Del amor, del dolor y del vicio/V
— ¿Qué clase de gente es la que va á esas fiestas? —preguntó Liliana.
— De todo un poco —repuso Carlos—, pero siempre domina el elemento «artista», pues, aun los que nunca han tocado una pluma ó un pincel, tratan de parecer «diletantes apasionados» al encontrarse entre pintores y escultores. Son fiestas muy curiosas, muy alegres, en las cuales se bebe mucho y se come poco: el menu mismo es ya una cosa rara, y en vez de indicar los nombres de los platos, indica los nombres de los vinos: «Primer servicio: Campaña Roederez. Segundo servicio: Medoc de 1870. Tercer servicio: Vouvray seco. Cuarto servicio: Borgoña... y luego vienen los vinos del Rhin, y los vinos de España, y los vinos griegos de Samos y de Corinto, y los vinos del Perú y de la China»... ya verás... En cuanto á los manjares, no hay que ser muy exigente: gallinas asadas, riñones fritos, ensaladas, y hasta humildes tajadas de jamón crudo... Robert ha hecho poner un anuncio en la puerta, suplicando á los comensales que almuercen bien antes de venir al banquete... Ya tú conoces á Robert... es uno de los satíricos más geniales de nuestra época, pero nunca ha logrado hacer nada de provecho, y á los cincuenta años sigue siendo un «joven escritor» y un «bohemio». Y en cuanto á las mujeres, no son ni monjas, ni duquesas... Tampoco son cocotas... Son mujeres raras, de esas que sólo se encuentran en París, que comienzan ganando su vida como «modelos» en la Escuela de Bellas Artes, que son luego queridas de algunos artistas, y que, después de seducir á un «viejo rico» como ellas dicen, siguen viniendo á dormir, de vez en cuando, con sus antiguos amantes... Ya las verás: todas tienen algún ingenio y muchas pretensiones, pero son excelentes chicas que creen en el Arte, que se peinan á la Boticelli y que odian á los burgueses...
— ¿Son bonitas? —preguntó Liliana.
Carlos levantó los hombros desdeñosamente:
— ¿Bonitas? Eso es siempre relativo... Al lado tuyo, más bien parecerán feas. Ya las verás.
El carruaje se detuvo.
— Hemos llegado —dijo Carlos—. No te olvides de que para toda esa gente te llamas la Muñeca, y eres actriz... Dame un beso Lili...
— Toma —respondió Liliana, besando apasionadamente los labios de su amante—; es el último hasta que volvamos á casa... ¡tres horas sin caricias!... ¡qué fastidio!...
Llorede se echó á reir.
— Ya encontraremos ocasión de besarnos durante la comida.
Al entrar en el comedor del «Círculo de los Intransigentes», Carlos y Liliana fueron objeto de una ovación burlesca y entusiasta.
— ¡Viva el desertor!
— ¡Viva la princesa!
— ¡Una copa á su salud!
Y todos aplaudían, contemplando á los recién llegados.
Robert se puso, al fin, de pie, y dijo con una gravedad traducida del inglés:
— «Mis buenos señores y mis excelentes señoras: he aquí á nuestro diplomático colega Llorede, y á su no menos diplomática musa. Ambos son jóvenes y ambos son algo guapos, á pesar de no tener ojos de violeta ni cabellos de luz... Contempladlos atentamente, y figuraos cuán apetitosos deben ser al estar desnudos en sus respectivos lechos. En nombre de los circunstantes, propongo que el apuesto mancebo sea colocado entre dos antiguas bailarinas de la Ópera, y que la doncella pudorosa se siente á mi lado!»
— Amén —gritaron todos.
Liliana volvió hacia Carlos sus grandes ojos espantados y suplicantes, en los cuales se veían el deseo de separarse de él.
Llorede la dirigió una sonrisa tranquilizadora, y exclamó, tratando de imitar la voz austera de los actores que representan los papeles heroicos en las escenas de provincia:
— ¡Hágase la voluntad del pueblo soberano!
Luego, tomando entre las suyas la mano de Liliana y hablando con Robert:
— La que va á morirse de fastidio junto á ti, te saluda!
Los aplausos estallaron de nuevo, mientras Robert colocaba á los recién llegados en sus sitios.
— Puesto que no falta nadie —gritó una morena—, me parece que las primeras botellas debieran ser servidas, para que el viejo Rimal no perezca de sed.
Rimal, que tenía fama de borracho, y que había cumplido los cuarenta desde hacía más de siete años, contestó:
— En efecto; la sed comienza á hacerse sentir, y agradezco sinceramente la indicación de Laura, de cuya amistad, que data ya de veinte años, no podía esperar menos.
Una chiquilla morena y vivaracha pidió que se prohibiese hablar de vejeces, para no ofender á ninguno de los presentes.
— ¿Qué edad tiene Ud.? —la preguntó un caballero calvo que estaba á su lado.
— Diez y ocho años.
— ¡Juventud, primavera de la vida!
— ¿Y usted?
— Yo no me atrevo á decirlo, para no asustar á los niños... ¿qué edad me das tú?
— Cincuenta?...
— ¡Oh, mucho más!
— Entonces, ochenta y cinco.
— ¡No tanto, demonio! Tengo cincuenta y tres y medio.
— Eso no es mucho...
Carlos trataba de llamar la atención de Flora de Lis, hablándola de Liliana en términos pomposos y funambulescos:
— Es una actriz de genio; ¿no la conoces? ¡La Muñeca!... Una gran actriz, una mujer extraordinaria, lo más raro, lo más original de nuestro siglo... Figúrate que Virgilio y el Dante se batieron á muerte por ella... Ahora acaba de pasar tres semanas en San Petersburgo, y eso ha bastado para que dos tíos de Pedro el Grande se vuelvan locos de remate. El emperador tuvo que desterrarla para evitar una revolución en su palacio, porque los rusos querían proclamarla emperatriz de la India. Tú, que eres ilustrada, debes de conocer los sonetos de Mirbeau titulados «Clara Terpe»... son unos sonetos en prosa, pero siempre son sonetos; ¿no te parece?... Pues bien, esa Clara Terpe pintábase los ojos, no como tú, sino en el interior: se doraba las pupilas; y todo su cuerpo exhalaba un perfume penetrante y venenoso, que hacía que sus amantes muriesen entre sus brazos; las perlas mismas, las pobres perlas, que viven como nosotros, morían en su pecho con languideces de flores incendiadas. La Muñeca es hija de Clara Terpe, y, naturalmente, ha heredado algunas de sus cualidades misteriosas, por la ley fatal del atavismo... Tú no debes de saber lo que es el atavismo... la ley del atavismo.. una ley muy fastidiosa que dieron los alemanes para burlarse de Emilio Zola... ¿Quieres que te presente á la Muñeca?
— No; yo no quiero conocer á ese monstruo.
Flora de Lis era una rubia de origen austriaco, muy grave y muy bella, pero sin ingenio ni fuego ninguno, á quien su amante, un banquero con grandes presunciones de artista, obligaba á asistir á todas las fiestas del Club. Para no fastidiarse ó para no parecer orgullosa, aceptaba las copas que la ofrecían, y al final de la comida dejábase acariciar por todo el mundo, con una complacencia pasiva de animal enfermo.
Cuando los mozos empezaron á escanciar, con respeto religioso, un Champaña especial, regalo del amante de Flora, en inmensas copas de forma rara, el entusiasmo de los comensales convirtióse en verdadero delirio.
Robert propuso á gritos que los escultores presentes moldeasen acto continuo las formas opulentas del banquero obsequioso, con objeto de conservar, para las generaciones venideras, la efigie de un verdadero Mecenas. Plese, estatuario joven, repuso que él y sus colegas preferían moldear las formas de la amada del Mecenas. Jorge Riviere ofreció escribir un poema épico en dos mil cantos, para celebrar las burbujas del pálido vino hecho de sangre de musas. Las mujeres enviaban besos al banquero, y la misma Liliana, que hasta entonces había permanecido discretamente aislada, entre Robert y Lamiel, deshojó la rosa que llevaba prendida en el pecho y cubrió de blancos pétalos las copas de sus vecinos.
— ¡Tu mujer está borracha! —exclamó la chiquilla morena, dirigiéndose á Carlos.
Llorede se volvió hacia Liliana, pálido de cólera, y vió que ella, en vez de enfadarse, sonreía á la que acababa de insultarla y la llamaba haciéndola señas con la mano.
Cuando sirvieron el café, todos comenzaron á cambiar de sitio, llevados por las simpatías, buscando, algunos, los rincones propicios para charlas con misterio; escogiendo, otros, los lugares más próximos á los balcones...
Carlos, Liliana y la chiquilla morena, se acomodaron en un diminuto sofá en el cual sólo hubieran debido sentarse dos personas. La Muñeca se colocó en medio de los dos, y mientras su amante le acariciaba la nuca con sus labios ardientes y secos, la chiquilla, ya ebria de vino, de luz, de calor y de juventud, decíala mil zalamerías sobre su belleza y sobre sus joyas.
— ¿Te gusta este broche? —preguntóla Liliana, desprendiéndose del cuello un pensamiento compuesto de esmeraldas y de perlas.
— ¡Oh, sí! —y los ojos vivarachos dilatábanse atraídos por el brillo de la joya— ¡oh sí!... ya lo creo que me gusta!
Con un ademán casi maternal, la noble viuda lo prendió en el pecho de su amiguita, diciéndola que lo guardase en recuerdo suyo.
— ¿De veras?
— Sí; de veras.
— ¿De veras, de veras, de...?
La Muñeca interrumpió esas preguntas incrédulas, cubriendo de besos la boca interrogadora.
Carlos murmuró á su oído:
— ¿Para mí no hay un beso?
— ¡Sí, sí, todo es tuyo, todo mi ser, toda mi alma! —Y enlazándole con un impudor sagrado, sin poner atención en los que sonreían contemplándola, besó los labios de su amante.
— ¡Las doce! —gritó Robert— la hora en que los borrachos van á acostarse...