El brazalete de rubíes: Novelas (1920)
de Aleksandr Kuprín
traducción de Nicolás Tasín
Demir-Kaia

DEMIR—KAIA



(LEYENDA ORIENTAL)

El viento se calmó. Tal vez nos viéramos en la precisión de pasar la noche en el mar: nos separaban de la costa más de treinta kilómetros.

Nuestro barco, de dos palos, se balanceaba perezosamente sobre el agua. Las velas mojadas colgaban como trapos.

Una niebla blanca nos rodeaba por todos lados. No se veían las estrellas, ni el cielo, ni el marni la noche. No encendimos las luces.

Seid-Abli, el viejo patrón del barco, sucio y descalzo, nos contó con voz queda y grave una antigua historia en la que creí a pie juntillas, porque la noche era tan extrañamente silenciosa, porque alrededor de nosotros dormía el mar invisible, por.que sobre nuestras cabezas se acumulaban nubes blancas.


Le llamaban Demir—Kaia, que quiere decir "Roca de Hierro", y le llamaban de ese modo porque no conocía la piedad, la vergüenza ni el miedo.

Era jefe de una partida que recorría los alrededores de Stambul, la Tesalia, la Macedonia montañosa, las fértiles praderas de Bulgaria. Había matado por su propia mano, entre hombres, mujeres y niños, noventa y nueve seres humanos.

Pero una vez fué, con su banda, rodeado en las montañas por una nutrida tropa del sultán, cuyos días prolongue Allah. Durante tres días enteros luchó desesperadamente contra los soldados, como un lobo contra una jauría. La mañana del cuarto logró atravesar las líneas enemigas y escapar así del peligro. Parte de la banda pereció en el combate, y los demás bandidos fueron ahorcados en la plaza Redonda de Stambul.

Herido, ensangrentado, se acostó Demir—Kaia en una caverna donde le habían dado asilo unos pastores. Y de repente, a media noche, se le apareció un ángel con una espada flamígera en la mano. Demir—Kaia reconoció en él a Asrail, el mensajero de la muerte, y le dijo:

Hágase la voluntad de Allah! Estoy dispuesto.

Pero el ángel le contestó:

—No, Demir—Kaia, tu hora no ha llegado aún.

Escucha la voluntad de Dios: cuando te levantes de ese lecho, desentierra tus tesoros ocultos y véndelos. Luego te dirigirás hacia el Este y andarás hasta la encrucijada de los siete caminos.

Allí construirás una casa con vastos aposentos muy ventilados, con anchos divanes, con fuentes de agua pura y límpida. Tendrás dispuestos comida y bebida y tabaco aromático para los viajeros cansados. Invitarás a cuantos pasen por tu puerta y les servirás como el último de los esclavos. Tu casa será su casa; tu oro, su oro; tu trabajo, su reposo. Y si cumples al pie de la letra estos mandatos, llegará un día en que Allah olv dará tus crímenes y te perdonará la sangre de tus víctimas inocentes.

Pero Demir—Kaia preguntó:

—¿Y cómo podré saber que Allah ha perdonado mis crímenes?

Y el ángel contestó:

—Coge de la hoguera que se está apagando junto a ti una astilla medio quemada y cubierta de ceniza, plántala, y cuando la madera muerta se vista de corteza y empiece a florecer, será señal de que la hora del perdón ha sonado para ti.

Pasaron veinte años. Por todo el país del sultán se hablaba con admiración del albergue situado en la encrucijada de los siete caminos. entre Dehdda y Esmirna. Los mendigos salína de él siempre con la bolsa llena de dinero; los hambrientos, alimentados; los que padecían cansancio, reposados; curados, los heridos.

Por espacio de veinte años, de veinte largos años, Demir—Kaia, todas las noches, había mirado la astilla quemada plantada por él en el patio.

Pero siempre le había encontrado negra, seca y muerta. Los ojos de águila de Demir—Kaia se habían ido apagando; su cuerpo fornido, encorvandose; sus cabellos, tornándose blancos como las alas de un ángel.

EL BRAZALETE NES—21 Mas he aquí que una mañana oyó el galope de un caballo y corrió al camino. Sobre un caballo cubierto de espuma marchaba veloz un viajero. Demir—Kaia se lanzó hacia él, se asió a la brida y le rogó:

—¡Hermano mío, entra en mi casa! Refrigera tu rostro con el agua límpida de mis fuentes, come, bebe y fuma una pipa de mi perfumado calian.

Pero el otro gritó furioso:

—¡Déjame, viejo! ¡Lárgate!

Y le escupió en la cara, le dió en la cabeza un fuerte latigazo y siguió galopando.

La sangre orgullosa del viejo bandido se removió en las venas de Demir—Kaia, que cogió una pesada piedra y se la tiró a la cabeza al jinete.

Este vaciló y cayó del caballo.

Horrorizado de lo que había hecho, Demir—Kaia corrió hacia el herido y le dijo tristemente:

¡Hermano mío, te he matado!

Pero el moribundo contestó:

—No has sido tú quien me ha matado; ha sido la mano vengadora de Allah. Escucha. El pachá de nuestra región es un hombre injusto y cruel.

Mis amigos han organizado contra él una conspiración. Pero, tentado por una rica recompensa, he decidido traicionarlos. Y he aquí que, cuando corría a denunciar a mis amigos, he sido detenido por la piedra que me has lanzado. Es la voluntad de Dios. Quien me ha matado ha sido Fl.

Lleno de dolor, tornó Demir—Kaia a su casa.

La escala de virtud y de arrepentimiento por donde se elevaba con tanta paciencia hacía veinte años se había desplomado de pronto bajo sus pies.

Desesperado, miró la astilla negra y seca que acostumbraba a mirar todos los días. Y de repente ¡oh, milagro!—la vió cubrirse de botones verdes, de hojas y de flores fragantes.

Demir—Kaia cayó de hinojos y empezó a llorar de alegría. Había comprendido que el gran Allah misericordioso, en su sabiduría infinita, le había perdonado la muerte de noventa y nueve inocentes en gracia a la muerte de un solo traidor.