Dos rosas y dos rosales: 12

Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo III, V

V. editar

Llegó á la torre el doctor;
Y sabiéndole al encuentro,
Guióle el barón por dentro
De su dédalo interior,

Hasta aquella galería
En la cual el apartado
Salón dó se habia encerrado
Su hijo Don Carlos se abria.

Al corredor al salir,
Aquel golpear continuado
De que el barón le habia hablado
Comenzó el doctor á oír;

Y reteniendo el aliento,
Todo en oír absorvido,
El carácter de aquel ruido
Escuchó por un momento.

Al cabo de él, dilató
Sus labios una sonrisa:
Y hacia aquel rumor, gran prisa
Mostrando, se adelantó.

Tras él echando: “aquí es”
Dijo el barón señalando
La puerta, á la cual llegando
Dijo el doctor: “abrid pues.”

Oye el barón con asombro
Del médico la propuesta
Y, para atajarle, puesta
Una mano sobre el hombro,

Díjole: ¿“olvidado habéis
Doctor, que furioso está.”?
“Conmigo se amansará:
Dijo el doctor: ya veréis.

Dejadme entender á mí
Con él, que estoy con los locos
Hecho á tratar, y hubo pocos
Con quienes no me entendí.”

Y puso el doctor la mano
En la misteriosa puerta;
La cual no aguardó á que abierta
Fuera el viejo castellano,

Sino que haciéndose poco
A poco atrás, previsor
Dejé con su hijo al doctor:
Que aunque era su hijo era loco.

Llamó el doctor, y al instante
Abriendo una de sus hojas,
Pareció en la puerta, rojas
Las mejillas, el semblante

Descompuesto, la mirada
Vaga, la barba crecida,
Don Cárlos, de la otra vida
Como fantasma evocada.

Fijó en el doctor los ojos,
Quien con mirada potente
Comenzando los antojos
A dominar del demente,

Inundóle las pupilas
Con el oculto fluido
De las suyas desprendido,
Limpias, tenaces, tranquilas.

Y fuese que la influencia
Del doctor le avasallara,
O que en su mente escitara
Su vista reminiscencia

Poderosa, quedó el loco
Ante el doctor fascinado,
Atraido y dominado
Siendo por él poco á poco.

Tomóle el viejo la mano
Sin que el mancebo opusiese
Resistencia alguna ó diese
Señal alguna de insano.

Alejóle de la puerta,
De hito en hito le dejó
Contemplarle, hasta que vio
Que iba su mirada incierta

Concentrándose y calmando
La espresion de su semblante
Ante el que le está delante
Sus recuerdos evocando;

Y cuando no tuvo duda
Del poder que en él ejerce,
Llamó para que le esfuerze
A la palabra en su ayuda.

Llevóle á parte buen trecho,
Cual queriendo recatar
Lo que le tiene que hablar
Del padre que está en acecho:

Y mientras el buen barón
Lo contempla hecho una pieza,
Metió el doctor con destreza
Al loco en conversación;

Y poco á poco un recuerdo
Tras otro el loco hilvanando,
Fué poco á poco trabando
Conversación con el cuerdo.



Pero dejemos, lector,
La narración y escuchemos
Su plática: así podremos
Hilar el cuento mejor.



EL DOCTOR — DON CÁRLOS.
DOCTOR. —Ahora que nadie escuchar

Nos puede, hablad ¿qué queréis?

D. CARLOS. —¿Yo? nada.
DOCTOR. —¿Porqué me habéis

Mandado entonces llamar?

D. CARLOS. —¿Yo á vos? no por cierto.
DOCTOR. —¡Vaya!

Y la he dejado por vos
Sola.

D. CARLOS. —¿A quién?
DOCTOR. —¡Sea por Dios!

Si dais en tener á raya
La lengua… acabad ¿no estamos
Solos? Lo sé todo.

D. CÁRLOS. —¡Todo!
DOCTOR. —Todo.—Aun duerme: mas del modo

Con que golpeáis recelamos
Que pronto no ha de poder
Dormir.

D. CÁRLOS. —¿Quién?
DOCTOR. —¡Pues es donosa

Pregunta! ¿quién ha de ser?
¿Acaso dos puede haber?
Rosa.

D. CARLOS. —¡Silencio!
DOCTOR. —Es la cosa

Que necesitamos mas;
Pero con vuestro martillo
Hacéis en todo el castillo
Un ruido de Barrabás;
De modo que por muy fuerte
Que sea su sueño, si así
Seguís dando ¡pesiamí!
Preciso es que se despierte;_
Y como entienda el doctor
Que sois vos quien la despierta
Cuando él la supone muerta,
Veréis la que arma.

D. CARLOS. —Peor

Para él.

DOCTOR. —¿Por qué?
D. CARLOS. —Porque fiel

A mi secreto, primero
Que le sorprenda, prefiero
Matarle á mi vez á él
Como él á Rosa.

DOCTOR. —¿Pues no

Os dije ya que la vi
Y que dormía?

D. CARLOS. —Sí, sí;

Pero esa es la que hice yo.

DOCTOR. —¿Vos?
D. CARLOS. —Yo, y su ira es inerme

Contra esa que visteis vos;
El mató la que hizo Dios,
Pero yo hice la que duerme.

DOCTOR. —¿Conque hay dos Rosas?
D. CARLOS. —Sin duda

Una que fué y que no es ya,
Y otra que pronto será
Por mí: mas la lengua muda
Tened, y que no lo sepa
Nunca el doctor, porque temo
Que haga con esta otro estremo,
Pues no le hay que en él no quepa.

DOCTOR. —Cierto: mas fiad en mí

Que jamás se lo diré;
Pero nunca imaginé
Que eran dos Rosas.

D. CÁRLOS. —Pues sí
DOCTOR. —Debe de ser una historia

Muy linda.

D. CÁRLOS. —¡Vaya si lo es!

Y una historia que después
Alcanzará gran memoria
En los fastos de la tierra,
Porque verá cuanto cabe
En poder de hombre que sabe
El que en su alma se encierra.
Será un milagro de amor.

DOCTOR. —¿De amor?
D. CÁRLOS. —Y de amor tan fuerte

Que sobre la misma muerte
Se ha de elevar triunfador.

DOCTOR. —Contádmelo.
D. CÁRLOS. —¿Y con qué objeto

Queréis que os lo cuente?

DOCTOR. —Yo

Os lo diré luego.

D. CÁRLOS. —No:

No os lo cuento, es un secreto.

DOCTOR. —Guardadle: mas os diré

Francamente que saber
Quise esa historia, por ver
Si es la misma que yo sé.

D. CÁRLOS. —¿Qué sabéis vos?
DOCTOR. —Sé un portento

De amor, y de amor tan fuerte
Que pudo mas que la muerte.

D. CÁRLOS. —Contádmele.
DOCTOR. —No os le cuento

Si el vuestro no me contais:
Porque es un secreto mió,
Y haré muy mal si os le fío
A vos que no me fiáis
El vuestro. Cuento por cuento.

D. CÁRLOS. —Primero vos.
DOCTOR. —¿Y despues

Vos?

D. CÁRLOS. —Sí.
DOCTOR. —¿Verdad?
D. CÁRLOS. —Sí.
DOCTOR. —Consiento

En ello: escuchadme pues.
Amaba Carlos á Rosa
Con un amor tan profundo,
Que Rosa formaba el mundo
Para Cárlos.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Y á Carlos amaba Rosa

Con pasión tan verdadera,
Que el mundo de Rosa era
Solo Carlos.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Carlos era casi un niño,

Rosa era muger apenas:
Mas nutrido su cariño
Del campo en la soledad,
Creciendo desde la cuna
En su aislamiento constante,
Era ya un amor gigante
Su amor de niño.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Mas Rosa y Carlos iguales

Uno á otro no nacieron:
Sus padres no comprendieron
Tal amor á tal edad;
Y juzgando que la ausencia
Su pasión disiparía,
Separáronlos un dia
Mal de su grado.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Mas en vano pretendieron

Oponer tiempo y distancia
A la indomable constancia
De un cariño tan tenaz;
Aunque diez años pasaron,
Uno y otro se esperaron,
Y uno de otro confiaron
En el amor.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Cuando Carlos, hombre y libre,

Volvió de reinos estraños,
Esento ya por sus años
De la patria potestad,
Antes que al hogar paterno
Se fué á la mansión de Rosa.
A ver si á su vez la hermosa
Le guardó fidelidad.

Rosa habitaba una quinta
En un bosquecillo aislada,
Y por las tapias cercada
De su rústica heredad.
Era de noche: desierto
Todo estaba en torno de ella,
Mas por un balcón abierto
De una luz vio claridad.

Era el de Rosa: arrastrado
Por su pasión, que le aqueja
Con los celos, por la reja
Trepó al balcón —Escuchad
Ahora— el padre de Rosa
Que de su honra andaba en vela,
Detrás de él por centinela
Puso á la muerte.

D. CÁRLOS. —Es verdad.
DOCTOR. —Penetró el mozo en la estancia

De Rosa; llegó á la puerta
De su alcoba…

D. CÁRLOS. (Interrumpiendo.) Y la halló muerta

Sobre su lecho.

DOCTOR. —Es verdad:

Mas oid ahora el portento
Del sublime amor de Carlos,
Por sí es la historia que os cuento
La misma vuestra.

D. CÁRLOS. —Contad.
DOCTOR. —Carlos viendo á Rosa muerta

Perdió el juicio: al ver tan fuerte
Amor su padre…

D. CÁRLOS. (Interrumpiéndole.) —El la muerte

Fué quien la dió.

DOCTOR. —Es la verda:

Mas como era un doctor sabio
Que imposible no halló cosa,
A traer el alma de Rosa
Volvió de la eternidad;
Y volvió á Carlos el juicio,
Y encendiéndoles la pira
Del himeneo…

D. CÁRLOS. (Interrumpiendo.)—¡Mentira!

Solo yo sé la verdad.



Don Carlos que siempre atento,
Del doctor escuchó el cuento
Señales de asentimiento
Dando hasta el fin, cuando oyó
Que Rosa, resucitada,
Fué por el doctor casada,
Soltando una carcajada
Las espaldas le volvió.

Y yéndose hacia su padre,
Que absorto llegar le mira,
Le dijo: “todo mentira:
“Yo solo soy quien lo sé.
“El doctor es un malvado
“Asesino: él mató á Rosa:
“Mas yo hice otra, y su alma hermosa
“De los cielos robaré."

Comprender no pudo el padre
Las palabras de su hijo:
Mas no tan pronto las dijo
Como el doctor, que detrás
De él vino, comprendió astuto
Que su tiro habia derecho
Ido á dar del loco al pecho:
Pero era preciso más.

El médico habia querido,
Trayéndole á la memoria
Punto por punto su historia
Hasta el momento fatal
De su locura, obligarle
A revelar la manía
Que en ella le mantenía,
Para comprender su mal.

Mas viendo que solo á medias
Logrado habia su objeto,
Y decidido el secreto
De su demencia á apurar,
Fuese tras él, y á la puerta
Del salón que le da asilo,
Del diálogo roto el hilo
Volvió de este modo á atar.

DOCTOR. —Si no fué el doctor quien pudo

Volver la existencia á Rosa,
Y sois vos quien su alma hermosa
Puede á los cielos robar,
Probádmelo: ó creeré siempre
Que el doctor solo ha podido,
Que sois vos quien ha mentido
Y que estáis loco de atar.



Cayó en el lazo el demente:
Y cediendo á su amor propio
Provocado, de repente
Con la altiva magestad
Con que del mundo la máquina
Pudiera mostrarle abierta
Un genio, abriendo la puerta
Del salón dijo: “¡mirad!”

Tendió el doctor sus miradas
Por la misteriosa pieza,
Y fué á asomar la cabeza
Curioso el barón tras él.
De aquel pedazo de mármol
En el salón encerrado,
Un prodigio habia brotado
Del loco bajo el cincel.

Aquel informe peñasco
Tenia ya la figura
De una clásica escultura,
Cuya acabada labor
Revelaba el poderío
Y el instinto soberano
Del génio audaz y la mano
Firme de un gran escultor.

Era la imagen de Rosa
Sobre su lecho tendida,
No muerta, sino dormida
Con un sueño encantador.
Todas las turgentes líneas
De sus graciosos contornos,
De su ropa y sus adornos
Los detalles y el primor,

Y la candida sonrisa
Que en sus labios acusaba
Que su espíritu halagaba
Un sueño hermoso de amor,
Revelaban de consuno
Su amoroso pensamiento.
Bajo el casto sentimiento
De su virginal pudor.

Su movimiento era tanto,
Que cual obra de un encanto
Parecía decir: "duermo,
Pero voy á despertar.”
Y bien claro se veia
Que en tan moVil escultura
El amor y la locura
Trabajaron á la par.

Permaneció unos momentos
Su triunfo el loco gozando,
Y el asombro contemplando
Del médico y del barón
Con la altivez del artista
Que prueba, en su obra perfecta,
Que el hombre es la predilecta
Del que hizo la creación.

Mas cediendo poco á poco
El orgullo del artista
A la insensatez del loco,
A su demencia tornó;
Y asiéndoles de repente
Por los brazos, arrójóles
De la estancia bruscamente
Y por dentro la cerró.

Quedáronse ante la puerta,
El barón estupefacto
De la agresión de aquel acto
Tras de mansedumbre tal,
Y el buen doctor sonriéndose
A solas congratulándose
Y mil parabienes dándose
De ver remedio á su mal.

Al fin el barón, con la ansia
De ese indecible cariño
Del padre para quien niño
En toda edad su hijo es,
¿Qué opináis doctor? le dijo:
Y este respondió: “le curo.”

BARON. —¿De cierto?
DOCTOR. —¡Bah! estoy seguro.
BARON. —¿Cuándo?
DOCTOR. —Pronto.
BARON. —Empezad, pues.
DOCTOR. —Pues tomad: dadle seis gotas

Del licor de este frasquillo
Cada noche: yo al castillo
Cada dia subiré
Para estudiar sus efectos;
Y cuando el remedio dado
Le tenga ya preparado
Para el último, le haré.

BARON. —¡Ah doctor! y ¿cómo.entonces

Recompensaros podria
Dignamente?

DOCTOR. —Todavía

Mejor de lo que creéis vos
Podéis hacerlo.

BARON. —¿Decidme

Con qué?

DOCTOR. —Con solo una cosa.
BARON. —¿Cuál es?
DOCTOR. —La estatua de Rosa.
BARON. —¿Con eso?
DOCTOR. —Con eso: adios.

Y así diciendo, á la puerta
Ya el doctor se dirijía,
Cuando el barón, que aun tenia
En el alma otro escozor
Que en ella habian escitado
Las palabras de su hijo,
Corrió á atajarle y le dijo:
“Una pregunta, doctor.”

Detúvose éste, y mirándose
Uno á otro cara á cara,
A que el barón se esplicára
Esperó en calma el doctor.
Mas hay preguntas difíciles
Que dejan al mas osado
Al ir á hacerlas cortado,
Porque atacan al honor.

Y la que el barón sentia
Saltársele de la lengua,
Al irla á hacer preveía
Que iba al doctor á ofender;
Mas ya le habia atajado,
Y ya el doctor escuchaba,
Y el buen barón ya no hallaba
Medio de retroceder.

Al fin el doctor, mirando
Que andaba el barón confuso,
Vueltas á una idea dando
Sin poderla formular
En palabras convenientes,
Y sospechando cual era
Su idea, de esta manera
Volvió el diálogo á entablar.

DOCTOR. —Vamos, barón, ¿qué tenemos

De nuevo? hablad: ya os escucho.

BARON. —Es cosa que cuesta mucho

decir.

DOCTOR. —Decidla ¡pardiez!

Sin temor.

BARON. —Va á sorprenderos.
DOCTOR. —Nada hay que á mi me sorprenda,

Baron.

BARON. —Puede que os ofenda.
DOCTOR. —Solo ofende la doblez:

Y en el modo con que á tientas
Andáis buscando un rodeo
Para decírmelo, veo
Vuestra sana sencillez.
Conque plantead sin empacho
Vuestra cuestión, por muy fea
O muy difícil que sea,
Y acabemos de una vez.

BARON. —Pues bien: oyendo la historia

Que habéis contado á mi hijo
Y lo que él luego me dijo,
Brotóme en el corazon
Una sospecha, fundada
En bien poco, lo confieso,
Mas que no dejó por eso
De meterme en aprension.

DOCTOR. —¿En las palabras de un loco

Vais á fundar un misterio?

BARON. —Es que lo que dijo es serio.
DOCTOR. —Dijo que á Rosa maté.
BARON. —Perdonad; mas si en un hecho

Su acusacion se fundara…

DOCTOR. —Suponed que la matara

¿Y qué?

BARON. —¡Diablo! ¿cómo y qué?

¡Pues ahí es nada el negocio!

DOCTOR. —No puede ser mas sencillo;

Baron ¿en vuestro castillo
El que manda no sois vos?

BARON. —Sí.
DOCTOR. —Pues yo mando en mi casa

Y en mi hija: y está enterrada
Mejor que no deshonrada
Por Don Cárlos.

BARON. —¡Santo Dios!

¿Confesais que la matásteis?

DOCTOR. —¡Bah! baron, no tengais miedo,

Que resucitarla puedo
Lo mismo que la maté.

BARON. —¡Jamás podré comprenderos!
DOCTOR. —Pues confesais tal torpeza,

No os calentéis la cabeza
Que yo me comprenderé.
Dad á Don Carlos por gotas
El elixir de ese frasco,
Barón: y no os peguéis chasco
Creyendo sin reflexión
Cuanto oigáis: porque en la tierra
Cuanto se escucha y se mira
Suele ser una mentira,
Si no oye y ve la razón.



Dijo el doctor y partióse,
Dejando al buen castellano
Con el frasquillo en la mano
Diciéndose: "¡pesiamí!
“Por mucha razón que tenga
“Y por muy bien que la aplique,
“No habrá razón que me esplique
“Lo que está pasando aquí.

“Mas dice bien: en resumen
“Vale mas que hacer estremos
“Reflexionar: razonemos
“Pues. Que él la pudo matar
“Por no casarla con Carlos,
“Es imposible; ni fuera
“Tan audaz que se atreviera
“Así de su muerte á hablar.

“En suma ese es su secreto:
“Y á mas él manda en su casa
“Como él dijo, y lo que pasa
“Mas allá de su cancel
“A nadie le importa: en ella
“Hace él lo que le conviene,
“Y ni me vá ni me viene
“A mí nada en casa de él.

“Por otra parte, que anhela
“Curar á Carlos, es cosa
“Que se vé bien, mas si á Rosa
“Querrá vengar?… ¿Si será
“Verdad lo que de él se cuenta,
“Que es de raza de Agarenos,
“Y no son mas que venenos
“Las medicinas que dá?

“Tampoco es posible: sabe
“Que tiene en la corte amigos
“Carlos: y es asunto grave
“El dar con la inquisición.
“¿Mas quién demonios me mete
“A romperme la cabeza
“Con semejante simpleza?
“¡Al diablo la reflexión!

“Ese hombre hace maravillas
“Con sus frascos; y en conciencia
“No se le puede la ciencia
“Negar; y aunque yó no sé
“Que es lo que hay en su carácter
“De misterioso y exótico,
“Que yo á su genio estrambótico
“Jamás me acostumbraré,

“Si á Carlos devuelve el juicio
“Y por pago se contenta
“Con la estatua… de mi cuenta
“Sus sortilejios no son.
“Yo le busqué como médico
“Sin meterme en mas dibujos:
“Luego, si lo és, con los brujos
“Quémele la inquisición.”

¡Así piensa el necio siempre
Ciego, avaro y egoista,
Y en su mal á que le asista
La ciencia en que no cree vá!
Y así el barón, decidido
A aprovechar el ageno
Saber, duda si es veneno
Lo que la ciencia le dá!