Diez años de destierro/Parte I/III

CAPITULO III

Sistema de fusión adoptado por Bonaparte.—Publicación de mi obra sobre la "Literatura".

En tanto que se ha visto a los reyes cristianos tomar dos confesores para que examinasen con más escrupulosidad su conciencia, Bonaparte escogió dos ministros, uno del antiguo y otro del nuevo régimen, cuya misión era poner a su alcance los procedimientos maquiavélicos de ambos opuestos sistemas.

En todos los nombramientos, Bonaparte.seguía, sobre poco más o menos, la regla de tratar por igual a la derecha y a la izquierda, o, en otros términos, de escoger alternativamente sus agentes entre los aristocratas y entre los jacobinos; el partido intermedio, el de los amigos de la libertad, era el que menos le agradaba, porque se componía del corto número de hombres que tenían en Francia opinión propia. Prefería entenderse con los que estaban ligados a los intereses monárquicos o desacreditados por los excesos populares. Llegó hasta querer nombrar consejero de Estado a un convencional, manchado por los crímenes más viles del Terror; pero desistió ante la repugnancia que sintieron sus futuros colegas.

A Bonaparte le hubiese gustado dar esta prueba resonante de que podía regenerarlo todo, como anonadarlo todo.

Lo característico del gobierno de Bonaparte es un profundo desprecio por todas las riquezas intelectuales de la naturaleza humana: virtud, dignidad del alma, religión, entusiasmo, son, a sus ojos, los "eternos enemigos del continente", para emplear su expresión favorita; quisiera ver tan sólo en el hombre fuerza y astucia, y llamar a todo lo demás tontería o locura. Los ingleses le irritan sobremanera, porque aciertan a conciliar el buen éxito con la honradez, cosa que Napoleón quisiera presentar como imposible. Ese punto luminoso en el mundo le ha dado enojos desde los primeros días de su reinado, y ya que no puede herir a Inglaterra por las armas, no cesa de dirigir contra ella la artillería de sus sofismas.

No creo que Bonaparte, al llegar a la cabeza del Gobierno, tuviese formado un plan de Monarquía universal; creo que su sistema era tal como él mismo se lo pintó a un amigo mío, pocos días después del 18 Brumario. "Para cautivar la imaginación de la nación francesa hay que hacer una cosa nueva cada tres meses; aquí, el que no avanza está perdido." Se había propuesto cercenar día tras día la libertad de Francia y la independencia de Europa; pero, sin perder de vista el fin, sabía plegarse a las circunstancias. Cuando un obstáculo era demasiado fuerte, le rodeaba, y se paraba en seco cuando el viento contrario era demasiado violento. Este hombre, que en el fondo es muy impaciente, tiene el talento de estarse quieto cuando hace falta, cualidad de los italianos, que saben contenerse para alcanzar el objeto de su pasión, como si escógieran con sangre fría el objéto mismo. Por su arte en emplear alternativamente la astucia y la fuerza, ha subyugado a Europa; pero decir Europa es, a la postre, mucho decir. ¿En qué consistía Europa por entonces? En unos pocos ministros, ninguno de los cuales valía lo que tantos otros hombres que hubieran podido sacarse al azar de las mismas naciones gobernadas por aquéllos.

Hacia la primavera del año 1800 publiqué mi obra sobre la "Literatura", y el buen éxito que obtuvo me devolvió mi antigua boga en la sociedad de París; mi salón volvió a poblarse, y yo gocé de nuevo el placer de conversar, y de conversar en París, que siempre ha sido para mí, lo confieso, el más sabroso de todos. No había en mi libro una sola palabra acerca de Bonaparte, y expresaba con vigor, a juicio mío, sentimientos muy liberales.

Pero entonces la Prensa distaba de hallarse aherrojada como ahora; el Gobierno ejercía la censura sobre los periódicos y no sobre los libros, distinción que podía admitirse si se hubiese usado la censura con moderación, porque los periódicos ejercen una influencia popular, mientras que la mayor parte de los libros sólo se leen por hombres instruídos, y pueden ilustrar la opinión, pero no inflamarla. Después se ha instituído en el Senado, creo que por escarnio, una Comisión de la libertad de la Prensa y otra de la libertad individual, cuyos miembros se renuevan aún cada tres meses. Ciertamente, los obispados in partibus y las sinecuras de Inglaterra dan más que hacer que esas Comisiones.

Después de mi obra sobre la Literatura, publiqué Delfina, Corina, y, por último, mi libro sobre Alemania, que fué prohibido cuando iba a ver la luz. Pero aunque este último escrito me haya valido persecuciones muy amargas, siguen pareciéndome las letras una fuente de goces y de consideración social, incluso para una mujer. Atribuyo los sufrimientos de mi vida a las circunstancias que, apenas empecé a figurar en el mundo, me asociaron a los intereses de la libertad sostenidos por mi padre y sus amigos; pero el talento a que debo mi nombradía de escritor, me ha valido siempre más goces que enojos. Las críticas de que son objeto los libros pueden soportarse con facilidad cuando se tiene cierta elevación de alma, y cuando se ama las ideas grandes por sí mismas y no por el triunfo que pueden procurarnos. Por lo demás, me parece que el público, al cabo de cierto tiempo, es casi siempre muy equitativo; por eso es necesario que el amor propio se acostumbre a dar treguas a las alabanzas, porque con el tiempo se obtiene lo que uno merece. En último caso, aunque hubiera que sufrir una injusticia duradera, no existe, a mi parecer, mejor defensa contra ella que las meditaciones filosóficas y las emociones suscitadas por la elocuencia. Estas facultades nos transportan a un mundo de verdades y de sentimientos en el que uno respira a sus anchas.