no sé que es lo que tienen
Que me traen sus historias pensamientos
Que á solas en el mió van y vienen
Como sueños de amor.

DOC. —¿Habeis soñado?
D.CAR. —Mucho.
DOC. —¿Qué?
D.CAR. —No lo sé; yo me mecia

Como se mece en el ambiente un ave
Noble… el condor… la garza… como un dia,
No sé cuando ni donde, ví una nave
Mecerse dulcemente en la bahía.

DOC. —En Nápoles.
D.CAR. —Tal vez.
DOC. —Allí.
D.CAR. —¡Quién sabe!
DOC. —Yo lo sé: aquella nave era la mia:

Una hermosa galera.

D.CAR. —¡Muy hermosa!
DOC. —Que se llama la galera de Rosa.
D.CAR. —¡Rosa!
DOC. —Sí: ¡que hay en eso que os asombre!
D.CAR. —Nada: mas ese nombre no creia

Yo que de nave alguna fuera nombre.

DOC. —Pues ese el nombre de mi nao era;

En ella vine yo de Alejandría:
La nao mas gallarda y mas velera
Que fué á anclar en los puertos del oriente;
Cuya historia gentil, si se escribiera,
Por fantástico cuento
De los libros de oriente se tuviera.

D.CAR. —Contádmela.
DOC. —Os vá á ser impertinente

Su narracion.

D.CAR. —¿Por qué?
DOC. —Porque es difusa.
D.CAR. —No importa.
DOC. —Es complicada: es muy confusa.
D.CAR. —No importa.
DOC. —En fin, si os empeñais… consiento.

En ello: atended pues.

D.CAR. —Estoy atento.
DOC. —Hubo una vez un hombre muy estraño

Que empezando á estudiar desde muy niño,
Cobró á las ciencias especial cariño:
Mas á su siglo y sociedad uraño
Se hizo, porque al sondar su falso aliño,
Tras uno y otro amargo desengaño
Concluyó por juzgarles de otro modo
De como les juzgaba el mundo todo.
De ingenio claro, de carácter vivo,
Desde su adolescencia reflexivo,
Y á su edad juvenil mas serio y grave
De lo que en años tan pueriles cabe,
Afanoso emprendió, dominó activo
Aquellos fastidiosos rudimentos,
Necesarios preludios,
Precisos elementos
De todos los estudios:
Mas que una vez vencidos, facilitan
La ardua ascensión hacia el saber, producen
Afición al estudio, y habilitan
Para la comprensión la inteligencia,
La alumbran, robustecen, y ejercitan
Y abren por fin las sendas que conducen
Al luminoso templo de la ciencia.
Con su instrucción precoz y mente sana
Llegó, pues, á ser hombre antes de tiempo;
Su posición social, su cortesana
Urbanidad, su porte, su familia,
Su riqueza y carácter, cuanto ausilia
Para entrar en el mundo á un mozo imberbe,
Abrió á sus pasos en edad temprana
Las puertas de ese mundo tumultuoso
Que se apellida sociedad humana;
Golfo azul y engañoso
Bajo cuya haz encantadora hierbe
La dicha, el duelo, la virtud, el vicio,
El mal, el bien, la fé, la inepcia, el crímen:
Dó fermentan en fin como en un horno
Cuantas miserias al mortal oprimen,
Desde el alma honradez hasta el soborno,
Desde la cobardía al heroísmo,
Desde el pródigo lujo de los reyes
De la mendicidad hasta el cinismo,
Desde la caridad al egoísmo,
Desde la estupidez de los villanos
A la ferocidad de sus tiranos.
Entró en el mundo con su fé evangélica,
Su vírgen corazón, su recto juicio:
El mundo alegre le acogió y propicio,
Y fascinó un momento su alma angélica.
Abandonóse un punto á la corriente
Social: negoció, amó, trabó amistades,
Fué leal y vendido bajamente,
Y escarmentó… y del trato de la gente
Y de la tradición de las edades
Pasadas y su historia, pronto supo
Estraer su razón inteligente
De entre las ilusiones las verdades.
¡Tacto tan fino en su criterio cupo!

Halló que el mundo sin placer vivia
Creándose sin fin necesidades,
Ahogando sus quejidos de agonía
Con escéntricos himnos de alegría;
Llamando á mil mentiras y á mil males
Conveniencias sociales:
Dado en sustituir en mil maneras
Al bien y á las virtudes verdaderas
Un bien y una virtud convencionales;
De modo que en lugar del paraíso
Que pudo hacer de la fecunda tierra
Que darle Dios por patrimonio quiso,
Vió que el hombre social hizo un infierno
Donde vivir en sempiterna guerra,
Dando á su corazón tormento eterno.
Vió que allí la doblez, la hipocresía,
La usura, la ambición y la falacia,
Se llamaban talento, cortesía,
Comercio, patriotismo y diplomacia.
En lugar de la fé vió al fanatismo,
Al favor en lugar de la justicia,
Presa la ingenuidad de la malicia
Y la fraternidad del egoísmo;
Y hallando que sus vicios en su seno
Tiene la sociedad tan arraigados
Que es imposible hacerla separados
Ver de una vez lo malo de lo bueno,
Con disgusto profundo
Abandonó la sociedad y el mundo;
Mas teniendo á los hombres por hermanos,
Y queriendo ser útil á su raza,
Que para ser feliz no se dá traza,
Determinó adquirir cuantos humanos
Conocimientos abarcar pudiera,
Y en pro de aquella sociedad demente,
De aquella loca é insensata gente
En lo futuro emplear pudiera
Su alma caritativa
Con virtud evangélica y fé viva:
Y volvió á sus estudios, decidido
A emplear filantrópico su ciencia
En mejorar del hombre la existencia,
El santo fin para que fué nacido
Cumpliendo, cual lo entiende su conciencia.
De todos los maestros á las cátedras
Asistió con afán: con gran provecho
Las universidades
Cursó, se hizo en sus aulas conocido:
En teología, en artes, en derecho
Discutió, ganó premios: y aplaudido
En todas las escuelas,
Bogó por suerte rápida impelido
Por el mar de la fama á todas velas.
Mas cuando vió llegar sus opiniones
A ser autoridades.
Cuando midió su ciencia con razones,
Las varias facultades
En que se doctoró le parecieron
Llenas de rutinarias vagatelas,
De inútiles ó locas nimiedades,
En cuya espesa red las envolvieron
Los que en vez de estudiarlas en conciencia
Y en lugar de alumbrar de las edades
Futuras con su luz la inteligencia,
Con sutilezas mil las embrollaron.
Vió que los ergotistas en abismo
Impenetrable y lóbrego tornaron
La sencillez sublime de la ciencia,
Con un intolerable pedantismo
Llenándola de enormes comentarios;
Y con argucias mil y corolarios
Inútiles y fárrago frailesco
Falseando los principios y la esencia.
De la jurisprudencia,
Y los de la divina teología,
Los de la medicina y la farmacia
Y la filosofía,
Hicieron de la ley un laberinto,
De la ciencia de Dios una fé impía,
De caer en las manos de algún médico
La mas fatal desgracia,
De la farmacia un tiesto enciclopédico
De todas las ponzoñas y brebajes
Dañosos, de la ciencia filosófica
Un campo de argumentos y cuestiones
En el cual se llevaban la victoria,
No la simple verdad, no las razones,
No el sentido común, no la oratoria,
Sinó la sutileza y la memoria,
La audacia y el vigor de los pulmones.
El, que no concibió que siempre inútiles
Debieran ser las ciencias, entregadas
A cuestiones tan sándias ó tan fútiles,
Ni del sabio las fuerzas empleadas
En probar con argucia falsos temas
Y en sostener quiméricos sistemas,
Empezó á interponer su recto juicio
Como un antemural á sus errores,
Cual valla ante el abierto precipicio
Y cual freno al furor de los doctores;
Pero á los pocos dias
De enunciar sus sencillas teorías,
Volviéronse contra él todos los sabios,
Cayó sobre él diluvio de cuestiones:
Y no hallando sus aulas y sus labios
Suficientes á dar tantas respuestas
A tantas lenguas á la suya opuestas,
Porque de su valor no se presuma
Que cede, ó que le faltan las razones,
Para evitar tumulto y discusiones
Ató la lengua y desató la pluma.
Abandonó deber y obligaciones,
Encomendó su hacienda á su familia,
Y encerrado entre libros y centones,
Leyó, estudió, indagó, puso en el peso
De la exacta razón las objeciones
Que le hicieron… y en fin, hilóse el seso
En perpetua vigilia
Analizando escritos á montones:
Hasta que del estudio en el esceso
Y en el afán de sostener la lucha
En pro de su razón, su fé y su fama,
La carga grave y su salud no mucha,
La apoplejía le postró en la cama.

No hay en la ciencia humana, aunque radique
En la esperiencia y convicción mas puras,
Razón que mas á fondo modifique
La del hombre, que cambie y rectifique
De vez sus opiniones mas seguras,
Como una enfermedad. Allá en su lecho
En sus noches de insomnio, en ese estado
De postración que queda tras la fiebre,
Suele, de tiempo viéndose sobrado,
Registrar los rincones de su pecho
El enfermo á sus solas, sin cuidado
De que el torzal de sus ideas quiebre,
Ni en la opinión de su conciencia influya,
Ni sus buenos propósitos destruya
El mezquino interés no satisfecho,
La no saciada sed de las pasiones,
O el engaño de locas ilusiones.
Y ¡cuántos sabios de opinión cambiaron,
Y su modo de ver rectificaron,
Tan solo con dejar que les arguya
Su conciencia en el tiempo que pasaron
En una enfermedad! Tuvo en la suya
El doctor de mi cuento tiempo largo
Para juzgar su posición á solas:
Y aunque se le hizo de tragar amargo
Y fluctuó mucho tiempo entre las olas
Del mar de su amor propio, al fin vencido
Por la fría razón, se hizo este cargo:
“Yo no podré, por mas que invente modos,
“Oponer mi razón á la de todos;
“No he de poder en mi existencia breve
“Profesar á la vez todas las ciencias
“Ni reformar el mundo. El hombre debe
“Profesar una sola, y que se cebe
“Dejar á su talento en ella solo,
“En ella procurar ser eminente,
“Y estenderla con fé de polo á polo,
“Y ser útil con ella,
“Si á su centuria no (porque atropella
“Al que intenta oponerse á su corriente,)
“A los que busquen del saber la huella
“De su pasada edad en la siguiente.
“Disputar contra todos, será bravo;
“Mas aunque sean por mí todos vencidos
“Y me los traiga atados por los codos,
“Ni habré hecho mas que disputar al cabo,
“Ni pasaré de ser un buscaruidos;
“Mi ciencia será inútil para todos,
“Y solo me tendrán mis semejantes
“Por uno mas de tantos disputantes.
“De tantas controversias ¿qué he sacado?
“La cabeza caliente y los pies frios.
“Doy que he triunfado ¿con los triunfos mios
“La sociedad humana qué ha ganado?
“Reírse en nuestras barbas de nosotros
“Creyendo al de mas voz y de mas bríos
“Con la mejor razón: por de contado
“Sin comprender la de unos ni la de otros.
“Dejemos pues de discutir; la clave
“De la ciencia y virtud de los cristianos
“Es que con lo que puede y lo que sabe
“Sea útil cada cual á sus hermanos.”
Y este cálculo sabio á tiempo hecho,
Determinóse á profesar la ciencia
Que mas útil creyó al genero humano:
Y conceptuando la de mas provecho
La de la medicina, su existencia
Decidió consagrarla cuando sano
Pudiera al fin abandonar el lecho.
Sanó; y la consagró su vida entera:
Y lleno del desprecio mas profundo
Por todos los sofistas de su era,
Juró no discutir aunque viviera
Un dia mas que en el mundo:
Y con el noble afán de hacer del hombre
De todas condiciones y parajes
Un estudio profundo y verdadero,
Se propuso correr el mundo entero
Y atesorar el fruto de su viages.
Visitó pues las cortes de la Europa,
Y las tribus de la África salvajes,
La América; y con suerte viento en popa
Acumulando ciencia y esperiencia,
Se encaminó al Oriente
Cuna del hombre; enriqueció su ciencia.
Tratando con honor la medicina
En Siria, en el Egipto, en Palestina:
Y despues de vivir con opulencia
Descansando en Alepo algunos meses,
Salió en union de una familia indiana
Que él mismo convirtió á la fé cristiana
Con direccion á la India, donde ha dias
Recojen los audaces Portugueses
Gran cosecha de gloria y de intereses,
Sembrándola de sangre y de falsías.
Llegó á Byr, embarcóse en el Eufrátes,
Bajó á Bagdad, que es el Babel de ahora,
Descendió por el Tigris á Bassora,
Detúbose en Ormuz que es el mercado
Mas rico del Orinete, fué las perlas
De mayor magnitud y mas quilates
Que joyeron jamas han apreciado
A pescar en Bahráin, donde el cojerlas
Tantas vidas de buzos ha costao:
Logrando al fin desembarcar en Göa,
Hoy llave del tesoro de Lisböa.

Allí tenia ya la ley de Cristo
Estendidas raíces: la memoria
De Francisco Javier embalsamaba
Aquella rica costa, dó bien quisto
Era el cristiano que á su edén llegaba;
La santa cruz, el lábaro cristiano,
Se alzaba allí como pendon de gloria,
Sellando la victoria
La audacia y la piedad del Lusitano.
Göa era del comercio y la fé centro,
Pero el tenaz doctor de mi leyenda,
Ganoso de otros triunfos, fué su tienda
Plantando cada noche mas adentro
De estas tierras espléndidas y estrañas,
De suelo ardiente y áureas entrañas.
Y curando al enfermo, y consolando
Al triste, y amparando al desvalido,
La luz del evangelio propagando,
Un paso cada dia fué avanzando
Dentro de aquel país desconocido.

Y sucedió que un rey de una comarca
Llamada Arungabad, que en sus fronteras
Un opulento territorio abarca
Del Golfo de Cambay á las riveras,
Tenia á su país de aflicción lleno,
Porque de tiempo atrás adolecía
De enfermedad que le causó un veneno,
Que por irreflexión tragado habia.
Y este rey, Idalkan, el cual era hombre
De ley tan justa y corazón tan bueno
Como sonoro y bárbaro su nombre,
Oyendo de aquel médico estranjero
Hablar como de un ser maravilloso,
(Porque es muy hiperbólico, ampuloso
Y enfático el hablar del pueblo Indiano)
Quiso ver por sí mismo el soberano
Si era el hablar del vulgo verdadero,
Y si el doctor de quien hablar oia
Tanto bien, de su mal le curaría.
Al enunciar deseo semejante,
Salió á buscarle un cortesano: hallóle
Y á la presencia de Idalkan le trajo.
El monarca, al hallársele delante,
Con sonrisa benévola acojióle
Sereno humor y plácido semblante.
El doctor conoció que su futura
Suerte iba á depender de aquel instante,
Y fué con diplomática mesura,
Con la mayor dulzura
De su mal los detalles preguntándole;
Y el buen rey Idalkan iba esplicándole
Sus síntomas, sus causas, sus periodos,
Y el atento doctor se iba de todos
Haciendo cargo y esperanzas dándole.
Y arreglóse tan bien, que en la primera
Consulta sin trabajo
La simpatía de Idalkan se atrajo;
Y el rey se pagó de él de tal manera,
Que aposento en su alcázar ofrecióle
Mientras durara de su mal la cura;
Y el doctor aceptó, y el rey tratóle
Con liberal y espléndido agasajo;
Y el sincero doctor por cuantos medios
Pudo ideas solícito cuidole,
Y á fuerza de cuidado y de remedios
Del veneno los gérmenes le estrajo.
El rey sanó por fin; y cuando un dia
Oficialmente el médico lo dijo
A la corte y al pueblo, la alegría
Fué universal: y el pueblo, que queria
Bien á su rey, al médico bendijo.
Entonces Idalkan, en cuyo pecho
Se germinó con el afan prolijo
Del médico por él una sincera
Amistad, que á su trato se habia hecho,
Y que sintió que necesaria le era
La amistad del doctor mas cada dia,
Mas grata cada vez su compañía,
Se empeñó en detenerle al lado suyo
Y le hizo las mas pródigas ofertas,
Para ganar su voluntad: y ciertas
Debieron de salir segun arguyo.
Porque el doctor las aceptó; y las puertas
Del alcázar á abrirse ante las plantas
Del doctor para irse no volvieron,
Ni hácia él por el monarca se infringieron
De la hospitalidad las leyes santas.
Quedóse pues el médico contento
De Arungabad en el palacio Indiano
Y debió d tener algun intento
Secreto tal favor del soberano
Para aceptar así: porque yo siento
Que fuera pensamiento muy villano
Y hacer á su carácter injusticia,
Pensar que se quedara por codicia.
Ello es que se quedó: y en el palacio
Del buen rey Idalkan establecido,
De él no se separaba ni un momento:
Y como el rey le estaba agradecido,
Y tenia alta idea de su ciencia,
Y para hablar con él sobrado espacio,
Comenzó mi doctor con mucho tiento
Mano á poner á su secreto intento.
Primero unas palabras fué soltando,
Después estableció proposiciones,
Con ejemplos después las fué afirmando,
Mas tarde fué leyendas, tradiciones,
Historias y parábolas narrando:
Bíblicas y evangélicas lecciones
Se arriesgó al fin á hacer, con el objeto
De ir minando su espíritu en secreto.
El rey á sus palabras prestó oido,
Al principio por pura deferencia,
A sus proposiciones sorprendido,
A sus historias ya con complacencia;
Al fin su mismo espíritu atraído
Las pedia; y entonces dulcemente
Iba el sagaz doctor con gran paciencia,
Con interés y método prudente,
Inculcando en su alma la creencia
De la cristiana fé, que siempre ha ido
Recta á alumbrar la sana inteligencia
Y á hablar al corazón y al buen sentido.
Y al fin de mucho tiento y muchos dias
De afanes, Idalkan el rey Indiano
Renegando por fin de las impías
Creencias de su fé, se hizo cristiano:
Y el médico por fin logró el objeto
Que con cristiano afán labró en secreto.

Sus pueblos, que á su vez al rey amaban
Por su justicia y corazón benigno,
Y que el saber del médico juzgaban
Por el bien que les hace de fé digno,
Imitaron al rey. A su demanda
Envió al punto de Groa misioneros
La asociación de fide propaganda;
Y á su predicación pueblos enteros
De Marabuts y Brackmas energúmenos,
Desengañados de su fé nefanda
Pidieron la pelliz de catecúmenos.

Y he aquí como el doctor, por raro modo,
Los caminos por Dios encontró abiertos
Para elevar su ciencia á grande estado,
Para franquear el cielo á un pueblo todo
Y á nuestra Europa comercial sus puertos,
Dó nunca su marina habia fondeado:
Pues cuando el bien el hombre se propone,
Dios todo para el bien se lo dispone.”



Aquí el doctor, que á su historia,
Ya de suyo algo confusa,
Introducción tan difusa
No puso sin su razón,
Cortóla: y quedó en silencio
Considerando un instante
De Don Carlos el semblante
Con la mayor atención.

Y sin comprender Don Carlos
Su interrupción, proseguía
Escuchando todavía,
Contemplándole á su vez
Con tan segura mirada,
Que de dudar no habia modo
De que estaba en el periodo
De su mayor lucidez.

DOC. —Si os canso lo dejaremos:


Dijo el doctor frente á frente
Mirándole: y el demente
Replicó: “no me cansáis.”

DOC. —¿Comprendéis bien?
D.CARLOS. —Os comprendo

Perfectamente.

DOC. —¿Os agrada

Mi cuento?

D.CARLOS. —No pierdo nada

De él ¿porqué no continuais?

DOC. —Porque temia que el hilo

De mi cuento estrafalario
Habiais perdido.

D.CARLOS. —Al contrario:

Le sigo con interés.

DOC. —¿Y en verdad os entretiene?
D.CARLOS. —¡Sí, á fé mia!
DOC. —En ese caso

Sigamos, porque ahora viene
Lo mejor.

D.CARLOS. —Pues proseguid.


Quedó el doctor aun un punto
Con íntima complacencia
Mirándole, y su esperiencia
Percibir en el debió
Sin duda los buenos síntomas
Que espiaba en su semblante,
Porque al cabo de un instante
Sonriendo prosiguió:

“Bautizado Idalkan, fué buen cristiano:
Y atento al bien del pueblo y de su alma,
A cuanto creyó bien tendió su mano;
Protegió á los cristianos misioneros
Que al abrir á la fé nuevos senderos,
Iban de luz, prosperidad y calma
Abriendo en el país hondos veneros;
Y atento á sus terrenos intereses
Y aconsejado del doctor su amigo,
Sus puertas franqueó á los portugueses
Y dio en sus plazas al comercio abrigo.
Dio protección al arte y á la ciencia,
Adelantos planteando y novedades,
Y derramó la paz, y la opulencia
Y el placer por sus campos y ciudades;
Iba en suma su reino viento en popa
Elevando al nivel de los de Europa.

Pero nadie es feliz sobre la tierra:
No hay bien que de algun mal no se acompañe:
No hay horizonte que vapor no empañe;
Y un gérmen siempre de pesar encierra
Y á algun secreto torcedor dá asilo
El corazon mas recto y mas tranquilo.
Al tomar Idalkan nuestra crëencia,
Dió á las costumbres de la vida indiana
El sello casto de la ley cristiana,
Y comenzó á llevar otra existencia
De mas virtud y de moral mas sana.
Abandonó la corte y su palacio
De Arungabad, y dando nuevo giro
A su gobierno, se labró un retiro
En la ciudad de Ahmednaggur, situada
De una vega feraz en el espacio:
Que de huertos y bosques alfombrada,
Regada por dos rios, y por montes
De límpidos y azules horizontes
En torno circundada,
Se parece á la vega de Granada.
Y abandonando á Arungabad, en ella
Dejó los sibaríticos placeres
De la vida oriental, siguió la huella
Cristiana, y adoptó los pareceres
De su doctor á quien consulta á solas,
Y dió la libertad á sus mugeres,
Y al abrirlas su harén enriqueciólas.
Una entre ellas habia
De estremada beldad y gallardía
A quien amaba el rey: la soberana
Del serrallo: judía
De fé y de raza: se llamaba Lía;
Pero que, asaz esquiva ó virtuosa,
Jamás correspondió de buena gana
A las caricias de Idalkan. A aquella
La dijo al despedirla: “sé cristiana:
“Quédate, y serás tú mi única esposa.”
Mas Lía contestó con aire fiero
Y laconismo bárbaro: “no quiero,”
Y le volvió la cara desdeñosa
Sin recojer su parte de dinero.
Arrasáronse en lágrimas los ojos
Del rey amante al verla que partía;
Y por si fueran de muger antojos
Lo que desden ó saña parecia,
A un eunuco mandó seguir su paso;
Y cuando en sombra se cerraba el dia
Envió al doctor á verla, todavía
Con la esperanza de que el sabio acaso
La convenciera, y á su amor volvia.
El doctor la buscó del rey dolido:
Mas ya de Ahmednaggur habia partido.
Tomó un caballo rápido y siguióla
Las huellas el doctor, y la vio al cabo
Cruzar los arrabales; iba sola,
A caballo, y seguida de un esclavo.
Alcanzóla el doctor, y sin dureza
Antes bien con cariño —“al fin os hallo,
La dijo: al rey volved, que su corona
Os dá y su amor” —mas ella su caballo
Parando, replicóle con fiereza:
“Yo desprecio su reino y su persona
“Porque amo á otro: se lo dije un dia,
“Y en lugar de apreciar como debia
“De mi amor y carácter la entereza,
“En el harén espuso mi belleza
“Desnuda, y ordenó que me azotara
“A un eunuco: en mi espalda todavía
“Están rojas las marcas de la vara.
“Mi sangre no se paga con riqueza
“Y un ultraje tan vil su amor no abona:
“Decidle, pues, que acepto su corona,
“Pero es si me la dan con su cabeza.”
Tal dijo; y con un salto repentino
Partiendo á escape la feroz judía,
Dejó al doctor plantado en el camino.
Volvió á palacio al despuntar el dia:
Por ella el rey á preguntarle vino;
Mas cuando el rey le dijo: “¿qué es de Lía?”
Dijo el doctor: “partió ¡y al cielo plegué
“Que no vuelva jamás y hasta tí llegue!”

Costó olvidarla al rey tiempo y trabajo,
Y muchas veces distraído anduvo,
Melancólico, triste y cabizbajo,
Porque un amor hondísimo la tuvo:
Mas con el tiempo de olvidársele hubo:
Pues de uno ú otro modo,
En esta ruin y deleznable vida
Con el tiempo á la fin todo se olvida,
Porque el tiempo voraz lo acaba todo.
Y corrieron los años tras los años,
Y siete ya que gobernaba hacia
Idalkan, y feliz se mantenia
Con los suyos en paz y los estraños
Sin acordarse ya de la Judía,
Cuando un rey de Guzárate á quien guerra
Hacia Guir, adorador iluso
Del fuego, una alianza le propuso
Por salvar del idólatra su tierra.
Y de lograr su fin con la esperanza,
Su apurado vecino proponía
Dar á Idalkan en prenda de alianza
Una hija muy hermosa que tenia.
De oro y de tropas Idalkan sobrado,
Sin hijos, pues su harén ha suprimido,
Y acaso aun presa del amor pasado,
Echó sus cuentas y aceptó el partido
Al fin, por el doctor aconsejado.
Envió al rey de Guzárate al instante
Gran tren de guerra y numerosa gente,
Y al doctor del ejército delante
Mandó con un magnífico presente
Para su hija: y mientras él pujante
Del idólatra Guir la buena estrella
Hace cambiar en su favor, y bravo
Con el refuerzo aliado le atropella,
Y le alcanza en la fuga y le hace esclavo,
Vuelto el doctor á Arungabad, triunfante
Entró en Amednaggur con la doncella.
Y á fé que incomparable en hermosura
Es la mujer que la alianza sella:
De mirada tan dulce y espresiva,
De sonrisa y de voz de tal dulzura,
Que á quien habla, sonrie y vé, cautiva;
Tan ágil y flexible de cintura
Cual rama nueva de jugosa oliva:
Y con un nombre que la cuadra tanto,
Como si fuera cifra del encanto
Que produce: se llama sensitiva.

La vió Idalkan y la adoró: el cariño
Del rey encendió pronto el amor de ella,
Y al verla tan sensible como bella
La rodeó de halagos como á un niño.
Su amor sencillo y virginal en la alma
Del rey echd raíces, como fresco
Tallo de nardos en jarrón chinesco,
O en un oasis solitaria palma.
En vez de aposentarla en un palacio,
En medio de un jardin, como conviene
A la flor casta cuyo nombre tiene,
La puso y la dió luz, aire y espacio
Para vivir en libertad y holgura
Entre flores, rival de su hermosura.
Tenia allí en lugar de una áurea sala
Un Kiosko que entoldaba y que ceñía
Un tejido rosal de Alejandría
Y un cerco de rosales de Bengala:
Que en árabe (al que son tan naturales
Las palabras compuestas, especiales
Para la propiedad y alegoría)
Se llamaba este Kiosko iwan-a-urdales,
Es decir: camarín de los rosales:
Voz llena de espresion y poësia.

Pronto de aquel amor de pasión lleno,
Botón de aquella flor de savia rica,
Un capullo crecer surtid en su seno
Que el amor de Idalkan solidifica.
Al acercarse el crítico momento
De brotar de su amor aquel retoño,
Cual la flor de su nombre en el otoño
Dobla sus tallos al sentir el viento,
Las castas hojas de sus ramas plega
Y se estremece cuando á herirlas llega,
La Sensitiva real del modo mismo
Al peso del dolor dobló su frente
Y del sepulcro se asomó al abismo:
Y en aquel punto de su amor ardiente
La fé, se abrió á la fé del cristianismo;
Pues comprendiendo al fin que su fé indiana
Será forzoso que al dejar la vida
De ella y el rey la eternidad divida,
Su alma para seguir se hizo cristiana.
Y Dios que, del amor por complemento,
A la virtud de la muger dar quiso
El amor maternal, y al sufrimiento
De la maternidad un paraíso
De sus hijos abrió en el nacimiento,
No la quiso negar placer tamaño;
Y de nacer la hija en el momento,
Pasó el peligro al disiparse el daño:
Y al primer ¡ay! de la recien nacida
Volvió la madre á recobrar la vida.
Y crecieron al par de salud llenas,
Vigor al par cobrando, sus dos vidas,
Como dos olorosas azucenas
En un tallo no mas al par nacidas.
Creció en edad la niña y en belleza:
Y así por el lugar dó habia nacido
Como por heredar la gentileza
Del tallo de la flor de que ha salido,
Pues tenia su tez alabastrina,
Su faz serena y su mirada franca,
La pusieron por nombre nasarina,
Nombre que significa rosa-blanca.
¡Cuan felices vivieron ambos reyes
Con la princesa y el doctor tres años,
En tan bello país, con sabias leyes
Con los suyos en paz y los estraños!
Mas como dice el árabe “está escrito:
Nadie será feliz sobre la tierra.
Un dia fatal de la discordia al grito
En medio de este edén surgió la guerra.

Fuertes ya los avaros portugueses
Dentro de aquella tierra hospitalaria,
Su ley, en pro de viles intereses,
Tornaron tiranía sanguinaria;
Desde las minas de oro hasta las mieses,
Desde el templo á la choza solitaria,
De todo contra ley se apoderaron
Y hasta el honor de la muger hollaron.
Mas tiranía tal siendo insufrible,
Hízose el Portugués aborrecible
Para el pueblo Indostan; y ardiendo en ira,
Mas con la calma de su raza astuta,
Desde Coromandel á Cachemira,
Desde Cutch y Guzárate á Calcutta,
Sagaces en silencio conspiraron
Y, maduro su plan, se rebelaron.
Cinco reyes entraron en liga
Con oro y tropas, y á Idalkan pusieron
Por adalid: sin perdonar fatiga
El la campaña dirijió: rindieron
En combate ó asalto veces muchas
Plazas y guarniciones portuguesas;
Y vencedor en repetidas luchas
Estendió velozmente sus empresas
Idalkan, por do quier teniendo escuchas
Y por do quier haciéndoles sorpresas,
Hasta sitiarles en la misma Göa
A pesar del refuerzo que les trajo,
Y que en Göa metió con gran trabajo,
El caballero Atáide de Lisboa.
Y tras un año de valor y afanes,
Y después de un bloqueo de tres meses,
A punto estaban de lograr sus planes
E iban de la India ya los Indostanes
A echar á los rapaces portugueses,
Cuando á Dios plugo, ordenador de todo,
Concluir esta guerra de otro modo.
Nezim, rey de Lahor y de los cinco
Que en la liga pusieron oro y gente,
Que por ser de Idalkan deudo y pariente
Fué el que mostró en la guerra mas ahinco,
A ir una noche le invitó á su tienda
A cenar; cortesía inescusable
En un país donde un convite es prenda
De fé leal y de amistad estable.
Fué Idalkan: y al cruzar el campamento
Del rey Nezim, en nombre de su amo,
Sin decir quién, con grande acatamiento
Una esclava gentil le ofreció un ramo
De flores: Idalkan iba al momento
A compensar su ofrenda generoso,
Cuando rápida y ágil como un gamo
Huyó en la sombra y se perdió la esclava.
Dio Idalkan á un Wazir el oloroso
Ramillete á guardar mientras cenaba;
Cenó, y á media noche satisfecho
A su tienda volvió, pidió sus flores,
Las puso en un jarrón junto á su lecho
De campo, y despidió á sus servidores.
Entonces penetró, según costumbre
De tiempo atrás, el médico cristiano
En la tienda del rey, quien mano á mano
Consultaba con él la muchedumbre
De negocios que á un rey sin tregua abruman.
Cuando Idalkan con él se encontró á solas,
Le mostró aquellas flores que perfuman
Su pabellón: el médico tomólas
Y á la luz admirando sus colores
Preguntó al rey: “¿leísteis el billete
Que os enviaron en este ramillete?”
Y sacando un papel de entre las flores
Se le fué á presentar: mas en el punto
De leerlo Idalkan, de espanto lleno,
De horror ahogando en su garganta un grito,
Tembló y palideció como un difunto:
Y el doctor colocándosele junto,
Sin respeto á Idalkan, por sobre su hombro
Sin poder resistir leyó lo escrito,
Quedándose al leer yerto de asombro.
Decia: “huid, señor: os han vendido.
“Nezim de las tinieblas en el seno
“En Goa ha entrado ayer, y prometido
“Vivo ó muerto entregaros: dar por bueno
“Todo y alzar el sitio, si en partido
“Vuestro reino le dan: y han admitido.
“Nezim para mataros os convida,
“De fé, de honor y lealtad ageno:
“No comáis ni bebáis: os va la vida:
“Cuanto os van á servir lleva veneno.”

DOCT. —¿Y habeis comido?
IDALKAN. —Sí; pero ¡Dios Santo!

Ahora que lo recuerdo…!

DOCT. —¿Qué?
IDALKAN. —Ella era!

Yo la miraba y ella sonreía,
Pero reconocerla no podia
Bajo de su disfraz, tras tiempo tanto.

DOCT. —¿A quién?
IDALKAN. —A la que el vino me servía.

Es ella, sí.

DOCT. —¿Mas quién es ella?
IDALKAN. —¡Lía!


Quedóse al recordar á la judía
El doctor como herido por un rayo,
E Idalkan apoyándose en la mesa
Dijo con débil voz: “¡yo me desmayo!”
Acudióle el doctor; mas ya la marca
De la ponzoña rápida, patente
Vió en su faz descompuesta; hízole apriesa
Acostar; mas el rey sobre su lecho
Esclamó revolcándose: “¡esto es hecho!
—Aun nó: dijo el doctor.
—Sí: es evidente
Que es la segunda vez que me envenena.
(Repuso cadavérico el monarca)
—Yo os salvé la primera. Voy…
                 —Detente:
Todo es inútil hoy: mi muerte es fija.
Entre Lía y Nezim… fuerza es que muera.
Mas ¿quién sabe su plan á cuánto abarca?
Abandóname á mí, ¡salva á mi hija!
Toma mi anillo real, coje la gente
Que te parezca mas leal, y corre
A escape á Admednaggur: abre la torre
Del norte, descerraja mi tesoro,
Cárgalo en mis camellos,
Y huye con Nazarina y Sensitiva.
Si te persiguen y lidiar con ellos
No puedes y salvarlas con su oro,
Mátalas: que ni pobre ni cautiva
Sea ninguna de las dos: ninguna
Caiga jamás entre sus manos viva,
—¡Mas dejaros, señor!
            —Es importuna
Tenacidad. A Dios mi alma fia;
Corre, y no dejes ir la hora oportuna,
Porque siento llegar la última mia;
Corre: no te se vuelva la fortuna
Y corran mas que tú Nezim y Lía.”

Dijo Idalkan y dando un gran suspiro
Se retorció como un reptil: sus ojos
La luz perdieron, y sus miembros flojos
Dejando, murmuró; “¡corre… yo espiro!”
Vio el doctor que remedio no tenia,
Y que su reflexión era oportuna,
Y que la astucia y rapidez urgía:
Y abandonando el rey á su destino,
Montó de su mejor caballería
El mejor escuadrón hecho ya á empresas
Tales, y el alba al despuntar, corría
Con él de Admednaggur por el camino.

Salvó á tiempo el tesoro y las princesas:
Y cuando detrás de él Nezim y Lía
Llegaron, figurándose en sus manos
Tenerlos, de las armas portuguesas
Y de ellos libre, con las dos partía
A bordo de un bajel de Venecianos.
Mas nunca un mal va solo: los pesares
Los eslabones son de una cadena,
Y siempre que se rompen son por pares
Lo menos. Habia hecho á vela llena
Una navegación libre de azares
El doctor, con buen viento y mar serena,
Y ya, traspuesto Suez, iba tranquilo
Del Cairo á vista descendiendo el Nilo,
Cuando cual ruiseñor que, en la estrecheza
De una jaula, echa menos la nativa
Selva ció la crid naturaleza
Con aire, amor y libertad, esquiva
El halago y espira de tristeza
Sin dar un vuelo ni exhalar un pío:
Así la bella reina Sensitiva
Espiró de pesar en el navio.
Nasarina asistió á sus funerales
Como á una fiesta, porque aun no podia
Comprender ella ceremonias tales:
Y el doctor encontrando á Alejandría
Centro de los negocios comerciales,
Dó emplear con ventaja lograría
De su tesoro real los capitales,
Allí se estableció: é inteligente
Enviando á un tiempo á la India y á Venecia,
A Egipto, á las Américas y á Grecia,
Allí un corresponsal, allá un agente
Activo, realizar logró en diez años,
A fuerza de cuidados y de afanes,
Con la ayuda de Dios y por estraños
Medios y hado feliz, todos sus planes.
Y su cariño paternal, su fina
Penetración, su previsión esperta,
Su fé, su ciencia y su virtud, lograron,
Sobre su juventud viviendo alerta,
Hacer de la princesa Nasarina,
Instruida, opulenta y virtuosa,
Cuanto sana y hermosa,
Una muger perfecta y peregrina;
De modo que á la vega Granadina
Al trasplantar después aquella rosa,
Era una rosa sin ninguna espina.”

Volvióse á interrumpir por un momento
El doctor y á observar á su demente:
Y encontrándole atento,
Volvió á tomar el hilo de su cuento:
Llamando su atención espresamente
Con la mudanza estraña y repentina
Con que le dijo con marcado acento:
“Atended ahora bien, porque mi historia
Concluye, y de su fin se me imagina
Que debéis guardar algo en la memoria.
Cuando el doctor su princesa
Trajo á tierra granadina,
Al nombre de Nasarina
Dar creyó que era esencial
Su traducción europea:
Así es que la niña hermosa
Cambió en el nombre de Rosa
Su bello nombre oriental.

Dióse el doctor por su padre:
Y en vez de abrirla la vida
De la corte corrompida,
La abrió una vida de paz
En una casa opulenta
Por dentro, humilde y modesta
Por fuera, y situada en esta
Yega espléndida y feraz.

Y aquí en la cima de un cerro
A cuyo pié un rio corre,
Tenia un barón su torre
Y un hijo en la mocedad.
Vió el mozo á Rosa, acercósela
Juzgándola campesina,
Y ella le clavó una espina
Del corazón en mitad.

Y amó á Rosa entonces Carlos
Con un amor tan profundo,
Que Rosa formaba el mundo
Para Carlos.

D. CARLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Y á Carlos llegó á amar Rosa

Con pasión tan verdadera,
Que el mundo de Rosa era
Solo Carlos.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Mas pronto los separaron

Sus padres: á Italia enviaron
A Carlos, y se quedaron
Aquí con Rosa.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Y como igual su constancia

Resistió á tiempo y distancia,
Carlos en Italia y Francia
Se hizo hombre de arte.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Fué á la escuela de Cellini,

Y llegando á ser tan diestro
Como su mismo maestro,
Trabajó, en la soledad
De su amor, una escultura
De su saber para muestra:
Una rosa, obra maestra
De su cincel.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Volvió y se la dio á su amada

Con una carta; ella al punto
Carta y rosa todo junto
Mostró al doctor. Escuchad.
El doctor, que amaba á Rosa
Mas que á sí, pues no podia
Darla un príncipe, queria
Darla la felicidad.
Y como se habia propuesto
No dársela por esposa,
Sino á aquel que amara á Rosa
A par de su eternidad,
Espuso al mozo á una prueba
Tan fuerte, á un choque tan rudo,
Que resistirlo no pudo
La frágil humanidad.

El, con su ciencia, hizo á Rosa
En una muerte aparente
Caer… ¡el Omnipotente
Castigó su vanidad!
Porque al llegar á ella Carlos,
Creyó verdad la apariencia;
Perdió el juicio y… de su ciencia
Vio el doctor la ceguedad.

¿Sabéis en lo que dio el loco
Don Carlos? En su castillo
Con el cincel y el martillo
Hizo otra Rosa.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Y ¿sabéis lo que hizo el médico

Para curar su locura?
Pues le robó su escultura
Y le dio á Rosa. Mirad.



A esta palabra, su mano
Del salón hacia la puerta
Tendiendo el doctor, abierta
Cual de un conjuro el poder
Fué de repente, y Don Carlos
Dio un grito, al mirar por ella
A Rosa cual nunca bella
Sonriendo aparecer.

Era Rosa en cuerpo y alma:
Era Rosa, el complemento
Del maravilloso cuento
De Idalkan y del doctor:
Rosa, que al pecho prendida
Trae la Rosa hecha por Carlos,
Y su alba mano tendida
Al espantado escultor.

En pié y convulso, en sí mismo
Sintió este un cambio violento
Viéndola que á paso lento
Acercándosele vá;
Llegóse á él y, al contacto
De su mano como herido
Del rayo, dio sin sentido
De espaldas en el sofá.

Rosa, aterrada, á su lado
Precipitóse de hinojos,
Con el llanto de sus ojos
Queriendo darle calor:
Y el barón que lo comprende
Todo al fin, muerto creyéndole,
Quiso acudir: mas asiéndole
Del brazo á tiempo el doctor,

Le dijo: “no deis un paso:
“No le toquéis; su cerebro
“Puede estallar, como un vaso
“Sobre el fuego, á otra emoción
“Violenta: en breves instantes
“Volverá en sí; mas no hay medio:
“O vuelve enjuicio, ó remedio
“Su mal no tiene, barón.”

Hubo un momento solemne
De angustiosa espectativa
Al oir tal disyuntiva,
Que infalible saben que es:
Y en tal momento, á escucharse,
Oirse hubiera podido
El irregular latido
Del corazón de los tres.

Pasó la crisis; Don Carlos
Vá á volver á abrir los ojos:
Mas si vuelve en los antojos
De su locura á caer,
No habrá remedio, demente
Morirá. Trás un suspiro
Los abrió al fin lentamente
Y en sí comenzó á volver.

Poco á poco fué cobrando
Seguridad su mirada,
Y según la fué posando
Poco á poco en su redor,
Fué en su boca una sonrisa
Inefable apareciendo,
Y al fin rompió á hablar diciendo:
“Rosa… ¡mi padre! … el doctor.

Prosternóse este de hinojos
Al reconocerle en juicio,
Reconociendo propicio
A su fé el favor de Dios:
Y al viejo barón llevándose
Al inmediato aposento,
Dijo: “solos un momento
Dejémosles á los dos.”

De estos supremos instantes
De felicidad completa
No podrá ningún poeta
Hacer jamás descripción.
Yo ceso aquí: hay situaciones
Que, por muy alto que pique,
No hay pluma que las esplique
Cual las siente el corazón.

Lector, si amas como yo amo,
Si vives como yo vivo
Para un amor esclusivo,
Tirano, avasallador,
A obligarme á pintarte esta
Injusto será que lleves
Tu empeño, porque tú debes
Figurártela mejor.

Mas si por desdicha tuya,
O maldición de Dios, eres
Uno de esos ruines seres
Que no creen en el amor,
Cual lo siento te lo digo:
Aquí rompo y no prosigo,
Porque no quiero contigo
Perder mi tiempo, lector.