​Don Sancho Garcia conde de Castilla​ de José Cadalso
Acto Segundo
ACTO SEGUNDO.

SCENA PRIMERA.

Alek, y Almanzor.
Alm. Como te dixe, a la Condesa viste?

Di, cómo la encontraste?
Alek. Señor, triste.
Al verme conocí se conmovía;
apenas al principio profería,
en llanto prorrumpió; yo, que ignorante
del secreto me hallé, quedé un instante
inmóvil, sin saber de qué pendía;
pero en medio del llanto que vertía,
su pecho abrió, me reveló el secreto.
Luego que me explicó tu fiero objeto......
Alm. Qué hiciste, Alek......
Alek. Temblar, como temblaba
la amante y madre, la infeliz Doña Ava.
Alm. Después del susto, que a tu edad anciana
causó mi idea, al parecer tirana,
como de un Rey prudente consejero...
Alek. Prudente sí, mas nada lisonjero.
Alm. No lo apruebas acaso?
Alek. Hablar me mandas?
Pero ha de ser con las palabras blandas
con que la adulación dora el veneno;
o con el firme estilo con que el bueno
guarda de la verdad las sacras leyes?
Alm. Habla como se debe con los Reyes.
Alek. Un Rey del Ser supremo es un retrato;
a Dios solo será lenguaje grato
la voz de la verdad; así es debido
que te hable con estilo no fingido.
Adule, finja y mienta, si gustare,
quien menos tu carácter venerare;
tal vez de sus lisonjas más gustoso
oirás el atractivo delicioso,

que el acento severo que pronuncia
la dura voz que la verdad anuncia.
Yo te diré verdades: satisfecho
quedará con decirlas este pecho,
como queda tu oído desgraciado
cuando necias lisonjas ha escuchado.
Alm. Es áspero el principio, duro y fuerte.
Alek. Paso pues, ¡oh mi Rey!, a responderte.
Que la Condesa mate al niño tierno,
objeto digno de su amor materno,
por su consejo, es crimen más tirano
que si tú lo mataras con tu mano.
Y di, señor, tu diestra no temblara
si al inocente pecho se acercara
con el hierro, o veneno, conducido
solo de tu ambición? A su gemido
y blandas manos, que alzaría al cielo,
pidiendo al Ser supremo su consuelo,
no temblaras? No temes la venganza
del pueblo, que en él funda su esperanza.
Y de su misma madre el triste llanto
al ver su infante muerto; y el quebranto
de toda aquesta Corte conmovida,
tu mano no apartaran atrevida?
Pero supón que el cielo tolerase
delito tan atroz, y te dexase
en el trono usurpado castellano:
te gustara ser Rey, siendo tirano?
Ay!, no señor. La Púrpura manchada
con la inocente sangre derramada,
fuera carga a tus hombros horrorosa.
Dexa á la fama que coloque ansiosa

entre los Dioses sacros á los hombres,
que por el lustre de gloriosos nombres
roban despojos para adorno infame;
deja que a fieras semejantes llame
hijos amados la fortuna ciega;
al darles triunfos, la quietud les niega.
Los prospectos, yá sé, de una conquista
son agradables á la régia vista;
y los que la ambicion llenar desean,
no distinguen los medios que se emplean.
Mas no conoces tú del castellano
el invencible amor al Soberano.
Adora a su Monarca. Aunque pudieras
sus pueblos añadir á tus primeras
tierras, en que dominas coronado,
nunca conservarás este Condado.
Soberbio el español su sangre vierte
defendiendo a su Rey. Gustosa muerte
se le ofrece en la sangre que derrama,
donde la guardia de su Rey le llama.
Del Padre hereda el hijo la constancia:
éste es el alimento de su infancia.
Las madres comunican fortaleza
con la leche que nutre su terneza.
Al páso que leales son valientes:
en las fatigas duros y pacientes.
En mi joven edad, señor, mi mano
mandó tu tropa contra el castellano:
venciome, y le vencí, mas siempre fiero
de batallar con pueblo tan guerrero.
Su exército no tiene el aparato,
superflua compostura y falso ornato,

que otras tropas ostentan en campaña,
pues solo tiene de marcial la saña.
Lo ví descalzo, flaco, pobre, hambriento
buscar al enemigo, no al sustento.
Si alguna vez murmura un orden dado,
ejecuta obediente lo mandado;
y el enemigo paga la imprudencia
del jefe que mandó sin experiencia.
No es fácil que jamás tal pueblo admita
el yugo atroz que tu ambición medita.
Si quieres dar á siglos venideros
timbres para tu fama verdaderos,
imita á los Monarcas virtuosos,
que se tienen por grandes y gloriosos,
como sus pueblos venturosos sean.
Cuán dignamente su vigor emplean
en hacer respetar á la justicia,
en cortar el progreso á la malicia
premiar virtudes castigando vicios,
y ofrecer a los cielos sacrificios
en tantas aras, como son los pechos
de vasallos que viven satisfechos.
De mi verdad el cielo me es testigo:
esto pienso, señor, y esto te digo.
Alm. Corta fue mi pregunta; y tu respuesta
no fue menos osada que molesta.
Yo pedí pareceres, no consejos.
Desde hoy de mi persona vive lejos,
y no contristes más mi augusta mente.
Huye de mi presencia prontamente.
Alek. Señor, no extraño la desgracia mía,
aun antes de empezar ya la sabia;

mas la veía mientras más hablaba.
La verdad contra el riesgo me alentaba;
si ésta te ofende, tu desgracia siento;
obedezco, mi Rey, de tí me ausento,

SCENA II.

Alma. solo.De qué sirve vasallo que no adula
De qué sirve ser Rey, si se le anula,
por rígidos consejos de un anciano,
el despotismo, que hace al Soberano?

SCENA III.
Almanzor, y la Condesa.

Alma. En tu semblante hermoso, aunque tan triste,
ya conozco, Señora, que leíste
aquel papel que mis designios muestra.
Alek también, aunque su voz siniestra
solo me vaticina culpa o muerte,
me ha dicho que te ha visto: he de deberte
fineza tal, que si parece odiosa
a tus ojos por madre, es más gloriosa
mirada como Reina, á quien se humilla
con el noble Condado de Castilla
el cordobés Imperio. Lo presento
á tus plantas en prueba y monumento
de que sabe Almanzor agradecido
premiar el beneficio recibido.
Bien sé que en la pueril ternura amante
cuesta resolución tan arrogante;
pero espero, que ya considerado
el gran valor de la razón de estado,
habras juzgado acción menos impia

sacrificar la vida de García.
Por si su muerte causa en esta tierra
alboroto civil é interna guerra,
en Córdoba tendré dispuesta gente,
que sostenga mi idea. Diligente
á verte volveré, donde tu mano
me asegure el Condado castellano.
Esto pienso, Condesa, y me asegura
mi amor, que me lo aprueba tu hermosura.
Cond. Pues yo pensé, Almanzor, bien al contrario:
creí, que si al principio temerario
la muerte pretendías de García,
porque obstáculo fuerte parecía
a tu ambición para obtener ufano
el supremo dominio castellano,
al conocer el crimen horroroso,
que cruel propusiste á mi piadoso
materno corazón, que siempre viste
colmado de blandura, te corriste
de idea tan atroz; y que rendido
me querías pedir diese al olvido
las líneas, que tu crimen comprehendían,
y en que a un tiempo ofendidos quedarían
la humildad, el Cielo, la nobleza,
tu fama, mi virtud y mi terneza.
Creí que un héroe como tú tendría
por falta de valor la tiranía,
y por carga insufrible al brío hermano
el cetro y el puñal en una mano.
Alm. No, Condesa, no pienses que yo pueda
ceder: tu corazón al mío ceda.
No me puedo apartar de lo propuesto:

sin este sacrificio me es funesto
tu amor; con él me fuera delicioso,
y á mí y á mis vasallos ventajoso.
El tiempo por instantes va faltando:
mi genio altivo con el tuyo blando
lo pasará en superfluas reflexiones.
A la razón de estado no hay razones
que superiores sean, ni hay ideas
que pesen más.
Cond. Tyrano! Porque veas
cuánto anhela mi pecho a complacerte,
y a costa de un delito obedecerte,
me resuelvo a que Sancho separado
de mí, y en un castillo aprisionado,
(diciendo yo que ha muerto) pase triste
la vida, que arrancarle pretendiste.
Así conseguirás tu idea basta.
No te basta este crimen?
Alm. No me basta.
No pienses con tal arte entretenerme:
ó Sancho ha de morir, o has de perderme.
Resuelve, y breve, lo que más te importe,
o déjame ausentarme de tu Corte.
Condesa.
Qué escucho? Qué impiedades me propones?
Trataste con humanos corazones,
ó solo con las fieras, que produce
la adusta tierra, de que se deduce
tu origen africano? ¿Al pecho mío
propone tu ambición tal desvarío?
La pérdida de un hijo o de un amante?
Ay! Cómo merecieras que inconstante

te negase, tyrano !mi cariño,
y le ofreciese entero al régio niño!
Pero tú me conoces dominada
de esta pasión, y mi alma esclavizada.
Bien lo sabes; y abusa tu fineza
de mi pecho embriagado con terneza;
pero no apures, no, mi pecho altivo:
sabré morir si con martirio vivo,
por no perderte, ni á mi Sancho amado;
(duda, que tiene á el pecho acongojado).
Yo moriré; Almanzor, y con qué gusto.
Acaso al inocente imprime susto
el lúgubre aparato de la muerte?
Alm. Fuera causa más breve, y aun más fuerte
de la muerte de Sancho. Sin respeto
mi brazo emprendería tanto objeto.
Esta menor edad de Don García
disensión en Castilla sembraría;
y con tan favorable coyuntura
sería su conquista más segura.
Y pues esa amenaza de matarte
puede ser en tus labios sutil arte,
te digo, que bien muerta ó viva, quiero
coronarme en Castilla.
Cond. Tan severo,
prosigues con tu intento?
Alm. Sí, Condesa.
Yo parto, pues mi ausencia me interesa,
oh muera el que se opone a mi fortuna.
Cualquiera dilación es importuna.
Firma en estos papeles, fementida,
el órden que acompañe mi partida

hasta llegar al fin de tu frontera;
ó toma aqueste acero, con que muera
Sancho. No digo más. Condesa, advierte
que mi ausencia decretas, ó su muerte.

SCENA IV.

Cond. Qué es esto, cielos! Qué fatal confliƈto!
Cada mano cargada de un delito,
y el débil pecho a cada cual propenso,
mirando á la virtud, queda suspenso!
En tanta confusión, en duda tanta,
lo que más me complace, más me espanta....
Pero qué digo? El pecho acongojado
no caiga bajo el peso del cuidado.
No con vanas fantasmas de terrores
han de dudar las almas superiores.
En su ignorancia temblará la plebe:
el noble pecho más vigor se debe.
Sí: vamos. Pero dónde? Yo lo ignoro:
a mi hijo quiero, y a mi amante adoro.
Pero mi amante una maldad me pide;
merece por su crimen que le olvide.
Pero mi hijo me priva de un amante;
debe ser inmolado el tierno infante.
Seré, si mató á Sancho, madre impía;
si se ausenta Almanzor, ay triste día!
Qué pocos seguirán tu luz, ingrata!
Mas, ¿qué interior impulso me arrebata?
Sí, ya siento de madre la terneza;
yá me habla al pecho la naturaleza.
Ay, Sancho! Vive; sí, vive, y la suerte
dexe á tu madre que consiga verte

reynar como tu padre. Quiera el cielo
que seas tú de mi vejéz consuelo;
y que después de verte, ¡oh Sancho amado!
mandar gloriosamente este Condado,
yo muera entre tus brazos quietamente.
Entonces sí que miraré presente
del ciego amor el sacrificio que hago;
entonces sí que me sería aciago
el haberte pospuesto á mis amores.
Dame, virtud, tus fuerzas superiores.
Sí: de Almanzor firmemos la partida.
De mi Almanzor? Del dueño de mi vida?
Ay! No puede caber accion tan dura
en quien él mismo halló tanta blandura.
Aparta, pluma, de mi mano impía,
y no marche Almanzor; muera García.

SCENA V,
La Condesa, y Doña Elvira.

Elv. Señora, con cuidado...... Mas, qué veo?
Lo que turbada miro apenas creo.
En tu mano un puñal? Ay!, dí: qué es esto?
Cond. Otro tengo en el pecho más funesto.
Todo mi pecho ocupan los terrores,
negros remordimientos y rencores.
Qué sombras! Qué visiones me amedrentan!
Qué invisibles verdugos me atormentan!
Conózco el mal horrible, lo aborrezco;
y lo que á otros preparo, yo padezco.
Elv. Y de qué nace tu infeliz estado?
Cond. La muerte de Don Sancho he decretado.
Elv. Qué delito! Señora, no decías

que á la virtud sacrificar querías
tan horrenda pasion? Tu pecho mismo
no te mostró de errores un abismo,
al ver del Moro Rey las pretensiones?
Cond. Qué leves sois, humanos corazones!
A un ímpetu de amor, ó de locura
cedió de justa madre la ternura.
Pintóme amor del Moro la partida
con tan tristes colores, que la vida
perdiera por no verle yá marchando.
Su bella imagen, su atractivo blando,
fueron fuertes motivos que se unieron,
y á un crimen suficientes parecíeron.
Con tal resolucion la mano mia
firmó la injusta muerte de García.
Pero fuerzas del vicio producidas,
cuando han sido algún tiempo mantenidas.
Desvanece sus sombras el delirio,
y entonces, qué dolores !qué martirio!
Ahora que con justas reflexiones
exâmino el rigor de mis pasiones,
ahora que yá veo quán mudado
está en sensible mi felíz estado;
al ver que en otros tiempos yo pasaba
quieta la vida, que felíz lograba;
y al presente entre sustos comprimida,
toda muerte es más dulce que mi vida;
yo misma me aborrezco, me abomino;
contra mi vida, con rigor camino;
y no tengo valor para arrancarme
un corazon, que supo acriminarme?
Elv. Qué intentas, pues, señora?

Cond. Yo lo ignoro:
solo sé que suspiro, gimo y lloro;
que cada vez se aumenta mi tormento;
que temo el crimen, y temerle siento.
Llama á García, y dile... No, detente;
sigueme; y mira en mi dolor presente
lo que cuesta el delito más gustoso:
qué lejos de la culpa está el reposo,
y qué cerca del crimen el castigo!
Elv. Desgraciada Condesa, yá te sigo.