Discurso sobre el fomento de la Industria popular: 03

Capítulo I

La agricultura sin artes es lánguida, porque la mujer, las hijas y los niños de un labrador, donde no se ocupan en las fábricas, son una carga, aunque indispensable, que abruma al jornalero y enflaquece al labrador más acomodado.

Quisieron algunos, hasta en libros impresos hacer correr en España la opinión de que bastaba animar la agricultura para que floreciese la península.

Por el mismo tiempo, hizo demostración el Abate Galiani en Francia de que la agricultura sola es insuficiente e incapaz de sostener un País, y la cosa es clara, porque ésta no emplea todos los hombres, ni en todos los tiempos. Un gran número de habitantes no tienen robustez ni disposición para sus faenas. ¿Qué se hará de tan gran porción del Pueblo si se descuidan las artes y se pone sólo la atención en la agricultura y cría de ganados?

Se ha de confesar que tales discursos son inadaptables a Estado alguno. Es preciso que los tres ramos de labranza, crianza e industria se animen al mismo tiempo y con igual proporción.

Cuando nuestra labranza se hallaba pujante, estaban las Ciudades, Villas y Lugares de Castilla llenas de fábricas de lanas finas, entrefinas y ordinarias.

La mujer e hijas del labrador se ocupaban en beneficiar e hilar la lana y no se conocían paños, estameñas, sargas, bayetas ni cordellates extranjeros entre nosotros.

Ahora viste la gente común de géneros de lana fabricados fuera de España y ya se puede contar, sobre once millones de población, a cuánto puede ascender la balanza que paga la nación por este solo ramo. Si se agrega el consumo de las Indias, duplicará la pérdida nacional.

Además de esta balanza, pierde el vecino el jornal que ganarían su mujer e hijas y lo que podrían adelantar sus hijos hasta los catorce años, antes que tengan la robustez necesaria para las fatigas del campo, ocupándose en hilar o cardar lana.

Las medias, ligas y otros géneros menudos de estambre pertenecen a la propia industria y son otras tantas ventajas que ahora faltan a nuestras familias.

El jornalero gana, cuando más, cuatro reales o cuatro y medio. Descontando los días de fiesta, los que está enfermo o en que le falta trabajo, vive una gran parte del año sin auxilio.

¿Como podrá mantener su familia? Los frutos de su trabajo son para el dueño de las tierras o arrendatario que le empleare, y a él ninguna otra esperanza ni provecho de la agricultura le queda más que su mero jornal, interpolado a temporadas.

¿Cuántos millares de familias están en el Reino constituidos en la clase de jornaleros? ¿Qué diferencia, en la mayor parte del año, se encuentra de estas familias a los mendigos?

La cantinela ordinaria se reduce a que los Españoles son perezosos. Es un error común, que sólo pueden haberle propagado nuestros enemigos y creídole nosotros porque en realidad vemos ocioso todo el mujeriego y a los niños y niñas en todos o los más pueblos donde no hay fábricas. Y como éstas son tan raras, atribuimos a la Nación lo que es efecto necesario de no buscar ocupación continua a estas honradas familias.

Si no tienen en qué ocuparse, ¿como se las puede tachar de perezosas sin hacerles conocida injuria? ¿Es, por ventura, más molesto ocuparse en hilar y tejer que en la penosa tarea del campo?

Los que ganan, cuando pueden, su jornal a la inclemencia, es cosa bien clara que con mayor descanso se ocuparían en todas las maniobras de la lana, lino, etc. Esto no es dar preferencia a las manufacturas respecto a la labranza, antes todo el sistema de este discurso se encamina a auxiliar al labrador y su familia por medio de la industria, uniéndola en todo cuanto sea posible con la labranza.