Era nuestra noche de despedida. Mateando en rueda, después de la cena, habíamos agotado preguntas y respuestas a propósito de nuestro camino del día siguiente.

Breves palabras caían como cenizas de pensamientos internos. Estábamos embargados por pequeñas preocupaciones respecto a la tropilla o los aperos, y era como si el horizonte, que nos iba a preceder en la marcha, se hiciera presente por el silencio. Recordé mi primer arreo.

Perico, a quien repugnaba toda inacción, nos acusó de estar acoquinados como pollos cuando hay tormenta.

-O nos vamoh'a dormir -decía- o don Segundo nos hace una relación de esas que él sabe: con brujas, aparecidos y más embrollos que negocio'e turco.

-¿De cuándo sé cuentos? -retó don Segundo.

-¡Bah! no se haga el más sonso de lo que es. Cuente ese del zorro con el inglés y la viuda estanciera.

-Lo habrah'oído en boca de otro.

-De esa mesma trompa embustera lo he oído. Y, si no quiere contar ése, cuéntenos el de la pardita Aniceta que se casó con el Diablo pa verle la cola.

Don Segundo se acomodó en el banco como para hablar. Pasó un rato.

-¿Y? -preguntó Perico.

-¡Oh! -respondió don Segundo.

Pedro se levantó, el rebenque en alto, tomado de la lonja.

-Negro indino -dijo- o cuenta un cuento, o le hago chispear la cerda de un taleraso.

-Antes que me castigués -dijo don Segundo, fingiendo susto para seguirla broma- soy capaz de contarte hasta la virgüelas.

Las miradas iban del rostro de Pedro, mosqueado de cicatrices, a la expresión impávida de don Segundo, pasando así de una expresión jocosa a una admirativa.

Y yo admiraba más que nadie la habilidad de mi padrino que, siempre, antes de empezar un relato, sabía maniobrar de modo que la atención se concentrara en su persona.

-Cuento no sé nenguno -empezó- pero sé de algunos casos que han sucedido y, si prestan atención, voy a relatarles la historia de un paisanito enamorao y de las diferencias que tuvo con un hijo'el diablo.

-¡Cuente, pues! -interrumpió un impaciente.

«-Dice el caso que a orillas del Paraná, donde hay más remanses que cuevas en una vizcachera, trabajaba un paisanito llamao Dolores.

»No era un hombre ni grande ni juerte, pero sí era corajudo, lo que vale más.»

Don Segundo miró a su auditorio, como para asegurar con una imposición aquel axioma. Las miradas esperaron asintiendo.

»-A más de corajudo, este mozo era medio aficionao a las polleras, de suerte que al caer la tarde, cuando dejaba su trabajo, solía arrimarse a un lugar del río ande las muchachas venían a bañarse. Esto podía haberle costao una rebenqueada, pero él sabía esconderse de modo que naides maliciara de su picardía.

»Una tarde, como iba en dirición a un sombra e toro, que era su guarida, vido llegar una moza de linda y fresca que parecía una madrugada. Sintió que el corazón le corcoviaba en el pecho como zorro entrampao y la dejó pasar pa seguirla.»

-A un pantano cayó un ciego creyendo subir a un cerro -observó Perico.

-Conocí un pialador que de apurao se enredaba en la presilla -comentó don Segundo- y el mozo de mi cuento tal vez juera e la familia.

»-Ya ciego con la vista'e la prenda, siguió nuestro hombre pa'l río y en llegando la vido que andaba nadando cerquita'e la orilla.

»Cuando malició que ella iba a salir del agua, abrió los ojos a lo lechuza porque no quería perder ni un pedacito.»

-Había sido como mosca pa'l tasajo -gritó Pedro.

-¡Callate, barraco! -dije, metiéndole un puñetazo por las costillas.

«-El mocito que estaba mirando a su prenda, encandilao como los pájaros blancos con el sol, se pegó de improviso el susto más grande de su vida. Cerquita, como de aquí al jogón, de la flor que estaba contemplando, se había asentao un flamenco grande como un ñandú y colorao como sangre'e toro. Este flamenco quedó aleteando delante'e la muchacha, que buscaba abrigo en sus ropas, y de pronto dijo unas palabras en guaraní.

»Enseguida no más, la paisanita quedó del altor de un cabo'e rebenque.»

-¡Cruz Diablo! -dijo un viejito que estaba acurrucado contra las brasas, santiguándose con brazos tiesos de mamboretá.

«-Eso mesmo dijo Dolores y como no le faltaban agallas, se descolgó de entre las ramas de su sombra'e toro, con el facón en la mano, pa hacerle un dentro al brujo. Pero cuando llegó al lugar, ya éste había abierto el vuelo, con la chinita hecha ovillo de miedo entre las patas, y le pareció a Dolores que no más vía el resplandor de una nube coloriada por la tarde, sobre el río.

»Medio sonso, el pobre muchacho quedó dando güeltas como borrego airao, hasta que se cayó al suelo y quedó, largo a largo, más estirao que cuero en las estacas.

»Ricién a la media hora golvió en sí y recordó lo que había pasao. Ni dudas tuvo de que todo era magia, y que estaba embrujao por la china bonita que no podía apartar de su memoria. Y como ya se había hecho noche y el susto crece con la escuridá, lo mesmo que las arboledas, Dolores se puso a correr en dirición a las barrancas.

»Sin saber porqué, ni siguiendo cuál güella, se encontró de pronto en una pieza alumbrada por un candil mugriento, frente a una viejita achucharrada como pasa, que lo miraba igual que se mira un juego de sogas de regalo. Se le arrimaba cerquita, como revisándole las costuras, y lo tanteaba pa ver si estaba enterito.

»-¿Ande estoy? -gritó Dolores.

»-En casa de gente güena -contestó la vieja-, sentate con confianza y tomá aliento pa contarme qué te trai tan estraviao.

»Cuando medio se compuso, Dolores dijo lo que había sucedido frente del río, y dio unos suspiros como pa echar del pecho un daño.

»La viejita que era sabia en esas cosas, lo consoló y dijo que si le atendía con un poco de pacencia, le contaría el cuento del flamenco y le daría unas prendas virtuosas, pa que se juera enseguida a salvar la moza, que no era bruja sino hija de una vecina suya.

»Y sin dilación ya le dentró a pegar al relato por lo más corto.

»Hace una ponchada de años, dicen que una mujer, conocida en los pagos por su mala vida y sus brujerías, entró en tratos con el Diablo y de estos tratos nació un hijo. Vino al mundo este bicho sin pellejo y cuentan que era tan fiero, que las mesmas lechuzas apagaban los ojos de miedo'e quedar bizcas. A los pocos días de nacido, se le enfermó la madre y como vido que iba en derecera'e la muerte, dijo que le quería hacer un pedido.

»-Hablá m'hijo -le dijo la madre.

»-Vea mamá, yo soy juerte y sé cómo desenredarme en la vida, pero usté me ha parido más fiero que mi propio padre y nunca podré crecer, por falta'e cuero en que estirarme, de suerte que nenguna mujer quedrá tener amores conmigo. Yo le pido pues, ya que tan poco me ha agraciao, que me dé un gualicho pa podérmelas conseguir.

«-Si no es más que eso -le contestó la querida'el Diablo- atendeme bien y no has de tener de que quejarte:

»Cuando desiés alguna mujer, te arrancás siete pelos de la cabeza, los tirah'al aire y lo llamah'a tu padre diciendo estas palabras: (Aquí se secretiaron tan bajito que ni en el aire quedaron señas de lo dicho.)

»Poco a poco vah'a sentir que no tenés ya traza'e gente, sino de flamenco. Entonces te volah'en frente'e la prenda y le decís estas otras palabras: (Aquí güelta los secreteos.)

»Enseguida vah'a ver que la muchacha se queda, cuanti más, de unas dos cuartas de altor. Entonces la soliviás pa trairla a esta isla, donde pasarán siete días antes que se ruempa el encanto.

»Ni bien concluyó de hablar esto, ya a la bruja querida de Añang, la sofrenó la muerte y el mostruo sin pellejo jue güerfano.

»Cuando Dolores oyó el fin de aquel relato, comenzó a llorar de tal modo, que no parecía sino que se le iban a redetir los ojos.

»Compadecida, la vieja le dijo que ella sabía de brujerías y que lo ayudaría, dándole unas virtudes pa rescatar la prenda, que el hijo'el Diablo le había robao con tan malas leyes.

»La vieja lo tomó al llorón de la mano y se lo llevó a un aposento del fondo'e la casa. En el aposento había un almario, grande como un rancho, y de allí sacó la misia un arco de los que supieron usar los indios, unas cuantas flecha'envenenadas y un frasco con un agua blanca.

«-Y ¿qué vi a hacer yo, pobre disgraciao, con estas tres nadas -dijo Dolores- contra las muy muchas brujerías que dejuro tendrá Mandinga?

«-Algo hay que esperar en la gracia de Dios -le contestó la viejita. Y dejame que te diga cómo has de hacer, porque denó va siendo tarde:

»Estas cosas que te he dao te las llevás y, esta mesma noche, te vas pa'l río de suerte que naides te vea. Allí vah'a encontrar un bote; te meteh'en él y remás pa'l medio del agua. Cuando sintás que hah'entrao en un remanse, levantás los remos. El remolino te va hacer dar unas güeltas, pa largarte en una corriente que tira en dirición de las islas del encanto.

»Y ya me queda poco por decirte. En esa isla tenés que matar un caburé, que pa eso te he dao el arco y las flechas. Y al caburé le sacah'el corazón y lo echah'adentro del frasco de agua, que es bendita, y también le arrancah'al bicho tres plumas de la cola pa hacer un manojo que te colgah'en el pescuezo.

»Enseguida vah'a saber más cosas que las que te puedo decir, porque el corazón del caburé, con ser tan chiquito, está lleno de brujerías y de cencia.

»Dolores, que no dejaba de ver en su memoria a la morochita del baño, no titubió un momento y agradeciéndole a la anciana su bondá, tomó el arco, las flechas y el frasquito de agua, pa correr al Paraná entre la noche escura.

»Y ya ganó la orilla y vido el barco y saltó en él y remó pa'l medio, hasta cair en el remanse que lo hizo trompo tres veces, pa empezar a correr después aguah'abajo, con una ligereza que le dio chucho.

»Ya estaba por dormirse, cuando el barco costaló del lao del lazo y siguió corriendo de lo lindo. Dolores se enderezó un cuantito y vido que dentraba en la boca de un arroyo angosto, y en un descuido quedó como enredao en los juncales de la orilla.

»El muchacho ispió un rato, a ver si el barco no cambiaba de parecer; pero como ahí no más quedaba clavadito, malició que debía estar en tierra de encanto, y se abajó del pingo, que tan lindamente lo había traído, no sin fijarse bien ande quedaba, pa poderse servir del a la güelta.

»Y ya dentró en una arboleda macuca, que no dejaba pasar ni un rayito de la noche estrellada.

»Como había muchas malezas y raíces de flor del aire, comenzó a enredarse hasta que quedó como pialao. Entonces sacó el cuchillo pa caminar abriéndose una picada, pero pensó que era al ñudo buscar su caburé a esas horas y que mejor sería descansar esa noche. Como en el suelo es peligroso dormir en esos pagos de tigres y yararases, eligió la más juerte de las raíces que encontró a mano, y subió p'arriba arañándose en las ramas, hasta que halló como una hamaca de hojas.

»Allí acomodó su arco, sus flechas y su frasco, disponiéndose al sueño.

»Al día siguiente lo dispertó el griterío de los loros y la bulla de los carpinteros.

»Refregándose los ojos, vido que el sol ya estaba puntiando y, pa'l mesmo lao, divisó un palacio grande como un cerro y tan relumbroso, que parecía hecho de chafalonía.

»Alrededor del palacio había un parque, lleno de árboles con frutas tan grandotas y lucientes, que podía verlas clarito.

»Cuando coligió de que todo era verdá, el paisanito recogió sus menesteres y se largó por las ramas.

»Abriéndose paso a cuchillazos, a los tirones pa desbrozarse una güella, llegó al fin de la selva, que era ande emprincipiaba el jardín.

»En el jardín halló unos duraznos como sandías y desgajó uno pa comerlo. Así sació el hambre y engañó la sed y, habiendo cobrao juerzas nuevas, empezó a buscar su caburé aunque sin mucha esperanza, porque no es éste un pájaro que naides haiga visto con el sol alto.

»Pobrecito Dolores, que no se esperaba las penas que debía sufrir pa alcanzar su suerte. Ansina es el destino del hombre. Naides empezaría el camino si le mostraran lo que lo espera.

»En las mañanas claras, cuando él cambea de pago, mira un punto delante suyo y es como si viera el fin de su andar, pero ¡qué ha de ser, si en alcanzándolo el llano sigue por delante sin mudanzas! Y así va el hombre, persiguiendo lo que alcanza con su vista, sin pensar en el desamparo que lo aguaita atrás de cada lomada. Tranco por tranco lo ampara una esperanza, que es la cuarta que lo ayuda en los repechos para ir caminando rumbo a su osamenta. Pero ¿pa qué hablar de cosas que no tienen remedio?

»El paisanito de mi cuento craiba conseguir su suerte con estirar la mano y gracia'a eso venció seis días de penah'y de tormento. Muchas veces pensó golverse pero la recordaba a su morocha del río y el amor lo tiraba p'atrás como lazo.

»Recién al sexto día, a eso de la oración, vido que alrededor de un naranjo revoloteaban una punta de pajaritos y dijo pa sus adentros:

»-Allá debe de hallarse lo que buscás.

»Gateando como yaguareté, se allegó al lugar y vislumbró al bicho parao en un() tronco. Ya había muerto dos o tres pajaritos, pero seguía de puro vicio partiéndole la cabeza a los que se le ponían a tiro.

»Dolores pensó en el enano malparido, rodiao de las mujercitas embrujadas.

»-¡Hijo de Añang -dijo entre dientes- yo te vi a hacer sosegar!

»Apuntó bien, estiró el arco y largó el flechazo.

»El caburé cayó p'atrás, como gringo voltiao de un corcovo, y los pajaritos remontaron el vuelo igual que si hubieran roto un hilo. Sin perder de vista el lugar donde había caído el bicho, Dolores corrió a buscarlo entre el pasto, pero no halló más que unas gotas de sangre.

»Ya se iba a acobardar cuando a unos dos tiros de lazo, golvió a ver un rodeo de pajaritos y en el medio otro caburé. De miedo y de rabia, tiró apurao y la flecha salió p'arriba.

»Tres veces erró del mesmo modo y no le quedaba más que una flecha pa ganar la partida, o dejar sin premio todas sus penas pasadas. Entonces, comprendiendo que había brujería, sacó un poquito de agua de su frasco, roció su última flecha y tiró diciendo:

»-Nómbrese a Dios.

»Esta vez, el pájaro quedó clavao en el mesmo tronco y Dolores pudo arrancarle tres plumas de la cola, pa hacer un manojo y colgárselo en el pescuezo. Y también le sacó el corazón, que echó calentito en el frasco de agua bendita.

»Enseguida, como le había dicho la vieja, vido todo lo que debía hacer y ya tomó por una calle de flores, sabiendo que iría a salir al palacio.

»A unas dos cuadras antes de llegar, lo agarró la noche y él se echó a dormir bajo lo más tupido de un monte de naranjos.

»Al otro día, comió de las frutas que tenía a mano y, como empezaba a clariar, caminó hasta cerquita de una juente que había frente al palacio.

»-Dentro de un rato -dijo- va a venir el flamenco pa librarse del encanto, que dura siete días y yo haré lo que deba de hacer.

»Ni bien concluyó estas palabras, cuando oyó el ruido de un vuelo y vido caer a orillas de la fuente al flamenco, grande como un ñandú y colorao como sangre e'toro.

»A gatas aguantó las ganas que tenía de echársele encima, ahí no más, y se agazapó más bajo en su escondrijo.

»Para esto el pajarraco, parao en una pata a la orillita mesma del agua, miraba pa'lao que iba a salir el sol y quedó como dormido. Pero Dolores, que no largaba su frasquito, estaba sabiendo lo que sucedería.

»En eso se asomó el sol y al flamenco le dio un desmayo, que lo tumbó panza arriba en el agua, de donde al pronto quiso salir en la forma de un enano.

»Dolores, que no aguardaba otra cosa, echó mano a la cintura, sacó el cuchillo, lo despatarró de un empujón al monstruo, lo pisó en el cogote como ternero, y por fin hizo con él lo que debía hacer, pa que aquel bicho indino no anduviera más codiciando mujeres.

»El enano salió gritando pa la selva, con las verijas coloriando, y cuando Dolores jue a mirar el palacio, ya no quedaba sino una humareda() y un tropel de mujercitas del grandor de un charabón de quince días que venía corriendo en su dirición.

»Dolores, que muy pronto reconoció a su morochita del Paraná, se arrancó el manojo de plumas que traiba colgao al pescuezo, las roció de agua bendita y le dibujó a su prenda una cruz en la frente.

»La paisanita empezó a crecer y, cuando llegó al altor que Dios le había dao endenantes, le echó los brazos al pescuezo a Dolores y le preguntó:

»-¿Cómo te llamas, mi novio?

»-Dolores -¿y vos?

»-Consuelo.

»Cuando volvieron del abrazo, se acordaron de las tristes compañeras y el paisanito las desembrujó del mesmo modo que a su novia.

»Después las llevaron hasta donde estaba el bote y, de a cuatro, jueron cruzando el río hasta las cuatro últimas.

»Y ahí quedaron Dolores y Consuelo, mano a mano con la felicidad que ella había ganao por bonita y él por corajudo.

»Años después, se ha sabido que la pareja se ha hecho rica y tiene en la isla una gran estancia con miles de animales y cosechas y frutas de todas layas.

»Y al enano, hijo del Diablo, lo tiene encadenao al frasco del encanto y nunca este bicho malhechor podrá escapar de ese palenque, porque el corazón del caburé tiene el peso de todas las maldades del mundo.»