Discurso sobre el fomento de la Industria popular: 12
Capítulo X
Resta ahora recorrer por mayor el estado de nuestras Provincias para enterarse de la necesidad de propagar en ellas la industria que les sea más proporcionada.
Esta necesidad no es objeto que requiere declamaciones ni argumentos para persuadirse a los bien intencionados y amantes de la gloria nacional. Si alguno dudare, por no haber viajado por el Reino, con facilidad podrá desengañarse por sí mismo.
Galicia, de tiempo inmemorial ha unido a la labranza una proporcionada cantidad de ganado a cada vecino, para labrar y abonar sus tierras, con la industria de las telas de lienzo. Es por lo mismo la Provincia más poblada del Reino, aunque el labrador está cargado con mucha renta y gabelas dominicales, además de las contribuciones ordinarias.
Esta Provincia, aunque no tiene otros auxilios, paga más puntualmente que ninguna sus tributos. Así se observó que en el feliz ascenso de Carlos III al trono, cuando se dignó remitir a sus vasallos lo que debían por atraso de contribuciones, no disfruto de esta gracia a causa de la puntualidad con que aquellos naturales habían pagado, por efecto de su industria popular, a que se debe atribuir su Población.
Cataluña, que después de Galicia pasa por una de las Provincias más pobladas de la España, no tiene esta industria tan unida. Sus labradores pagan mayores derechos dominicales a los dueños solariegos, la nobleza posee la mayor parte de los diezmos y el reedificio de las iglesias corre a cuenta del vecindario, eximiéndose aquellos de una carga que el Concilio les impone. El ganado no está en igual proporción para el abono de las tierras, y las manufacturas, establecidas en este siglo por la mayor parte, utilizan sólo a Barcelona y a algunos otros pueblos considerables.
La bolla o sello impedía su propagación, como lo advierte el señor Marcandier respecto al sello que se pone en Francia aún a las manufacturas de poca monta. Carlos III libertó a Cataluña de estas trabas contrarias a su industria, aboliendo la bolla enteramente.
Andrés Navagero, Embajador de Venecia, refiere en su Viaje de España que en el año 1523, en que pasó por Cataluña, estaba casi despoblada y llena de delincuentes y bandidos, por el abuso de sus leyes municipales. Y en la misma constitución permaneció hasta el presente siglo, en que la nueva planta de gobierno que la dio Felipe V restableció la justicia, animó la industria y, con el acantonamiento de las tropas, se fomentaron insensiblemente las manufacturas.
Por manera que en Galicia las fábricas populares de tiempo inmemorial la han mantenido poblada y sólo resta el establecimiento de algunas otras industrias, y de más valor, que vuelvan el país comerciante. En Cataluña faltan aún las fábricas populares que consoliden su población actual. Y aunque parezca más brillante el comercio de Cataluña y más lucroso, como lo es en efecto a ciertos pueblos y fabricantes de aquel Principado, es más general y benéfica la constitución de Galicia, y mucho más sólida y duradera.
En Cataluña conviene fomentar las aldeas, trasladando a ellas mucha parte de la industria que se va a las Ciudades, en perjuicio de las aldeas y de los campos. En Galicia es necesario dar industria a los pueblos grandes, pero siempre con atención a no atraerles aldeanos, porque el verdadero interés del Estado consiste en mantener dispersa la industria en caserías y lugares chicos.
Andalucía es más fértil que aquellas dos Provincias, pero está destituida de industria popular, y hallándose en pocas manos estancada la agricultura, sus habitantes por lo común son unos meros jornaleros, que sólo tienen ocupación precaria a temporadas y en el resto del año gimen en la miseria, sumergidos en la inacción por la falta de tarea lucrosa en que emplearse, y a su familia. Sus mujeres e hijos carecen de ocupación, y encerrados los vecinos en grandes Ciudades y pueblos, viven a expensas de la caridad de los eclesiásticos y de otras personas, llenos de una lastimosa escasez que no corresponde a la feracidad del suelo y que no depende, seguramente, de pereza de los naturales, sino de la constitución política. Si no se acerca esta constitución a los principios que unen en Galicia la labranza, la cría de ganados y las fábricas populares, por más esfuerzos que se hagan serán infructuosos cuantos medios no tengan por norte estos tres objetos.
Las Provincias de riego, como Murcia y Valencia, requieren muchos brazos para cultivar los frutos. La preciosidad de ellos indemniza al dueño y al cultivador, por más que éste paga unos arrendamientos exorbitantes, que pueden con el tiempo disminuir la industria, como se está experimentando en Inglaterra por el exceso y abuso de los propietarios.
La Rioja es una Provincia cuya industria no está bien conocida ni suficientemente aplaudida. Su agricultura no cede a otra ninguna; la variedad de sus frutos acredita la aplicación de los naturales, y no impide que en ella se encuentre un gran número de fábricas populares y ordinarias.
En Asturias, Montaña, Vizcaya y Guipúzcoa podría fomentarse la quincallería, todo género de trabajos en el hierro y en el acero. La poca inteligencia de sus naturales en estas manufacturas es la causa de que se desperdicien el aprovechamiento de estos ramos que el hierro, la leña, el carbón de piedra de Asturias, la bondad y abundancia de las aguas y la proximidad al mar les ofrecen.
La pesca pudiera suplir en gran parte a la escasez de sus frutos, y no sería ramo de corta consideración el flete de las maderas preciosas de Indias, de que podrían trabajar muchos muebles usuales y vender el sobrante a los extranjeros, o para nuestras Provincias interiores. El cedro y caoba suministrarían a los ebanistas una ocupación continua.
En la Mancha hay todavía vestigios de una provechosa aplicación al estambre en ligas y medias; sus alfombras son aún un resto de la industria antigua, que sería más fácil restaurar. En Cuenca se están restableciendo diversas especies de alfombras y de tejidos de lana. Su fomento podría detener la absoluta decadencia a que rápidamente camina aquella ciudad. Las de África ganan sobre nuestra balanza las sumas que reciben por el sobrante de su agricultura que nos venden.
En uno y otro carecen de justa causa de murmurar, pues si quieren ayudar, lo pueden hacer cuantos habitadores tiene el Reino. Si no les parece bien lo que se discurre, están en derecho de rectificar las ideas, y si no piensan cansarse en el todo, pueden con utilidad dedicarse a alguna parte de la industria común. El que le parezca posible copiar de libros extranjeros estas ideas, apropiadas al estado actual de España, pruebe sus fuerzas y publique sus resultas. De los que sin leer el discurso se arrojan a formar juicio de él es necesario tener gran lástima.
Las Provincias como Extremadura, cuyos terrenos ocupan rebaños forasteros, carecen de una labor proporcionada a la conservación y aumento de la población. No tiene suficiente ganado propio para beneficiar las tierras, ni puede recoger linos, cáñamos, sedas, lanas churras, ni los materiales primeros de las artes. Las leyes, siguiendo el orden de la misma naturaleza, disponen que los terrenos se aprovechen con preferencia en los frutos más preciosos y que la tierra se mantenga poblada.
No deben repelerse los demás esquilmos, en cuanto sean sobrantes y compatibles con los principales objetos de la sólida población y su aumento.
La mala inteligencia de las leyes agrarias daña en una Nación tanto como las malas cosechas, y acaso más.
Los temporales alternan, pero los sistemas mal entendidos obran permanentes y continuados perjudiciales efectos.
Resérvase a otro discurso proponer a la Nación las reflexiones tocantes a la agricultura y a la población, porque están en una íntima correspondencia con la industria bien organizada e injerta, por decirlo así, en la labranza.
Donde escasean las cosechas y la tierra se mantiene inculta, faltan los hombres, y sin éstos en gran número y bien mantenidos, desfallece la industria.
Hay Provincias reducidas a la labranza y a alguna cría de ganados, que no emplean toda su gente. Y mientras quedan habitadores desocupados en un país es defectuosa e imperfecta su constitución. Sujetando estas reflexiones a personas más instruidas, las presenta su autor con la debida modestia y respeto al discernimiento de los Superiores, por si pudiesen ser útiles a la Nación, sin ánimo de censurar a persona alguna. Pues otros Estados se hallan en igual o poco más ventajosa industria, aunque algunos han demostrado con su ejemplo la posibilidad de establecer ésta en todas partes.
Ella, a la verdad, requiere tiempo y constancia de principios para remover los obstáculos, usando de la incontrastable fortaleza a que conduce un espíritu lleno de equidad y libre de miras personales. Y así como Galicia es ejemplo de las ventajas que anunciamos, no debe repelerse esta demostración y modelo, que está a la vista de todos. Esto no es decir que Galicia tenga la industria de que es susceptible, antes necesita una atención particular para ocupar útilmente todos sus habitantes.