XV

Julia se había desmayado verdaderamente al recibir la segunda tarjeta de Darcy. A su desvanecimiento siguió un vómito de sangre que la debilitó mucho. Su doncella había mandado buscar al médico; pero Julia se negó obstinadamente a verle. Hacia las cuatro habían llegado los caballos de posta, las maletas se hallaban atadas; todo estaba dispuesto para la partida. Julia montó en el coche, con una tos espantosa y en un estado que daba lástima. Durante la tarde y toda la noche no habló más que al ayuda de cámara sentado en el pescante, y eso sólo para que dijese a los postillones que se apresurasen. Continuaba tosiendo y parecía sufrir mucho del pecho; estaba tan débil, que se desmayó cuando abrieron la portezuela. La llevaron a una mala fonda y la acostaron. Un médico de pueblo fué llamado; la encontró con una fiebre violenta y le prohibió que continuase el viaje. Pero ella quería a cada momento partir. Por la noche sobrevino el delirio y todos los síntomas aumentaron de gravedad. Hablaba sin parar, y con una volubilidad tan grande, que era muy difícil comprenderla. En sus frases incoherentes se presentaban a menudo los nombres de Darcy y de Châteaufort y de la señora Lambert. La doncella escribió al señor de Chaverny, para comunicarle la enfermedad de su mujer; pero se hallaban a cerca de treinta leguas de París. Chaverny cazaba en las posesiones del duque de H***, y la enfermedad hacía tales progresos que difícilmente podría llegar a tiempo.

El ayuda de cámara había ido a caballo a la ciudad vecina y traído un médico. Este desaprobó el plan de su colega, y declaró que se le había llamado muy tarde y que la enfermedad era grave.

El delirio cesó al amanecer; Julia se durmió entonces profundamente. Cuando se despertó, dos o tres días después, pareció que le costaba trabajo recordar por qué serie de accidente se hallaba acostada en un mal cuarto de fonda. Pero pronto recobró la memoria. Dijo que se sentía mejor, y hasta habló de marchar al día siguiente. Y después de haber meditado, al parecer, largo tiempo, con la mano puesta sobre la frente, pidió papel y tinta y quiso escribir. Su doncella le vió comenzar varias cartas que rompía después de escritas las primerás palabras. Al mismo tiempo encargaba que se quemaran los pedazos de papel. La doncella notó en varios trozos esta palabra: "Señor", cosa que le pareció extraordinaria, pues ella creía que la señora estaba escribiendo a su madre o a su marido. En otro fragmento leyó: "Usted debe de sentir por mí un gran desprecio..."

Durante cerca de media hora intentó inútilmente escribir esta carta, que parecía preocuparle vivamente. Por fin, el agotamiento de sus fuerzas no le permitió continuar; apartó lejos de sí el pupitre que habían colocado en el lecho, y dijo con aire extraviado a su doncella:

—Escriba usted misma al Sr. Darcy.

—¿Qué tengo que escribirle, señora?—preguntó la doncella creyendo que el delirio iba a comenzar de nuevo.

—Escríbale que no me conoce..., que no lo conozco...

Y volvió a caer anonadada en el lecho. Fueron las últimas palabras seguidas que pronunció. De nuevo cayó en el delirio para no salir más de él. Murió al otro día, sin grandes sufrimientos aparentes.