Casi al mismo tiempo que Gorión y Carpio hablaban en la calleja lo que puntualizado queda en el capítulo anterior, Patricio y Gildo, sentados en el poyo del portal de su casa, departían al tenor siguiente:

Y decía Gildo:

-Ya que platicamos de esto, vamos, padre, como el otro que dice, a ver si nos entendemos.

-Habla, hijo, habla, que bien sabes, -respondió Patricio, guiñando sus ojuelos de raposo.

-Pues digo, padre, que lo que aquí está pasando no se vio jamás en Coteruco.

-Hablaste, Gildo, con verdá.

-Que el trabajo que llevamos es mucho trabajo para cristianos que tengan todavía un poco de vergüenza.

-¿Eh?... -gruñó Patricio frunciendo mucho los ojos y enseñando los dientes.

-Que por mucho que el fruto sea, no paga lo que cuesta alcanzarle.

-Pura verdá, Gildo.

-Y yo pregunto ahora: ¿qué nos va ni qué nos viene a nosotros en todo ello?

-¿Eh? -volvió a gruñir Patricio, con el propio gesto que antes.

-Que para quién trabajamos usté y yo.

-¿Todavía no lo has conocido?

-Creo que no, padre.

-Pues para ti y para mí, simple.

-No lo entiendo.

-Bien a la vista está.

-Don Gonzalo cree que se trabaja para él.

-Ya sabes que a don Gonzalo le faltan la mitá de los sentidos.

-Lucas piensa que es para «la causa de la libertad».

-Lucas no está ya en Zaragoza por un milagro de Dios.

-Y el que más y el que menos de los de afuera, jurará que no nos guía otro aquél que hacer daño a don Román.

-¡Bastante me importa a mí don Román, por sólo ser don Román!

-Pues usté dirá ahora.

-Digo que tú y yo estamos jugando en esta comedia una fortuna.

-No alcanzo a verla.

-Ya lo verás en cuanto venga lo que se está armando por el mundo... Y vendrá, según papeles cantan y noticias corren.

-¡Tatatá!...

-Niega lo que quieras, Gildo; pero suponte, por un caso, que es verdá.

-Supongo.

-Lucas no es hombre de caber en Coteruco tan aína como los ensalzaos trunfemos... Todo lo que él dice en contra y sobre mejorar el pueblo y el valle, es pantomina y embuste, que no trago... ni tú tampoco.

-Corriente que no.

-Tenemos a Lucas fuera de combate. Pus évate con don Gonzalo. ¿Crees tú que este hombre sabrá, en jamás de los jamases, hacer cosa en concierto sin nosotros?

-Mucho puede la autoridá que irá a sus manos.

-Onde no hay cabeza, Gildo, no hay que temer. De modo y manera, que vendrá a quedar la cosa entre tú y yo.

-Pero si Lucas no se va...

-Aunque se quede, y aunque don Gonzalo llegue a discurrir de por sí solo, que no lo creo, ni el uno ni el otro son quiénes para mover a esta gente. ¿Qué han hecho ellos hasta hoy al respetive de eso? Menos que nada: pedricar el uno medio en latín, y cerner el otro la levita, con más miedo que vergüenza.

-¿Quién ha arrancao estas gentes de la cocina de don Román y del respeto de don Frutos? ¿Quién la ha corrompido en tres días, hablando la verdá? Ese pico tuyo y esta agudeza mía, aunque mal me esté el decirlo... Y el día que el dinero de don Gonzalo o la palabrería de Lucas quisieran reclamar para ellos el vecindario de Coteruco, ¿qué han de poder contra nosotros, que hemos sido capaces de arrancársele a don Román, que tiene dinero, talento y corazón para medio mundo? Desengáñate, Gildo: onde quiera que a ti y a mí se nos ponga, al trunfar la que se está armando, siempre seremos los amos de Coteruco.

-Pues pinte usté el caso.

-Píntole. Más arriba o más abajo, yo he de estar en el Ayuntamiento y tú has de ser secretario, o Carrascosa se ha de ajuntar con el Pico de los Cabrales.

-No está mal pensao, padre, ni mirándolo bien, sería cosa del otro jueves.

-Aunque lo fuera, Gildo... Y voy al caso. Tú sabes muy bien que a mí me conviene echar a la lumbre algunos papeles que andan en poder del depositario de fondos... cosas de mis arbitrios y trapisondas; papeles que siempre están clamando contra mí, por si debo o no debo... ¡Qué ocasión para quemarlos!

-Si no le sucede a usté lo que la última vez que fue concejal...

-¿Que no pude echarlos mano, por más que hice?

-Justamente.

-¿No ves, tonto, que este Ayuntamiento no ha de formarse como los otros, sino en barullo y vocerío, y que, motivao a la zambra que yo cuidaré de armar en su hora, se dará por bueno y por corriente lo que en eso y otras cosas se encuentre entero y en su sitio?

-Ya me hago cargo...

-¡Pues dígote el Sel de la Tejera, que, echando por corto, pasa de doscientos carros!

-¿Piensa usté apandársele, padre!

-Siempre le tuve entre los dientes, hijo mío... ¡Si es el avío de un pobre!

-En todo caso, saldría a remate.

-¡Inocente!... En esas jaranas, los pueblos tienen horror de gastos; y como el Gobierno tardará mucho en meter en caja el barullo, cada Ayuntamiento buscará sus arbitrios, que en su día se darán por buenos, por la cuenta que tendrá a los de arriba, que estarán en igual caso que nosotros. Pido yo, en bien de los pobres, que se venda el Sel, o que se inmortalice, como habla Lucas; y a puertas cerradas me quedo con él, a cuenta de débitos que tendrá el Ayuntamiento conmigo, por esto o por aquello, que yo arreglaré campantemente... Y a otra cosa.

-Pero como no ha de estar usté solo en el Ayuntamiento...

-Como si lo estuviera, Gildo, para el caso.

-Dudo yo que don Gonzalo, que de seguro estará, se deje engañar como los melenos de afuera.

-Don Gonzalo se dará por muy servido con que yo le consienta apandarse el monte que está detrás de su casa, y le conviene para ensanchar la posesión.

-Pintar, bien lo pinta usté, padre.

-Habas contadas son éstas, hijo: yo te lo aseguro... Y ¿qué me dices, Gildo, del platal de esta gente que, para la fecha del caso, andará sin pies ni cabeza?

-¿Qué platal es ese, padre?

-No me negarás, hijo, que esta recua de bestias, que por un vaso de vino y cuatro mentiras mal hilvanadas, han perdido las Indias que tenían a la vera de don Román, andando los días han de dormir la mona en las callejas, y así han de jalar del mango de la herramienta, como yo bendecir de Padre Santo. Y has de ver, Gildo, entonces, cuando no tengan pan que llevar a la boca, y la mujer pida el de cada día, y el hijo un trapo para abrigar las carnes, y la contribución lo suyo, vender una finca por un mendrugo, y firmar, entre sorbo y sorbo, ochenta pagaderos con la hacienda, por ocho recibidos de presente para salir del ansia del apuro... ¿Te enteras, Gildo?

-Me entero, padre... más de lo que quisiera.

-¿Ahora te pasas y antes no llegabas?

-Es que no creí que iba usté tan lejos.

-Y ¿qué te duele en ello, ángel de Dios?

-Duéleme el pensar que no es honrao traficar con la desgracia del vecino.

-¡Honrao!... ¿Y lo es todo lo que estamos haciendo tú y yo de algún tiempo acá?

-Por ahí me dolía a mí cuando empezamos a hablar.

-Pues, hijo, ya es tarde para echarse atrás. Y ya que la casa se quema, calentémonos a ella; y lo que tú y yo no cogiéramos, otro lo aprovecharía... y, por último, ni tú ni yo tenemos la culpa de lo que pasa: mandados somos, que no mandadores.

-Pues si en eso no pensara yo, ¿cree usté que mi concencia...?

-¡Concencia!... ¡Ay, Gildo, qué poco sabes del mundo! La concencia es según que se la trata: mímala mucho, y no te dejará sosegar con quejas, de día ni de noche; olvídate de ella, y no dirá siquiera «esta boca es mía».

-¡Buena está esa cuenta!

-No se echan otra los hombres de bien, en estos casos. Por lo demás, Gildo, todos quisiéramos hacer el agosto sin segar la mies; pero no hay tortilla sin cascar huevos... Así es el mundo, y así ha de ser hasta que fenezca: unos cuerda, y otros pescuezo; y si lo quieres más claro, diréte que hasta falta a la ley de Dios el que, pudiendo ser araña, se contenta con ser mosca.

-Pero estos infelices que no tienen culpa ninguna, ¿por qué han de pagar por todos?

-Porque nacieron para eso, Gildo, como la mies para el dalle. Esos infelices, aquí y en Ingalaterra, son el río que revuelven de vez en cuando, para matar el hambre, cuatro pescadores necesitaos. Ni punto más, ni punto menos. Atente a ello, hijo, y considéralo bien; considera lo que semos y lo que podemos ser en el día de mañana, y ten confianza en tu padre, que él te dirá quién es cuando le veas bracear en medio del remolino... Y vamos ahora, muchacho, a discurrir el modo de dar el golpe que ha de acabar de atontecer a estas gentes, y de cortarles toa retirada.

-Usté dirá, padre.

Mas como lo que se trató en esta parte del diálogo no nos importa gran cosa, echo aquí la cortina para que el lector descanse unos instantes, ínterin se preparan los actores, que han de salir vestidos de gala en el capítulo siguiente.