Diario histórico: 11
91. Al ponerse el sol llegóse á la montaña llena de bosque, y porque el temor del enemigo que se acercaba los tenia desasosegados, habíase intentado pasar el monte: mas, como la estrechez y escabrosidades del camino no permitiesen que pasasen todos, una parte paró á la entrada de la selva, y la otra á la cumbre de los montes, entre las llanuras de las selvas: ultimamente, llegaron los PP. por medio de tigres que rugian y de onzas, de terrible magnitud, en el silencio de la media noche. Fueron despues de mediodia al pago y estancia de Santiago, para estarse allí, mientras llegaba una detallada y segura noticia de la mortandad, y se explorase el movimiento y intencion del enemigo.
92. Al dia siguiente, muy temprano, hé aquí que llegan 60
hombres valerosos de San Pablo, que eran los primeros que venian
al socorro ya tarde, y habiéndose formado con algunos Luisistas,
y enfurecidos algun tanto, se acercaron á caballo á la capilla,
y despues, poniendose á pié, con audacia se presentaron delante
de los PP., y habiendo hallado á los tres en la puerta de la
capilla, con un razonamiento imperioso y llenos de furor, les
dijeron:--"Que aquellas tierras eran totalmente suyas y de sus
nacionales, y no de los PP.; y por tanto que no tenian cosa
alguna de que disponer y dar á otros, especialmente á los
enemigos: que de los tales sabian ellos, y esto tambien les
constaba de una carta que habian interceptado, que los PP.
conspiraban con los enemigos, y que les querian entregar estas
tierras: y que así, sin demora se volviesen á su pueblo, que
ellos en el campo no los necesitaban para nada." Cuando así
hablaba el teniente de San Pablo con tan impertinente discurso,
tambien otro jóven noble, sin barbas, empezó á decir otras cosas
peores. Tres soldados Miguelistas, del mismo pueblo y asistentes
de los PP. que se habian llegado á la puerta de la capilla y de
la cerca, espantados de una audacia tan desvergonzada,
embistieron con las lanzas, y se atrevieron á echarlos con
entera y manifiesta temeridad. Viendo esto uno de los Padres, se
arrojó á las lanzas, y asiéndolas con las manos, detuvo el
impetu, y con palabras graves y nerviosas contuvo la audacia, y
hizo que se apartasen. Habiendose sosegado el tumulto, aunque
los aguaderos, cocineros y todos los muchachos de los PP. otra
vez anduviesen armados por la cocina, no se intentó cosa mayor.
Finalmente se tranquilizaron, habiendo todos los PP. reprendido
la temeraria audacia de los del pueblo de San Pablo, y habiendo
hecho demostracion que todas las cosas que hablaban eran falsas,
y la acusacion infundada. Se indagó que cosa dijese la carta,
quien fuese el autor, quien el testigo, y en que lugar se halló.
Pusieron ó presentaron en medio á cierto Luisista, el cual dijo
delante de todos, que él habia pillado la carta, la habia leido,
é interpretado, y finalmente la habia enviado á su superior ó
cacique. Preguntándoles que cosa habia comprendido de aquella
carta, dijo, que se pedian en ella pasas, garbanzos, habas y
otras legumbres para sustento de los capitanes de los enemigos,
cuyos nombres, puestos en la carta, yo mismo leí. Se les
demostró que habia entendido, ó interpretado mal la carta,
porque era del cura de San Miguel, quien pedia las sobredichas
legumbres para su cocina y la de sus compañeros, é insertó en
ella los nombres de los capitanes, para que supiesen los demas
PP. que los Generales estaban ya aquí con el ejército: por fin
se apaciguó la gente amotinada. Los capitanes de San Pablo,
habiendo pedido antes perdon á los PP. y á los Miguelistas que
estaban en su compañia, á los cuales tambien tenian por
sospechosos, se retiraron á sus reales, que desde antes de ayer
tenian puestos en un rio que corre al pié de la colina del pago,
ó estancia.
93. Despues de visperas, juzgando los PP. que todo estaba
sosegado, hé aquí otro alboroto: que iban llegando las reliquias
de los Luisistas, los que eran unos 20, que de la Matanza habian
quedado vivos, y mesclados con algunos otros soldados de los
otros pueblos; los cuales, apeándose de los caballos, se
entraron á la capilla de Santiago, y hecha oracion, cantaron
tambien un responso por los que habian muerto en la pelea. Y
habiendoles perorado uno de los capitanes una breve oracion
fúnebre, salieron de la capilla, pero con tan grave rostro y
furioso semblante, que no hablaron, ni saludaron á los PP. que
estaban presentes: antes bien despidieron prontamente al cura
que les hablaba, y diciendo que no tenian cosa alguna que
tratar, se fueron á la espalda de una huerta de duraznos, en
donde se acamparon, y despues, habiendo entrado en la huerta, se
hartaron de frutas, de que estaban cargados los árboles.
Callaron á estas cosas los PP., porque no fuese que, entrando ya
la noche, intentasen los amotinados ofenderles, ó hacerles algun
daño: y así se mandó estuviesen en vela, y armados á la puerta
de la capilla, todos los Miguelistas compañeros de los PP.
Pasóse toda la noche, y habiendo hecho estos una junta, pensaron
era mejor ceder al desenfrenado furor de la gente, y retirarse á
la seguridad del pueblo. Llegada, pues, la mañana, montaron á
caballo y se fueron al pueblo, llegando este dia al pago ó
estancia de San José.
94. Hallaron aquí un escuadron de Miguelistas, que iba al
socorro de los suyos, y consternados con los nuevos avisos que
habian venido la noche pasada, que el enemigo ya habia ocupado
el Monte Grande, no sabian determinar lo que habian de hacer. El
capitan de este escuadron (era teniente del pueblo), habiendo
recibido despues un aviso, se volvió aquella misma noche á dicho
pueblo, y mandó que todos los moradores de él, y principalmente
los de edad y sexo mas débil, se presentasen para huir. De tal
suerte arredró tambien con este aviso á las partidas auxiliares
de los otros pueblos que encontró en el camino, que varios de
ellos retrocedieron y se volvieron á sus pueblos. Mas, despues
que se desvaneció este rumor falso, y reconocida la falsedad del
caso, los capitanes determinaron que debian esperar á los
enemigos, de esta parte de la montaña, y cuando estuviesen
empeñados en penetrar los montes á la vista de sus pueblos,
habian de pelear hasta dar el último aliento. Por lo dicho habia
corrido en los pueblos un terror pánico y turbacion: mas, como
el enemigo no solamente no se acercase á las montañas de San
Miguel, sino que se declinaba de las estancias de Santa Catalina
hácia el oriente, en las tierras de San Luis, mudaron de
pensamiento, y siendo los primeros los Miguelistas, pasaron el
bosque, se acamparon á su entrada, y enviaron fieles
exploradores, que observasen con cuidado los movimientos
del enemigo.
95. Entretanto, de todas partes venian, movidos con nuevos
avisos, nuevos escuadrones, y bastantemente numerosos, los que
ya antes habian sido pedidos y se esperaban, y que, con el falso
rumor del vecino enemigo y de las muestras, vacilaban y
titubeaban. Despues de tanta tardanza, los primeros que volaron
al lugar de la mortandad que acababa de hacerse, fueron 130
Guanoas, gentiles confederados; quienes, viendo el destrozo ó
estrago de los suyos, y el campo sembrado de cadáveres,
gimieron, y tambien derramaron lágrimas. Despues vinieron los
del pueblo de Santo Tomé, y asimismo los de San Borja, y despues
los de casi todos los demas pueblos del Uruguay, excepto los de
San José y San Carlos: y así habia junto cuatro ejércitos de
soldados, y se esperaba que restaurarian todo el negocio, á no
haber sucedido que las discordias domésticas otra vez dividiesen
é hiciesen desparramar como agua á tan numerosos ejércitos antes
que se juntasen.
96. Los primeros que se retiraron de la reunion fueron los
Borjistas; porque estos, despues de haber visto el lugar de la
matanza, y los montones de muertos, acaso horrorizados con aquel
espectáculo, ó exasperados de alguna palabrilla, (porque ahora
era la primera vez que venian, cuando ya las cosas iban
perdidas) se volvieron á su pueblo, dejando dudoso el motivo.
Los Tomistas, por la misma razon ó por alguna contienda, tambien
se volvieron, y se decia que habian muerto á un noble
Miguelista, porque jamas apareció.
97. Los de San Angel, desde que salieron de su pueblo, ya venian
enfurecidos, y cuando encontraban á los Miguelistas, los
despojaban de los caballos y armas, en venganza, decian, de que
en sus tierras habian perecido tantos de sus parientes: y
habiéndose ido al pueblo, que poco há se habia quemado en la
montaña, allí se arrancharon; y aunque repetidas veces se les
pidió, y convidó á que se uniesen con la demas gente que estaba
en Santa Catalina, no se pudo conseguir. En este interin cuantas
cosas encontraban, las pisoteaban ó destruian: es á saber,
mataron las ovejas, desbarataron el techo de la casa de los PP.,
que por su teja y ladrillo habia quedado en piè, y sacando las
cosas que estaban enteras, las hacian como tributo, ó paga de
alguna culpa. Movidos finalmente los Miguelistas con estas
cosas, como ya tambien ellos se volviesen, habiendose
desparramado algunos, despues de alguna contienda de palabras,
vinieron á las armas y los embistieron cercándolos, porque
estaban á caballo, y aquellos á pié: de una y otra parte hubo
heridas, pero no pasó adelante la cosa.
98. Los Juanistas, Luisistas y Lorenzistas fueron volando á las
entradas de su bosque, ó á las abras de las montañas, por la
parte que mira á sus estancias, porque hácia aquella parte como
dijimos, el enemigo habia declinado. El capitan de la
Concepcion, Neenguirú, habiendo enterrado los muertos, se retirò
á sus estancias, los de San Nicolas á las suyas, y los otros á
otras partes.
99. Cuando las cosas sucedian á los indios tan poco favorables
para con el enemigo, llegó de Europa lo mas fatal: porque ahora
debemos tratar de cartas, escritos y edictos. Diremos
primeramente ¿qué contenian las cartas que vinieron de los
reales de los enemigos? Estando, pues, acampado el enemigo en
los campos de San Luis, á la orilla del rio Guacacay, se recogió
todo el ganado de este pueblo que ya estaba disminuido con la
guerra, y se tomó sin ningun impedimento, y una parte de él
envió á las tierras de los Portugueses, reservando lo demas para
su sustentacion ó mantenimiento. Despues de esto, envió á sus
casas algunos cautivos de cada uno de los pueblos, con dos
cartas de un mismo tenor para cada pueblo: una venia en idioma
español y otra en guaraní: en ambas exageraba su clemencia, y
principalmente en el cuidado de los heridos, y que con su paso
tardo queria mover la barbaridad de los indios, causa de tantos
desastres, y que con tantas muertes de sus parientes se
mostraban inmobles á los llantos de tantas viudas y pupilos; que
si no venian con sus curas y cabildos humillados, y pedian
perdon, habian de sufrir el último rigor y suplicios. Estas
cartas se enviaron con otras que trageron, y se entregaron á los
pueblos: no respondieron á ellas.
100. Por entonces se fulminó de España la última decretoria
sentencia, la que, como se decia, trajo un navio por el mes de
Febrero: el tenor de ella es este:--"Que de lo alegado y probado
en el modo posible está cierto el Rey, que los individuos de la
Compañía unicamente tenian la culpa de la resistencia de los
indios: por tanto, que diesen corte para que el tratado real se
ejecutase á la letra, y el negocio se cumpliese
indispensablemente. Ni aquella severidad, ni la del Marques de
Valdelirios, intimada al Prelado de la Provincia, sirvió de
algo, enviándole espuestas las cosas que estan dichas antes: y
así despues rigorosamente prohibia toda apelacion, è
imperiosamente mandaba al P. Provincial, que inmediatamente
pasase á las Misiones á componer las cosas: y no haciéndolo así,
declaraba á los PP. reos de lesa magestad, y prevenia que se
aplicaria el castigo competente á semejante crímen, segun ambos
derechos." Tambien nuestro Comisario renovó las censuras,
preceptos y amenazas, de que antes hemos hecho muchas veces
memoria. Que el confesor del Rey, aunque en público habia sido
despachado honoríficamente, pero que en oculto, con una
reprension severa habia sido privado, y que toda la Compañía
habia incurrido en la indignacion real. Que habian de venir en
el próximo Mayo 1,000 soldados veteranos, y mas, si fuesen
necesarios, y cuantos se pidiesen para avivar la guerra. Por
tanto, que se mandaba á los generales que prosiguiesen la
guerra, y que si por las dificultades de los caminos no pudiesen
llegar, que invernasen y fortificasen los reales, mientras
llegasen los socorros que se esperaban. Con estas cartas vino
tambien poco despues otra semejante del P. Provincial de la
Provincia, renovando los preceptos y mandatos. Y junto con ella
otra del mismo que habia respondido al Marques, en la que decia:
que habia entendido todas las cosas, y que la apelacion que se
le habia entredicho ó negado al Rey de la tierra, la habia de
pedir con tanta mayor confianza al Rey del cielo, de cuya
apelacion ninguno ha de ser privado. Despues se escusaba de no
poderse poner en camino por su poca salud, y hallarse próximo á
la muerte; y le añadia, que renovaba todos los mandatos
anteriores, y que imponia á los PP. todos los preceptos que
podia: aunque sabia que todo habia de ser vano, como que ni él
ni ellos tuviesen dominio sobre tantas y tan libres y tan varias
voluntades de los indios: y que si en su voluntad de tal suerte
estuviesen incluidas las de los indios, como en la de Adam, las
de sus descendientes, ó á lo menos como la de los PP.
Misioneros, por medio de la santa obediencia, no dudaria del
efecto: mas siendo así, que no esperaba cosa alguna, que el
Marques con su agudo juicio le sugiera modo con que esto con mas
eficacia pueda ejecutarse, ó que obligue al Sr. Obispo, que
andaba en visita en las inmediatas ciudades, se llegue á estas
inmediaciones, y que con su autoridad y suavidad los persuada.
Que él así lo juzgaba, y tendria á bien; y lo que es mas, que èl
así se lo pediria, dejando en libertad á los afligidos pueblos,
en que ya no habia impedimento. Aunque despues de publicadas, no
faltaron altercaciones ò movimientos, especialmente siendo
compelidos otra vez los PP. á dejar los indios, y á una retirada
imposible.