Del amor, del dolor y del vicio/XVIII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época


XVIII


Al romper, con una violencia imprevista, los lazos sentimentales que la unían á Carlos de Llorede, Liliana experimentó de nuevo la sensación complicada de libertad dichosa y de cruel melancolía, que la muerte de su marido habíale producido mucho tiempo antes.

Su alma se sentía libre, completamente libre, y el horizonte se ensanchaba ante ella permitiéndole respirar á su antojo. «¡La independencia! En adelante su único guía sería el instinto...» Pero al mismo tiempo una vaga congoja oprimía su pecho, llenando de amargura todas las esperanzas de vida libre que su deseo acariciaba.

Por otra parte, su independencia no era completa, puesto que Margot seguía siendo para ella la compañera tiránica y hábil que, sin exigir nada, sin ordenar nunca, pareciendo siempre dispuesta á someterse, impedíala usar en absoluto de la libertad y entregarse á sus propias curiosidades vertiginosas.

Haciendo á veces un esfuerzo, la Muñeca trataba de probarse á sí misma que ninguna voluntad podía oponerse á la suya, y creyendo ejercer un acto enérgico, marchábase á París sin esperar á su amiga, y regresaba luego muy tarde, dispuesta á no dar explicaciones de ningún género en caso de que Margot la interrogara sobre sus largos paseos solitarios.

Pero Margot era bastante inteligente para comprender el peligro que las exigencias hubieran hecho correr en ciertos casos á su amistad, y así, en vez de enfadarse á causa de los caprichos de la marquesa, hacíase la indiferente y se mostraba siempre satisfecha.

— La señora ha salido sin decir á qué hora volverá —decíale Alina.

Y ella contestaba sonriendo:

— Está bien... La esperaré un instante en la biblioteca.

Al encontrarse sola, Margarita continuaba sonriendo, no ya con la sonrisa casi infantil que sus labios tenían ante los demás, sino de un modo irónico y orgulloso. Mentalmente decíase: «Hay algo que cambia en el corazón y en el cerebro de Liliana. Ella cree que ha hecho un acto heroico al separarse de su amante; cree que ha recobrado su libertad y trata de hacérmelo ver... ¡No importa! Yo no tengo derecho ninguno á quejarme de su conducta, puesto que, al fin y al cabo, ella es para mí como un amante que paga, que puede exigir y que conserva su independencia. Por lo pronto, tratar de obligarla á no pensar sino en mí, sería una necesdad que pudiera muy bien echar á perderlo todo... ¡Esperemos!... Tal vez más tarde, cuando la crisis haya pasado, cuando se canse de otros hombres, cuando se convenza de que todos son iguales... Y, después de todo, si no le conviene seguir siendo mi amiga, bien puede decírmelo con claridad... Pero no... Lo único temible sería una reconciliación, y eso me parece imposible, al menos por ahora... ¡Luego.. luego, Dios dirá!...»

La marquesa no experimentaba ningún deseo fijo y definido. Parodiando á las heroínas de Stendhal, solía, á veces, en el aislamiento silencioso de sus mañanas, interrogarse á sí misma, buscando su propia alma en el laberinto contradictorio de sus impresiones anhelantes y brumosas. Sólo una idea era en ella neta: la voluntad de ser libre y de gozar sin reserva alguna de su libertad. En cuanto á los medios de realizar su deseo, no los conocía. Su proyecto de vida futura semejábase á un vasto plano de futura ciudad, en el cual un ingeniero no hubiese trazado sino el alineamiento general, dejando libre campo á la fantasía y al azar para la construcción de los edificios.

Viva y calculadora, Margarita sabía aprovechar el estado de ánimo de su amiga para conducirla hacia la vida de aventuras frívolas que, rompiendo su energía é inspirándole el cansancio de las caricias masculinas, asegurasen al mismo tiempo el olvido completo de Carlos.

Un día Liliana la preguntó:

— ¿Estás contenta de mí?

— Sí; muy contenta, contentísima... ¡te quiero tanto! —repuso Margot— pero...

— ¿Pero qué?

— Pero estoy inquieta...

— ¿Inquieta? ¿Y por qué?

— Porque no creo en que vuestra ruptura sea definitiva, y porque estoy segura de que más tarde, dentro de una semana, dentro de un mes, dentro de un año... siempre demasiado pronto para mí, te reconciliarás, y al reconciliarte... déjame hablar... al reconciliarte con él, tendrás que renunciar por completo á tu pobre Margot. Yo sé lo que me digo, conociéndote como te conozco, y sabiendo que tienes necesidad de un hombre. Yo también tengo necesidad de eso á veces; pero yo no soy una sensitiva como tú, y cuando el deseo de caricias brutales está colmado en mi cuerpo, mi alma queda libre de toda influencia. Verte cada día en los brazos de un hombre distinto no sería para mí tan cruel como verte durante meses y meses al lado del mismo amante. Además, entre Carlos y tú hay un lazo indestructible, que os unirá siempre y á pesar de todo...

— ¿Un lazo?...

— Sí. Carlos ha sido tu iniciador...

— ¡Pero si yo había sido casada antes de conocerle!

— No importa. ¿Acaso te he dicho que fué el primero que te dio un beso? Entre el que revela los misterios carnales y el que inicia en la locura del placer, hay una diferencia muy grande. El marido, ó el amante, que nos posee antes que nadie, no suele ser el iniciador. La primera caricia no nos deja, por lo general, sino un recuerdo cruel y brumoso... la primera caricia material, digo... Por eso las mujeres engañan tan á menudo á sus esposos. En cambio, el hombre escogido por nosotras mismas cuando hemos pertenecido á alguien, el que nos ayuda á saborear por primera vez todos los goces, el iniciador, en fin, es inolvidable. Para mí el marido es el «desflorador», y el amante el «iniciador». Olvidar al marido es fácil. Olvidar al amante es imposible.

— ¿Sabes una cosa?

— ¿Qué?

— Pues es que tengo la idea de haber leído ya todo eso en un libro de Armand Charpentier.

Margarita, que acababa, en efecto, de leer L'Initiateur, se mordió los labios con disgusto. Luego prosiguió:

— No sé: tal vez... al fin y al cabo, eso lo ha repetido todo el mundo porque es verdad... Si no pudiésemos decir sino cosas que nadie ha escrito, es probable que no diríamos nunca una palabra... Pero eso es verdad, Lili... ¡Ya lo verás!... Al fin y al cabo, no es por molestarte por lo que te lo digo, puesto que la víctima de todo seré yo... ¡Yo, que no te podré volver á ver cuando Carlos se reconcilie contigo!...

La Muñeca se puso de pie, nerviosa; cogió á su amiga por los brazos, y obligándola bruscamente á levantarse, la dijo:

— Vas á prometerme...

— ¡Oh, lo que quieras, Lili, lo que quieras!

— Déjame hablar, mujer... Vas á prometerme que no volverás á pronunciar nunca el nombre de Carlos en mi presencia.

— ¿De veras?

— Sí. ¿Me lo prometes?

Margot echó los brazos al cuello de la marquesa, y besándole los ojos, los cabellos, los labios, concluyó:

— Te lo prometo... te lo juro... sí... mi Lili... La que más sufre pensando en 'eso, soy yo... que te quiero tanto, tanto!

A pesar de tal promesa, Liliana y Margarita hablaban con mucha frecuencia de Llorede, á propósito de mil y mil recuerdos inolvidables. Un hombre que vive al lado de una mujer durante largo tiempo, deja siempre detrás de sí la huella de su paso. Una silla que él prefería á las demás; un libro en el cual está escrito su nombre; una frase que le era familiar; un cuadro traído por él; otra multitud de detalles minuciosos, en fin, evocan á cada instante, en la memoria de la que se queda, el recuerdo de quien se va, prolongando así la presencia visionaria del amante muerto —muerto ó ido...