Discurso sobre la educación: IV

Discurso sobre la educación popular sobre los artesanos y su fomento
de Pedro Rodríguez de Campomanes
Capítulo IV


IV - Continúa el mismo asunto 

Además de propagar todas estas nociones, que van expresadas, en los ánimos de la juventud dedicada a las artes y oficios, es muy del caso se apliquen a los primeros rudimentos de leer, escribir, y contar.

Bien veo, que algunos creerán, que esto es pedir demasiado. Pero si se reflexiona, en que apenas hay pueblo, donde no esté bien establecida esta enseñanza, gratuita para los pobres; se hallara la facilidad de conseguirla, con sólo quererlo así los padres, o los maestros.

Por otro lado, cuando pueden los niños dedicarse a leer, carecen todavía de fuerzas, para emplearse en ningún oficio; y lo mismo sucede en cuanto a los rudimentos de escribir.

De no aplicar los niños entonces a leer y escribir, resulta, que estén ociosos en aquella tierna edad, y que se impresionan de especies, e ideas que les perjudican demasiado, cuando llegan a ser adultos.

La aritmética se puede aprender al tiempo que el dibujo: reducida a las cinco reglas de sumar, restar, multiplicar, mediopartir, y partir; aunque estas dos reglas últimas propiamente no son más, que una.

No faltará tampoco, quien crea inútil tarea en el artesano semejante instrucción de los primeros rudimentos: pues en pocas de sus maniobras, según los que opinen de este modo, necesitará valerse de los auxilios de la aritmética.

Estas objeciones se toman del estado actual de abatimiento y rudeza, que padecen los oficios en España. El intento de este discurso se encamina a sacarlos de su decadencia. Eso no es fácil de lograr, sin esfuerzos de su parte: ayudados de la sabiduría del Gobierno.

Como este es un punto esencial, y a muchos harán fuerza tales objeciones, es forzoso responder a ellas en beneficio de la instrucción de un tan gran número de pueblo. Al presente no merece, respecto a los artesanos, la enseñanza de primeras letras un gran concepto a las gentes más despiertas de la nación: persuadidas de la dificultad de mejorar su actual situación.

Confieso me holgaría poderles dispensar de esta tarea. Si la creyese incompatible con la industria popular, o superflua, sería el primero a prohibirla.

Por no saber estos rudimentos de las primeras letras los artesanos, se llenan nuestras manufacturas de plumistas, que les suplan en esta parte, para la cuenta y razón.

De esta forma los plumistas empleados, ignorando el arte, consumen en salarios el principal rendimiento de las fábricas. Ellos son otros tantos ociosos, que viven a costa de la industria ajena: llenos no pocas veces de presunción, con ruina inminente de las artes; a cuyos profesores desprecian altamente por lo común, y los miran en una clase muy inferior a la suya; y aun suelen quererles dar reglas en su oficio, que ignoran.

Llamo ocio a toda ocupación, que puede excusarse, con dar mejor crianza a la juventud artesana; y que no rinde provecho inmediato, antes agrava con salarios las fábricas. En una hora puede un artesano de mediana instrucción hacer los asientos, liquidaciones, y cuentas que ocupan un número de plumistas, destituidos de la pericia de las manufacturas; dedicando el resto sobrante de su tiempo a la fábrica.

Parece incuestionable la preferencia de emplear personas del oficio en la cuenta y razón, y aun en la dirección de las fábricas. Increíble se hace, que falten en todo un gremio de artesanos, talentos capaces de abrazar la parte técnica, y la económica de semejantes establecimientos.

La experiencia diaria demuestra, que un hombre hábil en la arquitectura puede ser sobre-estante de un edificio, y emplear en la obra misma todo el espacio de tiempo, que le sobra; después de haber hecho la inspección de las gentes, que trabajan en él.

Veamos ahora por menor la utilidad, que en cada una de estas tres enseñanzas pueden lograr los artesanos; para que el público juzgue, si es digna de promoverse sistemáticamente esta parte de la instrucción popular, de que se trata, a beneficio de las artes.

Por medio de la lectura el aprendiz de un oficio, repasa por sí mismo el catecismo de la doctrina cristiana.

Puede enterarse de los discursos, que tratan del fomento de la industria, y de la educación popular; para proceder con sistema constante, y adoptar los principios acomodados a sus obligaciones.

Se instruirá también por sí mismo de las ordenanzas, y policía de su gremio y oficio, para dedicarse a observarlas, y entenderlas con propiedad; o para advertir lo que convenga, y se le alcance con el tiempo.

Finalmente podrá, sin valerse de otro, leer el tratado particular de su arte, u oficio, traducidos que sean estos escritos, en nuestro idioma.

Guiado de estas nociones, cuando ya sepa los rudimentos de su oficio, cotejará lo que le enseñaron, con lo que ve han adelantado las naciones industriosas; y podrá esperarse, que algún día se aventaje con la experiencia, ayudada de su teórica y del dibujo; o que a lo menos imite con propiedad, y sin defectos en el arte, lo que ve. Es de creer también, que los artistas de más sobresaliente ingenio, educados sobre este plan, encuentren nuevas combinaciones, facilidades, y descubrimientos en su oficio; y que le sepan enseñar más bien: pues que le han aprendido por reglas, y con mejor educación.

Debe confesarse en obsequio de la verdad, que los maestros de las artes y oficios, examinados en España, no saben por lectura lo que, establecida esta educación popular de artesanos, será trivial y común de aquí adelante a los mismos aprendices y oficiales.

No deberán leerse en las escuelas romances de ajusticiados; porque producen en los rudos semilla de delinquir, y de hacerse baladrones, pintando como actos gloriosos las muertes, robos, y otros delitos, que los guiaron al suplicio. El mismo daño traen los romances de los doce-pares, y otras leyendas vanas o caprichosas, que corren en nuestro idioma, aunque el Consejo no permite su reimpresión.

Por ejercicio de la misma enseñanza de leer, después de la doctrina cristiana, deben tener precisamente los maestros, o sus hijos, aprendices, y oficiales un ejemplar de los tratados, que van referidos, y de otros semejantes; repasándolos en los ratos y horas desocupadas; leyéndose a la mesa en días libres, al modo que se hace en los refectorios.

Los padres y maestros deben cuidar mucho, de que no se distraigan de esta especie de lectura. Pues como es breve, está en lengua vulgar, y habla de operaciones, que diariamente traen entre manos desde niños; es forzoso que a un cierto progreso de tiempo adquieran los aprendices y oficiales un fondo de raciocinio y de observaciones prácticas, sobre el modo de ir perfeccionando las artes: que sea sólido, libre de preocupaciones, y cual conviene al bien general del Reino.

El arte de escribir tiene bastante afinidad con el dibujo. Aunque el uno pueda aprenderse ignorando el otro; sería a la verdad defectuosa tal enseñanza, y echaría de menos esta falta muchas veces el artesano.

Queda sentada y probada sobradamente la absoluta necesidad, que todos los menestrales tienen, de aprender el dibujo, como se ha dicho en su lugar.

Así se puede afirmar, que no es menos conveniente la escritura a todos los profesores de las artes y oficios, que el dibujo.

Aquellos, que consisten en puras acciones corporales, como serrar madera, moler colores, labrar chocolate, cavar la tierra, y otros ejercicios sencillos de esta naturaleza, no necesitan ciertamente tanta aplicación, y deberían emplearse los más rudos en tales tareas. No son estos los oficios, de que se habla, ni es necesario apurar en este particular mayores distinciones, que cualquiera puede hacer por sí mismo.

En España los más de los artesanos comúnmente saben leer y escribir: con que no es esta una carga, superior a las fuerzas comunes, y ordinarias de los artistas. La falta está, en que no lo ejercitan, ni les dan en la escuela, ni en su casa, libros útiles y análogos a su profesión, que leer.

Se preguntará, ¿qué debe escribir un artesano? Y aún añadirán otros compasivos: que no hace profesión de hombre de letras, y si de un excelente obrero en algún oficio. Y aún dirán otros, movidos de igual raciocinio, que el sobrecargar las gentes de oficio con la precisión de aprender, no sólo a leer, sino a escribir; distraerá a muchos de abrazar estas ocupaciones, aunque sean en si propias honradas, y útiles al común.

Todo artesano, cuyas operaciones no terminen en una tarea simple y única, ejecutada por su propia persona, se ha de valer de oficiales: ha de enseñar aprendices: necesita materiales y herramienta, e instrumentos de su oficio; y ha de comprar y vender, para dar salida a los géneros que fabrica. Ha de llevar cuenta y razón de lo que pierde o gana; del gasto que hace en su casa, o en los salarios que paga; y finalmente de lo que recibe, o adelanta a buena cuenta de jornales, y de materiales.

Si se ve en la precisión de seguir algún pleito de oficial o de maestro, necesita hacer sus memoriales; y si supiera escribirlos y notarlos, mediante la buena educación, excusa gastar con procuradores en muchas cosas, para poner su razón en claro, cuando no hay juicio contradictorio.

Su instrucción le producirá los mismos efectos, si es veedor, repartidor, cobrador, o apoderado de su gremio o arte, para no mezclarse en otros negocios; que los convenientes a ser un artífice honrado, y digno de la común aceptación.

Toda esta idoneidad se necesita en un maestro de arte o de oficio, para que vaya bien su casa; llevando por sí mismo apuntamientos, libros de caja, cuentas, minutas de cartas de correspondencia, o recursos, ya de gracia, ya contenciosos: a proporción de su caudal, obras, industria, y aplicación.

De manera que si este maestro ha de regir, como conviene, su casa y taller, con la debida cuenta y razón; o ha de hacer por sí mismo o por medio de sus aprendices y oficiales estos asientos y escritos, en los ratos libres de su oficio; o ha de pagar un escribiente con salario, que los escriba a su costa. Esto sería abandonar a un extraño los secretos, y virtual dirección de su casa y familia; sin poder asegurarse por sí mismo, no sabiendo leer y escribir, si estos asientos van puntuales; ni hacer por su persona un balance puntual, y coordinado de su caudal y negocios.

Parece ocioso detenerse más, en satisfacer a la anterior réplica y objeción vulgar: a menos que se intentáse gravar a cada artesano de taller, y casa abierta, para exonerarle del trabajo en ir a la escuela durante su niñez; cargándole en equivalente de una descuidada educación con el salario de algún escribiente, que llevase la cuenta. Esto sería lo mismo, que arrimar una yedra a cada edificio de la industria.

Los artesanos, que sobresalgan en el estilo, se hallarán en estado de anotar y escribir las observaciones y adelantamientos respectivos a su oficio; o los que con el tiempo se publiquen en los países extranjeros. Podrán los que salieren fuera de España a perfeccionarse, traducir en nuestra lengua, cuanto tuviere relación con el mismo objeto; valiéndose de personas científicas, para dar a sus escritos la claridad, y orden que les corresponda.

Es inútil extenderse en cuanto a la aritmética, que es una especie de escritura numeral, y no menos precisa para el uso común, y trato de las gentes.

Establecida la educación cristiana, civil, y directiva en la juventud, que se dedica a los oficios, no serán necesarias a las fábricas con el tiempo las oficinas, en que ahora se ocupa inútilmente un gran número de personas, que en tal caso podrán ser ellas mismas fabricantes; y de miembros onerosos al común, se hacen ciudadanos útiles y provechosos.