Del amor, del dolor y del vicio/XXIX
Los amigos de Robert y de Margot limpiábanse las frentes sudorosas, después del cotillón final.
Todos parecían alegres.
En un extremo de la gran sala oro y púrpura, de pie junto á una de las ventanas, una mujer permanecía inmóvil, abanicándose con una nerviosidad vertiginosa, sin tomar parte en la animación general. Esa mujer era Liliana, que pensaba en su antiguo amante y que se decía a sí misma por centésima vez:
«No vendrá... Es un hombre fuerte... No quiere volver á verme... Prefiere casarse con otra cualquiera... ¡No vendrá!...» La orquesta preludiaba el Desfile de Gorsis, y las mujeres pedían ya sus abrigos.
Eran las cinco de la madrugada. —El cielo comenzaba á teñirse de áureos y suaves matices.
De pronto, un lacayo anunció en voz alta:
— ¡El Sr. D. Carlos de Llorede!
«¡Pobrecillo! —pensó Robert al ver entrar á su pálido amigo—. ¡Cuánto debe de haber sufrido antes de decidirse a ser feliz de nuevo!»