Dos rosas y dos rosales: 15

Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo III, VIII

VIII. editar

Cumplió el doctor su promesa:
Apenas anochecía
Cuando la cuesta subia;
De vuelta al verle el barón,
Mandó apriesa aderezarle
En una cámara antigua
Y á la de su hijo contigua
Provisoria habitación.

Y ganoso de probarle
Su deseo de obsequiarle,
Cortésmente á recibirle
Hasta la puerta bajó.
Tendióle al llegar la mano
Que asió el doctor francamente,
Y guióle alegremente
Al cuarto que le aprestó.

En posesión al ponerle
De su aposento le dijo:
“Aquí estáis junto á mi hijo,
“Única comodidad
“Que mi castillo os ofrece,
“Pues esta estancia sombría
“Os va á parecer tan fria
“Como mi hospitalidad.

“Mas no en vano el tiempo pasa
“Por los hombres y las cosas,
“Doctor: ya empieza mi casa
“Como su amo á envejecer.
“Y si vos algún frasquillo
“No tenéis que les remoze,
“Tan mi raza y mi castillo
“A un mismo tiempo á caer.

DOCTOR. —Barón, yo en mis medicinas

Tengo tanta confianza,
Que aun abrigo la esperanza
De volver á levantar
Castillo y familia á un tiempo;
Pues como yo os cure al loco,
Vais á ver dentro de poco
Vuestra raza retoñar.

BARON. —De vuestras palabras nunca

Penetrar puedo el misterio,
Doctor: mas habláis tan serio
Que ser á fuerza creer.

DOCTOR. —Creed, baron, porque nunca

Mi fé engañó á mi esperanza;
Mas obremos sin tardanza
Que no hay tiempo que perder.
¿Qué es lo que bebe Don Cárlos
Por las noches?

BARON. —Agua y vino.
DOCTOR. —¿Los mezcla?
BARON. —Suele mezclarlos,

Aunque no siempre.

DOCTOR. —Decid

Que me traigan las botellas
Que contienen su bebida.

BARON. —Mejor será que por ellas

Vaya yo mismo.

DOCTOR. —Pues id.


Partióse el baron apriesa
Y con los frascos volviendo,
Púsolos sobre la mesa:
el médico derramó
En cada uno algunas gotas
De una esencia: revolvióles
Sacudiéndoles, miróles
Al trasluz, y continuó
Preguntando:

DOCTOR. —¿Y á qué hora

Se recoje?

BARON. —Muy temprano,

Pues despierta con aurora
Y trabaja sin cesar.

DOCTOR. —Pues pongámosle estos líquidos

Donde los vea y los pruebe,
Y vamos, si de ellos bebe,
Recatados á espiar.



En el corredor pusieron
La mesa al loco, y se fueron
A ocultar: pronto le vieron
Salir; sentóse y cenó
Tranquilo: bebió del vino
Una copa y de agua un vaso:
Volvió al salón paso á paso,
Y por dentro se encerró.

Y dijo el médico: “ahora
Cenemos también nosotros,
Barón: dentro de una hora
La puerta que dá detrás
Del salón á abrir iremos
Sin riesgo de que nos sienta.
Y luego…

BARON. —¿Qué?
DOCTOR. —Por mi

Dejad correr lo demás.



Y se hizo lo que él dispuso:
Y quedó franca la entrada
De la puerta condenada;
Y en su estancia al penetrar,
Yieron que el loco dormia
Con un sueño tan profundo,
Que pudiera hundirse el mundo
Sin poderle despertar.

Entonces á recojerse
Envió á todos: despidióse
Del barón, y retiróse
A su aposento también:
Ocultó su luz, y abriendo
El balcón, desde su altura
Buscó addnde en la llanura
Su pueblo y casa se ven.

La noche estaba serena
Y azul: la luna menguante
Colgaba su faro errante
De los cielos en mitad,
Y se veía el paisaje
Como á través de una gasa,
De su reflejo á la escasa
Y plomiza claridad.

Allá á la boca del valle
Donde la vega termina,
Abriendo al arroyo calle
Que nombre á su pueblo dá,
Se ven sus primeras casas:
Y por detrás de una loma
La torre del templo asoma
Que oculto tras ella está.

Más cerca, entre sus frutales,
De su casita blanquea
La fábrica, que campea
Sobre el traspuesto encinar,
Como la vela cuadrada
Que el pescador de Sorrento
Estiende llamando al viento
Sobre su azulado mar.

De su balcón apoyado
En el morisco antepecho,
Pasó el doctor largo trecho
En profunda distracción,
Dejando gozar á solas
A su alma contemplativa
La nocturna perspectiva
Tendida ante su balcón.

Absorta su inteligencia
Por la divina influencia
De la invisible presencia
Del Dios que cuanto es creó,
Su exaltado pensamiento
Por ese vago elemento
Que nos vela el firmamento
Vagar perdido dejó.

¡Quién sabe si las memorias
Que en su recuerdo surgieron
En su corazón hicieron
Sus pesares revivir,
O si su alma, asomándose
Al dintel de lo futuro,
Se atribuló ante el oscuro
Abismo del porvenir!

Ello es que por sus megillas
En aquel punto rodaron
Dos lágrimas, que marcaron
Dos surcos sobre su tez:
Y el ambiente de la noche
Las devoró evaporándolas,
Mas tarde caer dejándolas
Hechas rocío tal vez.

Mas ¿quién las causas inquiere
De una lágrima arrancada
A un alma noble, exaltada
Por su solitaria fé?
¿Hay alguna arma sensible
Que crea, que espere ó ame,
Que á solas no la derrame
Por lo que ama, espera ó crée?

Así el doctor de sus ojos
Dejó desprenderse aquellas,
A la luz de las estrellas,
Desde el árabe balcón
Del castillo, contemplando
La casita en que atesora
Cuantos recuerdos adora
Su insondable corazón.

Mas al secarlas el aire,
Volviendo su pensamiento
A bajar del firmamento,
Volvió en la tierra á pensar;
Miró á su casita blanca:
Y en el balcón que caía
De su cuarto se veía
Perenne una luz brillar.

Contemplóla atentamente
El doctor por un instante,
Y animóse su semblante
Con la espresion del placer.
“Allí está” dijo; y cerrándola,
Puso tras de la vidriera
La luz, porque desde fuera
Mejor se alcanzara á ver;

Mas en el balcón apenas
Brilló un puntó su bugía,
Cuando la que enfrente ardia
Despareció del cristal;
Volvió á ocultarla, y volvieron
A encender la de su casa,
Y tres veces respondieron
Con la misma á su señal.

Entonces bien satisfecho
De que le habián comprendido
Y de ser obedecido
Con la misma exactitud,
Acomodóse en su lecho,
Y matando su bugía,
Quedó el castillo hasta el dia
En tenebrosa quietud.