Domingo Faustino Sarmiento (VAI)

DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO.



DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
(1811 - 1888)




E

NTRE los políticos y escritores argentinos, no existe una figura más original y vigorosa que la de Domingo Faustino Sarmiento: tiene algo de genial. Ninguno ha difundido en su país tantas ideas útiles, ni trabajado con más

empeño en Favor de la educación; en este sentido puede considerársele pensador y educacionista, aun cuando en realidad carezca de los rasgos propios del primero y de la preparación metódica del segundo.

Como estadista ocupa un lugar eminente entre los políticos argentinos; y sin embargo seria difícil concertar los diversos juicios formulados á su respecto, por ver en él, los unos el tipo del estadista por excelencia, y por mirar en él los otros un agente perturbador de la corriente mansa y tolerante que ha caracterizado en sus períodos de normalidad la vida política de la Nación Argentina.

Aquellos le presentan como el político autoritario que intenta refrenar hábilmente la tendencia funesta que arrastra á la Revolución; y los segundos, sin desconocerle este mérito, le culpan de haber exaltado las pasiones inconsideradamente por hallarse imbuido de ideas extrañas al medio nacional, — de ideas norte-americanas que no se armonizan con el espíritu de las instituciones de aquel país, sino que son propias de un período transitorio de su existencia en que al imperio del derecho se sustituyó el de la violencia.


I.

Domingo Faustino Sarmiento nació en la ciudad de San Juán el 15 de febrero de 1811, de una familia antigua, pero pobre que él ha ilustrado con sus hechos y con uno de sus libros más característicos: Los Recuerdos de Provincia, destinado á contar su vida y la de sus deudos próximos y remotos.

Como la mayoría de la juventud de su tiempo, tomó participación en las luchas civiles desempeñando con ese motivo funciones militares, á contar desde el año 1826.

Aun cuando no fué la militar su propia carrera, á pesar de haber alcanzado el grado de general de brigada, Sarmiento aspiró en los últimos tiempos de su vida á ser tenido como tal, poniendo en ello gran suma de amor propio, bien que no dejase de reconocer que su gloria la debía á otras causas que no á pretendidas batallas ganadas estratégicamente desde el gabinete presidencial.

En 1831 emigró por vez primera á Chile, de donde volvió para emigrar nuevamente en 1842, dejando escrito en una pared, y en lengua francesa, el programa de su vida de publicista: Las ideas no se matan.

Entre 1836 y 1842 habíanse revelado ya sus dos tendencias más persistentes, — enseñar en la escuela á los niños, é ilustrar en la prensa á los adultos.

Como educacionista y periodista comienza á figurar en Chile, para ejercer muy luego una influencia preponderante en la dirección de las ideas del pueblo chileno. Allí escribe libros docentes y obtiene una recompensa merecida, aunque difícil de alcanzar para un extranjero, pues la Universidad de Chile lo admite como uno de sus miembros en la Facultad de humanidades.

Protegido eficazmente por el gobierno chileno, funda la primera Escuela normal y el primer diario de la ciudad de Santiago, encargándosele más tarde de una misión en el exterior, cuyos resultados consigna en un libro cuyo titulo indica el fin de aquella: Educación popular.

Al regresar á Chile funda nuevos periódicos La Crónica, Sud América; redacta El Mercurio, El Nacional y El Progreso en todos los cuales trata temas políticos, económicos y literarios con el acierto de que dan muestra seis gruesos volumenes recientemente impresos, y la fama que ellos le granjearon entonces en Sud América.

En 1845 había escrito ya uno de sus mejores libros, ó por lo mismo el más conocido, bajo el título de Facundo, que contiene la biografía de Quiroga y las descripciones de la vida en las campañas argentinas

Tres años más tarde publica sus viajes por Europa y América, y en seguida Recuerdos de Provincia.

Durante su larga proscripción, no se olvida por un momento de que es Argentino y de que su país gime bajo el régimen de la tiranía. Su propaganda es dual: sirve la causa de la civilización chilena fundando escuelas y agitando ideas de utilidad práctica para Chile, al mismo tiempo que combate al tirano y su odioso sistema en nombre de su patriotismo y de esas mismas ideas que contribuyen á colocar Chile, por aquella época, al frente de los Estados formados en Sud América sobre la base de las colonias españolas emancipadas.

II.

Así cuando el general Urquiza se pronunció contra Rosas, Sarmiento fué uno de los Argentinos que abandonando la posición conquistada tan rudamente en el extranjero, voló á incorporarse en las huestes libertadoras, teniendo la gloria de asistir á la batalla de Caseros.

Redactor del Boletín del ejército libertador, consignó día por día las etapas de aquella marcha triunfal. Disconforme luego con el general vencedor, en cuya altura de vistas no creyó desde el principio, se alejó de nuevo del Río de la Plata ausentándose para Chile.

Al pasar por Río Janeiro imprimió un folleto sobre la campaña que acababa de derrocar á la tiranía, y sobre los motivos que le impulsaban á alejarse del teatro abierto por la mano de Urquiza á la lucha pacífica y reparadora que debía haber conducido en breve término, y sin nueva efusión de sangre, á la organización definitiva del gobierno nacional argentino.

En 1853 reaparece en el Río de la Plata para combatir en favor de los principios sostenidos por la provincia de Buenos Aires.

Entonces escribe los Comentarios de la Constitución que ese mismo año sancionó el Congreso general constituyente de la Confederación argentina.

Visita en seguida á San Juan, vuelve á Buenos Aires, y es nombrado jefe del Departamento de Escuelas de la Provincia, creado recientemente.

Su ardiente entusiasmo por la educación hace prodigios; y deja instaladas más de cien escuelas, dotadas de sus respectivos útiles.

De estas tareas le aparta el estado de guerra sobrevenido entre la provincia de Buenos Aires y la Confederación.

La conducta magnánima del Presidente Urquiza después de la batalla de Cepeda, en que quedó triunfante la Confederación, origina el tratado de noviembre de 1859 en virtud del cual la provincia de Buenos Aires revisa la Constitución de 1853. Sometidos las enmiendas propuestas á una Convención nacional, son finalmente sancionadas.

Buenos Aires se reune á las trece provincias que formaron la Confederación, quedando así constituída definitivamente la nación argentina, en octubre de 1860.

La actividad de Sarmiento en estas emergencias fué noblemente empleada. Sus discursos en la Convención provincial son, quizá, lo mejor que ha producido como orador parlamentario. Tuvo allí verdaderos arranques patrióticos, sobre todo cuando propuso que se conservara el nombre histórico de Provincias Unidas al cuerpo de nación que iba á constituirse definitivamente.

En esa época era redactor de El Nacional de Buenos Aires. Elevado el general Mitre á la gobernación de esta provincia, llevó á su lado á Sarmiento en calidad de ministro de gobierno. Complicada la situación del país á consecuencia de los sucesos de San Juan, que dieron por resultado el asesinato sucesivo del gobernador Virasoro y de su sucesor el doctor Aberastain, Sarmiento abandonó el Ministerio que desempeñaba.

El doble asesinato de los gobernadores de San Juan motivó reclamaciones del gobierno de la provincia de Buenos Aires al de la Confederación.

Esas reclamaciones y la no admisión en el Congreso de los diputados de Buenos Aires electos con arreglo á la ley provincial, produjo la ruptura entre la provincia de Buenos Aires y el gobierno nacional, anulando así aquella las consecuencias legales del juramento de la Constitución practicado el 21 de octubre de 1860.

El 17 de setiembre de 1861 se encontraron los ejércitos de la provincia de Buenos Aires y de la Nación, aquel mandado por el gobernador de Buenos Aires general Bartolomé Mitre, y el segundo por el brigadier general don Justo José de Urquiza. La victoria favoreció esta vez á las tropas de Buenos Aires.

Á consecuencia de ella el gobierno de Buenos Aires envía al interior un cuerpo de ejército á las órdenes del general Paunero, en el que va Sarmiento como Auditor de guerra.

En 1861 Sarmiento es electo gobernador de San Juan: pero habiendo sobrevenido la guerra civil encabezada por el general Peñaloza, antiguo unitario y conocido popularmente por el Chacho, el general Mitre, que había asumido el gobierno de la Nación después de la victoria de Pavón, le nombra Director de la guerra en el Interior.

Antes de terminar su período es nombrado por el Gobierno Nacional ministro plenipotenciario cerca de los gobiernos de Chile, Perú y Estados Unidos. Concurre al Congreso americano reunido en Lima, pero debiendo cumplir la política intencional seguida por el ejecutivo Nacional, deja el Pacífico y se traslada á los Estados Unidos.

Llega á la gran República en el momento más crítico de la democracia Norte Americana. La guerra entre los Estados del Sur y del Norte acababa de terminar con el triunfo completo de estos. El presidente Lincoln, que la había sostenido en nombre de los más elevados principios, también acababa de ser asesinado, creándose así una situación doblemente difícil para los vencidos.

El período de reconstrucción, es decir, de adaptación en los Estados del Sur de los principios y de la política que el Norte hiciera prevalecer con su triunfo, es una época de violencia, en que se hicieron predominar los poderes llamados de guerra cuya teorización fué consignada, para escarnio de la democracia americana, en obras de derecho constitucional.

Cualesquiera que fuesen las causas y consideraciones alegadas por el gobierno de los Estados Unidos, es la verdad que ese período que comienza en 1864 y se termina después de 1870, es una página poco honrosa de la democracia Norte Americana. Los principios contenidos en la carta fundamental fueron subvertidos: en lugar del derecho imperó la fuerza, prolongándose el estado de intervención del Poder Federal, que debió ser breve, por muchos años.

El espectáculo grandioso de la República modelo avasalló en todo sentido al señor Sarmiento: pero es indudable que cuando, en 1868, le llegó la noticia de haber sido electo para desempeñar en su país la presidencia de la República, como sucesor del general Mitre, se sintió hondamente penetrado del espíritu político predominante á la sazón en los Estados Unidos, y fué su ideal aplicar los mismos procederes en su país á fin de obtener idénticos resultados.

III.


Recibido del mando el 12 de octubre de 1868, Sarmiento se encontró con el país comprometido en una guerra nacional, teniendo por aliados la República Argentina al Imperio del Brasil y al Estado Oriental, y por adversario, ya casi totalmente vencido, al Paraguay.

Al terminar la lucha declara que la victoria no da derechos, lo que significaba no sólo la proclamación del principio contrario al que aceptaba con los republicanos norte americanos en las cuestiones internas, sino una declaración imprudente como principio regulador en las guerras internacionales, aun cuando en el caso del Paraguay fuese una declaración de poco común magnanimidad, hecha con el sano propósito de hacer simpática su patria á los paraguayos que entonces vivían y á los hijos de sus hijos.

Durante su presidencia sobrevino el estado de guerra civil en algunas provincias: en Corrientes, en Entre Ríos, en San Juan, y últimamente, al terminar su período, en todo el país.

Fué por entonces que hizo traducir una obra de derecho constitucional referente á los Poderes de guerra. Afortunadamente la sensatez nacional la ha dejado caer en el olvido, sin que nadie, sino Sarmiento, haya intentado poner en práctica su doctrina.

Llevado de estas ideas, indicó en su último mensaje presidencial la necesidad de reprimir los desbordes de la prensa, olvidándose que él esgrimió siempre esa arma, sin control de ningún género. La prensa sólo se combate con la prensa; y esto, que es elemental, lo había olvidado un periodista de su talla, bajo la presión de las ideas reconstructoras de los Norte Americanos.

En cambio, fundó varias escuelas normales; creó el Observatorio Astronómico; planteó escuelas militar y naval; aumentóse la inmigración y la concurrencia á las escuelas; construyó vías férreas y se tendieron hilos telegráficos por toda la República; y, finalmente, prodújose un estado de prosperidad tal que, como todas las situaciones de su especie en países nuevos, se resolvió en especulación y bancarrota.

Pero grandes conquistas quedaban hechas y la República Argentina de 1868, no se parecía ya á sí misma seis años después. Las subsiguientes presidencias han continuado esa obra fomentando el progreso natural del país. Nuevas bancarrotas producidas, sólo han servido para persuadir á los discretos de una cosa, — de que este país es un gran país, llamado á un porvenir sorprendente.

El 12 de octubre de 1874, en medio de una revolución dirigida por el ex-gobernador de Buenos Aires, de quien fuera ministro Sarmiento en 1861, entregaba el mando á su sucesor el doctor don Nicolás Avellaneda.


IV.


Desde entonces hasta la época de su fallecimiento (11 de setiembre de 1888) Sarmiento continuó esa vida de incesante labor intelectual, muestras de cuya actividad se encuentran esparcidas en infinitas hojas sueltas, folletos, libros y periódicos, aquende y allende los Andes.

En 1880 se presentó como candidato á la presidencia de la República; pero esa ley ya bien visible de la democracia argentina, que no tolera la nueva elección á la primera magistratura de la persona que ha desempeñado una vez tan altas funciones, se cumplió también en él.

Anciano y fatigado, corrió á buscar en el Paraguay, — que lo recibió con amor de madre, — el calor que iba faltando á su organismo de viejo luchador; falleciendo, por fin, en los alrededores de la Asunción el 11 de setiembre de 1888.