Discurso sobre la educación: XVIII

Discurso sobre la educación popular sobre los artesanos y su fomento
de Pedro Rodríguez de Campomanes
Capítulo XVIII


XVII - De las ocupaciones mujeriles, a beneficio de las artes

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Aunque son necesarios los oficios, es más provechosa la agricultura. Sería de una gran ventaja al Estado, que todas las artes posibles se ejerciesen por las mujeres. De esta suerte las familias vivirían abundantes con la universal aplicación de ambos sexos.

Si la educación no les es común, las mujeres e hijas de los artesanos perseverarían ociosas; y no podrían inspirar a sus hijos y maridos una conducta laboriosa, de que ellas mismas vivirían distantes y tediosas.

Es cosa también cierta, que las mujeres deben concurrir a fomentar la industria, en todo lo que es compatible con el decoro de su sexo, y con sus fuerzas.

Cuantas más se empleen en el trabajo, ese mayor número de hombres quedan, para las faenas más penosas: así del campo, como de los oficios pesados, de la navegación y milicia.

No tienen menor obligación las mujeres, de procurarse el sustento a costa de sus tareas; y es error político no pensar en dedicarlas a las artes, y a los demás destinos, conformes a su estado.

La preocupación de ver casi ociosas las mujeres en algunas provincias del Reino, no es una razón sólida, que autorice su inacción. Es una perniciosa desidia, que conviene desarraigar.

Provincias hay, en que la mujeres sin salir de España, van en los barcos a pescar en el mar; llevan a vender el pescado fresco, desde los puertos de mar tierra adentro, o a los mercados; cultivan las tierras por sí mismas: son tenderas, panaderas, que amasan y venden el pan.

Todas estas tareas ejercitan en las provincias marítimas de Galicia, Asturias, Montaña, Vizcaya, y Guipúzcoa.

Las mujeres de aquellos países, no se creen inferiores en el recato, ni en el nacimiento, a las de otras provincias interiores o meridionales, donde viven por lo común, en un profundo descanso, y con miseria: compañera inseparable de la ociosidad.

Las Pasiegas llevan acuestas la manteca, y el queso en sus cuébanos, desde las montañas de Pas, inmediatas al valle de Carriedo, a los pueblos de veinte leguas al rededor, y traen de retorno los géneros, que necesitan para el propio consumo de sus casas.

Sus costumbres, robustez, y recato son estimables, y les dan una superioridad decidida, respecto a las mujeres entregadas a la flojedad. Yo creo, que las Pasiegas son aquella clase de mujeres, que recomienda Juvenal, de los primeros siglos.

En los mismos países las mujeres guardan el ganado por vecería, si es necesario: guían los carros: sallan, escardan, dan, siegan, y cirvan las mieses, y aun labran, a falta de hombres, las tierras.

Se crían seguramente, a pesar de tanta fatiga, más sanas, y conservan costumbres naturales, y no menos decentes.

Los pueblos de montaña y dispersos, contribuyen a mantener inocentes usos; más sencillez, menos lujo, y mayor aplicación al trabajo. Los muchos pueblos grandes de España son nocivos a este respecto.

Portean y venden las mujeres de la costa septentrional las frutas, y son ellas casi las que regentan todas las tiendas de mercería.

Hacen encajes, medias, cordones, y otros géneros ordinarios, según las luces del país. En fin no se desdeñan de aplicarse, a cuantas faenas permiten sus fuerzas, y convienen al sustento de su familia.

Estas costumbres son antiquísimas en aquellos pueblos, y eran trascendentales a toda España, antes de la entrada de los árabes.

Las de Fuencarral dan un modelo de esta actividad: en Madrid mismo, y en otros muchos pueblos no son raros estos ejemplos.

Ahora se ve a muchas mujeres de los barrios pedir lana que hilar en el hospicio. De suerte que más escasez hay de obra, que de aplicación en las mujeres de Madrid.

Cuanto más se camina en España al medio-día, se aumenta la ociosidad en las mujeres; y esta a la verdad no mejora las costumbres.

Los Moros, y orientales las tenían encerradas en el ocio. Estas costumbres no convienen a los Europeos; y ya Juvenal se quejaba de que las costumbres de los Griegos habían contribuido a pervertir las matronas Romanas con usos, muy distantes de su antigua aplicación, y decoro.

Ahora no están encerradas las mujeres, ni deben estarlo sin injuria, y degradación de la justa libertad, que les pertenece, cuando no renuncian a ella.

Los Mahometanos por principios erróneos de religión, acomodan sus costumbres respecto a las mujeres; y de ahí viene su encierro, ociosidad, y superstición.

Bien me hago cargo, de que a muchos disonarán estas comparaciones: fundados en lo que ven, para abonar el método actual; y mantener a muchas mujeres en el ocio, a costa de ser miserables.

Debiendo decidirse este punto por la razón, se hallará, que en las provincias más antiguas de España, viven generalmente aplicadas al trabajo las mujeres, y que sólo en las recobradas posteriormente de los árabes, se ha introducido por contagio de los vencidos, su ociosidad.

Las antiguas españolas, hasta el siglo octavo de la era cristiana, todas vivían ocupadas, y es resabio derivado de los árabes la indiferencia actual. La práctica de algunas provincias, no debe prevalecer a la general laboriosidad de nuestros mayores.

Ni puede tacharse de novedad una aplicación, que es tan útil, y viene de antiguo: examinados bien nuestros orígenes, y la costumbre general de las demás naciones europeas, donde no han penetrado las heces asiáticas, y africanas.

Dos objeciones se opondrán al sistema, de aplicar al trabajo las mujeres: la dificultad de variar la costumbre actual, y el riesgo de que pierdan su recato, vulgarizándose en las tareas laboriosas.

Yo creo, que estas dos objeciones comprenden, cuanto se puede alegar en defensa de la ociosidad, mujeril de los países meridionales.

Las malas costumbres no se defienden bien, por ser antiguas; antes prueban descuido en aquellos, que las han introducido, o tolerado.

Esto se entiende, aun omitiendo la solidísima solución, de que nuestra antigüedad española tenía costumbres activas, y del todo opuestas al abandono, que se intenta reformar. Su época empezó desde el siglo octavo, en que los árabes invadieron, y ocuparon gran parte de la España, en que permanecieron hasta el año 1492 de Cristo.

Esta larga mansión de 700 años ha podido influir algunas costumbres. La Reina Católica reprendió en las mujeres de Córdoba la ociosidad; y nadie que ame el estado, y la felicidad de las mujeres, podrá aprobar, que vivan descuidadas, y llenas de una pobreza, y desnudez voluntarias.

No creo, que se asegure con el ocio la honestidad del mujeriego; antes es la ocasión próxima, de corromperse las costumbres en gentes de ambos sexos.

Excuso detenerme más, en satisfacer a las objeciones, porque siendo tan débiles, las que pueden oponerse, sería darles valor, el malgastar tiempo con una mayor digresión.

La dificultad verdadera, que merece reflexión, consiste en hallar el modo, de remediar esta continua pérdida de industria, por la tolerancia de costumbres, contrarias al sistema político, que conviene a la nación; si desea de veras perfeccionar las artes, con menos empleo de hombres en los oficios, y mayor aprovechamiento de las mujeres.

Conozco la imposibilidad de llegar al logro de esta empresa, por medios de coacción, los cuales no serían dignos, ni convenientes al fin.

La crianza, que se de a las mujeres, facilitará los medios, de hacerlas con el tiempo generalmente laboriosas. El modo más seguro, de prepararles ocupación útil, es abolir las ordenanzas de muchos gremios superfluos, y perjudiciales, que han dedicado hombres a las cosas, para que no eran necesarios, y las han prohibido a las mujeres, que no pueden ser gremiales.

Hablaré de ambos puntos con la precisión, que me fuere posible.

La mujer tiene el mismo uso de razón, que el hombre: sólo el descuido, que padece en su enseñanza, la diferencia, sin culpa suya.

Nuestra religión no le permite ejercer los ministerios eclesiásticos, ni el cargo de la predicación. Las leyes tampoco han creído, que convenga fiarle el gobierno político. Ninguna de estas prohibiciones, contradice lo que se propone.

Tampoco sus fuerzas la hacen apta a la guerra, ni a otros trabajos pesados, que deben soportar los hombres, que nacieron con mayor caudal de valor, y robustez. Con todo, ha habido sus heroínas en el sexo, sabias, y políticas.

Si la educación en los hombres y mujeres, fuera igual, podría resolverse el vano problema, de si lo es también su entendimiento. Mientras subsista su instrucción en el pie actual, es una cuestión inútil y meramente especulativa.

Como no es el asunto de la aplicación, a que intento dedicar las mujeres, relativo a las ciencias y combinaciones abstractas, de que son capaces, a mi entender sin distinción de sexos, sería impertinente discusión, internarse en una disputa, en que tomo seguramente el mejor partido el Padre Feijoo; mirando como error del vulgo la diferencia, que en perjuicio del mismo sexo hacía la opinión común, a favor de los hombres.

Como estos han excitado, y resuelto el problema, no han elegido la opinión, menos ventajosa.

Si se ha de consultar la experiencia, puede afirmarse, que el ingenio no distingue de sexos; y que la mujer bien educada, no cede en luces, ni en las disposiciones a los hombres; pero en las operaciones manuales, es mucho más ágil que ellos. Con que en la materia de que se trata, debe concluirse, que son tan idóneas a lo menos, para ejercitar las artes, compatibles con su robustez.

Del pueblo se ha de hacer el uso más ventajoso, para que todo esté ocupado; y cuantas personas le compongan, ganen honestamente, de que vivir.

Supuesto este principio, se ha de adoptar otro; y es que las mujeres no deben permanecer ociosas en pueblo, ni en provincia alguna, sin producir utilidad al Estado.

De aquí se sigue, que el gobierno político, donde la costumbre no favorece la honesta ocupación de las mujeres, debe poner la mayor atención, en inclinarlas al trabajo.

Claro es, que su labor ha de ser proporcionada a las fuerzas mujeriles; y así no deben ser empleadas mujeres en faenas recias, y contrarias a su constitución corporal, o a la decencia y recato del sexo.

En los países, donde por educación y el uso, se han acostumbrado a un trabajo más pesado y recio las mujeres, se puede inferir, que el pueblo es más laborioso, y que ha tenido una educación popular, ventajosa al mismo pueblo, y a la felicidad general del Estado. Las costumbres en semejantes provincias, son más inocentes, y distantes de la pereza y desidia oriental.

Sería empresa, superior al orden regular de la naturaleza, intentar de una vez, igualar en el trabajo las mujeres meridionales de España, con las septentrionales. Es necesario tiempo, para perfeccionar este importante objeto, y por ventura aún en ello habrá diferencias, que hacer.

En nuestros países septentrionales, por ejemplo, la leche, el queso, y la manteca son alimento y esquilmo del ganado vacuno, que sacan las mujeres; y es uno de los productos de valor, y que alimenta principalmente el pueblo.

En Andalucía, Extremadura, y la Mancha, ni hombres, ni mujeres aprovechan este fruto de las vacas; y consumen el queso y la manteca de Flandes, empleando el gazpacho, en lugar del suero. Tengo por sanísimo el gazpacho en el verano, y no intento reprobar su uso. Me duele el descuido, que se padece en el esquilmo de las vacas.

Esta pérdida resulta de las grandes vacadas, y de la mala forma de la agricultura en cortijos. Todo estaría remediado, reduciéndoles a lugares o aldeas; distribuyendo las tierras en suertes vecinales; y los ganados en aparcería: sociedad tan ventajosa, al colono, como al propietario. Mientras no se tomen tales caminos, no se poblarán suficientemente nuestras provincias meridionales, ni estarán bien nutridos sus habitantes.

No es obra de un día, deshacer los yerros políticos; pero es de suma importancia darlos a conocer, y despertar las gentes, para que conozcan los caminos, de superar la miseria y el hambre.

Como todo depende de la educación, por aquí debe empezar la aplicación útil del sexo enseñando desde luego a las niñas; y acostumbrándolas a las ocupaciones proporcionadas.

A los principios será harto difícil semejante crianza; porque las hijas con gran repugnancia se dedicarán al trabajo; viendo holgar a sus madres, tías, y hermanas mayores. El ejemplo puede más que la educación misma. El es el que forma las costumbres de los pueblos, el que las mejora o destruye, cuando declina el vigor, y virtud de los mayores.

Las madres de familias deben facilitar este ejemplo, con su propia aplicación. La nobleza ha de influir mucho, con la laboriosidad de las criadas, que vuelven a casarse, y a vivir en las aldeas, o con artesanos.

El establecimiento de maestras de cuenta del público, para enseñar a leer, y las labores a las niñas, es un recurso muy oportuno; pero absolutamente necesario, si la educación se ha de fijar, como es razonable, sobre cimientos sólidos. Donde haya fondo de propios, es cosa prudente asignar un salario, competente a estas maestras; y que las madres y los párrocos cuiden, de que las niñas no falten a esta enseñanza.

Los hospicios enseñarán a las niñas desvalidas; y los padres cuidarán generalmente, de que no vivan ociosas sus hijas.

La autoridad pública debe auxiliar a los padres, y aun dirigir a ellos las prevenciones convenientes, si les hallan omisos, o abandonados en la educación, y aplicación ventajosa de sus hijas. Pues en las personas de éstas niñas, serían inútiles las leyes coactivas, si los padres de familias no quedan responsables al cumplimiento.

Los conventos de monjas pueden estimular con su ejemplo la misma aplicación al trabajo, como se expuso en la industria popular. Pues componiéndose por lo común de gentes principales, trascendería su imitación a las personas seculares.

Además se deberían dedicar generalmente, a la educación de las niñas nobles, o ricas, sin perjuicio de la labor: ocupación útil al Estado, y muy conforme al monacato, que profesan. La obra de manos es una obligación en sus reglas.

Encargadas de la enseñanza de las niñas acomodadas, y reglándose la economía en el gasto, de manera que no hubiese abuso, exceso, ni grangería contra los padres de familias, harán gran provecho los conventos de monjas al Reino; y contribuirán eficazmente a la educación del sexo, de que ahora hay una falta, casi general. Este es el importante ejercicio de caridad, que podrían facilitar; excusando por este método buscar en los conventos de fuera del Reino, la buena crianza de las niñas, a costa de graves dispendios; y la penalidad de alejarlas por algunos años en país extraño; o sufrir la dura alternativa, de verlas carecer de la instrucción necesaria.

Los párrocos, y todo el clero, deberían concurrir a estos fines; procurando hacer las convenientes exhortaciones a todas las clases del pueblo, para introducir, y persuadir la utilidad de la aplicación de las mujeres a la labor, según sus diferentes estados: unas para emplear útilmente su tiempo, y otras para mantenerse con recato y honestidad, a costa de sus tareas caseras.

Los señores Obispos en los conventos de su filiación, podrían establecer un número competente de colegios, para las niñas nobles, y acomodadas de su Diócesis; arreglándose la pensión por tarifa, con aprobación del Consejo.

Ante todas cosas debían instruirse las monjas mismas, para desempeñar cumplidamente esta gran confianza; escogiendo los conventos de mayor extensión, situados en parajes sanos, con huerta y paseos, en que esparcirse los ratos libres, sin aventurar la salud.

Los superiores regulares deberían facilitar los mismos medios, en aquellos monasterios, que les están subordinados: cuidando de promoverlo, y excitar su ejecución las justicias, Ayuntamientos, y Sociedades económicas por medios atentos, y de conformidad recíproca: con igual aprobación del Consejo, a fin de apartar de tales convenciones, y establecimientos toda inadvertencia, o perjuicio al sistema político del Reino: pues nada debe correr, que le ofenda aun en lo más mínimo.

Es cosa cierta, que la educación de las niñas nobles y ricas, que un día han de ser madres de familias, es lo que ha de echar los cimientos sólidos a la laboriosidad de las mujeres plebeyas, a su imitación y ejemplo.

Aquellas que carecen de rentas, o caudal cuantioso, no pueden recibir educación en los monasterios; y es preciso, que busquen medios de suplirla el Magistrado público en las ciudades, y villas grandes: no se trata de las aldeas, las cuales tienen muy diferentes reglas.

Unas irán a la maestra, y otras vivirán en el colegio. Pero serán comunes en ambas clases, las ideas de la necesidad de la enseñanza, y de la aplicación, respectiva de las mujeres.

Bien conozco la grande dificultad, que se hallará al principio, en reducir tanto número de personas ociosas a la actividad. Creo también, que en pocos días no se pueden mejorar las costumbres de un pueblo; subrogando una vida activa y atareada, en lugar de la flojedad voluptuosa.

Si fuese cosa fácil, hacer semejante mudanza, no necesitaría representarse de intento a toda la nación española en este tratado. Más como todo ha de ceder a la verdad, y al interés público; tal puede ser el común, y general impulso a este objeto, que se logre efectivamente un fin de tanta importancia, para aumentar la riqueza nacional.

Cuando respecto a las mujeres adultas, no se adelante mucho por ahora, será infalible el buen éxito con las niñas: establecida la forma de educación general, y los premios convenientes.

Ninguno de los cuidados de las sociedades económicas es más urgente, que el de examinar los medios de arreglar sólidamente la educación mujeril, en nuestras provincias de España.

Cuando este pensamiento se haya logrado, las costumbres han de mejorar notablemente, en ambos sexos. Las madres son quienes influyen las primeras máximas a los hijos e hijas, durante la infancia, y mucha parte de la niñez: época en que se empiezan a combinar las ideas; y de donde se deriva la mayor parte del régimen, y método de vida.

Las ocupaciones de las artes, a que conviene se dediquen las mujeres, son muchas, y pueden excusar varios artistas, y aun gremios enteros de hombres. En ello habría un general beneficio del Estado, como lo advertirá por sí mismo cualquiera.

Todo el que pertenece a coser cualquier género de ropas, vestidos o adornos, puede muy bien hacerse por mujeres.

Los hilados de todas las materias, que entran en los tejidos.

Los tejidos mismos.

Los bordados.

Los adornos mujeriles de todo aquello, en que no entran piedras preciosas, ni metales; cuyos géneros se llaman de calle mayor.

Botonaduras, ojales, cordones, y redecillas.

Pinturas de abanicos.

Encajes, blondas, y puntas.

Medias, y calcetas.

Listonería y cintas.

Pueden ayudar a preparar otras materias de las artes, que constan de partes flexibles, y cosas semejantes.

Los gremios, que impidieren tales ocupaciones de las mujeres, deben moderarse en esto, a utilidad común del Estado, sin embargo de cualesquier ordenanzas contrarias.

De muchos oficios, tocantes a preparar comestibles y bebidas; como panaderos, confiteros, pasteleros, y botilleros, son también dañosos los gremios, que han formado; pudiendo las mujeres con mayor aseo, sazonar estas especies comestibles y potables.

No me dilataré más en una materia, que por sí misma se recomienda, y sólo podrá arreglarse por virtud de las luces, que inspiren las sociedades económicas, a cuyo buen juicio con el tiempo me remito.

No hablo aquí de algunas operaciones sueltas, tocantes a la industria y agricultura, en que promiscuamente pueden emplearse mujeres; por no pertenecer a los oficios, ni a las poblaciones de mucho vecindario, donde hay el mayor número de mujeres ociosas.

El cuidado de las personas públicas debe encaminarse incesantemente, a desterrar del sexo en lo posible toda ociosidad. Esta aplicación alternada de la lectura, y diversiones honestas, preservará a muchas mujeres de la corrupción de costumbres. Y si a vista de un clamor tan universal de los buenos, no viniere el remedio, doleo dehinc ex animo mulieres.

La corrupción del sexo ha influido en la general de las costumbres. El ocio y la falta de educación, han sido el origen en todas las sociedades, ricas y opulentas, de su decadencia y virtud.

Juvenal pinta muy al vivo en la sátira sexta, el estado de las costumbres de aquellas matronas romanas. Sus consejos, y su aplicación a los cuidados domésticos, antes excitaban a los propios hijos al heroísmo. Lo mismo hacían las republicanas griegas.

Todo esto desapareció entre Romanos y Espartanos, luego que las costumbres de las matronas se pervirtieron; y se entregaron al lujo, y al devaneo de los Griegos, que lo tomaron de los Asiáticos sus vecinos.

Si las mujeres de calidad, quieren recuperar la robustez de sus antepasadas ilustres, estén persuadidas, de que la buena educación, el decoro de sus personas, y la distribución constante del tiempo, dando algunas estaciones apacibles a la vida del campo, y a los agrados de jardines, huertos y sembrados, las han de hacer más sanas, más recomendables, y más respetadas de las personas de ambos sexos, que las traten. Y además podrán contribuir en parte al bien general de la nación, de que su actual situación las tiene privadas, aunque sin culpa suya, por depender de otros su crianza civil.