Dos rosas y dos rosales: 18
III.
editarLejos ya de su oriente el sol cruzaba
El firmamento azul de Andalucía,
Y á su suelo poético auguraba
Limpio, templado y apacible dia:
Y ya su luz espléndida doraba
Los arcos de la abierta galería
Donde espera, el barón, aun soñoliento,
A que vuelva el doctor de su aposento.
La mesa del almuerzo preparada
Tiene ante sí: mas fastidiado ahora
De esperar, la cabeza reclinada
Tiene en la mesa, cuyo centro dora
El sol con solo un rayo; luz cortada
En cuádruple losange por la mora
Labor de la estaláctica techumbre
De la masa total de la áurea lumbre
Sobre el agua y cristal de una botella
Este rayo de luz va á caer perdido,
Y un iris circular en torno de ella
Traza descomponiéndose: teñido
En sus siete colores, los destella
Sobre la plata y el metal bruñido
De la bajilla; que, en reflejos rica,
En derredor los quiebra y multiplica.
Y este fulgor, multíplice en reflejos,
Que brota de la mesa y la circunda
Cual si le produjeran mil espejos,
De estraño resplandor la estancia inunda:
Y al sol opuesto y de su foco lejos,
No parece su luz del sol oriunda,
Sino que nace á iluminar dispuesta
Alguna estraña y misteriosa fiesta.
¿Quién sabe? Hé aquí que procurando el ruido
Cáuto evitar, apareció en la puerta
Del salón el doctor, sin que sentido
Fuera por el barón que no está alerta:
Antes, de pechos en la mesa, hundido
El rostro entre los brazos, mal acierta
El médico á entender si es que medita
Hondamente el barón, ó si dormita.
Volvióse pues, con él cuenta no haciendo,
Y abrió de par en par: y levantando
La cabeza el barón y al doctor Viendo,
Fuese hacia él la mesa abandonando;
Mas estraños tras él apercibiendo,
Preguntó en alta voz: “¿qué está pasando?”
Y en la boca el doctor poniendo un dedo .
Respondió: “á verlo vais, pero hablad quedo.”
Entonces los que á pié con la litera
Al castillo escoltándola subieron,
Dos Industánis que poseen entera
La confianza del doctor, salieron
Tras él, á brazo del salón afuera
A Don Carlos sacando, á quien pusieron
Tendido en un sofá que prepararon
Y cerca de la mesa colocaron.
Con leve movimiento de cabeza
Su servicio el doctor agradecióles,
Y en el dintel de la desierta pieza
En su lengua oriental órdenes dióles,
Con digna autoridad mas sin fiereza:
Ellos dijeron, “bien” y él despidióles;
Y mientras él la puerta les cerraba
Atónito el barón lo contemplaba.
Solos al fin los dos, el doctor que ase
De su sillón que ante el sofá coloca,
Hizo seña al barón que le imitase;
Obedeció sin desplegar la boca,
Del doctor la conducta haciendo base
De la suya: y aquel, que el pulso toca
De Don Carlos, su faz miró buen rato
Y aplicóle un espíritu al olfato.
Invadieron sus átomos vitales
El cerebro del mozo: á su presencia
Se tendieron sus fibras cerebrales
Cediendo á su benéfica influencia;
Dio tensión á sus órganos nasales
Una ancha aspiración, y él de existencia
Señal con un suspiro profundísimo,
Al cual unió su voz un ¡ay! dulcísimo.
Luego asomó á sus labios una errante
Y halagüeña sonrisa: un carmin puro
Coloró su pacífico semblante;
Y roto al fin del sueño el velo oscuro,
Los párpados pesados un instante
Levantando, la luz miró inseguro:
Pero de esfuerzo tal como cansado
Volvió á cerrarles y á caer postrado.
Entonces el doctor volvió á hacer uso
De su vital espíritu y con tiento
Otra vez al olfato se le puso;
Aquella el mozo despertó al momento:
De lo que habia en su redór se impuso
Con rápida mirada, y movimiento
Recobrando y vigor incorporóse
Solo, y tranquilo en el sofá sentóse.
Quedaron contemplándose un instante
Los tres: el buen doctor se sonreía
Con el loco, mirándole al semblante,
Y él sonreír atento le veia;
Contemplábales á ambos vacilante
El padre entre el afán y la alegría:
Y dueño ya de la impresión primera,
Rompió á hablar el doctor de esta manera: