Diario histórico: 10
81. En los demas pueblos del Uruguay, como avisase el posta que poco antes habia enviado y ya estaba de vuelta, que no habia rumor, ni se sentia el enemigo, se daban prisa para esperarlo los escuadrones de los otros pueblos. Mas, á 20 de Enero llegó un correo impensadamente, que avisó que el dia 16 del mismo mes, en las cabeceras del rio Negro, por aquella parte en que hay una angosta entrada, entre los rios Negro y Yacuy, en las tierras de San Miguel, la cual entrada ó puerta de la tierra llaman los indios _Ibiroqué_, habia aparecido el ejército de los españoles cuando menos se pensaba: que habiéndolo visto cinco exploradores, les habian confesado que venian 2,000 españoles á esperar á los portugueses. Marchaban formados en cuatro líneas sencillas y no apretadas, formando un cuadro, en cuyo centro iba una innumerable porcion de caballos, bueyes, carretas, y los bagages de los Gobernadores, y tambien de los capitanes, con órden. Muy cuidadosos estuvieron en preguntar á los cinco exploradores, si por ventura algunos PP. Jesuitas estaban en el ejército de los indios, y de qué número se componia? Les fué respondido que aun no habian venido los PP., pero que vendrian: que el ejército por entonces no pasaba el número de 2,000 (así pareció á los indios engañar al enemigo, siendo apenas 100, y si se incorporaban los Concepcionistas que estaban cerca, serian 300), pero que habian de llegar á 5,000, luego que se juntasen todos.
82. Apenas llegó esta noticia cierta al pueblo, que volaron los
correos, y se dió aviso á todos los pueblos, los cuales, ya
parecia que querian salir á campaña, ya que no querian: mas, se
juzgó no tardarian. El dia 21, habiendo hecho primeramente en la
capilla de Loreto una procesion de penitencia, y cantada en el
mismo lugar una misa solemne y votiva _pro gravi necessitate_,
salieron del pueblo de San Miguel 350 soldados, todos de
caballeria, los que pasarian del número de 400 en uniéndose con
aquellos que ya estaban de guardia. El mismo dia salieron de San
Angel 200, de San Lorenzo 50: el dia antes habian salido de San
Luis 150, de San Nicolas 200: el dia siguiente salieron de San
Juan 150, y de la Concepcion 200.
83. No obstante, todas las cartas que venian de las ciudades de
los Españoles anunciaban que habia grandísima esperanza: que por
dias se esperaba de Europa un navio de guerra que habia de
desbaratar todo el tratado; que todo el bienestar de los indios,
en este intermedio que se aguardaban las providencias, consistia
en la constante oposicion á los Ministros reales que estaban en
estas partes, los cuales trabajaban con ahinco en la ejecucion
del tratado, para que antes que viniese de la Corte el consuelo
á los pobres, las cosas estuviesen en tal estado que no
admitiesen remedio, estando una vez tomados algunos pueblos: y
por tanto, protestaban á los indios que harian al Monarca un
gran servicio, si se defendian, oponian y resistian con todas
sus fuerzas, mientras llegaba de Europa la providencia que se
esperaba. ¿Quien creyera esto? que las cosas de los indios esten
en tal estado, y se hallen en tal situacion que para servir al
Rey y prestarle fidelidad, sea necesario tomar contra el mismo
Rey las armas.
84. Marchaban ya sobre el enemigo las sobredichas tropas, pero
con paso tan remiso, como acostumbran para todas las cosas los
indios, que podia el enemigo ocupar facilmente todas las tierras
de la otra banda del Monte Grande. Pero como este tenia
necesidad de buscar los portugueses auxiliares, é irles al
encuentro, marchó hasta Santa Tecla por unos largos rodeos, y
así dió lugar á los indios para que 100 Miguelistas, que iban
con pasos mas acelerados con su capitan José Tiararú, se les
pusiesen á la vista.
85. Los primeros á quien este capitan acometió fueron 16
españoles con su alferez, los cuales fueron á reconocer las
tierras de San Agustin. Habiendo con sus soldados atacado á
estos, facilmente los desbarató, y los despedazó todos, como si
fuera uno solo. A otros 20 no lejos de los Cerros Calvos, que
los indios llaman _Mbatobí_ con la misma fortuna los acabó,
excepto uno que se escapó huyendo: con estas dos matanzas se
hicieron los españoles mas cautos, y así despues escudrinaban ó
exploraban las tierras con tropas mas crecidas: y á la verdad á
fines de Enero, habiendo salido un numeroso escuadron, enviaron
adelante cinco exploradores, á los que, habiendo el capitan José
acometido con poquitos de los suyos, como no hicieren
resistencia, los persiguió y mató á cuatro: mas el quinto,
escapándose por la ligereza del caballo, llegó corriendo á los
españoles, que estaban emboscados detras de las cabeceras llenas
de bosque del Rio Vacacay, y esto, acometiendo con un numeroso
escuadron al sobredicho capitan, y á pocos de los suyos, como
por defecto del caballo cayese en una fosa que habian hecho los
toros, le rodearon ó cercaron, y tambien á algunos indios que
iban corriendo al socorro del capitan; á quien primero con una
lanza, y despues con una pistola, mataron. Y habiéndole muerto,
sus subditos, aunque cercados, rompieron á fuerza los
escuadrones del enemigo, y se pusieron en salvo, quedando muerto
uno, si no me engaño, y otro herido: arrojaron el cuerpo ya
despojado de todo, y como algunos dicen, lo quemaron con
pólvora, mientras aun estaba espirando, y lo martirizaron de
otras maneras. Enterraron (con los sagrados cánticos y himnos
que se acostumbran en la iglesia, pero sin sacerdote) el cuerpo
de su buen, pero muy arrojado capitan, en una vecina selva,
habiéndole buscado de noche los suyos con gran dolor, á la
medida del amor que le tenian.
86. Fué de admirar cuanto cayeron de ánimo los indios con la
muerte tan intempestiva de su capitan, en cuyo valor, prudencia
y arte, tenian puesta toda su esperanza: y por esto, despues de
algunos reencuentrillos que hubo tras el rio Vacacay, desde
visperas hasta la noche, es que cuentan los indios una cosa
particular: que cierto portugues, hijo de Pinto, Gobernador de
la recien construida fortaleza en el Yobí, ó sobrino de parte de
su padre, el cual fué muerto por los indios con una bala para
vengar dicha muerte, en un caballo elegante, y bien armado de
fusil, pistolas y alfange, un Lorenzista, á quien el mozo tiraba
á matar, corriendo confiado á caballo hàcia él, lo traspasó por
la espalda con un tiro de pistola, y como por fuerza del dolor
cayese del caballo, se pusiese otra vez en pié, y se preparase á
pelear con el alfange, lanceado por el mismo indio, finalmente
murió. Despues de estas cosas, retrocedieron los indios,
atendiendo á su corto número, y siguiendo el consejo de su
finado capitan.
87. Siguieron los enemigos bien de mañana (era Domingo, despues
de la Purificacion, 8 de Febrero) y los obligaron á esconderse
en un monte, que ellos llaman _Largo_: el dia siguiente pusieron
sus reales dichos indios cerca de la laguna llamada del
Cocodrilo, ó _Yacaré-pitú_, entre dos zanjones que las aguas
habian hecho: y para estar allí mas seguros, y detener algun
poco al enemigo, determinaron que cerrasen la puerta otros fosos
hechos con arte y por sus manos. Pero como seguia el enemigo el
rastro, de modo que ni en toda la noche podian perfeccionar ó
concluir los fosos y parapetos de tierra, habiendo acampado à la
vista, descansó aquella noche. Desde muy de mañana, (el 10 de
Febrero) formados en batalla los escuadrones, marchó contra los
indios, quienes tomando las armas y saliendo fuera del foso, se
opusieron audaces al enemigo: pero no bastantemente prevenidos,
porque todos los mas, excepto 50, estaban á piè, engañados con
la inmediata funcion, y juzgando que el negocio mas se habia de
decidir con palabras y cartas que con la espada. Algunos
persuadian que se siguiese el consejo del capitan difunto, Josè,
y que se debian retirar hasta las montañas, si tardaren los
aliados: pero prevaleció el dictamen del nuevo capitan Nicolas,
que pensó que debian pelear, si fuese necesario, y de ningun
modo ceder. Este pues en persona, con Pascual, alferez real de
San Miguel, saliendo de sus líneas, se acercó á las del enemigo,
y preguntó, lo que querian? Se le respondió, que ellos iban á
los pueblos de los indios, y que así se apartasen y no
impidieren el camino. Asalarió entonces á un Miguelista, llamado
Fernando, para que fuese á los Generales enemigos y les
preguntase la causa de su venida: con dificultad se halló quien
fuera, pero finalmente marchó, y siendo llevado ante el General
español, habièndole expuesto las cosas que sus PP., ó los
Jesuitas, y las que tambien sus mismos compatriotas habian
padecido para obedecer al Rey, hasta haber muerto ó quedado en
la demanda, le pidió en nombre de sus capitanes y pueblo, que
desistiesen del intento, porque de otra suerte estaba dispuesta
la gente á pelear, y defender lo que era suyo. Dijó el General
español y Gobernador de la Provincia, que habia de ir adelante,
aunque no quisiesen los indios, y que á él y á los suyos habia
de perseguirlos hasta sugetar todos los pueblos, segun el
decreto del Rey: y que sabia muy bien que tres PP. estaban en un
vecino lugarcito, Colonia de San Miguel; y que asì fuese, y les
dijese en su nombre, que él esperaria tres dias (porque
preguntados los baqueanos, dijeron que eran necesario este
tiempo para llevar el aviso, siendo así que el pueblecito dista
del lugar dia y medio de camino, ó casi 30 leguas) y que
viniesen los PP. con los cabildos del suyo y de los otros
pueblos, y al nombre del Rey diesen la obediencia al Capitan
General. Salió de los reales el dicho Miguelista, Fernando, y
refiriendo á sus caciques que estaban esperando algunas pocas
cosas de las que á ellos pertenecian, tomó el camino sin parar,
entre los escuadrones que despues habian de pelear, hácia el
pueblo de San Javier, en donde dichos PP. esperaban de oficio,
parte para precaver los daños de sus ovejas, parte, y
especialmente, para atender al bien de las almas de los indios,
que se disponian al combate. Y como una multitud de soldados
indisciplinados y libres puede acoger cualquier sospecha,
tomando á mal esta retirada de Fernando los soldados de otros
pueblos, pensaron que este, los PP. y todos los Miguelistas
maquinaban insidias y traiciones. Cuatro pues de á caballo (no
sé de que pueblo) conclamaron, y unidos siguieron á Fernando, é
intentaron darle muerte: el que, estando para ser degollado,
pudo librarse huyendo, y al cabo de cuatro dias con dificultad
llegó á los PP. que ya estaban á la otra parte del Monte Grande,
y detalladamente contó en la estancia de Santiago sus peligros,
que la fama mucho antes (como suele) habia divulgado y abultado
con los mas vivos colores.
88. Pero mientras Fernando padecia entre los suyos estas cosas,
el pueblo sufrió de los enemigos un gran estrago: porque apenas
el enviado salió del campo contrario, cuando vió que se formaban
en batalla, se aprontaban las armas y ponian al frente la
artilleria. Se adelantaron cuatro capitanes, y dijeron á voces,
que se apartasen los indios, y diesen lugar para que pasase el
ejército español y portugues, que no querian los Generales
matar, ni quitar las vidas, sino tomar camino libre. Engañada la
plebe sencilla de los indios con este pregon tan falaz, unos se
disponian á retirarse, otros lo comenzaron á hacer: pero otros
mas esforzados y advertidos, rogaban con ardor no se rindiesen,
que ya no era tiempo de rendirse, sino de valerse hasta lo
último de las fuerzas y valor: que convenia morir peleando, y no
huyendo. Alistados pues seis cañones cargados de mucha metralla,
y hecha señal, empezaron los españoles el combate con poco
efecto: porque algunos indios á la primera descarga se
escondieron en los fosos que antes habian hecho, los cuales no
defendian lo bastante á los que se agachaban: otros persistian
peleando, otros retrocedian. Viendo la caballeria del enemigo,
dividido en tres partes el ejército de los indios, con un
movimiento rápido cortó á la que retrocedia de la que peleaba, y
así un trozo, siguiendo á los rendidos, los puso en fuga, y
mató: mas, la otra, unida con la infanteria por la retaguardia,
atacó á los que peleaban, y con ferocidad los destrozó; y
finalmente, con dificultad hizo cesar el General la matanza.
Aprisionaron 150 indios de los que peleaban, y se juzga que casi
son 600 los muertos que quedaron por los campos: los demas se
desparramaron huyendo.
89. No es de admirar que los indios huyesen, y hayan sido
vencidos, así como no es gloriosa para los españoles la
victoria: porque con 3,000 bien armados, con armas de fuego, y
muchísimos bien disciplinados, peleando contra 1,300 que no
tienen sino arcos, flechas, hondas y lanzas, y que no sufren
disciplina, ni conocen gefes, sino en el nombre, hubieran puesto
un gran borron, ó deshonra al nombre español si hubiesen sido
vencidos. No obstante, con inhumanidad usaron de esta victoria:
porque para hacer mas cruda y feroz la guerra, dicen los indios,
que se encarnizaron, _encendiendo de nuevo lo quemado_, y así á
la tarde volvieron á reiterar los lanzazos en casi todos los
muertos, por si acaso algunos estuviesen vivos, y sacando los
reales un poco mas allá del lugar de la matanza. Este dia los
fijaron fuera de los cadáveres.
90. Al dia siguiente, el primero de los fugitivos que llegó á
las montañas, fué un noble Miguelista, llamado Bernabé Paravé,
el que pasando los montes con marcha violenta ó paso acelerado,
trajo á su pueblo la mas triste noticia, aunque de tan lejos,
(esta en realidad ya se esperaba) la que, habiéndola esparcido
tambien á la entrada de las fronteras entre los suyos, llegó, ya
crecido el dia, al pueblo de San Xavier, anunciándole que todos
los indios habian muerto, habiéndose escapado pocos en la huida.
Confirmaron lo mismo otros dos nobles ciudadanos del mismo
pueblo, que llegaron adonde estábamos. Puestos, pues, los PP. en
una gran consternacion, habiendo hecho junta, y determinado huir
del enemigo que ya estaba inmediato, (porque la fama, como es
una embustera, y crece con el miedo, divulgaba que ya en el paso
del Ibicuy, distante de donde estábamos seis ó siete leguas, se
veia un escuadron enemigos, hecho formidable con dos cañones de
artilleria, y que venia á tomar por fuerza á los PP.) se
disponian estos á desamparar el pueblo, y quemar todas las cosas
que no permitia llevar el tiempo. La falta de carretas fué un
gran obstáculo: los indios cargaban los carros con las alhajas
de casa, y á toda prisa acomodaban todos los trastes: los
muchachos y mugeres montaron todos los caballos que habian
quedado á la mano, y caminaron hácia las montañas. En el mismo
dia, un carro, grande del P. que moraba en dicho pueblito, y que
por un incendio de la casa é iglesia, que poco há habia
sucedido, vivia debajo de unos cueros y pabellon, (aun el dia
que llegaron los PP. que habian de tener cuidado de las almas de
los soldados) caminó por adentro y hácia los pueblos, al cual,
como el peso y volumen, como v.g.: dos tachos grandes de metal
colado, siete campanas, casi treinta cañones de fusil, que se
sacaron del incendio, una caja llena de instrumentos de hierro,
y otras cosas de este género, le impidiesen caminar, las
primeras cosas las enterraron en el vecino bosque, otras en la
huerta, y otras en el mismo relente ó canal. Finalmente,
habiendo salido de las chacras todos los moradores, se puso
fuego á las casas, y todo el pueblo ardió; y montando á caballo
ultimamente los PP., siguieron al pueblo.