Discurso sobre el origen y los fundamentos/Segunda Parte

​Discurso sobre el origen y los fundamentos​ (1820) de Jean-Jacques Rousseau
Segunda parte
Notas


SEGUNDA PARTE.


E

l primero que, habiendo cercado un terreno, se atrevio á decir, esto es mío, y halló gentes bastante dóciles y simples que le creyeron, fue sin disputa el verdadero fundador de la sociedad civil.¡Cuantos crímenes, guerras, homicidios, miserias y horrores no hubiera evitado al género humano aquel que, arrancando las estacas ó cegando el foso, hubiese gritado á sus semejantes: guardaos bien de escuchar á ese impostor; vosotros pereceréis infaliblemente si olvidais que los frutos son de todos, y que la tierras no pertenece á nadie! Pero hay grandes presunciones y apariencias de que entonces las cosas habian llegado ya á un punto, en el cual no podrian existir por mas tiempo: porque esta idea de propiedad, procediendo de muchas otras anteriores que no pudieron nacer sino sucesivamente, no se formó de una vez solamente en el espíritu humano; fue necesario para ello hacer bastantes progresos, adquirir suficiente industria y luces, transmitirlas y aumentarlas de edad en edad, antes de llegar á este último período del estado natural. Volvamos pues á tomar las cosas desde mas alto, y procuremos el reunir bajo un solo punto de vista, esta lenta sucesion de acontecimientos y de conocimientos en su órden mas natural.

El primer sentimiento del hombre fué el de su existencia, su primer cuidado el de su conservacion. Las producciones de la tierra le suministraban todos los víveres y recursos necesarios, y el instinto le conducia á hacer uso de ellos. El hambre, y otros apetitos le hacian esperimentar alternativamente diversos modos de existir; hubo uno de entre ellos que le incitó á perpetuar su especie y esta inclinacion ó propension ciega, desprovista de todo sentimiento del corazon, no producia otra cosa mas que un acto puramente animal: la necesidad satisfecha, los dos sexos no se reconocian mas, y el hijo mismo no pertenecia mas á la madre, en el momento que podia vivir sin el auxilio de ella.

Tal fue la condicion del hombre al nacer: tal fue la vida de un animal limitado precisamente á las puras sensaciones, el cual no se aprovechaba casi de los dones que le ofrecia la naturaleza, y no pensaba de ninguna manera en utilizarse de nada de ella: mas muy pronto se presentaron dificultades, y fue necesario aprender á vencerlas: la altura de los árboles que le impedia el alcanzar sus frutos, la concurrencia de los animales que trataban igualmente el sustentarse de ellos, y la ferocidad de aquellos que conspiraban contra su propia vida; todo esto le obligó á aplicarse á los ejercicios del cuerpo, y fue indispensable hacerse ágil, ligero en la carrera, y vigoroso en el combate. Las armas naturales, que son las ramas de los árboles y las piedras, se hallaron muy pronto á sus disposicion, él aprendió á superar los obstáculos de la naturaleza, á combatir en los casos fortuitos á los otros animales, y á disputar su subsistencia á los hombres mismos, ó á indemnizarse de aquello que se vió precisado de ceder al mas fuerte.

A medida que el género humano se propagaba, los trabajos y fatigas se multiplicaron con los hombres. La diferencia de los terrenos, de los climas, y de las estaciones, pudo obligarlos á variar en sus modos de vivir. Años estériles, inviernos largos y crudos, y estíos secos, calurosos y abrasadores que todo lo consumian y aniquilaban, exigieron de ellos una nueva industria. En las márgenes y orillas del mar y de los rios, inventáron el sedal y el anzuelo, y se convirtieron en pescadores é ictiófagos: en los bosques se construyeron arcos y flechas, y vinieron á ser cazadores y guerreros; y en los paises frios se cubrieron con las pieles de las bestias que habian matado. El trueno,un volcan, ó alguna feliz casualidad les hizo conocer el fuego, nuevo recurso contra el rigor del invierno; ellos aprendieron á reproducirlo, y en fin á preparar con él las carnes que antes devoraban crudas.

Esta aplicacion reiterada que hacia de los seres diversos á él, y de los unos á los otros, debia naturalmente engendrar en el entendimiento del hombre las percepciones de ciertas analogías. Estas relaciones que nosotros espresamos por medio de las voces, grande, pequeño, fuerte, débil, ligero, lento, medroso, atrevido, y otras ideas iguales, comparadas en la necesidad y casi sin pensar en ellas, produjeron enfin en él cierta especie de reflexion, ó mas bien una prudencia maquinal, que le indicaba las precauciones las mas urgentes para su seguridad.

Las nuevas luces que resultaron de este desenvolvimiento, aumentaron su superioridad sobre los otros animales, haciéndosela conocer distintamente. El se ejercitó y ocupó en armarles trampas ó lazos, mudándolos y cambiándolos de mil maneras diferentes afin de engañarles, y aun cuando muchos de aquellos que podian serles útiles ó perniciosos, tenian fuerzas muy superiores á las suyas en el combate, y mayor ligereza en la carrera, llegó con el tiempo á ser el señor de los unos, y el azote de los otros. Así fue como la primera mirada que echó sobre sí mismo produjo en él, el primer movimiento de orgullo;y así fue igualmente como, apenas sabiendo aun distinguir las clases, y considerándose en la primera por su especie, se preparaba desde lejos en pretender á ella por solo su individuo.

Aun cuando sus semejantes no fuesen para él lo que son para nosotros, y que no tuvo mucho mas comercio con ellos que con los otros animales, sin embargo no dejaron de ningun modo de tener parte en sus observaciones. Las conformidades que el tiempo pudo hacerle apercibir entre ellos, su hembra, y él mismo, le hicieron juzgar de aquellas que no distinguia, y viendo que se conducian todos de la misma suerte que él lo hubiera hecho en iguales circunstancias, concluyó que sus modos de pensar y de sentir eran enteramente conformes á los suyos; y esta importante verdad, bien establecida en su espíritu, le hizo seguir y adoptar, por un presentimiento tan seguro y mas pronto que la dialéctica, las mejores reglas de conducta que le convenia, para su beneficio y seguridad, guardar con ellos.

Instruido por la esperiencia, que el amor del bien estar es el solo móvil de las acciones humanas, se halló muy pronto en estado de distinguir las ocasiones raras en las cuales el interes comun debia hacerle contar con la asistencia de sus semejantes, y aquellas mas raras todavía en donde la concurrencia debia hacerle desconfiar de ellos. En el primer caso, se unia con ellos en bandas, ó cuanto mas, por medio de una especie de asociacion libre, que no obligaba á nadie, y que no duraba sino tanto cuanto la necesidad pasagera que la habia formado. En el segundo, cada uno buscaba el sacar sus ventajas, ya por la fuerza abierta, si creia poderlo conseguir; y ya por la destreza y astucia, si se consideraba el mas débil.

Ve aquí de que modo los hombres pudieron adquirir insensiblemente alguna idea, aunque grosera, de los empeños mutuos, y de la ventaja de desempeñarlos, mas era solamente en tanto que lo exigia el interes presente y sensible, y nadas mas: pues la prevision no era conocida, ni tenia lugar entre ellos, y lejos de ocuparse de un por venir remoto, no pensaba ni siquiera en el dia siguiente. Se trataba de coger un ciervo, cada uno sabia muy bien que era indefectible para ello el guardar fielmente su puesto; pero si una liebre pasaba en el interin cerca de alguno de ellos, no debe dudarse que no la persiguiese sin ningun escrúpulo, y que habiendo logrado alcanzar su presa, no se le diese el mas mínimo cuidado de haber sido causa de que sus compañeros no hubiesen conseguido coger la suya.

Es facilísimo el comprender que semejante comercio no exigia un lenguage mucho mas refinado que el de las cornejas ó de los monos, quienes se atropan casi casi de la misma manera.

Gritos inarticulados, muchos gestos, y algunos sonidos imitativos, debieron componer durante largo tiempo la lengua universal, á la cual añadiendo en casa comarca algunos sones articulados y convencionales, de los que, como ya tengo dicho, no es casi posible el esplicar la institucion, formaron y tuvieron lenguas particulares, pero groseras, imperfectas y tales sobre poco mas ó menos á las que tienen hoy dia las diversas naciones salvages.

Yo recorro con la velocidad del rayo una multitud de siglos, forzado por el transcurso del tiempo, por la abundancia de cosas que tengo que decir, y por el progreso casi imperceptible en los principios; porque cuanto mas lentos fueron en sucederse los acontecimientos tanto mas pronto se describen.

Estos primeros progresos pusieron por fin al hombre en estado de hacer otros mas rápidos; y á proporcion que el entendimiento se ilustraba mas, mucho mas se perfeccionaba la industria. Bien pronto cesando de dormirse bajo el primer árbol, ó de retirarse en sus cavernas, hallaron unas especies de hachas de piedras duras y cortantes que les sirvieron para partir leña, cavar tierra, y hacer chozas de ramas, las que imaginaron despues el revocar con arcilla y barro. Fue entonces la época de una primera revolucion que formó el establecimiento y la distincion de las familias; y que introdujo una suerte de propiedad, de donde puede ser nacieron ya infinitas querellas y combates. No ostante como fueron probablemente, los mas fuerteslos primeros que se construyeron habitaciones, los cuales se hallaban capaces y en estado de defenderlas, es de creer que los débiles, tuvieron por oportuno y por mucho mas corto y seguro, el imitarles que el tentar de desalojarlos; y por lo que respecta á aquellos que tenian ya cabañas, ninguno debió tratar con empeño el apropiarse la de su vecino, mucho menos porque no le pertenecia, que porque le era inútil, y que no podia apoderarse de ella sin esponerse á un combate muy reñido y vivo con la familia que la ocupaba.

Los primeros desenvolvimientos del corazon fueron efecto de una situacion nueva, que reunia en una habitacion comun los maridos y las mugeres,los padres y los hijos; las costumbres de vivir juntos produjo y dió á luz los mas dulces sentimientos, que han conocido los hombres, el amor conyugal y el amor paternal. Cada familia vino á ser una pequeña sociedad tanto mas bien unida, cuanto que eran el afecto recíproco, el cariño y la libertad, los únicos lazos. Y fue entonces cuando se estableció la primera diferencia en el modo de de vivir de los dos sexos, que hasta allí no habian tenido sino uno mismo, Las mugeres principiaron á ser sedentarias, y se acostumbraron á guardar la cabaña y los hijos, mientras que el hombre iba á buscar la subsistencia comun. Los dos sexos comenzaron tambien por medio de una vida un poco mas muelle, á perder alguna cosa de su ferocidad y vigor; pero si cada uno separadamente, vino á ser menos á propósito combatir a las bestias salvages, en recompensa les fue mucho mas fácil el reunirse para resistirles en comun.

En este nuevo estado, con una vida simple y solitaria, con unas necesidades muy limitadas, y con los instrumentos que habian inventado para proveerse, los hombres disfrutando de una ociosidad bastante estensa se ocuparon en procurarse infinitas clases de comodidades desconocida á sus padres; y este fue el primer yugo que se impusieron sin pensar en él, y en el primer y principal manantial de los males que prepararon á sus descendientes; por que ademas que continuaron así, debilitándose el cuerpo y el espíritu, sus comodidades habiendo por el hábito perdido casi todo cuanto las hacian agradables, y al mismo tiempo degenerando en verdaderas necesidades, la privacion de ellas vino á ser aun mas cruel, que grata su posesion, y eran desgraciadísimos cuando las perdian, sin ser felices poseyéndolas.

Se descubre aquí algo mejor, aunque confusamente, de que modo el uso de la palabra se estableció ó se perfeccionó insensiblemente en el seno de cada familia, y se puede conjecturar tambien, como diversas causas particulares pudieron estender el lenguaje, y acelerar sus progresos, haciéndole mucho mas urgente. Grandes inundaciones ó terremotos cercaron ó rodearon de aguas ó de precipicios algunos cantones habitados, y revoluciones del globo separaron y convirtieron en islas varias porciones del continente. Se concibe sin repugnancia, que entre los hombres reunidos de esta suerte, y forzados á vivir juntos, debió formarse un idioma comun mas bien que entre aquellos que erraban libremente en las selvas de tierra firme; así pues, es muy posible que despues de los primeros ensayos de la navegacion, fuesen los isleños los que nos hayan traido é introducido entre nosotros el uso de la palabra; y es á lo menos muy verosímil, el que la sociedad y las lenguas tuvieron su orígen en las islas, y que allí se perfeccionaron, antes de ser conocidas en el continente.

Todo principió á cambiar de aspecto. Los hombres errantes hasta aquí en los bosques, habiendo adoptado un método mas sólido y fijo, se aproximan con lentitud, se reunen en diversas bandas, y forman enfin en cada comarca una nacion particular, unida por las costumbres y por el carácter, no por reglamentos ni por leyes, pero sí por el mismo género de vida y de alimentos, y por la influencia comun del clima. Una vecindad permanente no pudo dejar de engendrar con el tiempo algunos enlaces entre varias familias. Jóvenes de diferentes sexos habitaban las cabañas vecinas, el trato pasagero que exige la naturaleza trae consigo muy pronto otro, no menos dulce y mas permanente, respecto á la mutua frecuentacion: acostumbrándose á considerar diversos objetos, y á hacer comparaciones, es como se adquieren insensiblemente ideas del mérito y de la hermosura, las que producen sentimientos de preferencia. A fuerza de verse, no se puede ya pasar sin volverse á ver. Un sentimiento tierno y dulce se insinua en el alma, y por la menor oposicion se convierte en un furor impetuoso: los zelos se despiertan y nacen con el amor, la discordia triunfa, y á la mas dulce y alagueña de todas las pasiones se le inmolan victimas humanas.

A proporcion que las ideas y los sentimientos se suceden, que el entendimiento y el corazon se ejercen, el género humano continúa á domesticarse, los enlaces se estienden y propagan, y los vínculos se estrechan y restriñen. Se acostumbraron á reunirse en las puertas de las cabañas ó al rededor de un árbol: el canto y la danza, verdaderos hijos del amor y del ocio, vinieron á ser el entretenimiento ó mas bien la ocupacion de las mugeres y de los hombres ociosos y congregados. Cada uno principio á mirar á los otros, y á querer ser mirado igualmente, y la estimacion pública tuvo su precio. Aquel que cantaba o baylaba mejor, el mas bello, el mas fuerte, el mas hábil y sagaz, ó el mas elocuente, fueron los mas considerados; he aquí el primer paso hácia la desigualdad y hácia el vicio al mismo tiempo: de estas primeras preferencias nacieron de un lado la vanidad y el menosprecio, y del otro la vergüenza y la envidia; y la fermentacion causada por estos nuevos ácidos produjeron enfin unos mixtos muy funestos á la felicidad y á la inocencia.

Al momento que los hombres principiaron á apreciarse mutuamente, y que la idea de la consideración se formó en sus espíritus,cada cual pretendia el tener derecho á ella; y ya no fue posible impunemente dejar de concedérsela á todos. De ahi emanaron los primeros deberes de la urbanidad, aun entre los salvages, y de allí todo agravio voluntario se convirtió en el ultrage, por que con el mal que resultaba de la injuria, el ofendido veia el menosprecio de su persona; infinitas veces mucho mas insoportable que el mismo mal. De aquí se originó que, cada uno castigando el desprecio que le habian hecho ó demostrado, de una manera proporcionada al caso que hacia de sí mismo, las venganzas principiaron á ser terribles, y los hombres sanguinarios y crueles. Ve aquí precisamente el grado al cual habían llegado la mayor parte de los pueblos salvages que nos son conocidos; y es por falta de no haber distinguido suficientemente las ideas, y observando cuan distante estaban ya estos pueblos del primer estado natural, por lo que muchos se han apresurado á fallar que el hombre es naturalmente cruel, y que tiene necesidad de pulimento para dulcificarse; mientras que nada es tan dulce como él lo era en su estado primitivo, y cuando colocado por la naturaleza á distancias iguales de la estupidez de los brutos y de las luces funestas del hombre civil, y limitado igualmente por el instinto y por la razon á preservarse del mal que le amenazaba, se abstenia por la piedad natural de hacer por sí mismo mal á nadie, sin verse obligado á ello por algun motivo poderoso, aun despues de haberlo sufrido; por que segun el axioma del sabio Locke, no podrá haber injuria allí en donde no hay propiedad.

Pero es necesario observar que principiada ya la sociedad, y establecidas igualmente las relaciones entre los hombres, exigian en ellas cualidades diferentes de las que tenian de su constitucion primitiva; que principiando la moralidad á introducirse en las acciones humanas, y siendo cada uno, antes que hubiese leyes, el solo juez y vengador de las ofensas que habia recibido, la bondad proporcionada y provechosa al puro estado natural no era ya la que convenia á la sociedad naciente; y que era forzoso que los castigos aumentasen en severidad á medida que las ocasiones de ofender se hacian mas frecuentes, supuesto que era el terror de las venganzas quien debia ocupar el lugar del freno de las leyes. En esta atencion aun cuando los hombres hubiesen llegado á ser menos sufribles ó tolerantes, y que la piedad natural hubiese ya esperimentado alguna alteracion, este período del desenvolvimiento de las facultades humanas, siendo un justo medio entre la indolencia del estado primitivo y la impetuosa actividad de nuestro amor propio, debió ser la epoca mas feliz y la mas duradera. Mientras mas se reflexiona acerca de esto, mas se reflexiona acerca de esto, mas bien se advierte que este estado era el menos propenso á revoluciones, el mejor y mas á propósito para el hombre (p), y del cual no ha debido salir sino por alguna funestísima casualidad, la que por la felicidad y utilidad comun no debió jamas haber tenido lugar. El ejemplo de los salvages, á los que ó casi todos se han hallado en este punto, parece confirmar que el género humano estaba hecho para permanecer eternamente en él, que este estado es el de la verdadera juventud del mundo, y que todos los progresos ulteriores han sido en la apariencia otros tantos pasos hechas hácia la perfeccion del individuo, y en la realidad no han sido sino hácia la decrepitud de la especie.

En tanto que los hombres se contentaron de sus cabañas rústicas, en tanto que se redujeron á coser sus vestidos de pieles con espinas ó con huesos, ó aderezarse con plumas y conchas, á pintarse el cuerpo de varios colores, á perfeccionar y hermosear sus arcos y sus flechas, á construir con piedras cortantes algunas canoas de pescadores ó algunos groseros instrumentos de música, en una palabra en tanto que no se aplicaron sino á obras que uno solo podia hacer, y á artes que no tenian necesidad del concurso de muchas manos, vivieron libres y sanos, fueron buenos y dichosos, tanto cuanto podian serlo por su naturaleza, y continuaron á disfrutar entre ellos de las bellezas y dulzuras de un comercio independiente. Pero desde el instante en que un hombre tuvo necesidad del auxilio de otro; desde que se apercibieron que era útil á uno solo el tener provisiones para dos, la igualdad desapareció, la propiedad se introdujo, el trabajo vino a ser indispensable, y las vastas selvas se metamorfosearon en agradables y risueñas campiñas, que fue preciso regar con el sudor de los hombres, y en las cuales se vieron muy pronto á la esclavitud y á la miseria germinar y crecer con las cosechas.

La metalurgía, y la agricultura fueron las dos artes cuya invencion produjo esta grande revolucion. Para el poeta, es el oro y la plata, pero para el filósofo, son el hierro y el trigo los que han civilizado á los hombres, y perdido al género humano: así el uno y el otro era desconocidos á los salvages de la America, por lo cual han siempre subsistido tales: los otros pueblos parecian igualmente haber permanecido barbaros en el interin que han practicado el uno de estos artes sin el otro; y una de las mas sólidas razones que hay, puede ser, para decir por que causa la Europa ha sido, sino antes, á lo mejor civilizada que las otras partes del mundo, es porque ella es á la vez la mas abundante en hierro, y la mas fértil en trigo.

Es muy difícil el conjecturar de que modo los hombres han llegado á conocer y á emplear el hierro, pues que no es creible que hayan imaginado por si mismos el estraer la materia de la mina, y el darle las preparaciones indispensables para ponerla en fundicion antes de saber lo que de ella resultaria. Por otra parte, se puede tanto menos atribuir este descubrimiento á algun incendio accidental, cuando las minas no se forman sino en los sitios áridos, y desnudos de árboles y de plantas; de suerte que se diria que la naturaleza habia tomado sus precauciones para ocultarnos este fatal secreto. No queda, pues, otra cosa sino la circunstancia estraordinaria de algun volcan, que habrá dado á los observadores, arrojando materias metálicas en licuacion, la idea de imitar esta operacion de la naturaleza; y aun es preciso suponerles mucho ánimo y prevision para emprender un trabajo tan penoso, y para reconocer desde tan enorme distancia, las ventajas que de ella podian sacar; lo que no es propio ni conviene casi nunca sino á entendimientos algo mas egercitados de lo que debian ser estos.

En cuanto á la agricultura, sus principios fundamentales era conocidos mucho tiempo antes que su práctica fuese establecida; y no es casi posible el que los hombres, ocupados sin cesar en sacar sus subsistencia de los árboles y de las plantas, no tuviesen incontinente el conocimiento de los conductos ó vias que emplea la naturaleza para la generacion de los vegetales: pero su industria no se dirigió probablemente sino muy tarde hácia este objeto, ya sea respecto á que los árboles, que con la caza y la pesca proveian proveian suficientemente á su manutencion, no tenian necesidad de sus cuidados, ya por falta de conocer el uso del trigo, y por carecer de prevision acerca de las urgencias futuras, y ya sea enfin por faltarles los medios para impedir á los otros el apropiarse el fruto de su trabajo. Cuando llegaron á ser mas industriosos, se puede creer que valiéndose de piedras afiladas y de palos puntiagudos, principiaron á cultivar algunas legumbres ó raices al rededor de sus cabañas, mucho tiempo antes de saber preparar el trigo, y de tener los instrumentos necesarios para la cultura en grande, sin contar que para entregarse á esta ocupacion y sembrar tierras, es forzoso resolverse á perder infaliblemente alguna cosa, para ganar mucho en lo sucesivo; precaucion muy distante del genio y entendimiento del hombre salvage, que esperimenta y tiene, como ya he dicho, un trabajo demasiado improbo, ó mas bien una repugnancia innata, en pensar por la mañana en sus urgencias de la noche.

La invencion de las otras artes se hizo por consecuencia indispensable, para obligar al género humano á aplicarse á la de la agricultura. Desde el momento en que los hombres fueron necesarios para fundir y forjar el hierro, hubo tambien necesidad de otros hombres para mantenerlos. A proporcion que el número de los obreros se multiplicaba, disminuian los brazos empleados en proveer á la subsistencia comun, sin que hubiese por esto menos bocas para el consumo, y como que fue forzoso el que los unos tomasen víveres en cambio de su hierro, los otros encontraron enfin el secreto de emplear el hierro para la multiplicacion de los víveres; de allí nacieron, de un lado la labranza y la agricultura, y del otro el arte de trabajar los metales y de multiplicar sus usos.

De la cultura de las tierras se siguió precisamente su reparticion, y de la propiedad una vez reconocida, las primeras reglas de justicia: pues para dar á cada cual lo suyo, es indispensable que cada uno deba tener alguna cosa: á esto se agrega que los hombres principiando á dirigir sus miras hácia el porvenir, y teniendo todos algunos bienes que perder, no habia ninguno entre ellos que no tuviese que temer por sí la represalia de los perjuicios que pudiese hacer á cualquier otro. Este orígen es tanto mas natural cuanto es imposible el concebir la idea de la propiedad naciente de otra cosa que del trabajo personal; porque no se ve, ni se comprende lo que el hombre, para apropiarse los objetos que el no ha hecho, pudo dar, ó poner para ello ademas de su trabajo. Es solo el trabajo el que dando derecho al cultivador sobre el producto de la tierra que ha labrado, se lo da tambien por consecuencia sobre el terreno mismo, á lo menos hasta la cosecha, y así de año en año, lo que constituyendo una posesion continua, se transforma facilmente en propiedad. Cuando los antiguos, dice Grocio, dieron á Céres el epíteto de legisladora, y á una fiesta celebrada en su honor el nombre de Tesmoforias, hicieron ver con esto qwue la reparticion de las tierras ha producido un nuevo género de derecho, es decir, el derecho de propiedad diferente del que resulta de la ley natural.

Las cosas hubieran podido permanecer igualadas, en este estado, si los talentos hubiesen sido iguales, y que el empleo del hierro, por ejemplo, y el consumo de los víveres hubieran siempre guardado un exacto equilibrio: pero la proporcion que no habia nada que la mantu fue muy pronto destruida, el mas fuerte hacia mas labor; el mas sagaz sacaba mejor partido de la suya; el mas ingenioso hallaba medios de abreviar el trabajo; el labrador tenia mas necesidad de hierro, y el herrero mucha mas de trigo; y trabajando todos igualmente, el uno ganaba mucho, mientras que el otro apenas podia vivir. Es pues así como la desigualdad natural se despliega insensiblemente con la de la combinacion, y es así como las diferencias de los hombres desenvueltas por las de las circunstancias, vienen á ser mas palpables, mas permanentes en sus defectos, y principian á influir guardando la misma proporcion, sobre la suerte de los particulares.

Las cosas habiendo llegado hasta este punto, es fácil el imaginar el resto. Yo no me detendré en describir la invención sucesiva de las otras artes, los progresos de las lenguas, la prueba y el empleo de los talentos, la desigualdad de los bienes, el uso ó el abuso de las riquezas, ni todos los pormenores que siguen á estos, y que cada cual puede comodamente agregar. Me limitaré unicamente á echar una ojeada sobre el género humano colocado en este nuevo órden de cosas.

Ve aquí enfin todas nuestras facultades desenvueltas, la memoria y la imaginacion en movimiento, el amor propio interesado, la razon puesta en actividad, y el entendimiento casi habiendo ya llegado al término de la perfeccion de que es susceptible. He aquí tambien todas las cualidades naturales puestas en accion, la clase y la suerte de cada hombre establecidas, no solamente sobre el número de los bienes y del poder de ser útil ó de dañar, pero aun sobre el entendimiento, la hermosura, la fuerza ó la destreza, el mérito o los conocimientos; y estas cualidades siendo las solas que podian atraerse ó grangearse la consideracion, se hizo muy pronto indispensable tenerlas ó el afectarlas. Fue necesasrio para la utilidad individual el manifestarse otro de lo que se era en realidad: ser y parecer vinieron á ser dos cosas totalmente diferentes, y de esta distincion salieron á luz el fasto asombroso, la astucia engañosa, el artificio malicioso, y todos los vicios que forman la comitiva de estos. En este supuesto de libre é independiente que era antes el hombre, he le aquí por un immenso número de nuevas necesidades sometido, por decirlo así, á toda la naturaleza; y sobre todo á sus semejantes de los cuales viene á ser esclavo, aun cuando llegue á ser su señor; rico, sus servicios les son indispensables; pobre, tiene necesidad de sus socorros, y la mediocridad no le pone en estado de poder pasar sin el auxilio de alguno de ellos. Es forzoso enfin que trate sin cesar de atraerse la voluntad de ellos, y hacer de modo que se interesen en su suerte; é igualmente de hacerles ver en realidad ó en apariencia las ventajas que ellos deben sacar ocupándose y trabajando por la suya; todo lo cual le convierte en falaz y artificioso para con los unos, imperioso y cruel para con los otros, y le pone en la dura situacion de engañar á todos aquellos de quienes tiene necesidad, siempre que no halla medios de hacerse temer, ó que no encuentra su interes en servirles útilmente. Enfine la ambicion devoradora, y el ardor de aumentar su riqueza relativa, mucho menos por una verdadera necesidad, que por colocarse en un lugar superior á los demas; estas dos Arpías inspiran á todos los hombres la horrenda y negra propension de perjudicarse mutuamente, y una envidia ó zelotipia secreta tanto mas dañosa, cuanto que ella se presenta, para dar su golpe con mas seguridad, disfrazada con los adornos de la benevolencia: en una palabra, concurrencia y rivalidad de una parte, oposicion de intereses de la otra, y siempre el deseo oculto de hacer su negocio en perjuicio de los demas; todos estos males son hijos del primer efecto de la propiedad, y la comitiva inseparable de la desigualdad naciente.

Antes que se hubiesen inventado los signos representativos de las riquezas, estas no podian consistir en otra cosa sino en ganados y tierras, los solos bienes reales que los hombres podian poseer. Luego que las heredades se aumentaron en número y en estension, hasta ocupar toda la superficie de la tierra y estar contiguas las unas con las otras, estas no pudieron agrandarse mas, sino á costa de las otras, y los supernumerarios á quienes la debilidad ó la indolencia habian impedido el adquirir bienes á su turno, viniendo á ser pobres sin haber perdido nada, respecto á que, cambiando todo al rededor de ellos, eran únicamente ellos los que no habian cambiando, se vieron obligados á recibir ó á arrancar su subsistencia de las manos de los ricos, y de aquí principiaron á nacer, segun los diversos caracteres de los unos y de los otros, la dominacion y el vasallage, la violencia y las rapiñas. Apenas los ricos llegaron á conocer por su parte el placer de dominar, cuando al momento desdeñaron todos los otros, y sirviéndose de sus antiguos esclavos para hacer otros nuevos, ya no pensaron en otra cosa sino en subjugar y someter á todos sus vecinos: parecidos á aquellos lobos hambrientos que habiendo una vez gustado la carne humana, desechan y miran con tedio cualquier otro alimento, y no quieren ni ansian otra cosa sino el devorar hombres. Fue así como los mas poderosos ó los mas miserables, constituyendo de sus fuerzas ó de sus necesidades una especie de derecho sobre los bienes agenos, equivalente, segun ellos, al de la propiedad; la igualdad así despreciada y rota, se vío seguida del mas horroroso desórden; fue así tambien como las usurpaciones de los ricos, los latrocinios de los pobres, y las pasiones desenfrenadas de los unos y de los otros, sufocando la piedad natural y la voz aun debil de la justicia, convirtiendo á los hombres en avaros, ambiciosos y perversos. Se suscitaba entre el derecho del mas fuerte y el del primer ocupante un conflicto perpetuo el cual no se terminaba sino por medio de combates y de muertes (q). La sociedad aun en su cuna hizo lugar al estado de guerra el mas terrible: el género humano envilecido y desolado no pudiendo ya retrogradar, ni renunciar á las adquisiciones desgraciadas que habian hecho, y no trabajando sino en su deshonor por el abuso de las facultades preciosas que le honra, se condujo por sí mismo al borde del precipicio y proximo á su total ruina.

Attonitus novitate mali, divesque, miserque,

Effugere optat opes, et quae modo voverat, odit.


No es posible el que al cabo los hombres no hiciesen reflexiones acerca de una situacion tan desdichada é infeliz, y sobre las calamidades de que se hallaba abrumados. Los ricos sobre todo debieron muy pronto reconocer cuan perjudicial y nada ventajoso era para ellos una guerra perpetua, en la cual pagaban solos todos los gastos, y en donde el riesgo de la vida era comun, y el de los bienes particular. Ademas, fuera cual fuese el motivo con que quisiesen colorear sus usurpaciones, ellos conocian suficientemente que no se hallaban establecidas sino sobre un derecho precario y abusivo, y que no habiendo sido adquiridas sino con la fuerza, la fuerza podia volvérselas á quitar, sin que tuviesen razon para quejarse de ello aquellos mismos á quienes habia enriquecido solo la industria, no podian casi fundar su propiedad sobre mejores títulos. Cualquiera de estos podia, al parecer, decir para manifestar y probar su razon y derecho: yo soy el que ha edificado esa pared, y he ganado ese terreno por medio de mi trabajo;? Y quien os ha dado las delineaciones, podian reponderle, y en virtud de que pretendeis el ser pagado á nuestras espensas, de un trabajo que nosotros no os hemos impuesto? ¿Ignorais acaso que un número inmenso de vuestros hermanos perecen ó sufren de miseria, por causa de los bienes que teneis sobrados, y que os era indispensable un consentimiento espreso y unánime del género humano para apropiaros, de lo que pertenece a la subsistencia comun, todo cuanto escede la vuestra? Destituido de razones sólidas y valederas para justificarse, y de fuerzas suficientes para defenderse, aniquilando facilmente á uno solo, pero aniquilando él mismo por el gran número de bandidos; solo contra todos, y no siéndole posible, á causa de las envidias mutuas, unirse con sus iguales contra unos enemigos unidos por la esperanza comun del pillage, el rico obligado por la necesidad, concibió finalmente el proyecto el mas meditado y capcioso que ha podido caber en el espíritu humano; y fue el de emplear en su favor las fuerzas mismas de aquellos que le atacaban, de hacer sus propios defensores de sus adversarios, de inspirarles otras máximas, y de darles unas instituciones, que le fuesen á él tan favorables, como el derecho natural le era contrario.

Con este objeto, despues de haber manifestado á sus vecinos el horror de una situacion que armaba á los unos contra los otros, que hacia tan onerosas sus posesiones como sus necesidades, y en la cual nadie podia hallar su seguridad, ni en la pobreza, ni en la riqueza, inventó con facilidad razones especiosas para atraerse á todos y conseguir sus intentos. Unámonos, les dijo, para preservar de la opresíon á los débiles, contener á los ambiciosos, y asegurar á cada uno la posesion de todo cuanto le pertenece; instituyamos reglamentos de justicia y de paz, á los cuales esten todos obligados á conformarse, que no esceptuen á nadie, y que reparen de cierto modo los caprichos de la fortuna, sometiendo de la misma manera al poderoso y al pobre á servicios y deberes mutuos. En una palabra, en lugar de dirigir nuestras fuerzas contra nosotros mismos, reunámoslas en un poder supremo que nos gobierne, por medio de sabias y justas leyes, que proteja y defienda todos los miembros de la asociacion, repela los enemigos comunes, y que nos mantenga en una eterna concordia.

No fue necesario ni aun la mitad del equivalente de este discurso, para persuadir á hombres groseros, muy fáciles de seducir, que tenian ademas muchos asuntos que aclarar y ventilar entre ellos para no poder permanecer sin árbitros, y demasiada avaricia y ambicion para que les fuese posible existir por mas tiempo tiempo sin tener señores. Todos corrieron y se anticiparon á recibir sus cadenas, creyendo asegurar su libertad; porque á pesar que tenian bastante razon para conocer las ventajas que les resultarían de un establecimiento político, les faltaba la esperiencia para prever los peligros y perjuicios que podian ocasionar: los mas capaces para presentir los abusos, eran precisamente aquellos que contaban el aprovecharse de ellos; y los sabios mismo vieron que era forzoso el resolverse á sacrificar una parte de su libertad, y perder un brazo para salvar el resto del cuerpo.

Tal fue ó debió ser el origen de la sociedad y de las leyes, las que dieron nuevas trabas á los pobres, y nuevas fuerzas á los ricos (r), destruyeron para siempre la libertad natural, fijaron para in eternum la ley de la propiedad y de la desigualdad; de una sagaz usurpacion hicieron un derecho irrevocable, y por el beneficio, o utilidad de algunos ambiciosos, sometieron desde entonces todo el género humano, al trabajo, á la pobreza y á la miseria. Se ve claramente de que modo el establecimiento de una sociedad sola, hizo indispensable el de todas las demas, y como, para resistir á las fuerzas unidas, fue necesario unirse igualmente. Multiplicándose las sociedades, ó propagándose rapidamente, cubrieron muy pronto toda la superficie de la tierra, y ya no era posible el hallar un solo rincon en el universo en donde se pudiese estar manumiso ó exento del yugo, y sustraer su cabeza de la cuchilla, infinitas veces mal dirigida, que cada hombre veia perpetuamente suspendida sobre la suya. El derecho civil habiendo de esta suerte venido á ser la regla comun de las ciudadanos, la ley natural no tuvo ya lugar sino entre las diversas sociedades, en donde bajo el nombre de derecho de gentes, fue atemperada por algunas convenciones tácitas, afin de hacer posible el trato y comunicación, y suplir á la conmiseracion natural, que ya no reside, perdiendo de sociedad en sociedad casi toda la fuerza que ella tenia de hombre en hombre, sino en algunas grandes almas cosmopolitas, las que, traspasando las barreras imaginarias que separan los pueblos, abrazan á ejemplares del ser soberano que las ha creado, todo el género humano en el ardor sagrado de su benevolencia.

Los cuerpos políticos permaneciendo por esta causa entre ellos en el estado natural, se resintieron muy en breve de los inconvenientes que habian obligado á los particulares á salir dél, y este estado vino á ser aun mas funesto entre estos grandes cuerpos, que antes lo habia sido entre los individuos de los que se encontraban compuestos, De aquí tuvieron origen las guerras nacionales, las batallas, las muertes, las represalias, que hacen temblar á la naturaleza, y combaten á la razon, y todas estas preocupaciones de las virtudes que colocan en la clase de las virtudes, el honor de derramar la sangre humana. Las gentes mas de bien y honradas aprendieron á contar en el número de sus deberes el de asesinar á sus semejantes: se les vió enfin á los hombres destruirse por millares sin saber porque, y se cometian mas muertes en un solo día de combate, y mas horrores en la toma de una sola ciudad, de los que se habian cometido en el estado natural durante siglos enteros sobre toda la superficie de la tierra. Tales son los primeros efectos que se descubren en la division del género humano en diferentes sociedades: tratemos ahora de su institucion Yo sé que muchos han dado otros orígenes á las sociedades políticas, como por ejemplo, las conquistas del mas poderoso, ó la union de los mas débiles; y la eleccion entre estas causas es diferente segun voy á establecer: sin embargo la que acabo de esponer me parece la mas natural, por las razones siguientes. 1. Que en el primer caso, el derecho de conquista no siendo de modo alguno un derecho, no ha podido por esta causa fundar ningun otro, y el conquistador y los pueblos conquistados permaneciendo siempre en estado de guerra, á menos que la nacion repuesta en plena libertad no elija voluntariamente á su vencedor por su gefe, no ha podido tampoco establecer ninguna clase de derecho. Hasta entonces todas las capitulaciones que se hayan hecho, como que no han podido basarse sino sobre la violencia, y que por consiguiente son nulas por el hecho mismo, no puede constituir en esta hipótesis ni verdadera sociedad, ni cuerpo político, ni otra ley que la del mas fuerte. 2. Que estas voces de fuerte y débil son equívocas en el segundo caso; que en el intervalo que se encuentra entre el establecimiento del derecho de propiedad ó de primer ocupante, y de los gobiernos políticos, el sentido de estos términos se halla mejor espresado por los de pobre y de rico, por que en efecto el hombre no tenia antes de que hubiese leyes otro medio de subjugar á sus iguales sino apoderándose de sus bienes, o dándoles alguna parte de los suyos. 3. Que los pobres no teniendo nada que perder sino su libertad, hubiera sido sin duda una gran locura de parte de ellos, el privarse voluntariamente del único bien que les quedaba, para no ganar ninguna cosa en cambio; que al contrario, los ricos siendo, por decirlo así, sensibles en todas las partes de sus bienes, era mucho mas fácil el hacerles daño, y que ellos tenian en esta atencion mucho mas precauciones que tomar á efecto mas á efecto de precaverse de él; y que enfin está mas en razon el creer que una cosa ha sido inventada por aquellos á quienes es útil, que no por aquellos á quienes perjudica.

En este supuesto el gobierno naciente no tuvo una forma constante y regular. La falta de filosofía y de esperiencia no dejaba apercibir otra cosa mas que los inconvenientes presentes; y no se pensaba nunca en remediar á los demas sino á medida que se presentaban. A pesar de todos los cuidados y trabajos de los mas sabios legisladores, el estado político permaneció siempre muy imperfecto, respecto que era casi hechura de la casualidad; y que mal principiado, el tiempo no pudo jamas, descubriendo los defectos y sugiriendo los remedios, reparar los vicios de la constitucion; se corregia y enmendaba sin cesar, en lugar que hubiera sido mas conveniente comenzar por purificar el aire y separar todos los materiales viejos, como hizo Licurgo en Esparta, para construir ó levantar un buen edificio. La sociedad no consistia casi en otra cosa sino en algunas convenciones generales, que todos los particulares se obligaban á observar, y de las cuales la comunidad salia por garante á cada uno de ellos. Fue forzoso que la esperiencia demostrase cuan débil era semejante constitucion, y cuan fácil era igualmente á los infractores el evitar la conviccion ó el castigo de unas faltas de las cuales el pueblo solo debia ser el testigo y el juez: fue indispensable que la ley se viese eludida de mil modos; y fue necesario tambien que los inconvenientes y los desórdenes se multiplicasen sin intermision, para que pensasen enfin el confiar á particulares el peligroso depósito de la autoridad pública, y que cometiesen á magistrados el celo y cuidado de hacer observar las débiles aciones del pueblo: porque el decir que los gefes fueron elegidos antes que la confederacion estuviese instalada, y que los ministros de las leyes existieron antes que las leyes mismas, esta es una suposicion tan ridícula, que no merece ser impugnada seriamente.

Seria tambien un absurdo el creer que los pueblos sin mas ni mas se han arrojado entre los brazos de un señor absoluto, sin condiciones y para siempre, sin apelacion, y que el primer medio que hayan imaginado los hombres altivos e indomitos, de proveer a la seguridad comun, haya sido el de precipìtarse en la esclavitud. En efecto, ¿para que se han dado superiores, sino es para que los defiendan contra la opresion, protejan sus bienes, su libertad, sus vidas, que son, por decirlo así, los elementos constitutivos de su ser?. Bajo este concepto, y siendo así, que en las relaciones de hombre a hombre, lo peor que puede acontecer al uno es el verse sometido y a la discrecion del otro, ¿no hubiera sido contra todo buen sentido el principiar por despojarse, y abandonar entre las manos de un gefe, las unicas cosas para la conservacion de las cuales tenian necesidad de su auxilio? ¿Que cosa podia él ofrecerles que fuese equivalente con la concesion de un tan bello derecho? ¿Y si él hubiese osado exigirlo, bajo el pretesto de defenderlos, no hubiera recibido al momento la respuesta del apólogo: que mas nos podrá hacer el enemigo? Es pues incontestable, y esta es la máxima fundamental de todo el derecho político, que los pueblos se han dado gefes para defender su libertad, y no para que los hagan esclavos. Si tenemos un príncipe decia Plinio á Trajano, es afin que nos preserve de tener un señor.

Nuestros politicos establecen sobre el amor de la libertad los mismos sofismas, que los que nuestros filosofos han presentado sobre el estado natural: en virtud de las cosas que ven, juzgan de cosas muy diferentes que no han visto jamas, y atribuyen á los hombres una propension natural á la esclavitud, en razon de la paciencia con la cual aquellos que tienen á la vista suportan y sufren la suya, sin pensar que sucede lo mismo con la libertad como con la innocencia y la virtud, de las cuales no se conoce el precio sino en tanto que uno mismo disfruta de ellas, y cuyo conocimiento se pierde al momento que ellas dejan de existir. Yo conozco las delicias de tu pais, decia Brasidas á un Sátrapa que comparaba la vida de Esparta con la de Persépolis, pero tu no puedes conocer los placeres del mio.

Del mismo modo que un corcél indómito eriza sus crines, da coces al aire, patea la tierra, se riste y mueve impetuosamente solo á la vista del bocado, mientras que un caballo adestrado sufre con paciencia la vara y las espuelas, así el hombre bárbaro no dobla nunca su cerviz al yugo que el hombre civilizado sufre sin murmurar ni quejarse, y prefiere la mas borrascosa y peligrosa libertad á la esclavitud mas dulce y tranquila. No es de modo alguno por medio del envilecimiento de los pueblos sojuzgados y esclavos por donde debe juzgarse de las disposiciones naturales del hombre en favor ó contra del vasallage ó servidumbre; pero sí por los prodigios que han hecho todos los pueblos libres, afin de precaverse de la opresion. No ignoro que los primeros no hacen otra cosa sino ensalzar sin intermision la paz y el reposo de que disfrutan en sus cadenas, y que miserrimam servitutem pacem appellani: mas cuando veo á los otros sacrificar los placeres, el reposo, la riqueza, el poder y aun la vida misma por la conservacion de este solo bien, tan despreciado de aquellos que le han perdido; cuando veo á los animales que nacieron libres, y que aborreciendo la cautividad, se estrellan la cabeza contra las rejas de su prision; y cuando observo enfin una multitud inmensa de salvages desnudos, mirar con tedio las sensualidades Europeas, despreciar el hambre, el hierro y el fuego, la muerte por conservar solamente su independencia, conozco y esperimento que no es dado, ni pertenece por ningun título, á los esclavos, el discutir y el hacer raciocinios sobre la libertad.

Por lo que hace á la autoridad paternal, de la cual muchos hacen derivar el gobierno y toda la sociedad, sin recurrir á las pruebas contrarias de Locke y de Sidney, será suficiente el observar, que nada hay en el mundo tan distante del espíritu feroz del despotismo como la dulzura de esta autoridad, que mira mas bien á la ventaja del que obedece que á la utilidad del que manda; que con respecto á la ley natural, el padre no es dueño del hijo sino durante el tiempo que su auxilio le es necesario, que pasado este termino vienen á ser iguales, y que entonces el hijo, independiente del padre, le debe unicamente el respeto, pero no la obediencia; pues el agradecimiento es un deber que es muy justo reconocer, pero no un derecho que pueda exigirse. En ligar de decir que la sociedad civil emana del poder paternal, seria mucho mejor que se digese que es de ella de quien este poder deriva su fuerza principal; un individuo no fue reconocido por padre de muchos otros, sino cuando ellos permanecieron reunidos en su compañía, los bienes del padre, de los que es verdaderamente él el dueño, son los vínculos que retienen á sus hijos bajo su dependencia, y puede no darles parte en su sucesion, sino en proporcion que se hagan acreedores á ello, por su continuo respeto, y por la obediencia á sus voluntades. Luego, lejos que los vasallos tengan algun favor semejante que esperar de su déspota, como le pertenecen en propiedad, tanto ellos como todo cuanto poseen, ó á lo menos el lo pretende así, están reducidos á recibir como una gracia el que les deje gozar de sus propios bienes; él obra en justicia cuando los despoja y priva de ellos; y les hace merced si les deja la vida.

En continuando de esta suerte en el examen de los hechos por el derecho, no se hallará mucha mas solidez que verdad en el establecimiento voluntario de la tiranía, y seria muy dificil el manifestar la validacion de un contrato que no obligaría sino á una de las partes, ó en el cual se hallaría todo de un lado y nada del otro, y que no se convertiría sino en perjuicio del que se obligaba. Este sistema odioso se halla muy distante de ser hoy día el de los sabios y buenos monarcas, y sobre todo de los reyes de Francia, como pueden verlo en diversos párrafos de sus edictos, y en particular en el pasage siguiente de un escrito célebre, publicado en 1667, en nombre y por órden de Luis XIV. Que no se diga enfin que el soberano no esta sugeto á las leyes de su estado, porque la proposición contraria es una verdad del derecho de gentes que la adulación ha tratado de atacar y destruir algunas veces, pero que los buenos príncipes han defendido siempre como una divinidad tutelar de sus estados. ¡Cuán más legítimo es el decir, con el sapientísimo Platón, que la perfecta felicidad de un reino, es que un príncipe sea obedecido de sus súbditos; que el príncipe obedezca la ley, y que la ley sea recta y dirigida en todos tiempos al bien público! No me detendré a indagar si la libertad siendo la más noble de todas las facultades del hombre, no es en efecto degradar su naturaleza, el ponerse al par de las bestias esclavas del instinto; ofender igualmente al autor de su ser, el renunciar sin reserva al más precioso de todos los dones, y el someterse a cometer todos los crímenes que nos prohibe, para complacer a un amo feroz o insensato; y si este arquitecto sublime debe estar más irritado de ver destruir que de ver envilecer su más bella obra. Omitiré si así lo quieren, la autoridad de Barbeyrac, quien declara positivamente según Locke, que ninguno puede vender su libertad hasta el grado de someterse a un poder arbitrario, que lo trate á discrecion, porque, añade él, esto sería vender su propia vida, de la cual nadie es dueño. Yo preguntaré unicamente, ¿Con que derecho, aquellos que no temen el degradarse ellos mismos hasta este punto, han podido someter su posteridad á la misma ignominia, y renunciar por ella á los bienes que no debió á su liberalidad, y sin los cuales la vida misma es onerosa á todos cuantos son dignos de ella?

Puffendorf dice, que de la misma manera que se transfiere un bien á cualquier otro, por convenciones y contratos, puede tambien el que quiera privarse de su libertad en favor de quien se le antoje. Este modo de reaccionar, segun me parece, es absurdísimo: porque primeramente, el bien que enageno me es por consecuencia un cosa totalmente estrangera, y el abuso del cual me es indiferente; pero me es importantísimo el que no se abuse de mi libertad, y no puedo sin hacerme cómplice del mal que se me obligará á hacer, esponer á ser el instrumento del delito. Ademas de esto el derecho de propiedad no siendo sino de convencion y de institucion humana, todo hombre puede á su gusto disponer de lo que posee; mas no es lo mismo, ni concurren en él las mismas circunstancias, con relacion á los dones esenciales de la naturaleza, tales como la vida y la libertad, de los cuales es permitido á cada uno el goce, pero es dudoso á lo menos el que tenga derecho de despojarse de ellos: el hombre privándose del uno de estos dones degrada su ser, y quitándose el otro se lo aniquila tanto cuanto está en su poder; y como ningun bien temporal es capaz de resarcir ni el uno ni el otro, seria sin duda ofender á un mismo tiempo á la naturaleza y á la razon, el renunciar á ellos, á cualquier precio que fuese: Pero aun cuando uno pudiese enagenar su libertad como sus bienes, la diferencia seria grandísima para los hijos, que no disfrutan de los bienes del padre sino por transmision de su derecho, en lugar que la libertad siendo un don que ellos tienen de la naturaleza en calidad de hombres, sus padres no han podido tener ningun derecho para privarlos de ella, de suerte que como para establecer la esclavitud ha sido forzoso hacer violencia á la naturaleza, fue tambien necesario el cambiarla para perpetuar este derecho; y los jurisconsultos que han pronunciado con gravedad, que el hijo de un esclavo nacerá esclavo, han decidido en otros términos, que un hombre no naceria hombre.

Me parece pues cierto, que no solamente los gobiemos no han principiado por el poder arbitrario, que no es otra cosa mas que la corrupcion, término estrerno, y que les conduce enfin á la sola ley del mas fuerte, de la cual ellos fueron ó quisieron ser el remedio, sino que aun cuando asi hubiesen comenzado, este poder siendo ilegítima por su naturaleza, no ha podido servir de base á los derechos de la sociedad, ni por consiguiente á la desigualdad de Institucion.

Sin entrar hoy en las indagaciones que están aun por hacer sobre la naturaleza del pacto fundamental de todo gobierno, me ciño especialmente, siguiendo la opinion comun, á considerar aquí el establecimiento del cuerpo político como verdadero contrato entre el pueblo y los gefes queél se ha elegido; contrato por el cual las dos partes se obligan á la observancia de las leyes que en él se han estipulado, y que forman os lazos de su union. El pueblo babíendo, acerca del capítulo de las relaciones sociales, reunido todas sus voluntades en una sola, todos los artículos sobre los cuales esta voluntad se esplica, vienen á ser otras tantas leyes fundamentales, que obligan á todos los miembros del estado sin escepcion, y una de las que prescriben y ordenan la eleccion y el poder de los magistrados encarcagados de celar la egecucion de las demas. Este poder se estiende á todo cuanto puede mantener la constitucion, sin poder llegar jamas hasta el término de cambiarla; á él agregan honores que hacen respetables las leyes y sus ministros, y para estas prerogativas personales que os indemnizan de los penosos trabajos que trae consigo, cuesta, una buena administracion. El magistrado, por su arte, se obliga á no usar del poder que le ha sido confiado, sino segun la intencion de sus comitentes, a mantener á cada uno en el tranquilo goce de lo que le pertenece, y á preferir en toda ocasion la utilidad pública á su interes propio.

Antes que la esperiencia hubiese manifestado, ó que el conocimiento del corazon humano hubiese hecho prever los abusos inevitables, de semejante constitucion, ella debió parecer tanto mejor, cuanto que eran los que estaban encargados de celar su conservacion los mas interesados en ella: porque el magistrado y sus derechos no hallandose establecidos sino sobre las le es fundamentales, al momento que ellas fuesen destruidas, los magistrados cesarían de ser legítimos, y el pueblo no estaría ya obligado á obedecerles: y como que no habria sido el magistrado, sino la le quien habria constituido la esencia de estado, cada uno volvería á entrar de derecho en su libertad natural.

Por poco que sobre este objeto se reflexionase, lo que acabo de decir se confirmaria por medio de nuevas razones, y por la naturaleza del contrato verían que no puede ser irrevocable: porque si no habia ningun poder superior, que pudiese ser garante de la fidelidad de los contrayenles, ni forzarlos al cumlimiento de sus empeños recíprocas, as partes serian los solos jueces en su propia causa, y cada una de ellas tendria en todo tiempo el derecho de renunciar al contrato en el momento que la otra violase las condiciones, ó que estas cesasen de convenirle. Es sobre este principio que parece que el derecho de abdicar puede estar fundado. Luego, no considerando, como hacemos, sino la institucion humana, si el magistrado que tiene todo el poder en su mano, y que se apropia todas las ventajas del contrato, goza ademas del derecho de renunciar á la autoridad, con mas justa razon el pueblo, que paga todas las fallas de los gefes, deberia tener el derecho de renunciar á la dependencia. Pero las discusiones horrorosas, los desórdenes infinitos que produjera necesariamente un tan peligroso poder, manifiestan mas que otra cosa, cuan grande era la necesidad qne tenian los gobiernos humanos de una base mas sólida que la de la sola razon, y cuan indispensable era para la tranquilidad pública que la voluntad divina interviniese, para dar á la autoridad soberana un carácter sagrado é inviolable, que quitaseá los súbditos el funesto derecho de disponer de ella. Aun cuando la religion no hubiese hecho á los hombres sino este bien, él seria muy suficiente para que todos debiesen amarla, y adaptarla, aun con sus innumerables abusos, pues que ella por s! evita mucha mas efusíon de sangre, que el fanatismo hace derramar: mas sigamos el hilo de nuestra hipótesis.

Las diversas formas de los gobiernos traen su orígen de las diferencias, mas ó menos grandes, que se encontraron entre los particulares al momento de la institucion. Si se hallaba, por ejemplo, un hombre eminente en fuerza, en virtud, en riqueza, ó en crédito, este fue el solo á quien se eligió por magistrado, y el estado vino á ser monárquico. Si muchos casi iguales entre ellos, eran superiores á todos los demas, estos fueron elegidos juntos, é instalaron una aristocracia. Aquellos cuyos bienes y talentos guardaban mejor proporcion, que se habian alejado menos del estado natural, conservaron en commun la administracion suprema y erigieron una democracia. El tiempo verificó la cual de estas formas era a mas ventajosa á los hombres: los unos permanecieron sometidos unicamente á las leyes, los otros obedecieron muy pronto á señores: los ciudadanos quisieron conservar y guardar su libertad, los vasallos no pensaron sino en quitársela á sus vecinos, no pudiendo sufrir el que otros disfrutasen de un bien del cual no gozaban mas ellos mismos. En una palabra, de un lado pasaron las riquezas y las conquistas, y del otro la felicidad y la virtud.

En estos diversos gobiernos todos los magistrados fueron no obstante electivos; y cuando la riqueza no prevalecia para ser nombrado, la preferencia se concedia al mérito, que da un ascendiente natural, y á la edad que da esperiencia en los asuntos, y calma en las deliberaciones. Los ancianos de los Hebreos, los Gerentes de Esparta, el senado de Roma, y la etimología misma de nuestra palabra Señor, manifiestan cuan respetada era otras veces la vejez, Mientras mas las elecciones recaian sobre hombres avanzados en edad, tanto mas frecuentes venian á ser, y mas sus embarazosy dificultades se hacian sentir: las cabalas y las maquinaciones se introdugeron, las facciones se formaron, los partidos se enfurecieron; y las guerras civiles se excitaron; enfin la sangre de los ciudadanos fue sacrificada á la pretendida felicidad del estado, y se estuvo en vísperas de recaer en la anarquía de los tiempos anteriores. La ambicion de los principales se aprovechó de tales circunstancias, para perpetuar sus empleos en sus familias; el pueblo, acostumbrado ya á la dependencia, al reposo, á las comodidades de la vida, y hallándose ya en un estado muy distante de poder romper sus prisiones, consintió en dejar aumentar su esclavitud para asegurar su tranquilidad, y fue así por lo que los gefes viniendo á ser bereditarios, se acoslumbraron á mirar la dignidad de magistrado como un patrimonio de familia, á mirarse ellos mismos como los propietarios del estado, del cual no eran el principio sino los oficiales, á llamar á sus concindadanos sus esclavos, á conlarios, como si fuesen rebaños, en en el número de las cosas que les pertenecían; y á decirse ellos mismos iguales á los dioses, y reyes de los reyes.

Si seguimos los progresos de la desigualdad en las diferentes revoluciones, hallarémos que el establecimiento de la ley y del derecho de propiedad fue su primer término, la institucion del magistrado el segundo, que el tercero el último fue el cambio del poder legítimo en poder arbitrario; de modo que el estado de rico y de pobre fue autorizada por la primera época, el de poderoso y débil por la segunda, y por la tercera el de señor y el de esclavo, que es el último en el cual vienen á parar todos los otros, hasta tanto que nuevas revoluciones disuelvan del todo el gobierno ó le hagan aproximarse de la institucion legítima.

Para comprender la necesidad de tal progreso, es indispensable considerar mucho menos los motivos del establecimiento del cuerpo político, que la forma que toma en su egecucion, y los inconvenientes que trae consigo; porque los vicios que hacen urgentes las instituciones sociales, son los mismos que hacen inevitables los abusos en ella: y como las leyes en general, esceptuando la sola Esparta, en donde la ley velaba príncipalmente sobre la educacion de los niños y en donde Licurgo estableció unas costumbres que le dispensaban casi de añadirles leyes, siendo mas débiles que las pasiones contienen á los hombres sin cambiarlos: seria muy fácil el probar que todo gobierno que marchase siempre, sin corromperse ni alterarse, exactemente segun el objeto de su institucion, habria sido instituido sin necesidad, y que un pais en el cual nadie eludiria las leyes, ni abusaria del magistrado, no tendria tampoco necesidad de magistrados ni de leyes.

Las distinciones políticas traen consigo infaliblcmente las distinciones civiles. La desigualdad creciendo entre el pueblo y sus gefes, se hizo muy pronto conocer entre los particulares, y se modificó en ellos de mil maneras, segun las pasiones, los talentos y las circunstancias. El magistrado no podrá usurgar un poder ilegítimo sin el apoyo de algunas personas, á las cuales se ve precisado á cederles una parte. De otra suerte, los ciudadanos no se dejan oprimir sino en tanto que impelidos por una ambicion desenfrenada y ciega, y mirando mas bien por debajo que por encima de ellos, la dominacion les es mas grata y apreciable que la independencia, y consiente en llevar cadenas, afin de poder á su turno hacerlas arrastrar por otros. Es dificilísimo el reducir á la obediencia á aquel que no desea mandar, y el político mas sagaz no conseguirá jamas el someter á hombres que no anhelan, ni quieren otra cosa mas que el ser libres: mas la desigualdad se propaga sin trabajo ni repugnancia entre las almas ambiciosas y viles, viles, dispuestas en todas ocasiones á correr las contingencias y riesgos de la fortuna, y á dominar ó servir, casi indiferentemente, se un esta les es favorable ó contraria. Así fué sin duda como debió llegar un tiempo en el cual los ojos del pueblo fueron fascinados hasta tal punto, que sus conductores no tenian mas que decir, al mas pequeño de todos los hombres: sé grande, tú y toda tu casta, y al instante parecia grande á todo el mundo, y aun á símisuio; y sus descendientes se han engrandeciendo á medida que se alejaban de él: mientras mas incierta y remota era la causa, tanto mas aumentaba el efecto; y mientras mas ocíosos y haraganes podian contarse en una familia, tanto mas ilustre venia ella á ser.

Si fuese aquí el lugar en donde debiera entrarse en por menores de este órden, esplicaria facilmente de que modo, sin que aun el gobiemo se mezcle en ello, la desigualdad de crédito y de autorídad se hace inevitable entre los particulares (s), al momento en que reunidos en una misma sociedad, se ven obligados á compararse entre si, y á hacer mencion de las diferencias que hallan en el uso continuo que tienen que hacer los unos de los otros. Estas diferencias son de muchas especies: pero en general la riqueza, la nobleza ó la clase, el poder y el mérito personal siendo las distinciones principales por las cuales nos medimos en la sociedad, probaré que la conformidad ó la discordancia de estas divergas fuerzas, es la indicacion lamas segura de un estado bien ó mal constituido: haré ver que entre estos cuatro géneros de desigualdad, las cualidades personales siendo el orígen de todas las otras, la riqueza es la última á la cual se reducen todas al fin, porque siendola mas útil é inmediata al bien estar, es por consecuencia la mas fácil á comunicarse, y se sirven de ella muy comodamente para comprar todo el resto. Observacion que puede por sí misma hacer juzgar con bastante exactitud del modo como, y porque, cada pueblo se ha alejado de su institucion primitiva, y del camino que ha hecho hácia el término estremo de la corrupcion. Demostraré hasta la evidencia cuanto y de que manera este deseo universal de reputacion, de honores y de preferencias, que nos devora á todos, ejerce y compara los talentos y las fuerzas; cuan escita y multiplica las pasiones; hasta que grado hace que todos los hombres sean pretendíentes, rivales, ó mas bien enemigos; y cuantos infortunios, felicidades y catástrofes de toda especie causa todos los dias, haciendo correr la misma lid á tantos aspirantes. Manifestaré que este ardor de hacer que se hable de si, este furor de distinguirse, es lo que nos tiene casi siempre enagenados, á quienes debemos todo cuanto hay de mejor y de peor entre los hombres, nuestras virtudes, y nuestros vicios, nuestras ciencias y nuestros errores, nuestros conquistadores y nuestros filósofos, es decir, una multitud inmensa de cosas malas sobre un pequeño número de buenas. Probaré enfin que si se ve un puñado de poderosos y de ricos en la cumbre de las dignidades y de la fortuna, mientras que la multitud vive envilecida y desgraciada en la obscuridad y en la miseria, es porque los primeros no aprecian las cosas de que disfrutan, sino en cuanto los otros se ven privados de ellas, y que, sin cambiar de estado, cesarian de ser dichosos, si el pueblo cesase de ser pobre,

Mas estos por menores solos serian materia suficiente para una obra considerable, en la cual se compararian las ventaias y los inconvenientes de toda especie de gobierno, con relacion á los derechos del estado natural; y en donde se descubririan todas las formas diferentes bajo las cuales la desigualdad se ha manifestado hasta este dia, y podrá manifestarse en los siglos futuros, segun la naturaleza de sus gobiernos, y las revoluciones que los tiempos traerán consigo indispensablemente. Se vería á la multitud oprimida en lo interior, por la misma serie de precauciones que habia tomado contra lo que la amenazaba por la parte esterior: se vería crecer y aumentarse continuamente la opresion, sin que los oprimidos pudiesen nunca saber hasta que término llegaría, ni quemedios legítimos les quedaria para reprimirla, y detener su curso: se verian los derechos de los ciudadanos y las libertades nacionales estinguirse poco á poco, y las reclamaciones de los débiles tratadas de murmuraciones sediciosas: se veria á la política restringir á una porcion memenaria del pueblo el honor de defender la causa comun; se veria de allí producirse la necesidad de los impuestos; al cultivador desanímado abandonar su campo durante la paz, y dejar el arado para ceñir la espada; se verían nacer las máximas funestas y ridículas de lo que llaman punto de honor; y se verían tambien á los defensores de la patria venir á ser, tarde ó temprano , los enemigos de ella, tener sin cesar el puñal levantado sobre sus conciudadanos, y llegaría un tiempo en que se les oiria decir al opresor de su pais.

 Pectore ai fratres gladium juguloque parentis
Caudete me jubeas, gravidaaque in viscera parta
Conjugis, invit-á peragam tumen omnia dextrá.

De la estrema desigualdad de las condiciones y de las riquezas, de la diversidad de las pasiones y de los talentos; delas artes inútiles, de las artes perniciosas, de las ciencias frívolas salieron una mullitud de preocupaciones contrarias á un mismo tiempo á la razon, á la felicidad y á la virtud: se veria fomentar por los gefes todo cuanto pudiese debilitar y desunir á, hombres reunidos, todo lo que pudiese dar á la sociedad un aire aparente de concordia, y sembrar en ella un gérmen de division real, todo aquello que puede inspirar á las diferentes clases una desconfianza y un odio mutuo con respecto á la oposicion de sus derechos v de sus intereses, y fortificar de consiguiente el poder que contiene y oprime á todos.

Es del seno de este desórden y de estas revoluciones de donde el despotismo levantando por grados su cabeza monstruosa y horrenda, y devorando todo cuando viese de bueno y de sano en todas las partes del estado, conseguiría en fin el hollar y menospreciar las leyes y el pueblo, y establecerse sobre las ruinas de la república. Los tiempos que precederian á este último trastorno serian tiempos de confusion y de calamidades, mas al fin todo seria destruido por el monstruo, y los pueblos no tendrian mas ni gefes ni leyes, sino tiranos únicamente. Desde este mismo instante cesarian tambien de existir las costumbres y la virtud, y no se hablaria mas de ellas; pues por todas partes en donde reina el despotismo cui ex honesto nulla est spes, no sufre ningun otro señor, al momento que habla, no hay ya ni probidad ni ningun deber que consultar, y la mas ciega obediencia es la sola virtud que les queda á los esclavos.

Es este el ultimo término de la desigualdad, y el punto estremo que cierra el círculo, y toca con el punto de donde hemos salido: es este el caso en que todos los particulares vuelven á ser iguales, pues que no son nada», y que los vasallos no teniendo ya otra ley sino la voluntad del amo, ni el señor otra regla mas que sus pasiones, las nociones del bien, y los principios de la justicia se desvanecen de nuevo. Es en esta circunstancia en la que todo vuelve y se reduce á la sola ley del mas fuerte, y por consiguiente á un nuevo estado natural diferente de aquél por el cual hemos principiado, respecto de que el uno era el estado natural en toda su pureza, y que este último es el fruto de un esceso de corrupcion. Hay pues tan poca diferencia entre estos dos estados, y el contrato del gobierno se halla de tal modo disuelto por el despotismo, que el déspota no es señor sino tanto tiempo cuanto él es el mas fuerte, y que al punto que pueden espulsarle no tiene nada que reclamar contra la violencia. El motín que acaba por ahorcar ó destronar á un Sultan, es un acto tan jurídico como aquellos por los cuales él disponía el dia antes de las vidas y de los bienes de sus vasallos: la fuerza sola era quien le sostenía, la fuerza sola es quien le derriba: todas las cosas pasan así, y tienen este curso segun el órden natural; y sea cual pueda ser el acontecimiento de estas, cortas y frecuentes revoluciones, nadie podrá quejarse de la injusticia de otro, pero sí únicamente de su propia imprudencia ó de su desgracia.

Descubriendo y siguiendo de esta suerte los caminos olvidados y perdidos, que del estado natural han debido conducir al hombre al estado civil; en restableciendo, con las aserciones intermediarias que acabo de indicar, aquellas que la urgencia del tiempo y mi priesa me han hecho suprimir, ó que la imaginacion no me ha sugerido, todo lector reflexivo no podrá dejar de admirarse del espacio inmensa que separa estos dos estados. Es en esta lenta sucesion de cosas en donde verá la solucion de una infinidad de problemas de moral y de política que los filósofos no pueden resolver. Conocerá que el género humano de una edad, no siendo de ninguna manera el género humano de otra edad, la razon porque Diógenes no hallaba un hombre, es que buscaba entre sus coetáneos el hombre de un tiempo que ya habia pasado. Caton, dirá, pereció con Roma y la libertad, porque no era hombre del siglo en que nació; y el mas grande de los hombres no hizo otra cosa sino sorprender y maravillar á las gentes que hubiera gobernado quinientos años antes. En una palabra, él esplicará de que modo el alma y las pasiones humanas alterándose insensiblemente, cambian, por decirlo así, de naturaleza, por que causa nuestras necesidades y nuestros placeres varian de objetos con el tiempo; por que razon el hombre original desvaneciéndose gradualmente, la sociedad no ofrece otra cosa á los ojos del sabio sino una reunion de hombres artificiales, y de pasiones facticias que son hechura de todas esas nuevas relaciones, que no tienen ningun verdadero fundamento en la naturaleza. Todo cuanto la reflexion nos enseña sobre esto, la observacion lo confirma perfectamente: el hombre salvage y el hombre civilizado difieren de tal suerte acerca del fondo del corazon y de las inclinaciones, que aquello que hace la felicidad suprema del uno, reduciría al otro á un estado de desesperacion: el primero no anhela ni respira, sino el reposo y la libertad, no quiere sino vivir y permanecer ocioso, aun la ataraxia misma del estoico no llega á la profunda indiferencia que esperimenta por cualquier otro objeto: al contrario, el ciudadano siempre en actividad, suda, se agita, y se atormenta sin cesar á fin de buscar ocupaciones aun mas laboriosas, él trabaja hastala muerte, y corre á ella igualmente, por medio de aquello mismo que desea para poder hallarse en estado de vivir, ó renuncia á la vida por adquirir la inmortalidad. Obsequia á los grandes á quienes aborrece, y á los ricos á quienes desprecia; no admite nada á efecto de obtener el honór de servirles; se gloria orgullosamente de su bajeza y de la proteccion de ellos, y soberbio y contento de su esclavitud, habla con menosprecio de aquellos que no tienen la dicha ni el honor «le ser participes. ¡Que espectáculo seria para un Caribe el ver ó el conocer los trabajos penosos y envidiados de un ministro europeo! ¡Cuantas muertes crueles no preferiria este indolente salvage al horror de una vida semejante, que muchas veces no se ve siquiera dulcificada por el placer de hacer bien! Mas para ver el fin de tantos cuidados y fatigas, sería necesario que estas voces potestad y reputacion tuviesen un sentido en su entendimiento; que comprendíese que hay una clase de hombres que cuentan por una gran cosa los acatamientos del resto del universo, y que saben ser felices y estar contentos de ellos mismos con las demostraciones testimonios agenos, mas bien que con los suyos propios. Tal es, en efecto, la verdadera causa de todas esas diferencias: el salvage vive en sí mismo; el hombre social, siempre fuera de si, no sabe vivir sino en la opinion de los otros, y es del juicio solo, por decirlo así, que ellos hacen de él, de donde deduce el sentimiento de su propia existencia. No es de mi íncumbencia, ni tiene conexion con mi asunto, el demostrar por que causa, de una disposicion de esta especie nace tanta indiferencia para el bien y el mal, con tan bellos discursos morales: por que razon reduciendose todo á las apariencias, no hay cosa que no se convierta en facticia y frívola, el honor, la amistad, la virtud, y muchas veces hasta los vicios mismos, de los cuales se halla enfin el secreto de glorificarse; de que manera, en una palabra, preguntando siempre á los otros lo que somos, y no usando jamas interrogarnos sobre ello á nosotros mismos, en medio de tanta filosofía, humanidad; urbanidad y máximas sublimes, no tenemos sino un esterior engañoso, vano é insustancial, honor sin virtud, razon sin sabiduría, y placer sin felicidad. Creo me es suficiente el haber probado que no es este el estado original del hombre; y que únicamente es el espíritu de la sociedad y la desigualdad que él engendra, quien cambia y altera de este modo todas nuestras inclinaciones naturales.

He procurado esponer el orígen y el progreso de la desigualdad, el establecimiento y los abusos de las sociedades politicas, tanto cuanto estas cosas pueden deducirse de la naturaleza del hombre, por las luces solas de la razon é independientemente de los dogmas sagrados que dan á la autoridad soberana la sancion de derecho divino. De aquí se sigue en virtud de esta esposicion, que la desigualdad siendo casi nula en el estado natural, debe su orígen, fuerza y aumento al desenvolvimiento de nuestras facultades y á los progresos del espíritu humano, y viene enfin á hacerse estable y legítima por el establecimiento de la propiedad y de las leyes. Se sigue, ademas, que la desigualdad moral autorizada por el derecho positivo solo, es contraria al derecho natural todas las veces que ella no concurre en la misma proporcion con la desigualdad física, distincion que determina suficientemente lo que se debe pensar, acerca de esto, de la clase de desigualdad que reina entre todos los pueblos civilizados, pues que es manifiestamente contraria á la ley natural, de cualquier manera que la diefinan, que un niño mande á un viejo, que un mentecato conduzca á un hombre sabio, y que un puñado de gentes abunden y estén repletas de superfluidades, mientras que á la multitud hambrienta le falta lo necesario.


FIN DEL DISCURSO